¿Por qué importa España?

Una nueva historia de España describe a ese país como una Casandra, la princesa troyana condenada por los dioses a ver el futuro sin que nadie creyera sus vaticinios. Se la considera atrasada respecto de sus vecinos del norte de Europa, un mero destino turístico, pero ha ido curiosamente adelantada. La Península ha dado origen o ha anticipado, entre otros fenómenos, la emergencia del Imperio Romano, las cruzadas, el imperialismo, el poscolonialismo, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Jason Webster, autor de Violencia: A New History of Spain: Past, Present and the Future of the West, sugiere que ese carácter visionario continúa hoy.

por Sergio Missana I 21 Febrero 2023

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En los pasajes finales de la película El tercer hombre, Harry Lime, el personaje interpretado por Orson Welles, declaraba: “En Italia, durante 30 años bajo los Borgia, sufrieron guerras, terror, asesinatos, derramamiento de sangre, pero produjeron a Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, tenían amor fraternal, 500 años de democracia y paz. ¿Y qué produjo eso? El reloj cucú”. Esa célebre frase dicha por Welles podría aplicarse a gran parte de la historia de España.

Es lo que propone Violencia: A New History of Spain: Past, Present and the Future of the West (Constable, 2020), del escritor de viajes y novelista angloestadounidense Jason Webster. El libro, que en su edición en Estados Unidos se titula Why Spain Matters?, puede leerse al mismo tiempo como una breve historia de España y como un ensayo audaz sobre ese país. En tal sentido, es cercano a la Big History, corriente historiográfica que se propone abarcar grandes ciclos de tiempo, abandonando la hiperespecialización y concentración en periodos y espacios muy acotados. Esta mirada de largo alcance permite identificar patrones y tendencias que permanecerían ocultos a una mirada más detallista.

La historia narrada por Webster ilumina una serie de dilemas y conflictos recurrentes, temas con variaciones. Uno de ellos es la violencia que da título a la obra. Si la violencia, como sugirió Marx, es la partera de la historia, esta parece haberse cebado de manera particular con España, donde cada siglo ha presenciado al menos una guerra civil, llegando a tener hasta tres simultáneas.

España aparece en el relato de Webster más como una entidad geográfica (la Península Ibérica) que como una realidad política. “La hispanidad es elusiva”, sostiene. Ha sido desde siempre un conglomerado de comunidades diversas, en que la identidad nacional está por construirse. La misma geografía parece imponer una paradoja: la Península ha sido destino de numerosas migraciones (celtas, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, judíos, suabos, vándalos, visigodos, árabes, bereberes y romaníes, entre otros), un punto de encuentro de culturas y civilizaciones, pero marcada por una tendencia al aislamiento. Las barreras naturales internas han contribuido a la conformación de fuertes identidades regionales. La tensión entre estas y la idea de una sola España ha causado derramamiento de sangre, pero no ha sido la única fuente de violencia.

Una y otra vez a lo largo de su historia, una versión de España ha intentado aniquilar a otra, recurriendo a las armas para intentar separar lo que en realidad son dos caras de una misma moneda, aspectos de una realidad colectiva. Ese esfuerzo siempre ha fracasado. Es imposible aniquilar al otro que es también uno mismo. Asimismo, ha sido recurrente el esfuerzo deliberado por negar grandes zonas del pasado para intentar construir una identidad nacional. Es el caso del “pacto de olvido” sellado tras la muerte de Franco. Hicieron lo propio con Al-Ándalus, una parte integral de su historia, pero que ha sido codificada como una anomalía: los árabes representan al “otro”, fueron “invasores” que debieron ser expulsados a sangre y fuego.

España adolece, según el autor, del síndrome de Casandra, la princesa troyana condenada por los dioses a ver el futuro sin que nadie creyera sus vaticinios. Se la considera atrasada respecto de sus vecinos del norte de Europa, un mero destino turístico, pero siempre ha ido curiosamente adelantada. La Península ha dado origen o ha anticipado, entre otros fenómenos, la emergencia del Imperio Romano, las cruzadas, el Renacimiento, el imperialismo, el liberalismo europeo, el poscolonialismo, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Webster sugiere que ese carácter visionario continúa hoy: las tensiones y contradicciones que marcan a la España contemporánea podrían arrojar luces sobre diversas crisis actuales, más allá de sus fronteras.

Bajo Felipe II, España se situó a la vanguardia de la Contrarreforma, hundiéndose en el aislamiento, la paranoia, el fanatismo y la obsesión por la pureza racial. El catolicismo que hizo posible una España unificada y su ‘imperio accidental’, iba a ser también un factor de su rápida decadencia, llevando a dilapidar la riqueza de América en las guerras de religión de los siglos XVI y XVII.

Luces y sombras

Las cosas en España rara vez son lo que parecen. El negro y el blanco no se encuentran en oposición binaria, sino que tienden a coexistir lado a lado en una unión paradójica”, señala Webster. Su relato conforma una especie de tablero de ajedrez, un juego de luces y sombras que el oscurantismo y autoritarismo alternan con cumbres de la cultura universal, con obras como las de Averroes, Cervantes, Velázquez y Goya. Asistimos a una oscilación entre “momentos de luminosidad, apertura y experimentación”, y otros de “insularidad, auto obsesión y oscuridad”.

Las luces tienden a ser destellos fugaces. Una instancia de ello fue la Etimología, de Isidoro de Sevilla, enciclopedia que abarcaba todo el conocimiento del mundo en su época (siglo XI). También fue breve el apogeo de la Córdoba de los Omeyas. Lo mismo que la Escuela de Traductores de Toledo, revitalizada por Alfonso el Sabio en el siglo XIII, que marcó un momento de curiosidad intelectual, apertura y tolerancia aun en medio de una época convulsa (ese descalce entre florecimiento cultural y decadencia política iba a recurrir en el Siglo de Oro). La traducción sistemática de obras de la Antigüedad clásica tendría un enorme impacto en Europa, preparando el Renacimiento. Varias de estas instancias de luz tienen un factor común: la Península como un eslabón en la transmisión de conocimiento desde el Este hacia Europa.

Una de esas luces fue el florecimiento, en distintas épocas, del misticismo. Prisciliano, Obispo de Ávila, quien en el siglo IV practicó el ascetismo y expuso ideas cercanas al gnosticismo, fue la primera persona ejecutada por herejía en Europa (Webster sugiere que es posible que Santiago de Compostela haya sido fundada por error en torno a su tumba). Al-Andalus produjo a grandes exponentes del sufismo, como Ibn Masarra, Ibn Tufayl (autor de la primera novela europea, situada en una isla desierta, antecedente de Robinson Crusoe) e Ibn Arabi de Murcia, precursor de la poesía amorosa de los trovadores y del Dante. La Península dio origen a la cábala, una de las variantes del misticismo judío, cuyo principal exponente temprano fue Moisés de León. Y también fue cuna de las dos mayores figuras del misticismo cristiano: Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, así como del místico y erudito mallorquín Ramón Llull.

Memoria selectiva

Es decidor que la conquista y administración romanas casi no figuren en el imaginario colectivo español, pese al legado nada menos que de las lenguas peninsulares. Ello ejemplifica tanto el síndrome de Casandra como el olvido selectivo del pasado. La Segunda Guerra Púnica se originó en España: la victoria de Roma y la destrucción de Cartago sentaron las bases del Imperio. Los celtíberos juegan un rol preponderante en nociones contemporáneas de identidad colectiva, argumenta el autor, en parte porque se trata de una “cultura nebulosa”, de la que se sabe relativamente poco. El mito central de la España romana es el sitio de Numancia, la heroica resistencia de la ciudad rodeada durante 13 meses por las legiones de Escipión el Africano, cuyos habitantes recurrieron al canibalismo y que al final optaron, en vez de la rendición, por el suicidio colectivo. Se trataría de la primera instancia del “pacto de olvido”, que buscaba tender un velo sobre el pasado para crear un mito nacional, presentando a los romanos como invasores y extranjeros, ignorando el legado de la administración y cultura romanas en la Península.

Lo mismo ocurre respecto del periodo de dominación árabe. No hay plena conciencia de la profunda influencia de Al-Andalus, no solo en España sino como una zona de contacto entre culturas con enorme influencia en la civilización europea moderna. Se trata de un periodo de convivencia de musulmanes, cristianos y judíos, de relativa tolerancia, asimilación y libertad de las mujeres, aunque no libre de violencia. La Reconquista es una instancia más de narrativa histórica revisionista. Tras el colapso del califato de Córdoba, la Península revirtió a su estado habitual de desunión, fragmentándose en un conjunto de pequeños reinos y principados, tanto cristianos como musulmanes, que formaban alianzas cambiantes para luchar contra enemigos, entre los que a menudo coexistían ambas religiones. El Cid, mercenario que sirvió tanto a líderes cristianos como a musulmanes, ejemplifica la complejidad y ambigüedad de esa época. La “Reconquista” fue en realidad una larga serie de guerras civiles, una lenta y caótica conquista militar del sur por el norte.

El año 1492, emblemático por el nacimiento de la España moderna, es un nudo de tensiones y contradicciones. Tras las guerras civiles de los siglos XIV y XV, se forjó la unión del país (Castilla y Aragón) en una nueva guerra civil. El reino de Granada había sobrevivido gracias a la hostilidad entre reinos cristianos; su caída, que completó la Reconquista, ocurrió producto de una guerra civil en su interior. La expulsión de los judíos, “otra luz que se apaga”, daría origen a la Inquisición. El descubrimiento de América dejaría huellas indelebles con un terrible costo humano. Bajo los Reyes Católicos, la religión iba a ser el factor unificador de “las Españas”, la base ideológica para la creación de la nación, esa “comunidad imaginaria”.

La Inquisición, establecida a fines siglo XV, aparece como un instrumento fundamental para la consolidación de la monarquía, al encontrarse bajo control estatal, no del papado. En igual sentido, la historiadora Karen Armstrong ha sugerido que la Inquisición no fue una institución conservadora sino modernizadora. Bajo Felipe II, España se situó a la vanguardia de la Contrarreforma, hundiéndose en el aislamiento, la paranoia, el fanatismo y la obsesión por la pureza racial. El catolicismo que hizo posible una España unificada y su “imperio accidental”, iba a ser también un factor de su rápida decadencia, llevando a dilapidar la riqueza de América en las guerras de religión de los siglos XVI y XVII.

El relato y análisis de Webster resultan iluminadores en un contexto de crisis del Estado-nación, oleadas migratorias exacerbadas por el cambio climático y resurgimiento de los nacionalismos, racismo y xenofobia. Violencia reconstruye con concisión las complejas dinámicas históricas que explican las fuerzas centrífugas del regionalismo, por ejemplo, en el contexto de las guerras carlistas.

Webster destaca que en el siglo XVIII —un interregno de paz, aunque también incluyó una guerra civil, la guerra de sucesión que instaló a los Borbones—, la violencia fue codificada en la tauromaquia, con la construcción de plazas de toros y el establecimiento de los rituales de la fiesta taurina.

Asimismo, argumenta que la Guerra de Independencia contra la invasión de Napoleón fue otra guerra civil, por cuanto una minoría apoyaba a Francia y las ideas de la Ilustración. Tras la derrota de Napoleón, muchas familias españolas salieron al exilio en Francia. Con la Constitución de Cádiz de 1812, la primera carta magna escrita en Europa, el término “liberal” se instaló en las lenguas europeas en su sentido político. Siguiendo el ejemplo de Estados Unidos, declaraba que la soberanía residía en la nación, no en el monarca. Sería otro destello de luz pasajera.

En el siglo XIX, España ya habría entrado en una fase poscolonial, adelantada en más de un siglo a sus vecinos europeos. El periodo entre 1808 y 1874 fue especialmente convulso. Hubo tantos “pronunciamientos” (golpes de Estado o intentos golpistas) que los libros de historia se rehúsan a contarlos. En 1843 hubo más de 100. El periodo incluye las guerras carlistas, en que perdieron la vida 300 mil personas.

La Guerra Civil (1936-39) sería otra instancia del síndrome de Casandra, anunciando sucesos por venir: no solo la Segunda Guerra Mundial, sugiere Webster, sino también la Guerra Fría y conflictos como los de Corea y Vietnam, en que grandes potencias iban a disputar su hegemonía de manera indirecta. Como tantos otros conflictos bélicos, la desunión al interior de un bando (el republicano) desembocó en una guerra civil dentro de otra guerra civil: los anarquistas contra los comunistas, como lo narró George Orwell en Homenaje a Cataluña.

Fuerzas centrífugas

Webster desmantela el “mito de la transición”, según el cual España pasó sin esfuerzo ni derramamiento de sangre (excepto por los atentados de ETA) de una dictadura a una monarquía democrática constitucional. El intento de golpe de 1981 no habría hecho sino cimentar el nuevo régimen, con el rey Juan Carlos como figura heroica central. Una vez más, un pacto de silencio vino a tender un velo de olvido sobre el pasado. El Estado franquista no fue desmantelado. La Constitución de 1978 nació al amparo y con la bendición del régimen anterior, cuya legitimidad de origen es cuestionable. ¿Cuán democrática es España? Para el autor, se trataría de una seudodemocracia. El sistema electoral fuerza el bipartidismo. La mayoría de los gobiernos logra mantenerse en el poder transando con nacionalistas catalanes, cuyo fin último es desligarse por completo del Estado español. Encuentra similitudes con el sistema creado por Cánovas del Castillo a finales del siglo XIX: una monarquía constitucional en que dos partidos se alternan en el poder, endémicamente corrupta, que sirve a los intereses de la élite. El breve interregno de paz hace agua debido a la crisis actual de la monarquía por escándalos de corrupción (“una larga tradición familiar”), la venalidad de la clase política y el movimiento separatista catalán. El autor vislumbra dos opciones: respetar la democracia y permitir que el país se disgregue o mantener la unidad mediante un giro hacia el autoritarismo.

El relato y análisis de Webster resultan iluminadores en un contexto de crisis del Estado-nación, oleadas migratorias exacerbadas por el cambio climático y resurgimiento de los nacionalismos, racismo y xenofobia. Violencia reconstruye con concisión las complejas dinámicas históricas que explican las fuerzas centrífugas del regionalismo, por ejemplo, en el contexto de las guerras carlistas (hay otros temas que hubiera sido posible desarrollar más, lo que no ha sido posible por la brevedad de la obra).

El autor destaca que, en sus novelas La granja de los animales y 1984, Orwell logró articular intuiciones de alcance universal a partir de sus experiencias en España. En esas obras visionarias habría conseguido eludir la maldición de Casandra, por tratarse de un extranjero. Lo propio puede decirse de Webster. Uno de los temas centrales de Violencia es la ceguera autoimpuesta de muchos españoles respecto de su propio país.

 

Imagen: Las meninas (1656), de Diego Velázquez.

 


Violencia: A New History of Spain: Past, Present and the Future of the West, Jason Webster, Constable, 2020, 352 páginas, US$19.

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