La educación libidinal

Lo que distingue y eleva Mundos habitados, de Roberto Merino, es su ubicación tardía en la obra del autor: dada la distancia, ha olvidado más, pero la recuperación del recuerdo es más intensa por la combinación de la voz del escritor maduro, con pleno manejo del lenguaje narrativo, y la del niño que habita —la ciudad de— su memoria.

por Sebastián Duarte Rojas I 12 Diciembre 2022

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Benjamin podía escribir acerca de sí mismo más directamente cuando partía de memorias, no de experiencias contemporáneas: cuando escribe acerca de sí mismo como niño. A esa distancia, la de la niñez, puede observar su vida como un espacio que es posible trazar en mapas”, escribió alguna vez Susan Sontag sobre Infancia en Berlín hacia 1900, uno de los libros más íntimos del gran pensador del vagabundeo o la flânerie; un relato autobiográfico y fragmentario en que Benjamin indaga como niño en la ciudad, la casa, los objetos, las personas, el cuerpo y los secretos que esconde la vida adulta. Se trata, entonces, de un antecedente ineludible para Mundos habitados, de Roberto Merino.

En esta tardía primera novela, el renombrado cronista, poeta y ensayista chileno narra su infancia y adolescencia en la capital, la que siempre ha tenido un lugar protagónico en su obra, como demuestran sus celebradas recopilaciones de crónicas En busca del loro atrofiado y Todo Santiago. La introducción de Mundos habitados, llamada “Tiempo ido”, se retrotrae hasta la belle époque santiaguina, con la historia de sus abuelos, hasta llegar a su primera infancia, y luego una serie capítulos anuales —de largo muy variable— abarcan desde 1964 hasta 1977, para terminar con dos apartados que se acercan al presente. Pero pese a que la cronología tiende a ser lineal, la lógica que organiza la narración se asemeja a la de los sueños: los saltos de un momento a otro son abruptos, el narrador se enfoca en detalles nimios, los personajes aparecen y desaparecen como fantasmagorías y aquellos que apenas vislumbramos un instante son, paradójicamente, los que brillan con más intensidad. Rasgos oníricos, sí, pero también propios de la mirada infantil, tan curiosa y atenta como distraída y olvidadiza.

Mundos habitados tampoco es una autobiografía pura, pero si aceptamos que es una novela esto se debe sobre todo a lo omnívoro e indefinido de este género. Y si es una novela, es una novela de formación: a lo largo del relato acompañamos al joven protagonista en su exploración de la ciudad, que es también la exploración del yo.

Límites. La conciencia es una cuestión de zonas y de límites. Uno habita zonas reducidas que en la medida del aprendizaje se van expandiendo”. Esta ampliación de las fronteras infantiles es un tema recurrente en la obra temprana de muchos escritores, incluyendo algunos a quienes Merino ha dedicado acertados y amenos ensayos: Jorge Edwards, en los relatos de El patio, su primer libro, y José Donoso, en “China”, su primer cuento en español. Pero lo que distingue y eleva esta novela es precisamente su ubicación tardía en la obra del autor: dada la distancia, ha olvidado más, pero la recuperación del recuerdo es más intensa por la combinación de la voz del escritor maduro, con pleno manejo del lenguaje narrativo, y la del niño que habita —la ciudad de— su memoria.

La memoria es equivalente a unos aposentos vacíos, confundidos sus planos por las ventanas entreabiertas de los patios, la duplicación de los espejos, los vidrios opacos de las mamparas. Es esto: transparencias y opacidades”. El olvido es, por lo tanto, parte esencial de la memoria, tal como lo fue del proceso escritura de este libro, que partió en 1996 y avanzó de manera discontinua, con interrupciones como pérdidas de impresos y robos de computadores; incluso el título que tiene había sido olvidado por Merino hasta que en la editorial hallaron el contrato que firmó en 2006 con el editor original, Germán Marín. La vinculación con Marín no es azarosa: el fallecido escritor también tenía un interés proustiano por la memoria y en sus libros “de apariencia autobiográfica como Las Cien Águilas o La ola muerta, —escribió Merino en Luces de reconocimiento— se hace inútil el ejercicio de determinar el grado de apego que mantienen hacia los hechos reales”.

El niño Roberto suele recibir insultos y burlas: de sus primos en la casa, de compañeros y profesores en el colegio. Frente a esos espacios, es lógico que el afuera, el territorio del descubrimiento, sea el del verdadero goce y aprendizaje.

Mundos habitados tampoco es una autobiografía pura, pero si aceptamos que es una novela esto se debe sobre todo a lo omnívoro e indefinido de este género. Y si es una novela, es una novela de formación: a lo largo del relato acompañamos al joven protagonista en su exploración de la ciudad, que es también la exploración del yo. Vemos los primeros pasos del escritor y del paseante, cuyos callejeos van cambiando de acuerdo a su edad y los medios que tiene a su disposición. Y digo medios en todo sentido: son los quioscos de revistas, la radio, luego la tele; el monopatín y la bicicleta, luego la liebre; distintos puntos de vista y distintas velocidades que guían su camino hasta que, junto al relato del primer amor, cuenta: “Creo haber sido, en una calle vieja, junto a una cortina metálica cerrada y a un farol mortecino de 1972, por primera vez Roberto Merino, el individuo que suscribo hoy”.

El niño Roberto suele recibir insultos y burlas: de sus primos en la casa, de compañeros y profesores en el colegio. Frente a esos espacios, es lógico que el afuera, el territorio del descubrimiento, sea el del verdadero goce y aprendizaje. Pero a diferencia de la novela de Flaubert, sentimental no es el adjetivo que define el tipo de educación que aborda este libro. “Mi necesidad ambulatoria era libidinal”, explica Merino con precisión, y es por eso que el relato culmina, como es de esperar, con su primera experiencia erótica, ligada también a la herida y la exploración sensorial. Esta historia que vuelve una y otra vez sobre los ritos al salir del hogar, como la duplicación del yo al mirarse por última vez en el espejo, se puede resumir así: “Me iba aproximando cada día un centímetro más fuera de mi casa en dirección a los lugares aledaños donde radicaba todo el deseo”.

 


Mundos habitados, Roberto Merino, Literatura Random House, 2022, 202 páginas, $14.000.

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