Saborear las letras

La presencia y la ausencia, el tacto y la distancia, de las personas, de los cuerpos, son algunos de los temas en los que insiste la voz poética de Lezama Lima en Oscura pradera: 37 poemas, antología que se nutre, en su mayor parte, de Fragmentos a su imán (1977), poemario enviado a imprenta poco antes de su muerte y aparecido de manera póstuma. En este volumen encontramos entrañables poemas dedicados a su madre, su esposa y su hermana Eloísa —quien editó y anotó Paradiso—, además de a Octavio Paz y María Zambrano.

por Sebastián Duarte Rojas I 31 Enero 2025

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En la entrada del 4 de mayo de 1940 en sus Diarios (Montacerdos, 2020), el escritor cubano José Lezama Lima (1910-1976) utilizó un par de definiciones esbozadas por otros —ciencia: “el conocimiento de la cantidad real de placer” (Victor Brochard); poeta: “el hombre que en su boca, sin hablar, siente el sabor de las palabras” (Paul Claudel)— para delinear su propia aspiración estética: “El sabor de las palabras, místico y mágico, aunado al conocimiento de la cantidad real de placer. Único misticismo, suprema magia”.

Erudición y palabra poética, es en esa esquina donde se erige la imponente obra de Lezama Lima, el neobarroco cuya obra lírica se extiende incluso a sus novelas —Paradiso (1966) es, en todo sentido, un gran poema—; pero aun dejando fuera su narrativa e importantes ensayos, además de diarios, cartas y artículos dispersos compilados tras su muerte, sus poemarios suman un millar de páginas, de las que el editor y ensayista chileno Vicente Undurraga sacó la pequeña tajada que compone Oscura pradera.

La presencia y la ausencia, el tacto y la distancia, de las personas, de los cuerpos, son algunos de los temas en los que insiste la voz poética de Lezama Lima en esta antología, la que también celebra los momentos en que se entrega a un placer mucho más lúdico, como “Cielos del Sabbat”, de Dador (1960). En este poema se deja llevar por la sonoridad y el ritmo de lengua, por una profusión de referencias a diversas tradiciones y épocas, y por una dosificada seguidilla de repeticiones: “Melodías de Broadway, taponcito, ratón, / de coral mordiendo la oreja, duro carrusel con punta, / de gusano de seda, dulcero con la escobilla / por la oreja. Suave oración / silenciosa envolviendo el cuerpo en benjuí”.

La antología cierra con un poema sin fecha encontrado entre los papeles del autor, ‘Para mis dos hermanas, que me regalaron un par de zapatos’, una larga estrofa con el mismo tono de ardiente y contenida añoranza que atraviesa Fragmentos a su imán, el libro con su poesía más madura: la más cultivada, la más sabrosa. Porque aquí observamos en pleno aquella ‘suprema magia’ a la que el poeta aspiraba en sus diarios, que surge del cruce de dos formas del saber: el saber como erudición y el saber como sabor, como deleite.

La mayor parte de la selección proviene del último poemario del autor, Fragmentos a su imán (1977), enviado a imprenta poco antes de su muerte y aparecido de manera póstuma. En este volumen encontramos entrañables poemas dedicados a su madre, su esposa y su hermana Eloísa —quien editó y anotó Paradiso—, y a los escritores Octavio Paz y María Zambrano: “María es ya para mí / como una sibila / a la cual tenuemente nos acercamos, / creyendo oír el centro de la tierra / y el cielo empíreo, / que está más allá del cielo visible. / Vivirla, sentirla llegar como una nube, / es como tomar una copa de vino / y hundirnos en su légamo”.

Pero los momentos más exquisitos de ese libro y de Oscura pradera son aquellos que celebran lo que el poeta denomina, según el título de uno de sus poemas, “Universalidad del roce”. El mejor ejemplo de esto es “El abrazo”, en que nos encontramos con aquello deliciosamente explícito —si bien envuelto en un lenguaje gongorino— de los sonetos de su compatriota Severo Sarduy, pero también con el devenir orgásmico de la naturaleza toda, eso que más tarde alcanzó su apogeo en los Misales de Marosa di Giorgio: “Lo húmedo, lo blando, / la esponja infinitamente extensiva, / responden en la puerta, / abrillantada con ungüentos / de potros matinales / y luces de faisanes con los ojos apenas recordados”. Con esta combinación de elementos, el texto solo puede culminar en un éxtasis erótico y místico: “Los dos cuerpos desaparecen / y se unen en el borde de una nube. / La manta, la lechuza marina, / seca el sudor estrellado / que los cuerpos exhalan en la crucifixión”.

La antología cierra con un poema sin fecha encontrado entre los papeles del autor, “Para mis dos hermanas, que me regalaron un par de zapatos”, una larga estrofa con el mismo tono de ardiente y contenida añoranza que atraviesa Fragmentos a su imán, el libro con su poesía más madura: la más cultivada, la más sabrosa. Porque aquí observamos en pleno aquella “suprema magia” a la que el poeta aspiraba en sus diarios, que surge del cruce de dos formas del saber: el saber como erudición y el saber como sabor, como deleite. Y es justamente en uno de estos poemas tardíos, “Discordias”, donde Lezama Lima nos entrega otra acertada y hermosa definición de lo poético: “De la contradicción de las contradicciones, / la contradicción de la poesía, / borra las letras y después respíralas / al amanecer cuando la luz te borra”.


Oscura pradera: 37 poemas, José Lezama Lima, selección y prólogo de Vicente Undurraga, La Pollera, 2024, 100 páginas, $14.900.

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