Sin dramatismos, Annie Ernaux registra una autobiografía íntima. Su procedimiento es desdoblarse: autora, narradora y protagonista son cartas en una baraja móvil, agitada por dos preguntas primordiales: ¿quién fui? y ¿quién soy ahora?
por Lorena Amaro I 19 Noviembre 2016
Desde los años 70, la escritora francesa Annie Ernaux (1940) viene construyendo una extensa y sólida obra autobiográfica. La editorial española Cabaret Voltaire ha publicado La mujer fría (2015) y Memoria de chica (2016), libros que permitirán a nuevos lectores de habla hispana acercarse a la producción de una narradora imprescindible, que hasta ahora contaba solo con algunas traducciones realizadas por Tusquets.
En Memoria de chica, la autora registra una autobiografía íntima, aparentemente leve, pero de un rigor y dureza sorprendentes. La necesidad de construir un habla de la mujer –huérfana de toda comprensión solidaria–, las diferencias de clase social y los obstáculos para insertarse en el mundo intelectual son algunos de los temas que aborda. Su procedimiento es desdoblarse: autora, narradora y protagonista son cartas en una baraja móvil, agitada por dos preguntas primordiales: ¿quién fui? y ¿quién soy ahora?
Aquello que nunca se colma con la narración es el vacío dejado por ese yo que con el paso del tiempo se vuelve otro, ajeno e irreconocible. En el texto de Ernaux, esa otra es “la chica de S”, “la chica del 58”, ella misma instalada en un campamento de verano donde ha ido a trabajar como monitora de niños más pequeños, pero sobre todo, a descubrir su sexualidad, a vivir experiencias que la cotidianidad provinciana y una familia católica de clase trabajadora no posibilitarán jamás. Excelente estudiante, promesa de un clan pueblerino que nunca ha pisado la universidad, la protagonista, Annie Duchesne (su nombre de soltera), busca la vida, otra vida, con voracidad. Pero la escritura que describe ese proceso toma distancia permanentemente, no solo a través del uso de la tercera persona sino de una enunciación fría, quirúrgica, que desnuda a la protagonista: “De todos los que la frecuentaron aquel verano en la colonia de S, en el departamento del Orne, ¿hay alguno que se acuerde de ella, de aquella chica? Sin duda, nadie”.
La narradora busca los lugares y las imágenes que podrían devolverle, quizás, en parte, el pasado, pero al mismo tiempo critica y deniega esa posibilidad, dejando abiertas muchas preguntas. Y es que ya antes de escribir, de llegar a la escritura, la protagonista ha tratado de apartarse muchas veces de sí misma, especialmente de la que fue en ese verano en que vivió su primera experiencia sexual, núcleo del relato.
Si bien el lector podría interpretar que aquella vivencia fue la de una violación, no es descrita como violenta o traumática, porque la narradora quiere bucear en esa experiencia, escrutándola hasta agotarla. “La ausencia de sentido de lo que se vive en el momento en el que se vive es lo que multiplica las posibilidades de la escritura”, escribe Ernaux. ¿Cómo vivimos lo que vivimos en el pasado? ¿Podemos siquiera intentar reproducir lo que sentimos, los miedos que debimos enfrentar, las expectativas que se abrieron o el silencio en que nos dejaron otros?
La primera experiencia sexual es descrita como una suerte de vacío en que sin embargo las sensaciones son nítidas. A la agitación erótica siguen el desconcierto y luego el dolor del abandono y el anhelo de prolongar el deseo. También, la vergüenza. Pero la vergüenza llegará tiempo después, cuando la chica del 58 inicia sus estudios universitarios de literatura y filosofía. En los libros de Simone de Beauvoir y otros filósofos descubrirá que fue una mujer objeto. Y recién entonces adquirirá sentido para ella la palabra varias veces repetidas por sus compañeros del campamento: “putita”.
Ernaux describe una experiencia histórica: el choque de la chica con una sociedad conservadora, clasista e imperialista. Mayo del 68 estaba mucho más lejos que una década: tan distinta podía ser la Francia provinciana y pequeñoburguesa de entonces.
Lo desconcertante del libro es que si bien la escritura observa hacia atrás desde un presente anclado ya en el 2000, los hechos que describe, el aislamiento de esa chica, la intensidad con que aprende sobre su cuerpo aún descalabrado y torpe, y sobre todo la respuesta de su entorno, no parecen demasiado lejanos. ¿Cuán diferente es la iniciación sexual de muchas chicas de hoy? ¿Cuánta crueldad deben enfrentar, ya no burladas por la exposición de una carta hallada en su cuarto –como le ocurre a la protagonista de Ernaux–, sino desnudadas en las redes virtuales, maltratadas y tantas veces vejadas, violadas e incluso asesinadas?
“Yo también he querido olvidar a aquella chica. Olvidarla de verdad, es decir, no querer escribir más sobre ella. No pensar más que debo escribir sobre ella, sobre su deseo, su locura, su estupidez y su orgullo, su hambre y su sangre cortada. Nunca lo he conseguido”. La única posibilidad de olvidar es escribir: recordar. La propuesta de Ernaux constituye una compleja y delicada reflexión sobre el acto de escribir la propia vida, con un tono que recuerda las sutiles evocaciones de Clarice Lispector, pero que obviamente está en la huella de la memoria abierta en Francia ni más ni menos que por Proust, figura central de una tradición literaria que no ha cesado de sumar geniales exponentes.