Dance, Dance, Dance: apuntes sobre la estética disco

Lo disco nació gay, latino, negro, femenino, electrónico, anónimo, urbano. De pronto, fue toda esa mezcla la que hizo que muy pocos libros y casi ninguna película dieran cuenta en su momento de su verdadero alcance. Sin embargo, hoy puede apreciarse la magnitud de un fenómeno que aportaba alegría, tensión sexual y liberación. “Quizás el verdadero pecado de lo disco no fue lo kitsch; era lo corporal”, plantea el autor de Sudor.

por Alberto Fuguet I 16 Diciembre 2016

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1. Todos los clubes y fiestas itinerantes con DJs vienen de la música disco, definida por el crítico Jon Pareles como root music, es decir, música cuyas raíces permitieron la aparición de otra música: hip-hop, trance, techno, house… capaz que cumbia villera, reggaetón y axé.

¿Cuánta banda o artista pop respetado surgió de las cenizas de lo disco? ¿Pet Shop Boys? ¿Madonna? ¿Todo el Brit Pop?

Pero esto no será acerca de los innumerables hits de lo disco ni de su legado musical. Hay una estética disco que supera los excesos del supuesto vestuario (supuesto, sí) que es lo que, entre otras cosas, le dio a lo disco mala fama. Se habla mucho del punk. Patti Smith ahora escribe libros; se tilda a Bolaño de tener una actitud punk. Hubo un gesto disco.

Sigo: ¿hay una prosa disco?

¿Cuál es la gran novela disco?

¿Existió un cine disco?

No, no es Fiebre de sábado por la noche. Veamos.

2. Hay algo fascinante en intentar plantar algo en terrenos abonados con escoria. Muchos ecologistas o adeptos al compost o simplemente agricultores sagaces saben que esta práctica da –en efecto– frutos. Pero el mundo cultural es más tímido o reticente a la hora de trabajar con elementos que pueden ser considerados por la mayoría como basura. El pop, por lo general, es basura hasta que sobrevive al paso del tiempo. Impresiona la cantidad de enemigos que posee. Hace poco me preguntaron si no me daba miedo ser demasiado pop.

Que quizás era demasiado contemporáneo.

¿No crees que el presente eventualmente pasará?, me preguntaron.

Respuesta: “Sí, el presente tiende a hacer eso”.

Supongo que el aquí y ahora se puede narrar de manera urgente o bien se puede negar, para así esperar a que se convierta en historia y exista la distancia suficiente, además del componente retro y la nostalgia. En el caso de lo disco hay que sumar la irrupción del elemento camp, que salpica de ironía el material que sirve de materia prima.

¿Era camp la onda disco?

¿Es realmente un momento en que la cultura popular tocó fondo?

Todo esto lo pienso mientras leo las pocas novelas de esa época que se escribieron acerca de la onda disco. Casi todas son novelas gay o de autores gay, algo que no sorprende y quizá sea una de las razones de que no exista algo así como un gay disco literario: hubo poco, fue marginal y fue escrito por autores políticamente incorrectos, no asimilados, mirados con sospecha. También veo algunas películas malas y no tan malas estrenadas durante esa era.

Sobre todo he estado escuchando música disco.

Armé un playlist en Spotify.

Leo y releo tres libros que intentan diseccionar y analizar y darle perspectiva y hasta repensar lo que algunos llaman la época de las bolas de espejos, los suelos de vidrio con luces debajo y los trajes de polyester.

Acabo de terminar de leer Hot Stuff: Disco and the Remaking of American Culture de Alice Echols, The Last Party: Studio 54, Disco and the Culture of Night de Anthony Haden-Guest y La historia secreta del disco: sexualidad e integración racial en la pista de baile de Peter Shapiro (traducida y editada por Caja Negra). La conclusión es inapelable: más allá de ciertos excesos, se trató de un terremoto sísmico cultural.

Lo disco fue más que una moda cutre o un período de exceso. Como sucede casi siempre con ciertos fenómenos artístico-culturales, lo que lo arruinó (por un tiempo) fue cuando los medios masivos lo agarraron con sus dedos pegotes y lo catapultaron hacia la oscuridad de lo kitsch.

Lo disco nació gay, latino, negro, femenino, electrónico, anónimo, urbano.

3. Hoy estamos casi atosigados de novelas, series y películas que tratan directamente los años 70 o bien los tienen como telón de fondo. Dicen que dos es casualidad y tres es tendencia, pero ya la cantidad de artefactos (una palabra tan poco disco) anclados en el verano de 1977 en Nueva York se vuelve sospechosa. Ciudad en llamas, la inmensa y dickensiniana novela de Garth Risk Hallberg tiene como epicentro el apagón de ese verano mientras el Bronx ardía, el punk se oponía al disco y la ciudad se caía a pedazos. La nueva novela del veterano Edmund White (uno de los fundadores de una poética gay urbana, in-yourface y fuera del clóset) se llama Our Young Man y recrea la época disco a través de un joven modelo francés que llega a Manhattan como un producto de exportación no tradicional. En televisión dos grandes apuestas tuvieron que ver con la música y la Gran Manzana: The Get Down, de Netflix, con el australiano Baz Luhrmann a la cabeza en una descontrolada serie que desea unir el nacimiento del disco, el rap y el grafiti. Algo parecido hizo la también descontrolada (pero a la Scorsese) serie de HBO llamada Vinyl, sobre el hombre que alteró la industria musical en los 70.

Lo disco, al parecer, adquirió categoría de histórico. Una manera de entender el pasado e iluminar zonas más oscuras de nuestro presente. Cuarenta años después de los hechos propiamente tales, Scorsese se enfrenta al disco. Pero cuando a él le tocó vivirlo, se lo saltó: Taxi Driver no es un filme disco; el resto de las cintas de Scorsese de ese período son de época; acaso El rey de la comedia, de 1982, y Después de hora, de 1985, tienen un ligero aroma a disco, sobre todo en cómo se hicieron cargo de lo pop, la televisión, la idea de los medios y los centros abandonados como semilleros de tribus urbanas.

¿Cuánto se demoró lo disco para ser tema?

Como casi todo, 20 años. Hacia 1997 empezaron las primeras películas y series y novelas. The Ice Storm, de Rick Moody, regresó a esos años pero desde la mirada infantil y adolescente de un grupo de hijos de dos matrimonios suburbanos que miran con envidia la revolución sexual y cultural que ellos se están perdiendo. La versión cinematográfica de la novela, a cargo de Ang Lee, se estrenó al poco tiempo.

Cuarenta años después de los hechos propiamente tales, Scorsese se enfrenta al disco en Vinyl. Pero cuando a él le tocó vivirlo, se lo saltó.

La mediocre cinta 54 quiso ser más fiel –y más gay– de lo que la época y el estudio estaban dispuestos, y la recortaron para que no fuera tan fiel a lo que realmente sucedió en la famosa e infame disco de la calle 54.

El año 1997 estalló una obra maestra: Boogie Nights demostró que los 70, los suburbios, lo disco y el porno podían ser material de gran cine.

Al rato apareció S.O.S. verano infernal, una de las primeras cintas “blancas” de Spike Lee, acerca del infame pero ya mitificado verano de 1977 en Manhattan. Al rato se publicó la notable novela Las vírgenes suicidas y apareció la comedia televisiva That´s 70s Show. Hoy una muy nominada cinta como Escándalo americano no nos escandaliza con su banda sonora disco; más bien, nos reconforta.

¿Qué fue lo que pasó?

Transcurrió el tiempo. Los mundos que dieron origen al disco dejaron de ser subterráneos (los gays, los afroamericanos, las feministas, los latinos) y ciertos prejuicios ya no importan tanto (el disco es un arte creado por productores; el disco es una expresión pop; el disco es música bailable; el disco celebra el cuerpo y nada más) o son parte del diario vivir.

Ah, otra cosa: los artistas y la gente que estaba rescatando el disco se lamentan de no poder haberlo vivido en carne propia.

4. Una de las razones por las que lo disco ahora cuenta con mejores bonos en la cuenta bancaria es, creo, su asociación con el porno (como idea, como estética, como narrativas al alcance de la mano).

Buena parte de la legitimidad con que ahora cuenta lo disco, me atrevo a decir, es la película Boogie Nights. Y es que lo disco fue la banda sonora de varios procesos revolucionarios que hoy son parte de nuestra cultura. Lo disco integró razas y minorías en la pista de baile, y jugó un rol enorme en articular el lazo de los gays con el espacio público. Lo disco explotó gracias a la reivindicación de los derechos homosexuales; quizás lo correcto es afirmar que le tocó vivir la liberación y la visibilidad. Lo mismo sucedió con las otras minorías. Y que sus divas fueran mujeres negras que le cantaban a la unidad o el empoderamiento o simplemente al amor y al sexo, no es casualidad. Es cierto: una música que llama a bailar y amar puede ser considerada poco ambiciosa, pero después de una década de canto social la idea de pasarlo bien era casi subversiva.

Lo disco fue la banda sonora de varios procesos revolucionarios que hoy son parte de nuestra cultura. Lo disco integró razas y minorías en la pista de baile.

Si la música es una forma de socialización, el disco cumplió su objetivo con creces. Y mientras la élite blanca huía de los centros urbanos, fue lo disco lo que mantuvo a esos centros vivos. ¿El disco fue paralelo a la liberación gay o se cruzaron? Ambas cosas. El cuerpo fue visto como máquina de baile, pero también como máquina de ideas. ¿O la revolución es solo de ideas? Como dice Alice Echols en Hot Stuff: “Todos esos cuerpos que se transformaban en uno”.

La intimidad física, el sudor, los cuerpos, las pulsaciones, esos orgasmos sónicos… la idea del calor, de bailar sin camisa, hizo que los cuerpos fuertes y duros tipo alfa fueran exhibidos y deseados. “De pronto éramos hermanos; éramos los hombres que buscábamos”, escribió Edmund White.

5. A pesar de que el imaginario setentero chileno está asociado a Pinochet y a la dictadura y a un apagón cultural en blanco y negro (hubo una estética TVNDINA), lo disco tuvo éxito por estos lados. Hubo una discoteca llamada Hollywood y numerosos shows de divas disco por las pantallas y mucho color y kitsch y Festival de Viña.

6. Un amigo productor musical me dice: el disco fue el reino de los productores, de los DJs, de los que mezclaban. Lo original era la mezcla o la remezcla. La cultura de lo falso. En vez de instrumentos nobles, sintetizadores. Donna Summer fue una diosa gracias a Giorgio Moroder. Lo auténtico era el sonido, no el artista. Hasta entonces el autor era el artista compositor. Aquel que era intérprete estaba en una escala más abajo. Lo disco llevó todo lo que empezó con Motown al límite. No era falso, como decían los enemigos, pero no era cien por ciento auténtico. Era, como todo, inventado. Había narrativa. No todo era voz o letra; estaba el aura, el look, la persona. Por lo mismo, lo disco no funcionaba en vivo.

Hoy esto no causa ruido.

Antes irritaba.

A nightclub goer wears platform shoes at the 20th anniversary celebration of the film Saturday Night Fever. The disco scenes were filmed in this Brooklyn club, the 2001 Odyssey. (Photo by mark peterson/Corbis via Getty Images)

7. ¿Novelas de los 70 ambientadas en los 70? Poquísimas. He googleado, investigado, preguntado en librerías americanas. Serían apenas tres: dos novelas y un libro de crónicas. Poco traducidos, relegados a un gueto de libros gays. Dancer from the Dance de Andrew Holleran, Faggots de Larry Kramer (el mismo de la obra acerca de cómo organizarse para combatir el sida: The Normal Heart) y las crónicas de viajes de Edmund White, publicadas en la revista Christopher Street y reunidas en el libro States of Desire.

La novela de Judith Rossner titulada Buscando a Mr. Goodbar se inserta en el mundo de la noche, la liberación sexual, lo disco. La premiada adaptación cinematográfica de Richard Brooks con Diane Keaton tiene un componente disco (en todos los sentidos del término: noche, baile, gay, minoría, decadencia urbana), aunque a pesar de su valor testimonial el filme posee una mirada moralista (anti disco) que la extirpa de su matriz. Brooks cree que es “la modernidad” la que condena a esta mujer y la adaptación termina siendo la mirada de un hombre mayor blanco que filma el presente como si los animales se hubieran escapado del zoológico.

Otro libro, que no he leído, que es casi imposible de conseguir, es Cruising, el best seller sensacionalista de Gerald Walker acerca del submundo gay y sadomasoquista del barrio del Meat Packing District (hoy distrito de lujo) y que alcanzó notoriedad por la cinta de William Friedkin con Al Pacino como un policía que debe internarse en el mundillo del cuero. En su momento (1980, cuando lo disco ya iba de salida, expulsada por el americano medio blanco y también por el agote y la saturación), la cinta fue boicoteada por el movimiento gay por “difamación de las costumbres urbanas” y por insinuar que había asesinos y psicópatas entre la comunidad gay. Cruising nació muerta, pero a 36 años de su estreno merece una revisión. No es un filme homofóbico y sus escenas en discos con cuartos oscuros tienen un sentido de libertad y hermandad que sorprende.

8. A ver… no he escrito de quizás la mejor cinta disco y la más exitosa de todas (no solo eso: una de las cintas más exitosas de todos los tiempos): Fiebre de sábado por la noche. Una cinta muy superior a lo que la gente cree pero, como lo argumenta Peter Shapiro en La historia secreta del Disco, “el artefacto disco más grande de todos los tiempos fue Fiebre de sábado por la noche y era una mentira… la película era una mirada dura e inclemente sobre las limitaciones de la vida de la clase trabajadora… era una película disco hecha para una audiencia decididamente no disco…”.

Tony Manero puede ser una cinta eficaz y sin duda enferma, pero no es una cinta disco. No hay gozo, no hay liberación, no hay humor.

En efecto, Fiebre es disco sin disco. Es una cinta hétero, blanca, de barrio, con una banda sonora donde buena parte de los hits eran de los Bee Gees. No nació desde adentro; la hizo un productor vivo y un director por encargo. Su impresionante éxito global y sus distorsiones (los trajes blancos en vez de bailar semidesnudos con Levi’s 501) ayudó a elevar lo disco, y al mismo tiempo lo hundió todo. La película de Pablo Larraín Tony Manero capta, quizás sin querer, la idea del remedo de un remedo y sitúa la onda disco en medio de la dictadura chilena, donde hay poco baile y sí mucha represión en todos los sentidos. Tony Manero puede ser una cinta eficaz y sin duda enferma, pero no es una cinta disco. No hay gozo, no hay liberación, no hay humor, no hay elemento camp.

9. ¿Hubo cine disco? Algo, y es pésimo y de explotación. El cine tiende a llegar atrasado debido a su complejidad para filmar, escribir, financiar, etcétera, y las llamadas cintas disco fueron filmes torpes, rápidos, insulsos, económicos y desechables (aunque invaluables a la hora del kitsch y la nostalgia retro). Ahí figuran Roller Boogie (la moda skate); el filme coral con una estructura y una estética a lo Crucero del Amor llamado Gracias a Dios que es viernes (acerca de una disco, con Donna Summer como una aspirante a cantante que desea cantar en vivo); y ese extraño producto kitsch y naif llamado Xanadú, con Olivia Newton John intentando juntar la fantasía, lo disco, los patines y los musicales de la MGM (por algo su co-estrella era Gene Kelly). En 1980 se estrenó una costosa extravagancia llamada You Can´t Stop the Music, una fábula acerca de la creación de los Village People (sanitizada para los suburbios, heteronormativizada), que mezcló la cultura callejera con extravagancias sacadas de los musicales de los 30 y que fue dirigida por la veterana actriz y comediante Nancy Walker en su debut como directora. El filme impacta por lo torpe y tonto, pero también como “mete goles” y por hacer “friendly” la cultura del cruising y decenas tras decenas de referencias gay (como un número musical en los saunas, duchas y piscinas de una YMCA). Los Village People partieron como un grupo fuera del clóset, si bien para masificarse debió ingresar de nuevo. Así, el grupo (creado por un productor) dejó de ser acerca del Greenwich Village de Manhattan y se convirtió en la banda de cualquier pueblo del mundo. You Can´t Stop the Music es una tontera kitsch sin pies ni cabeza, que a veces parece un sketch de Plaza Sésamo. Sin embargo, pueden rescatarse dos elementos: a) ayudó a inaugurar el cine MTV clipero (MTV apareció en 1981) y b) se imaginó un Manhattan como una ciudad parecida a la de Oz, donde el café y el gris reinantes pasaron a tener los colores del arcoíris.

La estética disco en el cine sería aquello que fusionara varios elementos y no necesariamente gira en torno a una pista de baile. Todo aquello donde tuvo que ver Giorgio Moroder, por ejemplo, de inmediato gatilla y evoca tanto los excesos como los aciertos del disco. Moroder no escribió o dirigió cinta alguna, pero su llegada a Hollywood (en su maleta trajo cocaína, sensibilidad gay, fashion, cosmopolitismo, mirada multicultural, humor, liviandad y sintetizadores, además de a Donna Summer) coincidió con un explicable deseo de dejar filmar los callejones sucios y los personajes atormentados. Es probable que Giorgio Moroder no figure en los libros serios de cine por considerarlo trash o basura, aunque sus sintetizadores captaron una forma de vida, un momento. Moroder tuvo al menos tres colaboraciones clave en el cine: su lazo con el talentoso y bressoniano Paul Schrader (el guionista de cintas muy 70, como Taxi Driver y Toro salvaje) para dos filmes tan curiosos como jugados (y ultra estilizados): Gigoló americano (con su hit Call Me a cargo de Blondie) y el sexualizado remake de La marca de la pantera, con Nastassja Kinski, donde Moroder reclutó a David Bowie. Donna Summer, a su vez, le dio el espesor y el componente sexual a un filme de aventuras acuáticas llamado Abismo, con su tema Down Deep Inside (Allá tan adentro), lo que, unido a las imágenes de Jacqueline Bisset nadando con camiseta en el Caribe ayudó a hacer una de las cintas más disco de los 70 sin tener que mostrar una discoteca.

Quizás la mejor de las cintas disco es Los ojos de Laura Mars, de Irvin Kershner. Estrenada en 1978, a partir de una idea y un primer esbozo de guión de John Carpenter, esta extraña y fascinante cinta de terror se la juega en distintos frentes. Mientras NY se cae a pedazos, una elegante, fría y solitaria fotógrafa top se dedica a tomar fotos kinky de sus modelos (inspiradas en la obra de Helmut Newton, donde lo ultra estilizado se fusiona con sadomasoquismo y hasta asesinatos y choques a lo Crash de Ballard). No suena Giorgio Moroder, sino KC and The Sunshine Band y el hit Let´s All Chat. La idea de que debajo de tanta lujuria, frivolidad y superficies tipo Studio 54 hay algo oscuro, la vuelve una cinta incluso premonitoria: ¿qué es lo que ven los ojos de Laura que los otros no ven? El filme se estrenó en medio de escándalos y polémicas, y puso en el tapete el valor que tendría la publicidad y la moda en la cultura pop y general.

10. Peter Shapiro: “El disco ya no es un adjetivo negativo o una mala palabra… la imagen alegre del disco, sin embargo, nos hace recordar que el disco le pertenece a todo el mundo y que todos lo pueden reclamar como suyo… El disco fue y es la música populista por excelencia. Su predisposición a ser todo para todo el mundo –resultado de la alienación que habita en el centro de su alma– la instala como la música americana perfecta”.

11. En 1979, durante un partido de béisbol en un estadio de Chicago, en algo así como una caza de brujas, miles de vinilos de música disco fueron quebrados. Al menos no fueron quemados. Disco sucks fue la consigna, y no fue raro que el estadio estuviera repleto de hombres blancos incapaces de bailar. El disco estaba atosigando. Las malas películas no ayudaban. Por otro lado, la música de los Village People arrasaba en fiestas de familias homofóbicas. Lo disco había saturado y al mismo tiempo penetrado, como un Caballo de Troya, al enemigo. Pocos movimientos (¿fue uno o fue simplemente música bailable?) fueron tan ridiculizados, pero hoy existe y, más allá del recuerdo, sigue dando frutos y sus raíces son fuertes. Cualquiera que haya ido a bailar a un club o a una fiesta (¿vamos a la Blondie? ¿a la Divino?) sabe que la idea de bailar no ha desaparecido. Y donde hay baile o DJs hay alegría, hay ganas, hay tensión sexual, hay liberación.

¿Acaso eso es basura?

Quizás el verdadero pecado de lo disco no fue lo kitsch; era lo corporal.

Lo disco fue pop, sí, pero por sobre todo no fue cerebral. Más aún: fue capaz de ser inclusivo y de llegar a todos.

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