Estambul Estambul, de Burhan Sönmez, se concentra en cuatro prisioneros que están en una celda subterránea de un centro de tortura en la capital turca, quienes, en los intervalos entre torturas, se cuentan historias de lo que sucede encima de sus cabezas, en las calles de la ciudad. Así, cada uno se convierte en una versión en miniatura de su ciudad y el lector es inundado por imágenes, que evocan calles, paisajes, mezquitas y establecimientos.
por Rodrigo Olavarría I 14 Julio 2020
Mientras leía Estambul Estambul (2015), asombrado por la refinada técnica con que el turco Burhan Sönmez (1965) entreteje los relatos de sus personajes, recordé una historia que escuché cuando era niño a amigos de mis padres: en los primeros años de la dictadura, un hombre era llevado de un centro de detención clandestino a otro, pero siempre fue capaz de identificar el lugar exacto en que estaba secuestrado. Luego mi madre me dijo que esa historia está en una entrevista realizada por Mónica González en 1984 a un agente de los aparatos del Estado, apodado Papudo. El detenido era Miguel Rodríguez y, según el Papudo, en el período que estuvo detenido reconoció una sirena de bomberos y les dijo a los agentes que estaba en el paradero 20 de Gran Avenida; después descubrió que lo habían trasladado al aeropuerto de Cerrillos y más tarde a Colina, despertando admiración entre los agentes que luego lo asesinaron en Peldehue.
Recordé esa historia mientras leía Estambul Estambul, porque la novela se concentra en cuatro prisioneros que están en una celda subterránea de un centro de tortura en la capital turca. La celda no tiene ventanas y es tan diminuta que solo una persona puede recostarse en ella y los demás deben estar de pie. En los intervalos entre torturas se cuentan historias para pasar el tiempo, historias de lo que sucede encima de sus cabezas, fuera de las celdas subterráneas, en las calles de la ciudad. A medida que leemos las historias del estudiante Dimirtay, el Doctor, el memorable barbero Kamo y Küheylan, la ciudad empieza a delinearse cada vez con mayor precisión y, llegado cierto punto, el lector deja de enfocarse en ellos y pasa de los individuos a Estambul, a su bullente esplendor vital y a una serie de imágenes recurrentes, como la de una bufanda roja que flota en el viento, quizás desprendida del cuello de una mujer en un barco que se acerca al puerto.
A medida que leemos se revela que, tal como le ocurrió a Miguel Rodríguez, cuando una persona está prisionera y la ciudad le es negada, esta se le aparece más nítida en la memoria, casi al alcance de la mano. Así es como cada uno de los prisioneros en esta celda de Estambul se convierte en una versión en miniatura de su ciudad y, a medida que los cuatro personajes de Estambul Estambul entregan a los otros sus propias perspectivas de la ciudad, el lector empieza a ser inundado por imágenes que se acumulan lentamente, un fragmento a la vez, hasta reconstruir la totalidad de sus calles, paisajes, mezquitas y establecimientos.
La novela está compuesta por 10 capítulos, cada uno dedicado a un día, estructura que quizás por su simplicidad da cierto tono clásico y humilde a la lectura, pese a la ambición del proyecto. En el sexto capítulo se revela el origen de esta estructura, cuando el Doctor le dice a Küheylan que parece conocer más cuentos de los que aparecen en El Decamerón. En efecto, el clásico de Boccaccio está compuesto por 10 capítulos, donde cada capítulo es una jornada, cada una narrada por un personaje, siete mujeres y tres hombres, encerrados en una villa en las afueras de Florencia en 1348, mientras la ciudad es azotada por la peste negra. En Estambul Estambul la policía y la persecución política cumplen el rol de la peste negra y El Decamerón es la matriz estructural: ese título deriva de la italianización de las palabras griegas diez y días. Sobre los personajes del clásico florentino, Küheylan dice: “Paliaron el miedo a la epidemia con cuentos que hablaban sobre tomarse la vida a la ligera”, y luego: “Ellos fueron a ese lugar por voluntad propia, pero a nosotros nos trajeron contra la nuestra. Es más, mientras ellos se alejaban más de la muerte, nosotros nos acercamos a ella”.
Creo que la intención de Sönmez al titular Estambul Estambul su novela, sin coma, sin una pausa que convierta el título en una evocación melancólica, es subrayar la coexistencia de dos estambules, el de arriba y el de abajo, el de las celdas y el de la vida, así como también el Estambul del pasado y el actual. Esta tendencia polar en la novela se sostiene hasta el final, incluso mientras los relatos de los prisioneros se entrelazan y sus límites se desdibujan, haciéndose tan vívidas que les pareciera estar en una terraza con vista al Bósforo tomando vasos de raki. En esta hermosa y evocadora novela, Burhan Sönmez parece afirmar que nunca salió del horroroso Estambul y que, si bien viajar es perder ciudades, uno carga incluso los más ínfimos detalles de su ciudad hasta lo más profundo del infierno.
Estambul Estambul, Burhan Sönmez, Editorial Minúscula, 2019, 281 páginas, $21.000.