Una novela inútil (o cómo crear un prodigio)

por Yosa Vidal I 28 Octubre 2024

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Tomarse una escuela en la novela de Héctor Hoyos Los iluminados es la pequeña épica de resistencia de jóvenes de 15 años de una “furibunda pubertad”. Se masturban y se desean, huelen terrible (“tienen olor a indigente, que es olor a santidad”) y leen mucho y a su conveniencia. Pero tomarse la escuela en esta novela es también una aventura trascendental, de búsqueda, posesión y defensa de la Verdad, así con mayúscula, tan metafísica y definitiva como puede ser ella. “Nosotros los iluminados no vemos las cosas como parecen, sino como son”, reza el lema de la secta.

La historia tiene rasgos de obra clásica: se ciñe a la unidad de tiempo aristotélica, es decir, ocurre en un solo día, el primer día de escuela del Nuevo, protagonista y narrador; y también se ajusta a la unidad de espacio, porque su geografía se comprime al colegio de curas, entre las salas de clase y el teatro, la cafetería y los pasillos. La unidad de tiempo y espacio, sin embargo, lejos de dar verosimilitud a la fábula, provee de un tono surreal, excesivo, que se potencia con una serie de relatos contenidos en los cuadernos de otros iluminados, cuya lectura permite la transformación del protagonista: “Me supe profeta del pasado, porque en rigor solo había vivido un día, aunque los hubiera vivido todos en sus palabras”.

La estructura clásica de la novela, junto con las pretensiones metafísicas de la secta, cristalizan en una celebración de lo literario como pérdida de tiempo y derroche de energía, aspectos tan escasamente abordados en estos días en que las autoficciones y los mundos distópicos parecieran llenar todos los checkboxes del pensamiento crítico. Esta es una novela inútil, de ahí su prodigio.

La suma condensada de experiencias, junto con el poder ver las cosas como son, hacen de ese día una suerte de Aleph en el que se resumen no todos, pero sí muchos puntos del conocimiento. Los jóvenes son unos sabelotodo y, por lo mismo, su palabra es rotunda y sabia, testaruda y definitiva, como fuimos todos a esa edad. El Nuevo, por ser nuevo y por vivir el proceso de conversión frente a nuestros ojos, es el narrador ideal para ir develando la Verdad a partir de datos de lo material (cuadernos, apuntes, un dibujo en un escritorio) y para narrar la toma y la defensa del colegio, que, a su vez, busca ser recuperado por un grupo antimotines.

La estructura clásica de la novela, junto con las pretensiones metafísicas de la secta, cristalizan en una celebración de lo literario como pérdida de tiempo y derroche de energía, aspectos tan escasamente abordados en estos días en que las autoficciones y los mundos distópicos parecieran llenar todos los checkboxes del pensamiento crítico.

Algo de patafísica a la manera de Alfred Jarry hay en la iluminación. Como en “la ciencia de las soluciones imaginarias”, del Doctor Faustroll, hay un trabajo científico, epistemológico y también poético. Del trabajo poético, vemos el vaciado de significado de algunos signos y de su vuelta a llenarse. Un buen ejemplo es Hermosa Cindy, el osito de peluche de una niña que con el avance del día se va transformando en “todo aquello que nos rodea, que sigue igual cuando cambia lo No Hermosa Cindy. De esas dos sustancias está hecho el cosmos. Lo que dura y lo que no”. Hermosa Cindy deviene en espacio privado, cuarto propio o un objeto que permite restablecer una conexión con la historia íntima, algo que podemos llamar hogar.

En tanto ciencia, el método experimental guía a los iluminados por “la senda de la verdad de los objetos y sus usos”. Vemos comprobarse hipótesis improbables, una urgencia por leer los signos de la realidad desde otro ángulo y, por supuesto, deducir las reglas que están detrás de las excepciones. Todo, con un tono un poco sagrado y un poco ridículo. “Quiero saber cómo se distinguen resurrección de la carne y disolución en azúcar. Si quiere empiece por los parecidos”, dice el Nuevo al cura rector, en la contundente y fantástica disputa teológica que sostienen. En esa conversación, sabemos que Hermosa Cindy es quizás la relación aurática que tenemos con el mundo material.

Al tomarse la escuela, los iluminados van al encuentro de la Historia, y al igual que el doctor Faustroll, su misión no es solo sátira. Ellos sí tienen poder. ¡Y razón! Es la voz de la juventud que se va deconstruyendo, como debiéramos hacerlo todos, porque para ver “no hace falta sino tiempo y desarme”, deshacer la personalidad como se va deshojando una cebolla, o sacarnos las sotanas como si fueran pelucas.

 


Los iluminados, Héctor Hoyos, Tusquets, 2022, 212 páginas, $22.340.

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