Todo cojea

Los cuentos de Mauricio Wacquez parecieran difuminar su argumento, quedando incompletos y frágiles, en una confusa claridad. Es justamente esa impresión e inquietud (¿de qué trata este cuento?) lo que los sostiene, como si la esencia de lo narrado fuese vislumbrar, desviar o revelar algo que aun así mantiene su velo, y entonces no es la trama ni el argumento lo que los conforma, no se tratan “de” algo sino que tratan “con” algo, para diseccionarlo, desmantelarlo, volver a cubrirlo. Hay belleza en esta desorientación, como si no importara desafiar cierto tipo de comprensión para entrar en otra. Como dice uno de los personajes: “Todo me viene así, dislocadamente, todo cojea. No puedo contarle una historia hilada”.

por Bernardita Bravo Pelizzola I 3 Enero 2025

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Los Cuentos completos, de Mauricio Wacquez, se instalan en un mundo lejano a las verdades inexpugnables sobre las que se edifica cierto tipo de literatura, aquella basada en complacer con respuestas, resolver muy rápido los conflictos y ser certeras a las demandas y juicios que ciertos lectores piden con pancartas y deseos de inmediata satisfacción.

La escritura de Wacquez ignora la autocensura atada a la complacencia ajena y apuesta más por ideas y emociones subyacentes, esas que exigen adentrarse en capas de lectura, sumergirse y salir de las palabras con atención, cuidado y un tiempo aparentemente primitivo.

Wacquez escribe desde la resta, y los lectores pueden sentirse perdidos, porque esta colección de pocos y breves relatos juega, de manera implacable, con la sensación de apertura, expansión y riesgo.

Es allí —desde la vastedad detectada en gestos y detalles de personajes hastiados, voces nostálgicas e irónicas, actos impetuosos que de manera cauta se sostienen en una confusa claridad— donde surgen los vacíos, un espacio y tiempo de descubrimiento. Los relatos parecieran desmoronarse, difuminar su argumento, quedando incompletos y frágiles. Es justamente esa impresión e inquietud (¿de qué trata este cuento?) lo que los sostiene, como si la esencia de lo narrado fuese vislumbrar, desviar o revelar algo que aun así mantiene su velo, y entonces no es la trama ni el argumento lo que los conforma, no se tratan “de” algo sino que tratan “con” algo para diseccionarlo, desmantelarlo, volver a cubrirlo. Hay belleza en esta desorientación, como si no importara desafiar cierto tipo de comprensión para entrar en otra.

Sería fácil quedarse solo ahí, Wacquez va más allá: mientras logra dar con una libertad que no se adhiere, devela las implicancias metafísicas de situaciones o escenas cotidianas, para mostrar en ellas la presencia de lo sutil y descarnado, el anhelo por “ver todo al desnudo y si es posible cuando recién viene naciendo”. En cada acción e idea hay algo que desentrañar, y luego otra cosa más, cavando hasta el fondo de los personajes y situaciones donde reside un deseo de hallar ¿una esencia? insospechada, que entra en pugna con la complejidad de lo subjetivo. Aquello que se revela otorga un sentido ulterior que parece acercarse a la idea de unión, pero simultáneamente, a su desarticulación.

Es destacable que la complejidad, intensidad y densidad de la prosa se logre a través de la concisión: en las pocas páginas que conforman cada cuento da la sensación de haber leído un texto mucho más largo y sería quizás agobiante sumergirnos en esta prosa de múltiples fuentes y sentidos si fueran más extensos. La fuerza de ellos reside en esta condensación extrema, que logra dejar al lector suspendido o impávido, o saboreando algún párrafo donde narrativa y poesía confluyen.

Esto muchas veces provoca que el momento de lectura invite a ser repetido y se muestre como algo nuevo; el lector también es instado a excavar y cavar más profundamente, sintonizando con la escritura y con los personajes de los relatos que reflexionan entre interacciones y quehaceres. En el cuento “Otra cosa”, por ejemplo, leemos lo siguiente: “La solución sería entregarme a las cosas simplemente, sin tocarlas ni elegirlas, esa capacidad de comprenderlo todo limita mi visión alrededor”; “Hay algo que no se integra, que no somos capaces de pensar”; “Todo me viene así, dislocadamente, todo cojea. No puedo contarle una historia hilada”.

Junto a este exigente ejercicio de autoconciencia, por el que discurre lo reprimido como si quisiera abandonar su carácter intempestivo, irrumpen cuestionamientos a las instituciones y la religión, contradicciones entre el deseo expectante y la decepción del suceso o de la rutina, disquisiciones éticas que desmantelan el orden de una tradición o el concepto de destino. Tal vez, por sobre estas cuestiones sociales se realza más la delicada fusión, con sus sintonías y fricciones, del individuo en la naturaleza, en los objetos, en los demás: “Sentía que algo se había roto en él y en todas las cosas” (“El fondo tibio de dios en la arena”); “Era la hora en que las cosas dan esa sombra definida exacta y formada como el propio cuerpo” (“El fondo tibio de dios en la arena”); “y ella adentro, entre todas esas cosas ausentes” (“El momento extenuado”).

La presencia y ausencia de lo otro determina el espacio psíquico desde donde se actúa y se es, un espacio que desconoce lo que es suyo, entonces puede hacer de todo algo propio, sin caer en lo nihilista sino más bien en el hondo movimiento humano que suscita la disgregación y su resistencia (lejana a la clásica romantización de la resistencia política).

Es destacable que la complejidad, intensidad y densidad de la prosa se logre a través de la concisión: en las pocas páginas que conforman cada cuento da la sensación de haber leído un texto mucho más largo y sería quizás agobiante sumergirnos en esta prosa de múltiples fuentes y sentidos si fueran más extensos. La fuerza de ellos reside en esta condensación extrema, que logra dejar al lector suspendido o impávido, o saboreando algún párrafo donde narrativa y poesía confluyen, y aunque “avanzamos” hacia un final muchas veces abrupto, ese fin también es un comienzo, que a su vez nos insta a volver al principio, a la intimidad que de golpe nos entrega la primera oración, la primera página de algún relato.

Pero lejos de la apariencia experimental o hermética de su escritura, los cuentos de Wacquez están perfectamente empapados bajo el habla específica de personajes y sus acontecimientos aparentemente extraños pero bastante reconocibles, de aquellos conceptos filosóficos fundamentales que cruzan ciencia y literatura, y que nos moldean a diario: desde el ethos, pathos y logos griegos en sus distintas épocas hacia adelante, sin desprenderse nunca de la idea de aprehender el mundo como pregunta, y que esta inclinación entregada a lo incierto resulte placentera, como aquella contemplación curiosa que niega lo impávido y lo llano.

 


Cuentos completos, Mauricio Wacquez, Alfaguara, 2024, 169 páginas, $17.000.

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