Greil Marcus: “El punk es un espíritu vivo”

por Marisol García

por Marisol García I 29 Diciembre 2016

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Una muy discutible lectura histórica ha fijado 2016 como el aniversario de los 40 años del punk. Pero el ensayista que primero se tomó en serio ese movimiento no entiende la necesidad del hito ni que se le mire en retrospectiva. Para el autor del siempre citado Rastros de carmín y de decenas de libros sobre cultura popular, los fenómenos musicales se conectan misteriosamente entre épocas y lugares distantes. “La gente choca una y otra vez con las mismas paradojas modernas, estén en el arte, la economía o la política”.

por marisol garcía

Al menos 12 de sus libros están traducidos al castellano, pero Greil Marcus asegura no estar al tanto de cómo esas publicaciones circulan y se comentan (aunque su hija, “de castellano fluido”, de vez en cuando le traduce reseñas de revistas, admite).

En septiembre, el autor de Mystery train y Rastros de carmín participó en un seminario en Barcelona, y se sorprendió allí del entusiasmo y la precisión en los comentarios de varios lectores suyos con los que se topó. “No me lo esperaba, fue muy gratificante –dice al teléfono desde Minneapolis, en su primera entrevista para un medio chileno–. Les pierdo la pista a los libros luego de que se publican y se largan. Es lindo que en algún lugar lejano te hagan recordarlos”.

¿De verdad Greil Marcus ignora que lejos de Estados Unidos su nombre como crítico y comentarista de cultura popular es una referencia? Está aquí y allá en las reediciones incesantes de sus ensayos, en citas suyas en vigente circulación, en ideas robadas; incluso en el ejemplo de rigor y desprejuicio fijado por él para pensar la música popular, distante del periodismo promocional, el sobreanálisis académico y la trivia rockera.

Marcus no es solo un ensayista influyente: inventó un modo de escribir sobre música popular. Es considerado el más importante analista vivo del género (“un crítico con superpoderes”, según el New Yorker), aunque no parezca interesado en detenerse en tomarle el peso a esa relevancia. Con 71 años continúa publicando libros a un ritmo constante, colabora en medios como Artforum, Village Voice y Rolling Stone, y mantiene una columna regular en la web. En greilmarcus.net vincula, con gracia y total libertad a “Jessie’s girl” de Rick Springfield con la provocación pionera de Chuck Berry; los egos homologables de Donald Trump y Kanye West; o el brillo del comentarista de televisión John Oliver frente a la angustia existencial latente en algunos singles de Rihanna.

–Partí la columna –asegura– como un desafío: escribir sobre todo tipo de cosas, algunas simples (momentos en los que algo me golpeó), algunas complejas (muy brevemente, pero con una noción de acontecimiento, de novedad, incluso si eso me hacía volver a escuchar algo del pasado de un modo nuevo). Me divertí. Nunca ha dejado de ser un desafío, aunque no puedo otorgarle un valor literario ni aspirar a que zanje un debate. La extensión variable y el uso de links agrega medios de descripción, localización y conectividad que siempre están cambiando.

–Al leer las columnas, es grato que no parezcan la promoción de nada.

–Tienes razón. No es publicidad, y hay mucha escritura sobre música que lo es.

–Usted ha sido particularmente productivo en el último tiempo. Al menos 10 libros desde el año 2000.

–Sí, a mí mismo me sorprende. A veces me pregunto cómo lo hago. Una respuesta es que escribo con rapidez. La historia del Rock and Roll en 10 canciones lo escribí en tres meses y medio. A propósito, ese libro salió antes en español que en inglés (en 2014, por editorial Contra). Otra respuesta es que ando mucho tiempo con las ideas en la cabeza, las llevo dentro mío y, cuando me siento a escribirlas, corren sin problema.

Marcus no es el tipo de escritor de música ocupado en tendencias, movimientos ni extensas biografías. Tres de sus libros, por ejemplo, tratan sobre canciones. Tiene incluso un libro completo sobre una sola canción: Like a Rolling Stone. Bob Dylan at the Croassroads (2005). “Se fue convirtiendo –explica– en un modo de trabajo: partir con algo pequeño y aplicarle presión, en un sentido intelectual. Si pones mucha presión ya sea sobre una canción, una película o pocas páginas de un libro verás cómo se agrandan, y se estrujan, y van mostrándote más y más conexiones. Yo solo trato de seguir ese pequeño objeto a donde vaya. Por eso creo que en los últimos años he ido interesándome cada vez más en partir de lo pequeño, y tan solo quedarme ahí. Estoy convencido de que en una canción, en un breve acontecimiento histórico o en una forma artística, puedes encontrar todo un mundo.

Marcus era el hombre adecuado para hablar al cierre de la gran exposición sobre punk montada entre mayo y septiembre en el Macba de Barcelona. ¿Punk en un museo? ¿En una charla con invitados internacionales? Por supuesto. Hace casi 30 años, con Rastros de carmín, el estadounidense invitaba a tormarse al punk muy en serio, pues eran transformadoras las inquietudes sociales y artísticas que acechaban bajo su breve descarga eléctrica, canto displicente y estética a tijeretazos. Ese ensayo asombroso y provocador se permitió buscar coincidencias entre elementos jamás relacionados: asoció la revuelta de los Sex Pistols y compañía a movimientos previos de vanguardia en Europa, como el situacionismo y el dadaísmo, y a profundas disrupciones juveniles, como Mayo del 68.

Fue un texto osado sobre música popular, activismo y descontento social que no ha dejado de venderse y citarse desde su publicación, en 1989. Al presentar citas, personajes y performances nunca considerados por los rastreadores de claves históricas, Rastros de carmín ensanchó por sí solo el cauce de lo que hasta entonces había ordenado la escritura sobre música popular. “Es un libro –agrega– sobre el cual aún me piden hablar. Y no me sorprende, porque sobre punk debemos seguir atentos: es un espíritu vivo”.

–Ese libro muestra que el arte popular del siglo XX está lleno de coincidencias. ¿Considera que eso sigue sucediendo?

–Depende de la perspectiva de quien mira. Me asombra cómo la gente separa en tiempo y espacio sucesos que perfectamente podrían estar en el mismo tiempo y espacio, incluso entre personas que no pueden hablar el mismo idioma. No me interesa ese tipo de escritura que dice que A influenció a B que a su vez influenció a C, sino contar cómo la gente choca una y otra vez con las mismas paradojas modernas, estén en el arte, la economía, la política… Se nos dice que algo así no tiene sentido, que esas coincidencias son imposibles; y así podemos convencernos de que actuamos libremente. Pero cuando la gente reacciona y grita: “¡No! Esto no anda bien”, podemos captar al menos el eco de otro grito previo similar.

El llamado “Escándalo de Notre-Dame” es uno de los pasajes inolvidables de ese libro, y es el mejor modo de entender por qué el punk puede ser un espíritu de raíz añosa y futuro aún por trazar. Allí Marcus se detiene unos párrafos en el movimiento letrista, activo en Francia desde los años 40, y que activó la lucha social a través del arte y la cultura según la inspiración teórica del Dadá y el surrealismo. Durante la misa del día de Pascua de 1950 (transmitida en vivo por televisión), uno de los miembros del letrismo, Michel Mourre, entró vestido de monje a la catedral de París para gritar desde un púlpito una proclama antieclesiástica que incluyó la frase “Dios ha muerto”.

Para Marcus, esa irrupción anticatólica en París fue, esencialmente y sin saberlo, un gesto punk. La lección de Rastros de carmín es que entre diferentes países y décadas hay gestos e ideas que se concatenan.

–Muchas de las historias que yo cuento en el libro continúan, mucho más allá de su tiempo –destaca Marcus–. Por ejemplo, hace poco hubo una cierta recapitulación del acto de Michel Mourre. No diré remontaje, porque eso sería restringirlo solo a un referente. Hace tres años, en febrero de 2013, un grupo de mujeres del colectivo Femen irrumpió en topless, de nuevo en Notre Dame durante una celebración de Pascua. Dentro de la catedral hubo alaridos, gente que corría y se tiraba el pelo. Se volvió una celebración de verdad increíble. Y, en contexto, fue como tomar la más salvaje fantasía de Michel Mourre y volverla real.

–Sin exactamente imitarlo.

–No. A los dos días apareció el más estúpido de los artículos de opinión que hablaba de esta irrupción como si fuese un remedo de la historia de Mourre, y explicaba casi didácticamente lo que había sucedido hacía 60 años, como queriendo develar que esto de Femen se trataba de algo sin ninguna originalidad. Pero yo creo que esas mujeres no sabían nada de Michel Mourre. Tan solo fueron los mismos instintos, el mismo sentido del drama y de la provocación. Es fantástico, porque nadie esperaba algo así. Poco después de esa irrupción, un político de derecha entró a Notre Dame y se disparó en la cabeza frente al altar, supuestamente como protesta contra el matrimonio homosexual. Háblame de violencia: un buen católico. Al día siguiente, entró a la catedral una mujer que se sacó la blusa y se escribió sobre el torso: “Que los fascistas descansen en el infierno”, celebrando el suicidio del tipo. Así, en poco tiempo, Notre Dame se había vuelto el centro más provocador y activista de París, y de alguna forma se cumplía la fantasía de convertir una catedral en un lugar de protesta pública. Estas historias que se repiten no son un tributo: es un espíritu que se mantiene vivo.

Pussy Riot 1

El grupo Pussy Riot irrumpiendo encapuchadas en la catedral ortodoxa del Cristo Redentor de Moscú.

–Para famosas protestas en catedrales también estuvo hace cuatro años lo de Pussy Riot, en Moscú.

–Por supuesto. Recién estuve en Iowa para dos conversaciones sobre estos asuntos, y en el mismo teatro en el que yo hablaba se presentaban esa noche Pussy Riot. La coincidencia primero me pareció graciosa y más tarde comenzó a inquietarme.

–¿Qué cree usted que define al punk?

–Es el espíritu de libertad, de autodescubrimiento, de inmersión en tu propia historia. El punk es un vehículo que empuja a la gente a validarse a sí misma. Lo que hace el punk, según yo lo veo, es exigirte que hables por ti mismo. Y te entrega una forma poética o musical, de arte visual o de escritura, para que lo hagas. Cuando escuchas buenos discos punk, te dicen: ¿te gusta esto? Okey, ¿y ahora qué dices tú? Te exigen una respuesta. Y entonces la gente continúa respondiendo hasta hoy de diferentes maneras. Algunas veces forman bandas, otras veces se vuelven escritores.

–No puedo dejar de preguntarle sobre el premio Nobel a Bob Dylan, sobre quien usted lleva escribiendo más de 50 años. ¿Le ha parecido un debate justo el que se ha dado en torno a esto?

–No es una cosa de justicia. Sucede que no me interesan para nada los argumentos de por qué esto haya sido algo fantástico ni de por qué pueda ser un crimen contra la literatura. Nunca le puse atención a las discusiones sobre si lo que hace Dylan es o no poesía. Tampoco me parece que un premio así lo legitime, como si lo necesitara. El mejor argumento contra la entrega del Nobel a Dylan se lo escuché al dueño de una pequeña librería aquí en Minnesota: “La Academia no consideró nuestro negocio. Después de cada Premio Nobel llega mucha gente a comprar los libros de ese autor, lo conozcan o no. Pero Bob Dylan… tiene muy pocos libros”. Entonces, lo que diré es que el comité del Nobel debiese haber pensado en ellos: los pequeños libreros.

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