Hazañas y aventuras del vital elemento

El agua ha determinado la vida humana, al influir poderosamente en la demografía de ciertas sociedades, en la energía disponible para el desarrollo, en la propia organización comunitaria y en la política. Se habla, incluso, del agua como el bien público por excelencia, que requiere de una gestión colectiva para su cauce y administración. La literatura en torno a ella es abundante, pero este texto selecciona cinco libros que abarcan desde los orígenes de las civilizaciones más antiguas hasta el peligro que significa el calentamiento global.

por Patricio Tapia I 18 Marzo 2025

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El agua ha escrito las reglas de la vida y su acción ha esculpido tanto el planeta como la historia de la humanidad. A lo largo de los siglos ha hidratado a nuestra especie, además de alimentarla, transportarla, aislarla, unirla, dividirla, asearla y, ocasionalmente, matarla.

No por nada es el “vital elemento”. En el siglo VII, san Isidoro de Sevilla consideraba que superaba al fuego. En sus Etimologías asegura: “Las aguas atemperan el cielo, fecundan la tierra, se incorporan al aire cuando se evaporan, ascienden a las alturas, dan vida a las cosechas, propagan los árboles, los frutales y las hierbas, lavan las manchas, limpian los pecados, proporcionan bebida a todos los seres animados”.

La referida por el santo enciclopédico es el agua dulce —que se puede beber y sirve para regar—, que no es tan abundante como pareciera. Informa Tim Smedley en su libro sobre su escasez, The Last Drop, que el 70% de la superficie del planeta es agua, pero el 97,5% de ella es salada. Apenas el 2,5% es dulce, y casi 2/3 de ella está atrapada en los casquetes polares y el permafrost.

Los pueblos y las sociedades, por tanto, han procurado aprovecharla, desviarla y represarla. Su necesidad ha provocado que el ser humano realice alteraciones del paisaje. Aunque las mayores transformaciones las hizo el agua misma. En Rivers of Power, Laurence Smith plantea que las primeras lluvias, hace cuatro mil millones de años, se acumularon y filtraron en el suelo. El agua fluía, se evaporaba, se condensaba en nubes y caía como lluvia. Donde las colisiones geológicas levantaron cordilleras, el agua las trituró; donde las placas abrieron depresiones, los ríos las llenaron. Surgieron continentes, montañas y fueron derribados. “Cada terremoto —escribe Smith—, cada deslizamiento de tierra, cada inundación furiosa, marca solamente otro pequeño estruendo en esta guerra incesante entre dos fuerzas antiguas —la tectónica de placas y el agua— que están enzarzadas en un combate por la forma de la superficie de nuestro mundo”.

La geografía griega permitía pequeñas parcelas rodeadas de colinas y montañas, no se necesitaba ningún Estado para gestionar un entorno hídrico. El agricultor cuidaba su tierra y lidiaba con sus problemas sin recurrir a la ayuda colectiva. Esto, según Boccaletti, sentaría las bases de la democracia directa en Atenas.

El poder de los ríos

Para narrar la “biografía” del agua se requerirían múltiples competencias en muchos ámbitos y una exigente perspectiva de gran escala. Aquellas síntesis globales que, a la manera de Harari, intentan contar una historia muy amplia y comprensiva, arriesgan simplificar algunos procesos. Es lo que ocurre con Agua, de Giulio Boccaletti. En sus 15 primeras páginas abarca desde el Big Bang hasta la formación de los Estados primitivos. En las 100 siguientes, recorre distintas civilizaciones antiguas: la mesopotámica, la egipcia, alguna incursión en China, así como los cambios que suceden en las civilizaciones griega y romana. Luego sobrevuela la Europa medieval y más tarde los Estados nación, para saltar al colonialismo europeo y pasar rápidamente a Estados Unidos como modelo de república moderna, domesticando sus grandes ríos (Mississippi, Missouri, Columbia y otros) mediante represas que sentarían las bases de su ascenso como la economía dominante del siglo XX.

Hay más, por supuesto, pero Sudamérica aparece de forma breve (solo en 1492) y el África subsahariana y la India entran en escena únicamente vinculadas a la expansión imperial europea o a la asistencia técnica estadounidense. El último tercio del libro de Boccaletti es un inventario de obras de infraestructura. Parece una extraña mezcla de informes del Banco Mundial, prospectos de empresas constructoras de embalses y aprontes para el libro de récords Guinness.

Rivers of Power, en cambio, recorre de forma menos ambiciosa y más episódica la relación de los humanos con los ríos. Incluye a Julio César cruzando el Rubicón, George Washington el Delaware y el caso Rylands vs. Fletcher (que introdujo la responsabilidad estricta en Gran Bretaña tras una inundación). También aparecen una serie de curiosidades: la posibilidad de que los primeros habitantes de América no viajaran por tierra, sino por mar; o que la Segunda Guerra Mundial se hubiera evitado de no ser por la valentía de un joven que salvó a otro ahogándose en un río en 1894 (el salvado: Hitler).

Entrega un amplio catálogo de los desastres de ríos desbordados por huracanes, la gran inundación del río Mississippi de 1927 o el río Amarillo, que en los últimos dos milenios y medio ha ahogado a millones de personas.

Este libro también es una generosa muestra de la ingeniería fluvial. Puentes (entre las maravillas recientes se encuentran el Duge y el Yangsigang, ambos en China); también canales, con los que las civilizaciones regaron o se conectaron. Hoy el sistema de irrigación más grande está en Pakistán, con más de 60 mil kilómetros de canales y el canal de navegación más largo (1.770 km) es el Gran Canal en China, construido en el año 609. Y están los enormes planes de desviación de ríos entre cuencas, como el proyecto de enlace de ríos de la India, que de implementarse sería el mayor proyecto de construcción jamás realizado.

El ascenso de la Unión Soviética creó una profunda división geopolítica y la Guerra Fría sería una batalla que, según el autor, también se libraría por las aguas del mundo. Para Stalin, la infraestructura era un poderoso instrumento de propaganda: el ‘Gran Plan para la Transformación de la Naturaleza’ fue acompañado de inversiones hídricas faraónicas.

Primeras civilizaciones y sociedades hidráulicas

Los ríos y el agua se volvieron esenciales para la vida humana. Lo son ahora y lo fueron siempre. El libro de Steven Mithen, Thirst: Water and Power in the Ancient World, explora el uso y la administración del agua en todo el mundo a lo largo de unos 10 mil años, para situar las crisis hídricas contemporáneas en un contexto histórico mayor. Va desde el Levante, donde tuvo sus orígenes la gestión hidráulica, hasta los sumerios y, en el mundo mediterráneo antiguo, de los minoicos a los griegos y romanos. Se asoma a la antigua China y a las civilizaciones maya e inca. Él sostiene que el agua es poder y que del poder se abusa, generalmente con malas consecuencias.

Mithen, Smith y Boccaletti se refieren a los ríos como la cuna y eventualmente la sepultura de las civilizaciones. Hacia el año 4000 a.C., los sumerios establecieron las ciudades más antiguas en la Baja Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Éufrates. Sus caudales se alimentaban de las lluvias invernales en las montañas y atravesaban una llanura que convertían en fértil. El problema era la periodicidad: cuando se necesitaba riego, el caudal era bajo y alcanzaba su máximo nivel al momento de cosechar. La solución fue excavar canales para contener la inundación y luego utilizar presas de barro para elevar los niveles de agua, lo que determinó el tipo de cultivos y el sistema de irrigación, haciendo necesarias instituciones y burocracias, y generando ciudades como Uruk, mil años antes de las pirámides egipcias. Mithen indica que la civilización sumeria colapsó porque el terreno se fue salinizando gradualmente.

A lo largo del segundo milenio a.C., Egipto recibió enormes migraciones por el Nilo, cuyo ciclo era óptimo para la agricultura: caudal bajo y constante durante siembra, crecimiento y cosecha; luego las aguas inundaban de nuevo el valle. Al parecer, un cambio climático fue responsable de su declive. Hacia 1500 a.C. hubo una reducción de luz solar, expansión de los glaciares y resecamiento de África oriental y una sequía prolongada (300 años), con su punto más alto cerca del s. XII a.C.

En regiones áridas o semiáridas que pasan a la agricultura surgiría, según Karl Wittfogel (mencionado en casi todos los libros reseñados), un tipo particular de sistema político. La supervivencia y estabilidad de estas civilizaciones dependía del mantenimiento de sus sistemas de riego, cuya construcción y gestión requieren de un poder absoluto. Era el “despotismo oriental” de las que llamó “sociedades hidráulicas”. Aunque esa idea ya no es aceptada, fue influyente.

Bien público

El argumento central de Boccaletti es que la historia del agua no es tecnológica, sino política. Y que la idea “republicana” es el mejor mecanismo para mediar la libertad individual y el beneficio colectivo. “El agua es la res publica —un bien público— por excelencia, una sustancia móvil y sin forma que desafía la propiedad privada, es difícil de contener y requiere una gestión colectiva”, sostiene. Las sociedades del Levante meridional superaron las limitaciones hidrológicas y la escasez de recursos mediante la cooperación social y comercial como un medio de adaptación.

Sin embargo, el legado más importante de la Antigüedad sobre la relación sociedad-agua fueron las instituciones políticas. Tanto Grecia como Roma desarrollaron instituciones para gestionar las consecuencias de una vida sedentaria organizada en torno a la idea de la libertad individual, las que terminaron difundiéndose por todo el mundo.

La geografía griega permitía pequeñas parcelas rodeadas de colinas y montañas, no se necesitaba ningún Estado para gestionar un entorno hídrico. El agricultor cuidaba su tierra y lidiaba con sus problemas sin recurrir a la ayuda colectiva. Esto, según Boccaletti, sentaría las bases de la democracia directa en Atenas. Y Roma nunca centralizó la administración de los recursos hídricos, porque la propiedad privada era esencial para la definición de la ciudadanía. Pero siendo el agua res publica, hubo que adoptar distinciones. Solamente lo que podía compartirse sin afectar los intereses individuales era público, como los ríos perennes y los navegables.

Gracias a la función reguladora del Estado y a las inversiones del emperador, Roma desarrolló un gran sistema comercial, que compatibilizaba un sistema político diseñado en torno a los derechos de propiedad individual y un paisaje que únicamente podía garantizar la seguridad del suministro por una labor conjunta.

Los beneficios sociales de estos grandes proyectos (suministro de agua, electricidad, protección contra inundaciones) tienen costos importantes, como desplazar comunidades, obstaculizar la migración de peces e impedir que pase el sedimento que fertiliza. En Estados Unidos y Europa, los días de auge de las grandes represas han terminado.

Historia cultural del agua medieval

En Los elementos en el mundo medieval: el agua, editado por Marlina Cesario, Hugh Magennis y Elisa Ramazzina —primer volumen de una obra proyectada en cuatro—, se analizan muchas formas en que el agua fue conceptualizada y considerada en diferentes ámbitos (médico, científico, mitológico, teológico. Por ejemplo, un artículo estudia cómo se asociaron agua y salud, bebiéndola o en terapias de baño para tratar enfermedades, y cómo esta asociación persistiría (tratamientos hidropáticos y aguas termales) en los siglos XIX y XX. Otro artículo aborda los intentos de explicar los misterios del ciclo hidrológico que atrajeron la atención de los eruditos cristianos e islámicos, con explicaciones térmicas, mecánicas o providenciales para asuntos como la salinidad del mar. Otro es sobre el significado espiritual del agua en las narraciones de las vidas de los santos.

Se puede destacar un artículo más general en que François Quiviger analiza las representaciones del río Jordán y el bautismo de Cristo en la historia del arte durante un milenio (ca. 400- s. XVI), describiendo los avances en la representación del agua, que reflejan los cambios en la comprensión de ella. Las variaciones y continuidades en baptisterios y pilas bautismales, mosaicos, frescos, retablos, no son únicamente episodios de la iconografía cristiana, sino también capturas de la historia cultural del agua. Los problemas eran representar un elemento que no tiene forma ni color, sin recurrir a la personificación.

Hasta el siglo XII, con bautismo de adultos por inmersión, se representaba a Cristo desnudo y sumergido. Desde el siglo XII, con bautismo de los recién nacidos mediante aspersión simbólica, los artistas comenzaron a cubrir los genitales de Cristo y bajaron el nivel del río, que descendió hasta las rodillas y los tobillos. La versión de Piero della Francesca, con Cristo de pie en la orilla seca, anticipa una de las fórmulas adoptadas a partir del siglo XVI.

Junto con el nivel de las aguas, otro asunto es la presencia del dios del río Jordán. Antes del cristianismo, griegos y romanos representaban los ríos como divinidades masculinas y algún atributo (el Nilo: un cocodrilo y una esfinge; el Tíber: la loba de Rómulo y Remo). Para el río Jordán el atributo es el Bautismo de Cristo. Los mosaicos de principios del siglo V integraron una figura del dios del río junto al bautismo; un siglo después, en el mosaico del techo del Baptisterio arriano en Rávena, el dios del río luce pinzas de cangrejo en la cabeza y es más grande que Cristo, que está desnudo. Con el tiempo, el dios del río Jordán se encogió hasta desaparecer.

Además, los artistas tenían que hacer que el río Jordán fuera reconocible como agua, lo que dejó margen para la experimentación y condujo a fórmulas y enfoques destinados a transmitir atributos acuáticos como la fluidez, el movimiento y la transparencia. En los mosaicos, frescos y miniaturas del Bautismo, las figuraciones del agua oscilan entre varias tradiciones: patrones de pequeñas ondas de colores alternados, rombos ondulantes u ondas concéntricas que se irradian (como hicieron Da Vinci y Verrocchio).

En China, en 40 años, la energía hidroeléctrica se multiplicó por 20. Su símbolo es la gigantesca presa de las Tres Gargantas, cuyo enorme embalse llenó el mayor lago artificial del mundo (para lo cual aproximadamente 1,3 millones de personas fueron desplazadas y más de 1.000 km² quedaron sumergidos).

Represas

La ilusión de que el agua se da por sentada es creada por millones de estructuras que represan los ríos del mundo, sostiene Boccaletti. Han existido siempre, pero nada se compara con el tamaño y el poder de los grandes megaproyectos del siglo XX, al que llama el siglo “hidráulico”, determinado por cuestiones demográficas (más gente), energéticas (más consumo) y políticas (el Estado se convirtió en el actor económico más poderoso de la sociedad).

La tendencia comenzó en el Estados Unidos del New Deal de Roosevelt. Entre las enormes estructuras que se construyeron o comenzaron entonces, están las presas Hoover, Fort Peck y el sistema de presas de la Autoridad del Valle de Tennessee. Estos proyectos inspiraron otros comparables en Canadá, la Unión Soviética y la India.

Tras la Segunda Guerra, Estados Unidos se había convertido en la potencia dominante. Su capital podía desplegarse en todo el mundo como instrumento de desarrollo, a menudo en infraestructura hídrica. Pero el ascenso de la Unión Soviética creó una profunda división geopolítica y la Guerra Fría sería una batalla que, según el autor, también se libraría por las aguas del mundo. Para Stalin, la infraestructura era un poderoso instrumento de propaganda: el “Gran Plan para la Transformación de la Naturaleza” fue acompañado de inversiones hídricas faraónicas.

El deterioro del entusiasmo por la infraestructura hídrica fue un proceso largo. Hubo sucesos que ayudaron, como el desastre de la presa de Vajont, en los Alpes italianos, en 1963. El cambio de interés por la energía hidráulica se trasladó al petróleo. Sin embargo, se construyó la presa de Asuán, en Egipto (1970), que suprimió la inundación anual del Nilo.

Los beneficios sociales de estos grandes proyectos (suministro de agua, electricidad, protección contra inundaciones) tienen costos importantes, como desplazar comunidades, obstaculizar la migración de peces e impedir que pase el sedimento que fertiliza. En Estados Unidos y Europa, los días de auge de las grandes represas han terminado, y ahora hay más interés en desmantelar y eliminar estructuras obsoletas que en construir otras nuevas, pero en el mundo en desarrollo a menudo se considera que los beneficios compensan los costos. Una nueva ola de megaproyectos se está extendiendo, muchos de ellos incluso más grandes que sus predecesores. Laurence Smith hace un amplio recuento de las grandes represas que se anuncian en el futuro. En China, en 40 años, la energía hidroeléctrica se multiplicó por 20. Su símbolo es la gigantesca presa de las Tres Gargantas, cuyo enorme embalse llenó el mayor lago artificial del mundo (para lo cual aproximadamente 1,3 millones de personas fueron desplazadas y más de 1.000 km² quedaron sumergidos).

Tanto Smith como Smedley señalan que alrededor de 4.000 millones de personas —la mitad de la población humana— experimentan una grave escasez de agua durante al menos un mes al año, y 500 millones se enfrentan a una escasez grave todo el año. La demanda mundial de agua ha aumentado un 600% en los últimos 100 años, mientras que el agua dulce disponible ha disminuido un 22% en los últimos 20.

Escasez

Boccaletti comienza su libro con la presa de las Tres Gargantas y las lluvias de 2010 que la pusieron a prueba. Methuen parte el suyo viendo la presa Hoover, la más grande de Estados Unidos. Tim Smedley también visita la presa Hoover, donde los niveles de agua han bajado 43 metros en 20 años de sequía y han dejado marcas “como espuma en una bañera que se vacía”; si el descenso anual continúa al mismo ritmo, el lago alcanzará la cota de estanque muerto hacia 2029.

Pero el libro de Smedley parte con la presa de Karamé, en el valle del Jordán (muy cerca de donde se bautizó Jesús), con un gran lago en una de las regiones más secas del mundo. Pero la represa, de 1995, se construyó sobre suelo salado y esa agua acumulada (52 millones de m³), que se necesita desesperadamente, es totalmente inutilizable, porque no hay tecnología para arreglarla.

Tanto Smith como Smedley señalan que alrededor de 4.000 millones de personas —la mitad de la población humana— experimentan una grave escasez de agua durante al menos un mes al año, y 500 millones se enfrentan a una escasez grave todo el año. La demanda mundial de agua ha aumentado un 600% en los últimos 100 años, mientras que el agua dulce disponible ha disminuido un 22% en los últimos 20.

Esta escasez empeorará. Se debe, en parte, al cambio climático, pero la principal causa es que utilizamos más agua de la disponible. No lo notamos más por la sobreextracción de aguas subterráneas. Y mecanismos, como muestra Smedley, que permiten que su falta en un lugar (por ejemplo, Arabia Saudita) se “solucione” extrayendo agua subterránea en otra parte, con aparente menos escasez (por ejemplo, California). Pero, señala, no es correcto pensar que las aguas subterráneas sean aprovechables cuando los ríos se agotan. Debido a que ambos sistemas están relacionados, bombear aguas subterráneas agota aún más las superficiales.

Los recursos hídricos están sobreexplotados. Smedley recorre y entrega ejemplos de todo el mundo —Ghana, Bélgica, Nevada, Pakistán— de un escenario de tasas de uso de agua insostenibles, lo que lleva al agotamiento de los acuíferos, la desecación de los estuarios y la reducción de los suministros. Cuenta también que en 2018, Ciudad del Cabo, Sudáfrica, casi se queda sin agua. En 2019, Chennai, la sexta ciudad más grande de India, se quedó sin agua. Y hay otras ciudades que han coqueteado con eso: Ciudad de México (2021), São Paulo (2014), Santiago (2022).

Mithen, en su libro de hace 12 años, señalaba que los problemas con la gestión del agua dan motivos para ser pesimistas. Según sus proyecciones, el 75% de la población mundial sufrirá escasez de agua dulce en 2050. Según Smedley, se estima que para el año 2050, 685 millones de personas que viven en más de 570 ciudades enfrentarán una disminución en la disponibilidad de agua del 10%. Y cita un informe de la ONU, según el cual algunas ciudades, como Ciudad del Cabo y Melbourne, pueden experimentar disminuciones de 30-49%, y Santiago una que supere el 50%.

No todo es pesimismo. Al momento de las “soluciones”, Smedley menciona reparar humedales, reintroducir especies autóctonas; el método de siembra directa o “agricultura regenerativa”, sin labranza. También hay acciones tecnológicas como la recolección del punto de rocío, reciclaje de aguas residuales (Singapur), la desalinización (Israel), utilizar la antigua energía hidráulica y, de paso, generar cantidades modestas de electricidad libre de carbono a partir de arroyos y ríos. Lo más importante, restaurar partes del ciclo natural del agua, lo mismo que abandonar los megaproyectos.

Si, como cree Boccaletti, las sociedades que han prosperado lo han hecho creando modos cooperativos, tal vez no sea demasiado iluso. Es cuestión de prioridades, pues como dice un poema de W. H. Auden, “miles han vivido sin amor, nadie sin agua”.

 


The Elements in the Medieval World: Water, Marlina Cesario, Hugh Magennis y Elisa Ramazzina (eds.), Brill, 2024, 444 páginas, US$180,00.


The Last Drop, Tim Smedley, Picador, 2023, 416 páginas, £20.


Agua. Una biografía, Giulio Boccaletti, traducción de M. Estapé, Ático de los Libros, 2022, 500 páginas, $39.990.


Rivers of Power, Laurence Smith, Little, Brown, Spark, 2020, 204 páginas, US$29,00.


Thirst: Water and Power in the Ancient World, Steven Mithen, Harvard University Press, Cambridge, 2012, 347 páginas, US$25,95.

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