La expansión

DisTinta se puede leer de muchos modos. El más natural es pensar la antología como una fotografía del presente de la historieta argentina, aunque eso de por sí es engañoso, pues somete al lector a más preguntas que respuestas: ¿cuál es la tensión entre lo ficcional y lo autobiográfico? ¿Cómo se relacionan los autores antologados con la tradición? ¿En qué sentido la precariedad de la industria termina convirtiéndose en un aliciente creativo?

por Álvaro Bisama I 27 Febrero 2018

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Una idea: habría que leer las biografías y retratos que el cronista Martín Pérez y el dibujante Liniers entregan de los 33 artistas que incluyeron en DisTinta: nueva historieta argentina, como el relato secreto de las genealogías, filiaciones y mapas que puede exhibir el actual cómic trasandino. Están ahí la arqueología de los relatos incluidos, las revistas y autores que formaron a los historietistas antologados, las obsesiones generacionales que los cruzaron y marcaron a fuego, y el modo en que se relacionaron con esa poderosa y multiforme tradición de cómics que incluye los trabajos de Oesterheld y Breccia, la vieja y nueva revista Fierro, el frenesí lector de la Comiqueando de Andrés Accorsi y la reconstitución de escena que blogs como Historietas Reales han supuesto como espacio de encuentro e innovación estética.

Pérez y Liniers tenían claro lo anterior. El prólogo del volumen es la constancia de que la dificultad de la tarea (hacer una antología que resumiese la hora actual del cómic argentino) no solo estaba en definir una lista de nombres sino en hacerlos calzar en un mapa que también incluyese las coordenadas y las historias privadas de quienes estaban incluidos, acaso vidas y lecturas que pudiesen calzar y explicar el estilo, el trazo, el color y el sentido de lo que se leía, de estos “dueños de pequeños universos por descubrir”, según anota Pérez, que dicho sea de paso, es uno de los editores del suplemento Radar de Página 12.

“El horizonte es el final de la mesa”, dice Liniers en una de las viñetas del prólogo. Por lo mismo, DisTinta se puede leer de muchos modos. El más natural es pensar la antología como una fotografía del presente de la historieta argentina, aunque eso de por sí es engañoso, pues somete al lector a más preguntas que respuestas: ¿cuál es la tensión entre lo ficcional y lo autobiográfico? ¿Cómo se relacionan los autores antologados con la tradición? ¿En qué sentido la precariedad de la industria termina convirtiéndose en un aliciente creativo? ¿Qué posición ocupan los artistas argentinos (y latinoamericanos) en un contexto global?

No hay respuestas únicas, pero la antología entrega algunas pistas, algunos rastros que pueden resultar esclarecedores. Ahí caben, por ejemplo, el trabajo de Dante Ginebra/Diego Arambau sobre los hijos de desaparecidos secuestrados por militares; el trazo manuscrito de la tipografía de Delius a la hora de contar una cita fallida; la metaescatología de Gustavo Sala; las surreales postales familiares de Decur; la saturación sucia de Frank Vega, etc.

En el contexto precarizado del cómic latinoamericano, el gesto antologador de Pérez y Liniers tiene harto de generosidad; son ejemplares no solo por su amor por la historieta como arte, sino por la idea de ofrecer un paisaje que reflexiona sobre sus modos de producción y circulación y, con esto, que se pregunta cómo es capaz de construir identidades.

En todos, la extensión breve de los cómics incluidos sirve como un pie forzado que alimenta la indagación personal de los autores. Aquello tiene que ver con cierta angustia de la influencia (de Jesse Jacobs a Chris Ware; de la nouvelle bande desinée a padres tutelares como Carlos Nine o José Muñoz, pasando por el fantasma de Carlos Trillo, guionista legendario que trabajó con algunos de los artistas incluidos en el volumen), pero sobre todo el modo en que aquello es incorporado y procesado como si se tratara de una caja de herramientas a la que acudir para hacer más eficaz y original el trabajo propio.

En ese contexto, una de las virtudes de DisTinta tiene que ver con la concentrada precisión con la que muchos de los antologados usan sus páginas para reflexionar muchas veces de modo radical sobre la gramática de la historieta contemporánea, una característica metatextual que aparece, sin ir más lejos, tanto en la condición abigarrada de las viñetas de Gustavo Sala como en la reapropiación y diálogo que Decur establece con las ideas de Richard McGuire.

Y es acá donde es posible percibir una vuelta de tuerca en relación a la tradición. No en vano, gran parte de lo que se lee transcurre en ambientes íntimos, en calles de barrios, en habitaciones llenas de los fetiches que amueblan la memoria de la infancia. Si Oesterheld en El Eternauta usó con exactitud el mapa de Buenos Aires para desplegar su sci/fi de catástrofe y Muñoz/Sampayo se apropiaron de Nueva York para preguntarse por los dolorosos ecos domésticos de las noticias del mundo, una buena parte de los autores de DisTinta vuelven al espacio privado (la infancia, la familia, la casa) para delinear desde ahí su poética personal. Por supuesto, no hay certezas ni hay consuelo; nadie dijo que se trataba de un viaje agradable pues lo íntimo también es una trampa, una puerta al trauma, la sospecha y la amenaza: Camila Torre Notari establece un contrapunto entre el funcionamiento de una banda de rock y la tensión que provoca el extravío de un perro; Ariel López V. transforma el espacio barrial en una pesadilla alucinatoria; y el trazo casi de caricatura de Gato Fernández procesa el abuso familiar de un modo tan terrible como detallista.

Por lo mismo, uno de los costados de DisTinta es que permite percibir justamente la profundidad y amplitud de aquellas reflexiones en el marco de la historieta contemporánea, algo cuyo sentido tiene que ver con una búsqueda estética pero también política, gracias a la presencia y sabotaje constante de la autobiografía y del uso del habla cotidiana, pero también de la gesticulación vanguardista como modo de descifrar lo real, lo propio y lo ajeno.

En el contexto precarizado del cómic latinoamericano, el gesto antologador de Pérez y Liniers tiene harto de generosidad; son ejemplares no solo por su amor por la historieta como arte, sino por la idea de ofrecer un paisaje que reflexiona sobre sus modos de producción y circulación y, con esto, que se pregunta cómo es capaz de construir identidades. Aquello quizás está en el centro del trabajo de los artistas seleccionados y su exploración en relación con la viñeta y sus lenguajes. Se trata de una búsqueda tan personal como colectiva, algo capaz de captar y definir el espíritu de una época, pero también las formas de una disciplina artística que solo puede pensarse a través de una expansión y una experimentación constantes.

 

DisTinta: nueva historieta argentina, Martín Pérez y Liniers (compiladores), Sudamericana, 2017, 384 páginas.

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