Alone y Mistral: bitácora de un viaje

Cuando se cumplen 120 años de su nacimiento, resulta especialmente pertinente revisar el diario íntimo que el crítico Hernán Díaz Arrieta, Alone, llevó durante años y en torno al cual se tejió todo tipo de leyendas. Este texto recoge pasajes inéditos de su viaje a Nápoles en 1952, cuando visita a Mistral para hablar sobre literatura, enfermedad y rencores, una manera oblicua quizás de evocar a Chile, el país que la poeta dejó hace años y al que Alone no halla las horas de volver.

por Cecilia García-Huidobro Mc I 14 Diciembre 2021

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Le tenía terror a la muerte y desprecio a la vida. Quizás por eso solía quejarse del mal diseño que tiene la existencia. En la entrada del 11 de abril de su diario, cuando tenía 60 años, se lee: “Impresionado por la imagen tan fea que me devuelven los espejos. Viejo, duro, áspero, flaco, horrible. Uno debía morirse antes de envejecer. Pero antes, cuando era joven, tampoco estaba contento”. De hecho, en el pasado su diario recoge confesiones parecidas. A los 26 años apunta: “Estoy convencido de que el hombre alcanza el ma­yor grado de belleza física a los 16 años, cuando ya tiene la fuerza y todavía no ha perdido la frescura, cuando ya tiene expresión y aún no se le acentúan las facciones, cuando está alto y no ancho, flexible y tímido, cuando es sensual sin grosería e idealista sin dolor ni veneno. Extravié”.

En vez de morir joven como exigían sus ideales estéticos, el destino tuvo el mal gusto de otorgarle larga vida. Falleció a los 93 años, en 1984. Y publicó hasta poco antes de morir, aunque alguna vez escuché que sus artículos se habían vuelto confusos al final y eran reescritos por los editores. De cualquier forma, es un caso infrecuente, si no único, en la historia de la literatura. Un crítico que dominó la escena cultural de manera hegemónica durante más de 50 años. Más de medio siglo en el que fue amo y señor, primero desde las páginas del diario La Nación y luego desde El Mer­curio, para dictar las normas de lo que había que leer, para tasar a los escritores, para determinar el quién es quién de la república de las letras.

No es exagerado sostener que para analizar la his­toria literaria chilena de ese período es fundamental considerar su labor crítica. Sus huellas digitales, sea por inclusión u omisión, aparecen de diversas formas. Por eso cuando se cumplen 120 años de su nacimien­to, todavía ronda la pregunta: ¿quién era realmente Alone? Mejor, ¿quién estaba detrás de su personaje?

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Cualquier sobrevuelo por los datos biográficos de Alone traerán inevitablemente aparejadas ciertas turbulencias de desconcierto. Parecía hacer caso omiso de los otros al punto de escoger como seudónimo Alone y se exponía semana a semana al escrutinio público. Vivió con la austeridad que reclama la pobreza, no obstante con aires aristocratizantes. Prescindía de los bienes materiales; sin embargo, tuvo una citroneta con chofer y una propiedad en Piedra Roja, al oriente de Santiago, cuando era campo, donde se construyó tres cabañas para él solo. Escribía tan bien que el año 1959 le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura, pese a que su obra estaba principalmente en los periódicos. Hizo estudios de contabilidad y un curso de hipnotismo por correspondencia, pero su pasión siempre fue leer. Podía catapultar a un autor con una crítica, dado que los lectores llegaban al día siguiente a las librerías con el diario para comprar lo que recomendaba. Pero él no habla de críticas literarias, sino de crónicas.

Visto así, era difícil suponer las constantes ago­nías que experimentaba, los miedos que lo azotaban, que lo extraviaban. Para eso estaba el personaje que hizo de sí mismo: su blindaje. Hubo quienes presagia­ron lo que se ocultaba bajo su apariencia circunspec­ta. Fernando Santiván, por ejemplo, se percató de su personalidad cuando todavía era Hernán Díaz Arrieta, un aprendiz de escritor que ensayaba sus primeras le­tras junto a Jorge Hubner, en un librito que publicaron con el título de Prosa y verso. Lo describió como “un espíritu tortuoso”. Pero donde realmente se revela esta suerte de motín interior al que lo sometía constan­temente su hipersensibilidad y sus obsesiones, es en sus diarios. Allí se fragua día a día esa interioridad tan atormentada, su absoluta falta de paz íntima, su desgarro de vivir. Leyéndolos, vemos que Alone vivió corroído por la neurosis. Siempre disconforme, obse­sionado por la decadencia, perturbado ante el temor de males y enfermedades que lo rondan, enojado con un cuerpo donde no puede sentirse a gusto ni prote­gido, acaso traicionado por algunas de sus pulsiones o instintos… Extraviado, como él mismo dijo.

Por mucho tiempo, sus diarios fueron uno de los mayores mitos de la literatura chilena. Las conjeturas, supuestos y hambre de cotilleo iban en aumento en la medida en que se especulaba sobre su paradero. Mien­tras mayores eran las expectativas ante las revelaciones sobre protagonistas de nuestras letras y de la vida ínti­ma de su autor y su probable homosexualidad, aumen­taba el temor por el destino de esos cuadernos.

¿Dónde estaban?

Se temía por su integridad, que fueran quemados, como ha ocurrido con tantos escritos similares.

En 2001 se publicó parte de ellos: Diario íntimo (1917-1947). Una edición que se preocupó más de entregar los datos biográficos de quienes aparecen que los criterios editoriales y cómo se abordó la selección. Se suponía que vendrían luego nuevos volúmenes con los diarios posteriores, cuestión que en 20 años no ha ocurrido. Por fortuna, la Biblioteca Nacional conserva una copia microfilmada, de modo que al menos no hay peligro de que sean destruidos.

Es un caso infrecuente, si no único, en la historia de la literatura. Un crítico que dominó la escena cultural de manera hegemónica durante más de 50 años. Más de medio siglo en el que fue amo y señor, primero desde las páginas del diario La Nación y luego desde El Mer­curio, para dictar las normas de lo que había que leer, para tasar a los escritores, para determinar el quién es quién de la república de las letras.

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En uno de los diarios que permanecen inéditos, Alone escribe y describe su segundo viaje a Europa, en el año 1952. Lo emprende con la idea de recalar en la casa de Gabriela Mistral en Nápoles, experiencia que luego re­lató en una columna en la revista Zig-Zag. Ciertamente, en el diario quedará el lado B de esa historia. Mistral y Alone se han encontrado en contadas ocasiones, pero se conocen por más de 30 años, tiempo en el que cru­zaron una nutrida correspondencia.

Se traslada a Buenos Aires para embarcarse en el Cabo de Buena Esperanza hacia Europa. La ciudad poco a poco lo cautiva, “poco a poco se amansa”, es­tima él. “Y es enorme. ¡Cuántos árboles, qué de par­ques, avenidas, ríos! Valdría la pena estar un tiempo largo”. Su amiga Marta Brunet aprovecha de invitarlo a su casa. Allí encuentra a “Ernesto Sabato, consu­mido y ardiente, moreno, inteligentísimo. Eduardo Mallea suave y parsimonioso, bonita cabeza, xx, le envió conmigo muchos y al parecer sinceros saludos a Gabriela Mistral”. (6 de abril)

Ya en plena navegación prepara nuevas crónicas, nada en la piscina, conversa en cubierta, padece nostal­gia por una mujer que ha dejado en Santiago y aún así le queda mucho tiempo muerto. A medida que Europa está más cerca, Alone se lamenta de no tener noticias de su anfitriona. “En realidad, todavía ignoro si Gabrie­la Mistral está o no está en Nápoles, si tiene o no tiene alojados en su casa y, por tanto, si puede o no recibir­me. En caso negativo, es la catástrofe, el fracaso del via­je. No me quedaría sino regresar con la cola entre las piernas, en medio de un ridículo público. O quedarme un tiempo donde fuera más barato, para salvar las apa­riencias. Por ejemplo, en Mallorca. La isla me atrae. El clima, la cartuja de Valldemossa. Pero antes habría que ver al padre Pío. Lo iría a ver, la cuestión, por ahora, está en sanar de la ciática y poder moverme, circular. He amanecido, sin duda, mejor, pero estas cosas reu­máticas son largas y traicioneras. Me han hablado de tomar las aguas y los baños de Sorrento. Parece que de allí solo podrían salir canciones. En todo caso, resultará picante, después poder contar: ‘Para sanar de la ciática que me produjo la transición del calor del trópico al frío que hizo ese año después de pasar la línea, estuve una temporada en las termas de Sorrento’. ‘¿Hay termas en Sorrento?’ ‘Por supuesto’”.

Bromas aparte, sus males amenazan con estro­pearle el viaje. Cuando están prontos a llegar a puerto, el 25 de abril de ese 1952, comenta: “No se siente el menor balanceo: el Mediterráneo es un lago dormido. Son las doce y media de la noche. Aseguran que llega­remos a Barcelona como a las 4 de la tarde. Entonces todos desembarcarán y yo, con mi semi invalidez, mis atroces dolores a la cintura, me quedaré solo a bordo. ¡Y pensar que vine porque no viajaría solo. Esta veni­da a Europa va resultando más amarga todavía que la otra. A mis amigos no se les ha ocurrido un momen­to alterar su itinerario en vista de mi enfermedad y seguir siquiera hasta Génova. Tienen que ir a París. Experiencia, enseñanza, ejemplo. No conviene hacer­se ilusiones sobre los países ni sobre las personas. He llegado, sin embargo, a creer en el amor de V. C. y a quererla yo también a ella, como se debe querer, con angustia y desesperación”. Un día después el ánimo empeora: “¿Por qué me han traído de South América? ¡Yo me quiero ir! Yo no quiero ver a Gabriela Mistral: quiero a Virginia Cox”.

Instalado en el hotel Colón, ubicado frente a la cate­dral de Barcelona, escucha las horas mediante campana­das con “buen metal”. Vagabundea y olfatea la ciudad, va a los baños turcos, su viejo hábito que pone en práctica adonde vaya. Llegan por fin las buenas nuevas: “Cable de Gabriela desde Nápoles: me aguarda ‘fraternalmente’. Laus! Empezaba a inquietarme seriamente su silencio. Ahora todo se aclara y afirma, junto con mi salud ya casi recuperada. ¿Cómo irá a ser esta residencia en casa de Gabriela? ¿Estará siempre Neruda en Capri? Sería curio­so. Y estupendo. ¿Irá a resultar algo? ¡Qué curiosidad!”.

El 4 de mayo se encuentra con la poeta. “Nápoles, via Tasso 220. Gabriela más delgada, pero muy bien, dere­cha y fumadora, resistente para conversar, asistida filial­mente por una maravillosa criatura de anteojos, no bien traducida aun del inglés, lo que añade gran encanto a su charla. Se entra o se baja al consulado por un jardín y se puede tomar té en la terraza con vista a Capri y al Vesu­bio y a Sorrento y Castellamare, con una temperatura celeste. Instalación doméstica amplia, a la antigua, am­biente de gran paz donde circula uno que parece perrito y es una gata siamesa, extraña y regalona. Gabriela ama el calor húmedo del trópico, se ahoga en el calor seco y en la altura”.

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Alone llega como amigo a Nápoles, pero se instala en la casa de Gabriela como el cronista que es. A partir de ese momento, las entradas de su diario son notas, a veces incluso algo inconexas, que revelan su condición de apuntes para algún escrito futuro sobre ella:

“Charla hasta las 10 de la noche desde las tres de la tarde. El terror comunista, Europa minada. Los mara­villosos traductores de todas las lenguas, sus profetas. Euro ruso. Bogomöllet. Por él vive y conversa. Rome­lio Ureta, su hermano rico, suicidio por pundonor, no por amor. Contra calumnia mujer fatal. La tragedia del sobrino en Petrópolis: envidia del mulato lo asesina, la carta del falso suicidio. El misterio de Zweig: iba a comprar auto, elegía modelo, acumulaba derechos au­tor: ¿Qué hubo? La revolución comunista continental de G(etulio) V(argas) en Río: espiada. Descripción de Chile, prosa tranquila, terror a la poesía pasional tras­tornante. Comida muy napolitana al aire libre, junto al mar, entre autos y barcas que pasan iluminadas a lo lejos; ni frío ni calor.

Escribía tan bien que el año 1959 le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura, pese a que su obra estaba principalmente en los periódicos. Hizo estudios de contabilidad y un curso de hipnotismo por correspondencia, pero su pasión siempre fue leer. Podía catapultar a un autor con una crítica, dado que los lectores llegaban al día siguiente a las librerías con el diario para comprar lo que recomendaba. Pero él no habla de críticas literarias, sino de crónicas.

Proyectos para huir de la guerra: Nueva Orleans o Montevideo, ventajas allá: menos visitas, menos chis­mografía, seguridad total, acá más conocidos, pero… ¡ay! Pesimismo ante formidable organización y fana­tismo rusos. El caso del joven Matta Echaurren trans­formado: el nuevo técnico, frío y calculador como un negociante, abrumador de datos, de hechos, de lógica irresistible. ¡Y están en todas partes! En cambio el Papa, esqueleto, muerto sacado de la tumba ¡pero con unos ojos de fuego con cinco vidas! Ignoraba que en América hubiera indios. Audiencia especial, una gra­cia: ¿qué? Los indios. Su Santidad muy sorprendido. Pastoral. Sí, pero… Los curas. El horror del Perú, sobre todo visita al Papa impuesta por De Gasperi, impo­sible rehusar. El desmayo en Suecia: la Embajadora del Brasil, en todas partes, como desagravio, muerte sobrino, hijo hermano natural su padre”.

Las notas continúan la jornada siguiente, siempre a la caza de los fantasmas que pueblan a Mistral. Al­gunas muestras:

“Nublado, tibio, suave, monástico. Vuelven los re­cuerdos de la portorriqueña siniestra con sus barbitú­ricos sospechosos: esfuerzos de Doris para embarcar­la hasta con la policía. Las ruinas de Yucatán, el rol y el extraño accidente: un vómito casi sólido como de una culebra de almidón pero que necesitó cortar con sus manos para poder respirar, luego las escamas secas en el pelo, en todo el cuerpo, hasta los pies. Veía algo blanco, agradable. Escapó por milagro, sospecha que la envenenaban. Ciega firmaba todo sin ver: así la por­torriqueña le hizo firmar la escritura de la casa en que ella aparece como co-propietaria. Palma Guillén le pagó la mitad. La secuestraba. Debía disimular su ce­guera por temor a perder el puesto. ¡Qué comedia! ‘Es­taban hablando conmigo y no sabían que no los veía’. Confiesa que los recuerdos amargos, las traiciones y los ataques se le pegan a la memoria más que los días alegres y los recuerdos buenos. Es la gran enemiga de sí misma. Cuando su madre estaba embarazada de ella en La Unión, creyeron que eran mellizos y se fue a Vicuña donde nació; pero no estuvo allí sino unos días, los 40 clásicos. Regresó a La Unión que tampoco ama, porque la echaron allí del primer colegio donde estuvo y sufrió mucho. Por eso me quedé sin colegio. Gravedad, pasión, tristeza, espíritu de justicia proféti­co, vehemente, semicreencia en la reencarnación, en los avisos del más allá: Teresa de la Parra le comunicó su muerte, el de la de su madre, estando en París, con­tra su hábito, rezó una novena de las ánimas toda la tarde. (…) En realidad, odia a Chile. No cabe negarse a la evidencia: hoy me declaró terminantemente que, si no fuera porque allá están los cuerpos de su madre y de su hermana, ella habría tomado otra nacionalidad. Está convencida de que en Chile la aborrecen y em­piezo a temer que no la quieran, que haya en su contra una corriente más poderosa de lo que había sospecha­do y que ella, con sus arterias, la siente”. (5 de mayo)

“Premio Nobel: lo que menos consideran son las opiniones oficiales, ¿G. V.? ¡No! Y Usted… ¿Cómo du­darlo? Casi reproche.

‘Un señor q’ llegaba cada tres o 4 años con dos maletas y decía: ¿Qué tal, cómo les va? ¡Qué grande estás!’ era mi padre. En el colegio: ‘Cómo no tienes pa­dre’. Mamá: ‘De eso no se habla’… Axel Munthe [médi­co y escritor sueco] quería venirse con ella de Suecia a Nápoles, pero lo hicieron desistir, porque se habría muerto. Ella misma tuvo un síncope en el avión de Estocolmo a París: ¡Ella y una guagua! Aldous Huxley es amigo en California curó de la ceguera con procedimiento especial”. (6 de mayo)

“Cree Marta Brunet la atacó para quitarle consula­do Madrid cuando carta famosa”. (7 de mayo)

“Considera ‘El ruego’ y ‘Los sonetos de la muerte’ cursis, dulzones, pegajosos, intolerables!”. (21 mayo)

“No toca, no puede materialmente tocar el dinero. Ni saca cuentas. Cuando le pregunto el precio de la casa, el sueldo de la criada, responde sin vacilar: Pre­gúnteselo a Doris. Y no es evasiva. Es que no sabe, no le viene a la cabeza el número. Así la explotó la portorriqueña”. (8 de mayo)

“Por todas partes la muerte del niño. Cegó, perdió la memoria, estuvo en una clínica, ausente”. (9 de mayo)

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Tras su viaje a Foggia —a 180 kilómetros de Nápo­les— para visitar al padre Pío, vuelve a Nápoles y se inquieta por el deterioro de la salud de Mistral, el es­tado de su memoria y las restricciones económicas. Las conversaciones a veces se vuelven tensas:

Fue en esas idas y venidas desde la casa de Mistral que Alone escribió los primeros trazos de lo que se­ría 10 años después su libro Los cuatro grandes de la literatura chilena, con un capítulo destinado a Gabrie­la. Una extraordinaria aproximación que vale la pena releer. Para mí, un inmejorable ejemplo de un perfil logrado, que debería utilizarse en clases de periodis­mo donde se suelen emplear reconocidos ejemplos del nuevo periodismo norteamericano, desconocien­do a nuestros propios clásicos.

“Ayer, por ejemplo, estaba muy contenta porque del Ministerio de Relaciones le habían comunicado que podía salir cuando quisiera sin pedir permiso ni avisar. Ella nunca reconoce que en el Consula­do no hay trabajo y que su puesto es una canongia, una jubilación disimulada. Siempre está hablando de jubilar y, de que otros ambicionan su cargo, por lo demás, único, puesto que se lo dio una Ley Especial como una pensión de gracia. La noticia le cambió la cara y le inspiró la idea de ir a Israel, de visitar los Santos Lugares. Dijo que le estaban ‘cosquillando los pies’ y me propuso quedarme aquí, solo, de dueño de casa. Nunca se le ocurrió hablar de la bondad de los hombres de gobierno para con ella ni del amor que, a veces, le demuestran en su país. Era como si la cosa hubiera caído de las nubes, aislada, sin eco, origen ni conexiones terrenales. Cree, en cambio, que cuando fue a Chile y la visitaban tantas altas damas que no podía salir, era Dublé Urrutia que le preparó esa inva­sión a fin de impedirle revolucionar al pueblo y que la secuestraron a fuerza de amabilidades, la asfixiaron abrazándola. Aquí las visitas se tornan espías, porque como en esos países sud-americanos… Cuando con­funde a Chile con el resto de Ibero-América yo no puedo sujetarme y salto, pierdo la paciencia y falto a la buena educación.

Le he dicho mil veces que la gente la cree rica y que tiene razón, porque, si ella poseyera un átomo de las cualidades de esa raza que tanto admira, habría administrado bien su fama y con sus libros y sus ar­tículos no necesitaría de nada ni de nadie. Sus dis­culpas llevan a la conclusión de que todo el mundo le ha robado y seguirá robándole sus derechos de autor, y que ella no sabe pelear, y que no quiere amargarse la vida inútilmente, y que no puede tocar el dinero, y que no sabe sacar cuentas, etc. Bien. Pero cuando relata nuestra discusión, comienza: ‘Álone me cree in­mensamente rica con los derechos que me producen mis libros…’”. (15 de mayo)

“Hoy se quedó todo el día en cama pero sin que­jarse, para trabajar. Y charlar. Además así descansa de las visitas”. (17 de mayo)

“Lentitud minuciosa, campesina de los detalles narrativos. ‘Entonces yo le dije… y él me contestó…’. En cambio ninguna precisión, vaguedad de las fechas, nombres y lugares indeterminados: ese viejo precio­so —Maeterlinck— ese hombre encantador ¿cómo se llamaba? Bergson”. (21 de mayo)

***

Fue en esas idas y venidas desde la casa de Mistral que Alone escribió los primeros trazos de lo que se­ría 10 años después su libro Los cuatro grandes de la literatura chilena, con un capítulo destinado a Gabrie­la. Una extraordinaria aproximación que vale la pena releer. Para mí, un inmejorable ejemplo de un perfil logrado, que debería utilizarse en clases de periodis­mo donde se suelen emplear reconocidos ejemplos del nuevo periodismo norteamericano, desconocien­do a nuestros propios clásicos. Hay pasajes en su dia­rio que serán recogidos en su ensayo en forma muy similar, como este: “La abuela Villanueva de Godoy —probablemente de origen judío— de La Serena, te­nía, cosa rarísima, la Biblia y, entre los cinco y los sie­te años, la hizo leer hasta aprenderse de memoria los Salmos de David, de quien Gabriela estuvo un poco enamorada. Cuando se le fueron a las monjas sus dos hijas, la abuela quedó medio loca. Fue de casa en casa por toda la ciudad preguntando si estaban allí. Nunca recuperó del todo la razón. La madre de Gabriela le decía: ‘Anda a ver a tu abuela, pero cuando veas que se pone loca, te vuelves’”. (15 de mayo)

Pese a visitar paisajes como Sorrento, donde Alo­ne pasa unos días, a los gratos paseos con una diestra Doris Dana al volante, sorteando el difícil tráfico de las calles napolitanas, la inconformidad que lo habita, el tedio existencial, de pronto golpea su puerta. Así lo registra en su entrada del 21 de mayo:

“A veces me vienen rachas, pero unas rachas ho­rribles, como de hambre, como de sed o desespera­ción, y que no tienen sino este simple nombre, sin complicaciones: se llaman ganas de volver a Chile.

¡Qué ganas! Solo pronunciar las dos sílabas de mi país me transporta, me producen un estado de repen­tino éxtasis y ando más rápido, se me quitan la pena, la indiferencia, el hastío; la muerte misma me pare­ce amable y grata. En una palabra, sano. Hoy, mejor, anoche, me sucedió. Arreglé la maleta y lo dispuse todo para salir. Hoy muy temprano, lloviendo, fui a preguntar el precio de los pasajes a Taormina. Era caro. Llovía aquí, llovía allá. Entonces, pensé: volver­me a Chile, tomar inmediatamente un barco directo a Valparaíso. Entré en una agencia Marítima donde ya había estado. El empleado despachaba a alguien. En el momento de la espera me volvió la razón. ¡Pero sería absurdo, ridículo, vergonzoso volver a Chile tan de­masiado luego!

Me vi allá en realidad. ¡Había salido con tantas ga­nas de salir! ¡Fueron tan deliciosos los días anteriores a la salida, cuando soñaba con viajar! Percibí en un relámpago, la semejanza. Era un deleite como el de ahora. Tal como el de ahora. ¡Ganas de salir! ¡Ganas de regresar! ¿Hasta cuándo sería el dócil juguete de mis momentáneos impulsos? Me vi en Arica. Pensaba llegar por el Norte y hacer lenta lentamente el viaje a Santiago, para invernar sin lluvias ni fríos! Es lo que me horroriza: el frío. Lo aborrezco. El sol me trans­forma y me ilumina. Un rayo de sol en ese momento penetró hasta mi mente. Y me salí de la agencia Marí­tima sin preguntar de nuevo cuándo partía el vapor a Valparaíso ni averiguar los detalles del precio, la dura­ción y demás condiciones del viaje.

Sigue lloviendo. Pero el escribir me quita la an­gustia. Escribamos, pues”.

Fue lo que hizo el resto de su vida.

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