Cristóbal Briceño entre animales

Bremen, la película dirigida por el compositor chileno Cristóbal Briceño, que acaba de estrenarse en cines, es un experimento caótico e hilarante sobre la confrontación entre el hombre y los animales, como lo es también gran parte de su obra musical.

por Cristóbal Carrasco I 17 Diciembre 2024

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Difícil será el trabajo de quien deba situar la obra musical del cantante Cristóbal Briceño (Santiago, 1987) en el canon chileno. Alejado sin querer desde hace ya un tiempo de la circulación masiva, su nombre está posicionado en el extraño limbo de quienes, por un lado lo consideran el mejor compositor de su generación, y aquellos que, con vago desprecio, lo consideran una promesa incumplida.  

Pese a sus profundas intenciones de abrazar lo popular (ha dicho en más de una ocasión que ha intentado participar en la competencia del Festival de Viña), su logro más reconocible —a pesar (o fruto) de las decenas de proyectos que ha iniciado— es Ases Falsos, y es esa la banda, que, en un ejercicio tan saboteador como clarividente, llega a su fin con la película Bremen, que acaba de estrenarse en cines y que estará circulando por estas semanas.

Nacidos el 2011, quizás en el inicio del ocaso de las bandas de rock como fenómeno popular, su música trajo, como dijo en su momento Marisol García, “una precisa combinación de energía eléctrica y finura sentimental de un cancionero pop”. Juventud americana, el primer disco de Ases Falsos, parece querer retratar cuáles son los sinuosos caminos de aquella energía juvenil. En los años en que escribió ese disco, los años del movimiento estudiantil, despertaba en él y en los demás el deseo algo adormecido de enfrentar a la autoridad. Muchas de las canciones de Juventud americana hablan directamente de esas escenas, como sucede en “La sinceridad del cosmos”:

Ládrale
A la autoridad
Ládrale a la institución
Ládrale al conducto regular

Los versos de “La sinceridad del cosmos” son una invitación a encontrar cierta animalidad perdida en los matorrales de la civilización, como pasa con los perros cuando se enfrentan a carabineros. “Estudiar y trabajar”, recuerda esa misma animalidad:

En más de alguna ocasión
Me acusaste de flojear
Puede que tengas razón
Pero cada vez que tú
Te vas de acá
Yo me pongo a correr como un perro aysenino.

Los animales de Bremen están quebrados por el abandono, pero logran —a medida que se van haciendo amigos, y a través de la música— encontrar un lugar en el mundo. En el intertanto, viven más peripecias que los animales del cuento de los Hermanos Grimm, y que hacen que la historia se haga cuesta arriba para ellos: se encuentran con estafadores, asesinos, políticos ladrones.

Lo animal y lo rural (“perro aysenino”) se encuentran en muchas ocasiones en las obras posteriores de Cristóbal Briceño, donde lo ciudadano, la civilización, en definitiva, termina siendo una desviación de la sabiduría instintiva del hombre. ¿Serán estos mejores valores que los adquiridos por la cultura? En algún sentido, la moral que anhela discutir Briceño (bien se podría decir que su obra es la de un moralista) es aquella donde lo instintivo posee un poder insustituible. En “Estudiar y trabajar” canta: “Yo no quiero estudiar, me aburre de verdad / Solo quiero trabajar / Ganar plata haciendo lo que a mí me sale bien”. En el bienintencionado deseo de educarse subyace una pérdida, diríase una derrota del hombre, sugiere la letra.

Bremen, la película de Ases Falsos, es un nuevo esfuerzo de Cristóbal Briceño por articular aquella idea. El filme, dirigido y escrito por el cantautor, se inspira en el cuento “Los músicos de Bremen”, de los Hermanos Grimm, escrito en 1819, para construir una historia con un sentido moral algo distinto al de los autores alemanes. En el cuento original, cuatro animales (un burro, un perro, un gato y un gallo), cansados de ser maltratados por sus dueños, escapan e imaginan que llegarán a una ciudad, Bremen, donde dejarán atrás sus pesares y tendrán una banda musical. Tras vagar por algún tiempo, los animales se encuentran una casa llena de comida y a unos ladrones sentados a la mesa que, a diferencia de ellos “se dan la gran vida”. Entonces los animales se trepan uno encima del otro, entran a la habitación y hacen huir a los ladrones, haciéndoles creer que se trataba de unos fantasmas. Aunque los ladrones intentan volver, los animales les vuelven a hacer creer que la casa está habitada por monstruos y brujas hasta que, por fin, sin llegar a Bremen, los animales se toman (como verdaderos okupas) para siempre aquella casa. 

Visto así, el cuento de los Hermanos Grimm parece una alegoría del poder de la amistad y la unidad. Sin embargo, es también una historia sobre la justicia. Los animales, que han sido maltratados por sus antiguos dueños, logran hacerse de una casa, recobrando así el equilibrio perdido. Es, al mismo tiempo, una historia sobre el miedo humano a lo animal, sobre todo a los animales domesticados. Quizás cierto miedo atávico nos hace creer que nuestras mascotas algún día se rebelarán en nuestra contra y devolverán cierto equilibrio en este mundo. El cuento de los Hermanos Grimm reafirma esa idea, porque a quienes atacan los animales son justamente a los ladrones: entre humanos y animales no hay solo una lucha de poder, sino también de justicia.

Alejada de cualquier clase de éxito convencional, su obra es más bien el reflejo de que todo aquello que se hace se arregla sobre la marcha, y de que en el deseo de controlar el futuro hay también una derrota. Bremen, como película, es también un reflejo de aquello.

Briceño es consciente de varios de estos tópicos y los hace presente en Bremen. En la película los animales también son maltratados y también poseen un talento natural, instintivo, para tocar y cantar. Dado que los animales son interpretados por otros miembros de la banda, la historia se va entrelazando con varias canciones originales y emotivas, como “De lejos”, que suena como una canción romántica, pero que bien podría estar dedicada por una mascota a su amo:

De lejos
Así te quiero yo
Saber que estás ahí
Sin tenernos que hablar
Nada.

De lejos
¿Por qué no funcionó?
Soy como otra tú
Tu eres igual que yo.

Los animales de Bremen están quebrados por el abandono, pero logran —a medida que se van haciendo amigos, y a través de la música— encontrar un lugar en el mundo. En el intertanto, viven más peripecias que los animales del cuento de los Hermanos Grimm, y que hacen que la historia se haga cuesta arriba para ellos: se encuentran con estafadores, asesinos, políticos ladrones. No quisiera contar el final de la película, si es que hay alguno, pero Briceño trastoca en parte el sentido del cuento original para plantearnos otra pregunta: ¿qué hay en el deseo de llegar a Bremen? ¿Cuál es el empeño por lograr el éxito, por cumplir nuestros objetivos y alcanzar nuestras metas? ¿No es aquello más que vanidad, como dice el Eclesiastés? O quizás, como parece plantear Bremen, no existe un camino para lograr lo que anhelamos. “No hay un mapa para el éxito”, dice un personaje en la mitad de la película, y esa frase resume en gran parte la historia de estos animales y de las propias bandas formadas por Briceño.

No es tan curioso que Briceño haya decidido terminar su aventura con Ases Falsos con una película. Su música siempre ha estado vinculada con el deseo de contarnos historias y en ese sentido es un alumno aventajado del narrador anhelado por Walter Benjamin. Briceño no parece escribir sentado solo en su gabinete, sino que quiere entretener y transmitir una experiencia, la que ha vivido como músico. Alejada de cualquier clase de éxito convencional, su obra es más bien el reflejo de que todo aquello que se hace se arregla sobre la marcha, y de que en el deseo de controlar el futuro hay también una derrota. Bremen, como película, es también un reflejo de aquello. Briceño debe ser consciente de las deficiencias técnicas y narrativas de su película (aunque no sea un experto en cine, es fácil darse cuenta de que Bremen posee varias, pero son compensadas con su humor, su caos y la ternura de los personajes), pero quizás ha preferido mostrarla así, no como un producto perfectamente logrado, sino como un intento de dar forma a los inconexos caminos de la creación artística y de la vida misma.

 


Bremen (2024), escrita y dirigida por Cristóbal Briceño, 108 minutos.

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