Mr. Robot o cómo poner en duda que lo que vemos es real

por Juan Manuel Silva Barandica

por Juan Manuel Silva Barandica I 27 Septiembre 2017

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Una organización que busca desbaratar el orden del mundo (borrando, de paso, las deudas de todos los habitantes del planeta) y reconocer el carácter informático de la realidad actual es el núcleo de una de las series de TV más revolucionarias e incomprendidas, cuya tercera temporada arranca el próximo 11 de octubre. La calidad de su guión, en gran medida, está dada por sus vínculos literarios que van desde Cicerón a Philip K. Dick: aquí vemos conspiraciones, paranoia, hackers, disociaciones y, cómo no, una interpretación del sentido que posee la muerte del padre.

por juan manuel silva barandica

“A veces la locura es una respuesta acorde a la realidad”.

Philip K. Dick, Sivainvi

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Todo comienza con una voz en off que dice: “Esto es estúpido. Quizás debería nombrarte, pero eso es peligroso. Solo existes en mi cabeza. Debemos recordarlo”. En pocos segundos, la historia se despliega. Es el setup perfecto: el narrador instala el modo en el que representará la acción, el conflicto y una pregunta. Un hombre que habla consigo mismo, escindido, que plantea como destino la posibilidad de nombrar a ese otro (esa sombra con la que dialoga) y resolver el enigma, suspendiendo el peligro. Dos temporadas después sabemos algunas cosas, como que la realidad no es la misma y un grupo de hackers llamado #fsociety atentó contra el conglomerado más grande del mundo, Evil Corp, borrando los datos comerciales y financieros de todos sus usuarios, junto con la deuda de la gran mayoría de la Tierra.

El hombre que habla consigo mismo es Elliot Alderson, vive en Chinatown, Nueva York, trabaja como técnico de informática en AllSafe (una empresa que asesora a Evil Corp y desde donde se iniciará esta extraña revolución) y es el protagonista de Mr. Robot, una serie sobre hackers transmitida por USA Network, que parecía redundar en la conspiranoia y la pobre capacidad de anticipación que exhibieran películas como Hackers, The Net y Wargames, pero que se alzó con un guión sorprendente, haciéndose de un Globo de Oro para mejor serie dramática y actor secundario (2015, Christian Slater) y un Emmy para mejor actor (2016, Rami Malek). No obstante estos éxitos, esta serie (que partiera con audiencias de casi dos millones de espectadores en sus primeros capítulos) bajó su audiencia a menos de un millón al finalizar su segunda temporada, lo que hizo que los críticos la compararan con True Detective, más por la incapacidad para seguir produciendo audiencias y demanda, que por su calidad.

Como en el despertar de un sueño, los primeros capítulos muestran a nuestro protagonista (Elliot) sin saber qué es lo que hace ni quiénes lo rodean. Trabaja en una empresa de seguridad informática junto a una amiga de infancia (Angela), con quien comparte la muerte de uno de sus padres por una negligencia de la empresa que lo subcontrata (el padre de Elliot y la madre de Angela padecieron cáncer por una mala decisión de ejecutivos de Evil Corp). Completamente paranoico por la falta de sueño y el exceso de morfina que le vende su vecina Sheyla, Elliot es llevado por Mr Robot (el fantasma de su padre) a trabajar en el grupo cyberterrorista #fsociety, que funciona en un local de flippers de Coney Island. Ahí conoce a Darlene (aún no sabe que es su hermana), Trenton, Mobley y Romero, con quienes emprenderá la tarea de destruir a Evil Corp.

Por otra parte, vemos cómo Tyrell Wellick y su esposa Joanna representan una parodia de lo que Macbeth y Lady Macbeth situaron en el imaginario shakespeariano: un talentoso y joven ejecutivo informático nórdico, que gracias a la incesante mediación de su esposa busca ascender de la manera más rápida al puesto de CEO de Evil Corp.

Al mismo tiempo, vemos cómo se comienza a perfilar la relación entre los mandamases de Evil Corp y el Ministerio de Seguridad chino, así como la subrepticia relación con un grupo de hackers chinos llamado Dark Army. Mientras todo esto ocurre, Elliot le habla a una voz que no se define y que se confunde con él mismo y las sesiones que tiene con su terapeuta (Krista), a quien ha comenzado a visitar por un arrebato de ira que lo llevó a destruir una sala de computadores en un trabajo desconocido y anterior al de AllSafe.

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El detonante es la voz, y la acción que quiebra el orden inicial es la aparición de Christian Slater, quien, vestido de chaqueta militar y jockey, comienza a acosar a Elliot. En él se conjuga la droga, la soledad, un pasado desconocido y la paranoia, cuyo origen encontramos luego de la primera reflexión: el mundo está controlado por un grupo pequeño de personas y por un sistema de poder que nos supera en entendimiento y en vastedad. En ese contexto, Elliot recibe el llamado de Slater, quien será llamado de aquí en adelante “Mr. Robot”, por un parche que lleva cosido en su chaqueta.

La serie trabaja en dos frentes: la relación de Elliot con el mundo (y de los personajes que articulan ese mundo: empresarios, hackers, compañeros de Elliot, familia y conocidos) y con la realidad. En el segundo de los términos, creo, está anclado el poder que exhibe esta representación, principalmente porque se pliega a la máxima de Philip K. Dick: “La realidad es lo que, cuando dejas de creer en ello, no desaparece”, siendo esta misma realidad (ese constructo) el que es puesto en duda por Mr. Robot, en una cierta equivalencia a la primera novela de la última tetralogía de Dick: Sivainvi (La invasión divina, La transmigración de Timothy Archer y Radio Free Albemuth).

El mismo Dick plantea: “Vivimos en una sociedad en la que las espurias realidades están construidas por los medios, el gobierno, las grandes corporaciones, los grupos religiosos y los políticos. Me pregunto en mi escritura: ¿qué es lo real? Porque incesantemente estamos bombardeados por seudorrealidades creadas por personas muy sofisticadas a través de mecanismos electrónicos muy sofisticados”.

Así, aunque la serie trate del colapso del sistema capitalista a través del modelo de control que lleva perfeccionando hace décadas (el mundo de la informática), el punto de inflexión del relato es el modo en que cuestiona la realidad y nuestra experiencia de la misma en relación a la droga, los recuerdos, los sentimientos y la locura. Esto, pues como el mismo Dick plantea: “Vivimos en una sociedad en la que las espurias realidades están construidas por los medios, el gobierno, las grandes corporaciones, los grupos religiosos y los políticos. Me pregunto en mi escritura: ¿qué es lo real? Porque incesantemente estamos bombardeados por seudorrealidades creadas por personas muy sofisticadas a través de mecanismos electrónicos muy sofisticados”.

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Hay un destacado político romano de la era tardorrepublicana llamado Lucio Sergio Catilina, a quien se lo recuerda (entre la nubosa imaginación de cronistas e historiadores) por la primera “Catilinaria” que declama Cicerón a raíz de un fallido golpe de Estado que intenta dar el año 63 a. C., en la que se pregunta: “¿Hasta cuándo Catilina abusarás de nuestra paciencia?”. El político, luego de haber perdido las elecciones, busca enrielar su carrera mediante la violencia, urdiendo un plan para revolucionar el Imperio, quemar Roma y matar la mayor cantidad de miembros del senado posibles. Y aunque a primera vista parezca otra de las curiosas historias con las que comercian trujamanes, esta ha sido origen de una multiplicidad de literaturas futuras, creo, por la razón con la que diseña su famosa insurrección: la eliminación de la deuda. Lo que hace particular a Catilina es este argumento el de las tabulae novae, es decir, la vuelta a cero con respecto a la dependencia de los ciudadanos atrapados por el consumo.

Dos mil años después, el guionista Sam Esmail toma este motivo y lo instala en una sociedad que está construida sobre la especulación, el dinero electrónico y la creación desmesurada de deudas como condiciones de vida para un ciudadano. Esto, sumado al control que la tecnología presupone, hace que toda la inteligencia del mundo esté cifrada en la coerción de los sujetos, cuestión que busca subvertirse desde el mismo soporte que permite la inmaterial esclavitud de cada persona por su consumo. Mr. Robot reactiva el motivo de las tabulae novae con una superficie de bienestar social y mesianismo (“Solo quería salvar el mundo”, dice Elliot Alderson durante el capítulo nueve de la primera temporada, mientras suena una versión en piano de “Where is My Mind” de los Pixies), aunque con una veta profunda de cyberanarquismo individualista que conecta ese carácter mesiánico patente con una voluntad de aniquilación igualmente divina, una que deje en cero la realidad, que borre la ilusión (Walter Benjamin en “Para una crítica a la violencia” habla de “violencia divina” en estos términos) capitalista, pero también esa nube de divinidad que envuelve a lo real, y que, en el fondo, hace que Alderson se cuestione desde el primer momento si lo que narra y la experiencia es verdad.

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En Mr. Robot, al igual que en Sivainvi, el conflicto por lo real está trazado por binomios o doblajes. En la novela de Philip K. Dick se da, principalmente, entre el narrador llamado Philip K. Dick y Amacaballo Fat, un personaje que se confunde con Dick y que acaba por fundirse ante la caída del velo en que la novela se sitúa, dejando en claro que Philip viene de philis, que etimológicamente es el “amigo de los caballos” en griego y que Dick significa “gordo” en alemán. Por lo mismo, que el personaje sea una traducción del narrador provoca que el doblaje opere como una disociación especular, en la que cada uno se refleja en el otro. Mientras el narrador da curiosas explicaciones síquicas al proceso de disociación (a través del abuso de sustancias y la insania) que existe entre el narrador y el personaje, la novela se despliega como el mensaje de una revelación: que detrás del orden oscuro se asoma la iluminación divina, aunque tal experiencia (en el caso de Dick) sea el de una inteligencia artificial, es decir, información pura que pone de manifiesto el carácter informático, matemático y numérico de lo real. Así, creo que tanto la conspiranoia (de la que hablan muchos críticos), el doblaje y la puesta en duda del estatuto de lo real en Mr. Robot, están directamente relacionados con el universo de Philip Dick.

Si bien en Mr. Robot no se deja ver ese mesianismo que es central en la obra de Dick, hay una sensación de inminencia o advenimiento que tensa la trama. Por lo mismo, no parece azaroso que en algún momento de la primera temporada, Mr. Robot (el padre de Elliot) le diga: “Se suponía que solo sería tu profeta, tú debías ser mi Dios”, mientras que Tyrell Wellick (un alto ejecutivo tecnológico de Evil Corp) lo llama por teléfono durante la segunda temporada para recordarle que fueron dioses esa noche cuando hackearon a Evil Corp. Esto, porque hay una suerte de pacto fáustico, que compromete a los participantes de #fsociety en la tarea de cambiar el mundo. Podría decirse, entonces, que la presencia de Mr. Robot en la serie es el catalizador de los cambios que acciona Elliot, pues sin ese fantasma de su padre no habría encontrado el enemigo a derrotar.

Quizás de ese atavismo familiar al que se ven arrojados Hamlet y Elliot es de lo que nos habla Mr. Robot: contar historias para no morir, para recordar al que ya se fue, pero también historias que siembren vientos, que urdan el caos en un teatro pobre y podrido, para que reine la confusión y la muerte.

Entre los muchos espejeos y doblajes de la serie, está el que se da entre Elliot y Mr. Robot, el que se presenta entre Tyrell Wellick y Elliot, el que existe entre Darlene y Angela, y la relación entre Whiterose (la jefa del grupo de hackers chinos Dark Army) y Zheng (el ministro de Seguridad chino). De estas identificaciones tácitas, quizás las más interesantes sean las que se dan entre Elliot y la voz, y entre Mr. Robot y Elliot. Y si la primera temporada busca solucionar la segunda relación, exponiéndola, la segunda temporada (bastante más oscura) indaga en la relación que establece Elliot consigo mismo. Esto, pues pareciera que, al igual que en la novela de Dick, Elliot se desdobla en una voz para ganar cierta objetividad: “Yo soy Amacaballo Fat y estoy escribiendo esto en tercera persona con el fin de ganar la tan necesitada objetividad”.

Junto a esto, Amacaballo y Elliot coinciden en el delirio, la conspiranoia, la muerte de una mujer (como motor de cambio) y el falso doblaje, cuestión que en Mr. Robot se quiebra al comprender que el personaje que activó su cambio no es más que la imagen y voz de su padre muerto (condición que hizo que conociera a su mejor amiga, Angela, y compartiera con ella el odio a Evil Corp). Su padre, el döppelganger que lo asalta y provoca que se una a #fsociety (y que, eventualmente, descubra que él pensó y desarrolló el plan de revolución a través del grupo), patentiza la disociación de Elliot con respecto al mundo (ya sea por la droga, la locura, la depresión o un colapso nervioso); lo interesante es que lo hace como en otras obras literarias. Pienso en Los siete locos, de Roberto Arlt o El club de la pelea de Chuck Palahniuk, novelas en las que la incapacidad del personaje se ve suplementada por un colectivo, por una organización secreta que busca desbaratar la gran organización del mundo. La diferencia específica con estos textos, fundamentalmente, está en la consideración de la materia. Y en esto Philip K. Dick es implacable en su juicio, uno que deriva de una experiencia mística (muy comentada y citada) el año 1974, a través de la cual se dio cuenta de la vieja lucha gnóstica entre la luz y la oscuridad, y el carácter informático de la realidad. En este sentido, si el objetivo es hackear al enemigo sin rostro que representa Evil Corp, el mismo ejercicio del hackeo pondría en escena el carácter informático del mundo. Philip K. Dick, en su última entrevista, define su relación con una realidad desbordante, codificada y en una tensión potente, como: “Nuestro trabajo es cambiar el presente y por eso cambiar el futuro. Por eso no podemos juzgar. No estamos para juzgar a la gente. Estamos aquí para cambiar el mundo”.

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Elliot Alderson urde un laberinto de acciones para poder enfrentar un hecho traumático, que pareciese ser el que configuró y sigue rigiendo su mundo. La muerte del padre (representada por el fantasma de Mr. Robot) es tanto la manifestación de lo que debe hacer y ser Elliot como el recuerdo de la vida trunca de su padre: si sus palabras pareciesen tener un tono de autoridad, su mensaje indica el arrojo, el caos y la destrucción.

En esta triada de vectores que sugiere el fantasma/döppelganger de Elliot, desde luego, advierto otra presencia, una cenital, que ilumina lo que puede terminar ocurriendo con el relato mismo. Aunque obvia, la referencia es a Hamlet, quien se representa a sí mismo para descubrir la trama oculta de un asesinato. Y aunque en Mr. Robot esto se explicita durante la primera temporada, el por qué a la revolución que emprende Elliot, pienso, puede estar en la imaginación de Shakespeare. Aunque la muerte del padre sea uno de los traumas centrales en la tradición occidental, también su muerte es lo que permite que el hijo ejercite su libertad. Quizás de ese atavismo familiar al que se ven arrojados Hamlet y Elliot es de lo que nos habla Mr. Robot: contar historias para no morir, para recordar al que ya se fue, pero también historias que siembren vientos, que urdan el caos en un teatro pobre y podrido, para que reine la confusión y la muerte.

 

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