La obra En fuga no hay despedida funciona como algo más que un homenaje a Violeta Parra. En este montaje, escrito por Luis Barrales, la semblanza biográfica tradicional o la recreación de los momentos cruciales en su vida quedan proscritos en favor de una estética teatral que mezcla, a manera de un collage, música en vivo, materiales documentales y ficción.
por Galo Ghigliotto I 13 Septiembre 2017
En diversas notas de prensa se habla de En fuga no hay despedida como de un homenaje a Violeta Parra. Sin embargo, la propuesta logra mucho más que eso. El montaje, dirigido por Trinidad González y escrito por Luis Barrales, tiene una duración de poco más de dos horas, aunque ese tiempo es preciso para la diversidad de enfoques que el elenco ofrece para merodear la figura de la cantautora, poeta y arpillerista. En esta obra, la semblanza biográfica tradicional o la recreación de los momentos cruciales en su vida quedan proscritos en favor de una estética teatral acorde con la obra de la homenajeada, donde se hace evidente un profundo trabajo de investigación que da como resultado un espectáculo musical y escénico donde la naturalidad de sus personajes es una de sus características más plausibles.
Las luces se encienden y asoman sobre el escenario una serie de instrumentos musicales que parecen parte del decorado, pero pronto empiezan a cobrar vida en voz y manos del elenco. Actores y actrices resucitan a diferentes cantores y estilos, donde más de un intérprete tiene la oportunidad de ser la protagonista. No hay una sola Violeta, sino muchas, o todas, quizás como manera de representar la idea de lo colectivo, de la creación grupal, siguiendo los preceptos de Violeta quien, recreada en una entrevista, señala: “Todo el pueblo de Chile es artista”. Eso es también algo que quisiera señalar el elenco, cuando canta y toca instrumentos con un virtuosismo notable.
Funciones de miércoles a sábado, a las 20.30 hrs, en el GAM. $8.000 Gral. $3.000 Est. y 3ed. Para mayores de 14 años.
Como en otras obras escritas por Barrales, hay momentos en que los actores discuten sobre la puesta en escena y su personaje central, de ese modo se hace claro cómo la obra mezcla ficción y realidad en todo su texto. Por momentos sabemos que es Violeta Parra hablando, a través de sus décimas, de sus frases célebres acuñadas en entrevistas en castellano o francés, pero en otros momentos se perfila con claridad el estilo tan propio de Barrales, en su versión más poética. “La rabia se hizo yo”, por ejemplo, es una frase –un verso, mejor dicho– que podría remitir a otras obras del dramaturgo, pero se hace perfecta en boca de Violeta, donde se suma y mezcla con payas que también suenan a rap, sorprendiéndonos con la posibilidad del encuentro entre modos de expresión popular tan lejanos en época y distancia.
El encuentro es un concepto clave en la concreción de este montaje, no solo por las mezclas que presenta entre biografía y ficción, épocas y personajes –elementos que podrían hablar de un típico rasgo posdramatúrgico–, sino porque en este caso avanza un paso más hacia lo vivencial, hacia la historia oral/cantada, convirtiendo ese ánimo de collage en un mestizaje, semejante al sincretismo que ha sido fundante de nuestra cultura.
El homenaje, entonces, va de la representación a la mímesis, convirtiéndose en un saludo entre la época de la desaparecida Violeta y la época de este grupo de artistas, quienes logran alcanzar, desde el teatro, su dimensión estética; un encuentro entre los fantasmas y los que se han hecho carne otra vez, marcando el inicio de una época promisoria. Sin ir más lejos, hay una escena, un encuentro de Violeta con una de sus hijas, en que la madre pregunta desde el más allá qué ha sido de su país: todos conocemos la respuesta y es aterradora. Sin embargo, da la sensación de que un montaje como este fuese otro síntoma de la lenta recuperación del batatazo que aturdió la escena cultural de Chile poco después de la desaparición de Violeta; da la sensación de que han regresado los cantores, de que uno podría recorrer el campo y encontrar a viejos guitarristas conflictuados entre la guitarra y el arado.
Hay vida en este montaje, hay honestidad. Sabemos que Violeta ha aceptado volver a conversar, sentarse frente a nosotros y tocar su guitarra, aunque quizás no lo merezcamos.