por Gabriel Vergara
por Gabriel Vergara I 7 Julio 2017
Tras escribir un par de obras sobre estrategia militar en la Edad Media y el Renacimiento, el historiador israelí Yuval Noah Harari dio un giro temático para ocuparse, en un análisis de muy largo plazo, de la historia de un simio muy especial, uno que pasó de ser un simple cazador recolector a dominar el planeta. El libro resultante (Homo sapiens: de animales a dioses) era un vertiginoso repaso del devenir de la humanidad que mezclaba historia, teoría de la evolución y ciencia de punta.
Según Harari, hoy los humanos han derrotado el hambre, la guerra y la enfermedad, lo cual los deja listos para un nuevo reto: vencer a la propia muerte. Homo Deus: breve historia del mañana apunta en esa dirección. El texto empalma con el punto en que termina Homo sapiens y, de hecho, se pueden leer como una sola obra. Ambas presentan una marca que tiene mucho que ver con el enorme éxito que han cosechado: la notable habilidad para explicar procesos complejos de manera didáctica, precisa y muy irónica. Todo parece sencillo y obvio cuando lo cuenta Harari.
La tesis de Homo Deus: la conjunción de las ciencias biológicas y la informática se aprestan a redefinir lo que pensamos es nuestra esencia inmutable. Y de ese cambio podría surgir una nueva especie.
A lo largo de las últimas décadas, la biología ha llegado a la conclusión de que todo lo que hacemos, pensamos y sentimos está determinado por algoritmos biológicos generados a lo largo de la evolución. En este aspecto, no nos diferenciamos mayormente de ratas, cucarachas o delfines. Manipular esos algoritmos es cuestión de tiempo… y de química. En resumen, un asunto meramente “técnico”.
En paralelo, los algoritmos informáticos han ido generando programas cada vez más complejos, cuyo funcionamiento puede replicar (y superar) el de la mente humana. Por si fuera poco, la ingeniería puede ayudar, mediante implantes y piezas biónicas, a aumentar las capacidades que la evolución ha creado para nosotros a lo largo de millones de años. “El ascenso de humanos a dioses puede seguir cualquiera de estos tres caminos: ingeniería biológica, ingeniería cíborg e ingeniería de seres no orgánicos”, resume el autor.
Son anticipos arriesgados. Tal vez por eso Harari, reconociendo tácitamente la sospecha que genera el hecho de que un historiador haga profecías, agrega que el futuro no se puede adivinar y que “mi predicción se centra en lo que la humanidad intentará lograr en el siglo XXI, no en lo que conseguirá lograr”.
Varias de sus ideas son estimulantes, pero es difícil no ponerlas en duda cuando hablamos de vencer a la muerte y de un mundo en donde los algoritmos matemáticos pueden llegar a predecir nuestro comportamiento en todos los ámbitos posibles.
La fuerza del libro, sin embargo, es precisamente esa: obliga al lector a pensar en un futuro que parece sacado de un libro de Huxley (más que de Orwell) y tomarse en serio la posibilidad de que las cosas avancen en dicha dirección.
En el corazón de esa ruta está la que sin duda es la parte más fascinante del libro, que surge cuando el autor se pregunta qué es, finalmente, lo que le dio ventaja a la especie humana. Su respuesta no está en la inteligencia o en la capacidad de trabajar de manera colectiva (hay animales que lo hacen muy bien en cada uno de esos aspectos), sino en una derivada especial: los humanos somos capaces de crear realidades intersubjetivas, relatos que solo existen en la medida en que creemos en ellos y que les dan sentido a nuestras vidas: una categoría en la que ubica a todas las religiones, incluso las laicas, como el humanismo.
Aunque hay preguntas insoslayables, como qué será de la conciencia, las emociones y la individualidad, Homo Deus resulta un libro atractivo para empezar a entender la dirección (y la fuerza) que pueden tomar las principales tendencias que definirán un futuro no tan lejano.