Ser “el hijo de…” nunca es fácil, pero Ángel Parra logró forjar una historia propia y poderosa, llena de canciones, discos, libros e historias con otros músicos. Sus huellas están desperdigadas en la cultura latinoamericana. Estas son algunas.
por Jorge Leiva I 15 Marzo 2017
“La voz de Ángel es sagrada. Aquí escuché su disco con atención y cariño. Es muy lindo, pero hay fallas que corregir y superar”. Es el año 1965 y en una carta desde París, Violeta Parra le comenta a su hija Isabel sobre el disco de Ángel, su otro hijo. Él tiene 22 años, acaba de editar su LP debut, Ángel Parra y su guitarra. Vol. 1, y su madre lo celebra: “Es el mejor cantor chileno del momento”. Aunque enseguida le advierte una cosa: “Pero que no se tuerza”.
La carta, que aparece en Libro mayor de Violeta, publicado por Isabel Parra en 1985, dibuja lo que puede significar ser hijo de Violeta Parra. Ella no exige rigor y dedicación como cualquier mamá. Ella exige como Violeta Parra.
Ángel y su hermana Isabel crecieron con esta madre enorme, que de repente partía por meses a otras partes de Chile y que desde pequeños les enseñó que debían tomarse en serio su oficio musical. Ángel lo dice en su libro Violeta se fue a los cielos: “Mi madre no nos daba consejos, nos daba ejemplos. Sin un peso, pero con su ejemplo salimos adelante, rompiendo ese círculo infernal que es nacer pobre y sin educación. Puedo decir que fuimos hechos a mano”.
Hace pocos días, el camino de Ángel llegó a su final: el sábado 11 de marzo falleció en París, aquejado por un cáncer contra el que luchó largo tiempo. Tenía 73 años y estaba plenamente activo. Había presentado un disco y un libro el año pasado, y se aprontaba a encabezar las celebraciones del centenario de Violeta este 2017.
Grandes de la cultura y de la música salieron a recordarlo. Ángel Parra grabó más de 70 discos, escribió una decena de libros, cantó con músicos de todas las generaciones y su actividad artística comenzó cuando era un niño y duró hasta pocos días antes de su muerte. A continuación, reseño unas cuantas puertas de entrada a su obra abundante. Las más vistosas, que quedaron en todos los chilenos y en otros músicos que alguna vez lo guiaron, lo siguieron o lo acompañaron.
Tal vez es el tema de amor más cándido de la Nueva Canción Chilena: “Quítame la cordillera / Quítame también el mar / Pero no podrás quitarme que te quiera siempre más”. En 1972, el realizador Hugo Arévalo hizo con ella lo que llamaba una “canción filmada”. Por eso hay un videoclip con Ángel, la “musa” inspiradora de la canción, Marta Orrego, y sus dos hijos pequeños, Ángel y Javiera.
Ángel Parra grabó muchas canciones de Violeta Parra, antes y después de su muerte, pero esta tiene un valor especial: nunca la grabó Violeta, y por eso su versión de 1970 (en su disco De Violeta Parra) es en rigor la versión original. La canción, con ritmo de parabién, fue uno de los emblemas del movimiento estudiantil del 2011 en Chile y tiene decenas de versiones.
Esta canción apareció por primera vez cuando se cumplía un año del gobierno de Salvador Allende y uno de los partidos de la Unidad Popular, el MAPU, editó el disco Se cumple un año ¡¡¡Y se cumple!!! Allí venían discursos de Allende y varias canciones, entre ellas la de Ángel. El testimonio de un trabajador que, optimista y esperanzado, saluda los tiempos que se viven. “Como se acaba la noche oscura”, dice. En 1972 da nombre a un disco LP. Aún es la canción más representativa de Ángel Parra, y es también un certero retrato de su tiempo.
Esta canción es un tema del folklore que Ángel aprendió de niño y que recopiló Violeta Parra. La entrañable historia de un campesino que quiere deshacerse de un caballo al que quiere, pero que tiene una evidente ineptitud para todos los oficios. La canción la grabó por primera vez en agosto de 1963, en París, cuando ella y sus hermanas viajaron a la capital francesa y grabaron el disco Au Chili avec los Parra de Chillán. En el 2016 la incluyó en el que es el último disco de su vida: Al mundo niño le canto, una reedición de un disco de canciones infantiles que grabó en 1968.
Esta es una canción de Juan Pablo Orrego, músico de Los Blops, y sobrino político de Ángel… Los Blops era una banda de rock nacida en la mitad de los 60, que habían grabado un primer disco con Dicap, la etiqueta discográfica del Partido Comunista, pero que por su actitud hippie fueron descartados del sello para una segunda grabación. Entonces Ángel produjo y financió el nuevo disco, en 1971. Y cantó una canción que es un poderoso retrato de su tiempo: “Ven que te quiero decir, dar compartir, tanto querer / Ven que tenemos los dos mirar, callar, tanto que hacer”. El disco se llamó simplemente Blops, pero ha pasado a la historia justamente como Del volar de las palomas.
Este es un disco doble, que fusiona dos de sus facetas y que se plasman en dos discos distintos, uno por lado. Por la cara A, seis canciones que Parra llamó “funcionales”. Sus clásicos “La democracia” y “La televisión”, y otros varios sarcasmos sobre personajes urbanos. La guitarra es del Blop Julio Villalobos. Por el Lado B, otro disco: Ángel Parra interpreta a Atahualpa Yupanqui, que tiene cinco canciones del cantautor argentino. “No es la bulla la que hace rockero a este LP: es la actitud”, lo describe David Ponce en el libro Prueba de sonido, en una afirmación que se confirma en la inmortal carátula.
Ángel Parra fue uno de los miles de chilenos encarcelados por los militares tras el Golpe. Estuvo en el Estadio Nacional y luego fue trasladado al campo de concentración en el campamento salitrero abandonado de Chacabuco, donde permaneció hasta enero de 1974. En su despedida, se le permitió hacer un pequeño recital para los militares y algunos internos autorizados. Junto a él tocaron un grupo de presos, que se llamaron para la singular ocasión como Grupo Chacabuco. Uno de ellos (que moriría después en ese mismo lugar a causa de las torturas) lo grabó en un cassette, que logró salir del lugar y ser editado en 1975 como disco en Europa. A pesar de sus deficiencias técnicas, el disco Chacabuco es un poderoso documento histórico, cuyo sonido triste revela lo que estaban sintiendo en esos días buena parte de los chilenos.
En 1988 se acabó el exilio, y miles de chilenos pudieron volver a Chile. Y cuando aún estaba Pinochet en el poder, Ángel Parra dio el primer recital en su país tras 16 años. El concierto abre con una canción que compuso para ese momento: “Volver a caminar”, que dice: “Se ven las cicatrices / De lo que nos pasó / Creo haciendo justicia / Terminará el dolor”. El 6 de mayo dio ese concierto en el Teatro Teletón, que luego se editó como disco por el sello Alerce. Es un recorrido por su historia, alegre y esperanzado. Y el testimonio de una decisión: Ángel no volverá a vivir en Chile a pesar del término del exilio político.
Una mirada al trascendente movimiento musical al que él, junto a muchos otros, dio forma: la Nueva Canción Chilena. Pero el suyo no es un estudio solemne ni un recorrido exhaustivo. Es un recorrido personal, con historias, con testimonios, y con su punto de vista. Él lo dice: “Al hacer un balance pienso que no hay Nueva Canción. Solo existe para mí un canto popular que viene de siglos atrás, contando las batallas, los amores, fracasos y alegrías de los pueblos”.
“Simplemente vivencias y recuerdos”. Así definió Ángel Parra este libro que recorre la historia de su madre en primera persona, con toda la intensidad que eso significó. El libro fue llevado al cine por Andrés Wood en 2011, en una película que fue premiada dentro y fuera de Chile.
Esta es una novela que articula su propia vivencia como detenido con la dictadura, con la de Rafael. “Un jardinero poeta”, lo describe, “un poco indolente; él dice que es ‘evolucionario’ y no revolucionario”. Ángel toma distancia de su historia y los horrores, y con humor construye un relato de ese tiempo: “Yo he tratado de limpiarme y purificarme en ese tema para no vivir obsesionado, o con la lanza clavada. Yo me saqué la lanza”.
Lo dijo Ángel muchas veces: junto con su madre, su gran maestro fue Atahualpa Yupanqui. Folklorista argentino y un modelo para toda una generación, fue amigo de Ángel y en los años 60 le regaló un poema (“En el Tolima”) para que lo musicalizara. En 1969 Ángel grabó esa y otras cuatro canciones del folklorista en el lado B de su disco Canciones funcionales. Y en 1992 compartieron un concierto en Zürich, cuando Atahualpa tenía 84 años, meses antes de morir. El registro se llama El último recital, valioso testimonio de dos cumbres de la música latinoamericana y el genuino retrato de una amistad.
Si Chile conoce a Roberto Parra como el Tío Roberto es porque su sobrino fue quien se encargó de darlo a conocer al mundo. Roberto era un personaje bohemio y escurridizo, que a veces se perdía en lo que Ángel llamaba “borrascosas borracheras”. Él, con su hermana y su madre, grabaron algunas de su canciones en 1963 en París, y luego Roberto grabó un disco en 1965 con el sello EMI, pero no tuvo la disciplina de seguir como artista. Ante eso, el propio Ángel lo llevó al estudio para hacer el disco Cuecas del tío Roberto, doce canciones que son una joya del género. Álvaro Henríquez alguna vez lo sintetizó: “El mejor disco del mundo. Don Robert y Paparra cantan como nadie. Leche al pie de la vaca. Estas sí que son cuecas, no como las del frente”.
El año 2012, Manuel García fue invitado por Javiera a cantar en su disco tributo a su abuela, El árbol de la vida. La relación le permitió a Manuel (probablemente la principal figura de su generación de cantautores) acercarse a Ángel Parra. Establecieron un intercambio de cartas, que fue decantando en una colaboración para el disco Retrato iluminado, el quinto de Manuel García. Es un disco doble. Uno rockero, producido por Ángel Parra hijo; y otro folklórico, con canciones de Manuel y otras propuestas concebidas en conjunto con Ángel Parra, que puso la primera voz en varias canciones. Un “mano a mano”, como lo definió Manuel.
En la calle Carmen 340, en el centro de Santiago, estaba la Peña de Los Parra. La casona era del pintor Juan Capra, y Ángel se hizo cargo de su administración para instalar, con su hermana Isabel, una peña. El formato no existía en Chile; hasta entonces solo se tocaba música de raíz folklórica en unos pocos restaurantes orientados al turismo.
Los Parra habían vivido en París, entre 1962 y 1964, con Violeta, y allá habían conocido las peñas. En junio de 1965, de vuelta en Santiago, abrieron la suya. La gente tomaba vino, comía empanadas y veía un recital, en silencio.
Cinco cantautores formaban el elenco estable: los hermanos Ángel e Isabel, Rolando Alarcón, Patricio Manns y Víctor Jara. Un núcleo creativo que a veces tenía invitados: Quilapayún, Inti Illimani, Los Curacas, Payo Grondona, Osvaldo Gitano Rodríguez y muchos otros. Hasta 1967, una invitada frecuente era la propia Violeta Parra.
Tuvieron un sello discográfico para editar algunos de sus discos, pero también a otros músicos, como Tito Fernández y Charo Cofré. En su escenario y por sus mesas pasaron músicos latinoamericanos, como Daniel Viglietti, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa y Silvio Rodríguez. Tenía espectáculos varios días de la semana, e incluso a veces había varias funciones en una misma noche.
El formato de la peña se multiplicó por Chile, hasta que la historia se detuvo en septiembre de 1973. Para todos.
La peña nunca reabrió sus puertas. Fue allanada, y aunque hubo intentos por recuperarla tras la llegada de la democracia, hace poco tiempo la vieja casona fue derribada.