La isla Madre de Dios se ha convertido, desde hace algunos años, en punto de peregrinación para espeleólogos y geólogos franceses. Su formación a partir de piedra caliza, un sedimento de conchas y arrecifes que se da en mares cálidos y poco profundos, la convierten en toda una rareza geológica. Ubicada en los mares del Pacífico sur, a 30 horas de navegación desde Puerto Natales, la caliza de Madre de Dios es la más austral del planeta. Y todos sus misterios apenas han comenzado a ser explorados.
por Matías Celedón I 30 Mayo 2017
Desde 1997, un grupo de espeleólogos franceses visita periódicamente un extraño archipiélago situado a 30 horas de navegación al noroeste de Puerto Natales. En busca de lo desconocido y lo profundo (“La naturaleza ama esconderse”, dice Heráclito), los científicos del Centre Terre se han dedicado a explorar las simas y cavernas de un laboratorio natural, que derivó a lo largo de miles de años desde los trópicos al Pacífico sur. Llaman a estas islas “glaciares de mármol”.
La espeleología, como disciplina, combina de forma audaz el quehacer científico con el pasatiempo. Con sogas y arneses, geólogos, biólogos, botánicos, arqueólogos y antropólogos descienden por la gruta inexplorada en busca de algo. La cueva comunica lo hondo. En la caverna se proyectan sombras.
Estas islas no siempre han estado allí. Mientras el paisaje pertenece a la cadena de fiordos y picos que emergen de la cordillera hundida, la roca blanca y pulida de una de ellas, llamada Madre de Dios, es de piedra caliza. La caliza se forma por sedimentos de conchas y arrecifes, en mares cálidos y poco profundos. Hacia los 40° de latitud sur, la caliza de Madre de Dios es la más austral del planeta.
“La gran sorpresa fue darse cuenta de que estas islas son extremadamente vulnerables a las condiciones climáticas del Pacífico, provocando la disolución de la piedra caliza en el orden de 5 mm cada 50 años, ¡lo que es enorme! Hay formas fabulosas, como las setas de piedra caliza. Este es el único lugar del mundo donde se encuentran”, dijo Bernard Tourte, presidente de la Asociación Centre Terre, al anunciar la expedición del próximo año.
Hacia las “40 rugientes”, las masas de aire subtropical se encuentran con las masas de aire polar, creando un cinturón de bajas presiones que instala un sistema frontal permanente. Sometida a un promedio de 10 metros de agua caída al año y vientos de hasta 200 kilómetros por hora, los mil kilómetros cuadrados de la isla se han moldeado como arcilla.
Conocí a Richard Maire en 2010, navegando desde Puerto Natales hacia isla Guarello. Maire es un viejo espeleólogo y el responsable científico de las cinco expediciones realizadas hasta ahora. Conversamos cuando el motor del lanchón se detuvo y ambos salimos a cubierta a mirar la noche. Estaba tranquilo. La primera vez que fue a la isla fue prácticamente en un bote a remo, por lo que la avería no le preocupaba. Me contó que llegó a Madre de Dios cuando unos amigos le mostraron una publicación donde se hablaba de la isla Diego de Almagro. Como geólogo, sabía que la presencia de caliza en estas latitudes era una rareza; como espeleólogo, que habría cavernas.
En ese momento habían explorado más de 30 kilómetros de galerías subterráneas con salidas a cerca de 20 cavernas, algunas con un desarrollo de 500 metros. Hoy se han encontrado las mayores cavidades de Sudamérica, glaciares de mármol, nuevas especies de animales, pinturas rupestres desconocidas y vestigios arqueológicos de los kawéskar. Los hallazgos han extendido el territorio que se pensaba habitado por estos nómades del mar hasta las islas junto al margen del océano Pacífico. Los dibujos en la piedra datan de hace 4.500 años.
En la isla, los bosques crecen horizontales y resulta impresionante ver cómo la vegetación logra asirse al filo cortante de la caliza. Hay lugares donde, al no haber vegetación, el agua que la erosiona no tiene acidez y la caverna que se forma está en su estado puro. Sin embargo, una meseta de 150 km² sigue virgen, sin ser explorada. El potencial por descubrir es enorme. El esfuerzo logístico también. En enero de este año una expedición estableció un campamento base en el Seno Barros Luco. Apenas una “unidad de vida”, sobre la isla deshabitada hace miles de años. Precaria, inevitablemente, dada la naturaleza del paisaje.