Un laberinto de significados

Gonzalo Contreras sabe escribir, lo hace bien, sigue las reglas, las usa de manera hábil y con propiedad. Por alguna razón —perfectamente justificable y defendible— ha decidido ser un autor más cercano a la novela entendida en el formato del siglo XIX, primera mitad del siglo XX. El verano y toda su ira se inscribe en esta poética y representa la sumatoria de todas las habilidades narrativas del autor.

por Javier Edwards Renard I 21 Febrero 2025

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Nadie puede negar el lugar que ocupa Gonzalo Contreras en la escena literaria chilena y latinoamericana, ni el carácter indiscutible de su rol en la llamada “Nueva Narrativa”, que surgió en los años 90 como la inevitable celebración del mundo de la cultura y de los libros por la recuperación de la democracia.

Narrador de cuentos muchas veces magistrales (La danza ejecutada y Los indicados), autor de una novela debut, La ciudad anterior, que sigue estando entre sus logros mayores, y de otras historias hábilmente construidas (El nadador, El gran mal y La ley natural), más artículos, talleres literarios y premios, Contreras es, como se dice, autor de una “obra” y de una “propuesta” clara dentro del espacio literario contemporáneo. No de muchos se puede decir esto.

Gonzalo Contreras sabe escribir, lo hace bien, sigue las reglas, las usa de manera hábil y con propiedad. Por alguna razón —perfectamente justificable y defendible— ha decidido ser un narrador más cercano a la novela entendida en el formato del siglo XIX, primera mitad del siglo XX, que jugar a la experimentación formal. Asimismo, si bien un escritor de argumentos y polémicas (alguna vez anunció la muerte de la novela, pero ha seguido en la pelea por mantenerla viva), sus textos de ficción muestran la vida que se desarrolla en sus tramas, escenarios y pretextos, sin caer en compromisos políticos evidentes, reflexiones existenciales desgarradoras o metafísica de fondo. Y, nuevamente, en El verano y toda su ira, el autor recurre a sus habilidades, en un texto de fondo (368 páginas hoy son un desafío para la capacidad de concentración del lector de nuestro siglo), que juega con una ambigüedad que no había visto en sus anteriores y eso la vuelve más interesante.

La historia de los Serna, una familia burguesa de esas que bien podrían identificarse con las que se pueden encontrar en Zapallar y alrededores o en el febrero del sur de Chile, del motivo que los reúne, incluido Renato, el protagonista narrador, el suicidio del hermano (“No se suponía que Bobby Serna muriera así, porque era Bobby Serna y nunca tendría las agallas para pegarse un tiro en la sien”, es la frase que abre el relato), un funeral, un patriarca venido a menos, una hermanas con carácter y conflicto, una historia de amor o atracción frustrada entre Renato y Moira, un avanzar y retroceder en el tiempo desde el eje axial que representa la muerte, el funeral en este grupo de familia, el amigo y su entorno social, muestra que una novela es un artefacto complejo que, si está bien construida, admite varias lecturas. Un laberinto de significados.

Gonzalo Contreras ha escrito una novela profundamente irónica, en la que el revés de tuerca es brutal y donde espera que sus lectores despierten del estado opioide en que viven, para ver si de ahí sale algo real. Bobby y Renato fueron alguna vez jóvenes inquietos intelectualmente: uno fervoroso seguidor de Nietzsche y el otro de Schopenhauer, aunque en realidad no hay un diálogo o reflexión sobre esos personajes que vaya más a allá de un mero revolotear, un coqueteo intelectual.

El verano y toda su ira parte con un título desafiante y toda la novela lo es. Escrita de modo impecable, uno puede encontrar al menos tres textos: una novela de entretención, que cuenta una anécdota familiar de manera fluida, en la que habrá muchos que querrán identificar personajes, situaciones, espacios o se imaginarán representados; un texto que también explora los signos de identidad de una generación y de un mundo social acomodado que, más allá de las apariencias, vive la vida a su manera y no se suma a la tribu conservadora arquetípica; y, por último, un relato en el que toda la tramoya narrativa, todo el pulido armazón con que el autor nos cuenta esta historia de grupo, de clase (también de naturaleza humana), de pasiones, de conversaciones y anécdotas, tiene un propósito más arriesgado, más corrosivo, más de bofetada, pues busca dejar al descubierto la frivolidad casi patológica de la vida acomodada y aburrida, donde el ingenio sustituye al genio, en el que la conversación lateral y de superficie constituyen una esencia precaria en que la cultura y las situaciones limites son elementos decorativos. También, ese juego “versallesco” con el que los seres humanos jugamos a negar el peso abrumador e inevitable de la vida.

Gonzalo Contreras ha escrito una novela profundamente irónica, en la que el revés de tuerca es brutal y donde espera que sus lectores despierten del estado opioide en que viven, para ver si de ahí sale algo real. Bobby y Renato fueron alguna vez jóvenes inquietos intelectualmente: uno fervoroso seguidor de Nietzsche y el otro de Schopenhauer, aunque en realidad no hay un diálogo o reflexión sobre esos personajes que vaya más a allá de un mero revolotear, un coqueteo intelectual. Quizás por esa falta de propósito o convicción real uno termina acabando con su vida y el otro insiste en un amor inviable. Contrasta ello con la radical profundidad de los tres epígrafes que preceden el inicio de la novela y una dedicatoria para alguien que “ya no está en este mundo”. La vida cruje y, si la existencia tiene sentido como fenómeno estético, eso es algo que el autor de Así habló Zaratustra no veía como un mero orden de lo bello, sino como una estética radical en la que ese mismo orden quiere trastocar la negación escapista, la levedad insoportable de ciertos modus operandi.

En cualquiera de los tres niveles, Gonzalo Contreras ha escrito un gran libro. Es un texto estremecedor, inquietante, impío, que incluso justifica mejor ese final abrupto que no cabe someter a spoiler alguno. Un libro que ni salva ni condena, pero desafía. Entonces, recomiendo su lectura desde esa mirada, una no complaciente, una que no se queda en lo simple o se deja llevar por el vaivén de las aguas calmas. En esta novela, el verano del texto encuentra todas sus iras.

 


El verano y toda su ira, Gonzalo Contreras, Seix Barral, 2025, 369 páginas, $21.900.

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