Práctica para el adiós

Buena parte de la obra de Bernhard Schlink gira en torno a la revisión de la historia alemana, pero en Los colores del adiós la culpa pesa más sobre la memoria personal que sobre el colectivo. La premisa que da forma a estos nueve cuentos es una revisión minuciosa del pasado desde una madurez tardía, un cuestionamiento de las decisiones tomadas y una recapitulación de transgresiones y omisiones que dieron forma a un presente que no admite segundas oportunidades.

por Rodrigo Olavarría I 11 Octubre 2022

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Sorprende la velocidad con que, en una de sus últimas entrevistas, Orson Welles responde a la pregunta: ¿Hay algo que cambiarías de tu vida? Welles no duda siquiera un segundo y espeta: “No entiendo a la gente que dice que no se arrepiente de nada. Es incomprensible, mis arrepentimientos son tantos como la arena del desierto”.

En esa misma línea, la premisa que da forma a los nueve cuentos de Los colores del adiós, del alemán Bernhard Schlink (Bielefeld, 1944), es una revisión minuciosa del pasado desde una madurez tardía, un cuestionamiento de las decisiones tomadas y una recapitulación de transgresiones y omisiones que dieron forma a un presente que no admite segundas oportunidades.

Podría criticarse la insistencia de cada cuento en el impulso de hacer las paces con el pasado, pero el caso es que basta una mirada a la bibliografía de Schlink para notar que buena parte de la obra de este escritor de 78 años, exjuez y profesor de derecho jubilado, gira en torno a la revisión de la historia alemana. Sin ir más lejos, su obra más celebrada, El lector (1995), aborda la época nazi y es considerada una cumbre del género vergangenheitsbewältigung o de lucha por reconciliarse con el pasado. En la misma línea, la novela El fin de semana (2008) trata sobre un grupo de amigos que se reúne para recibir a uno, recientemente indultado por sus actos terroristas en la Fracción del Ejército Rojo. Es decir, también sondeando los terrenos de la culpa moral y política. Pero Schlink no solo toca literariamente el tema de la culpa, también es autor de Guilt About the Past (2009), un libro que reúne las seis conferencias que ofreció el 2008, en el St Anne’s College de Oxford, tocando temas como la culpa colectiva, la insistencia de la memoria y la posibilidad de dominar el pasado a través de la ley.

Astutamente, el libro abre con “Inteligencia artificial”, un excelente relato en primera persona, donde un matemático busca justificarse por delatar ante la Stasi el plan de fuga de su colega y mejor amigo, poco después de erigido el muro. Fue una traición desde cualquier punto de vista, pero la fuga frustrada condujo la vida del amigo hacia un matrimonio feliz, que quizás no habría tenido fuera de la RDA. Esta tensión entre culpabilidad e inocencia, piedra basal de la tragedia clásica, estalla cuando la muerte del amigo abre la posibilidad de que su hija acceda a los archivos de la Stasi. Las primeras páginas de este cuento indican la sobria fluidez de la escritura de Schlink, un torrente calmo y placentero, cuya ausencia de esfuerzo es puesta en español con solvencia por el traductor Juan de Sola, quien también ha firmado títulos de Robert Walser y Joseph Roth.

Antes de explorar la culpa colectiva y personal, Schlink se formó como narrador de novelas policíacas (…). Este se convertiría en un atributo clave en su calidad de autor que participa del debate público sobre la memoria histórica alemana, pues en el policial todos los personajes son sospechosos por el solo hecho de estar en la página, rasgo particularmente significativo en Alemania, donde la sospecha del pasado nazi pesa sobre la sociedad entera.

Antes de explorar la culpa colectiva y personal, Schlink se formó como narrador de novelas policíacas, como La justicia de Selb (1987) y El engaño de Selb (1992), es decir, desarrolló muy bien la capacidad de dosificar la información, cautivando al lector y haciéndolo entrar en el clima de sospecha propio del género. Este se convertiría en un atributo clave en su calidad de autor que participa del debate público sobre la memoria histórica alemana, pues en el policial todos los personajes son sospechosos por el solo hecho de estar en la página, rasgo particularmente significativo en Alemania, donde la sospecha del pasado nazi pesa sobre la sociedad entera.

Pero en Los colores del adiós la culpa pesa más sobre la memoria personal que sobre el colectivo. En “Picnic con Anna”, vemos a un profesor dividido entre su sentimiento de responsabilidad ante el asesinato de una joven con la que cultivó una relación de tutor demasiado cercana y sus propias motivaciones para el crimen. En “Música fraternal”, el rencuentro entre un musicólogo y un amor de juventud causa una confrontación de recuerdos cuidadosamente administrada por Schlink, donde el narrador pasará de ser la víctima explotada por la joven y su hermano discapacitado, a considerarse, ya anciano, un cobarde.

También vemos, en esta meritoria colección, al hombre alemán maduro volver la mirada sobre sí mismo y explorar su espacio mental más allá de la caterva de predecibles protagonistas masculinos que pueblan la literatura más convencional. Esta conciencia es particularmente notoria en los relatos “Manchas de la edad” y “Aniversario”, pese a que este último es el más débil del libro. Y, ya que estamos en eso, si pensamos en las falencias del volumen, solo cabe señalar su constante tono sentimental y algunos diálogos cargados al cliché, dos pecados perdonables a un maestro otoñal como Schlink.

 


Los colores del adiós, Bernhard Schlink (traducción de Juan de Sola), Anagrama, 2022, 217 páginas, $20.000.

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