En su libro sobre Carlos Droguett, Álvaro Bisama se muestra distinto al escritor simbólico, alucinado y desafiante de sus novelas. Descubrimos en estas páginas a un autor con una inteligencia distinta, respetuoso del rigor que requiere el ensayo y con la capacidad de dar a su escritura el tono justo, la plasticidad estética adecuada, el ritmo que lleva al lector a una suerte de surfeo sobre la ola que representa la vida, obra, tiempo y circunstancias del autor de Eloy y Patas de perro.
por Javier Edwards Renard I 19 Julio 2024
Álvaro Bisama es un escritor que ha ido construyendo una obra interesante, que abarca desde ficción (novelas y relatos) hasta ensayos y crónicas, géneros literarios en los que presenta su visión imaginaria o analítica sobre un Chile enclaustrado por su geografía y singular idiosincrasia social, política, económica y cultural. Bisama es también un profesor y doctor en literatura, es decir, navega las aguas de la libertad creativa y las propias del investigador riguroso y preparado. Así, la textura de su escritura tiene diversos relieves, alcances, registros que —paso a paso— lo han ido convirtiendo en un escritor versátil y con relato propio, con algo que contar y con un modo de decir que le otorga voz e identidad. Sin estas dos características, poco o nada aporta la escritura en un tiempo en el que la sobreproducción agobia en todos los ámbitos y en los que la tan manoseada inteligencia artificial comienza a mostrar sus primeras manifestaciones plagiarias.
Como narrador de ficción, uno puede afirmar con convicción que Álvaro Bisama pertenece a ese tipo de animales literarios a los que también pertenecen sus biografiados: De Rokha primero y ahora Carlos Droguett. Esto significa ser de aquellos que son una especie en sí misma —como algún teólogo tomista habría dicho respecto de los ángeles—, una legión indomable que se apodera del lenguaje para contar sus relatos a contracorriente, rompiendo reglas y creando sus propias leyes. Un narrador críptico, enrevesado, simbólico, alucinado, desafiante, creativo, es lo que he ido viendo en sus textos desde los tiempos de Caja negra (2006). Realidad y ficción, en sus narraciones, amarradas en una trenza inevitable de significados posibles que se hacen cargo del tiempo y circunstancias del autor, sus contextos y antecedentes. Y desde el caos inicial a un manejo textual cada vez más sólido, en desarrollo, en avance de menos a más.
En paralelo, Bisama el ensayista, el académico, el biógrafo, el intérprete, el ventrílocuo que, a través de sus textos articula el lenguaje de Pablo de Rokha en Mala lengua (2020) y en el libro que nos ocupa, La rabia y el augurio (2023), de Carlos Droguett. Aquí descubrimos a un escritor con una inteligencia distinta, respetuoso del rigor que requiere el ensayo y con la capacidad de dar a su escritura el tono justo, la plasticidad estética adecuada, el ritmo que lleva al lector a una suerte de surfeo sobre la ola que representa la vida, obra, tiempo y circunstancias de Droguett. Como James Boswell propuso en su momento, Bisama no oficia como un biógrafo del dato, de vieja escuela, sino que indaga, recopila, aprehende el objeto de su escritura para convertir la materia acumulada en artefacto literario en sí, reflexión, imaginación, indagación con vida propia.
Un escritor de la talla y potencia de Carlos Droguett, des-conocido y ad-mirado, un narrador de una energía con el poder de una bomba nuclear, puede llevar a su biógrafo a sucumbir en el estilo, en el tono, a ceder en el punto de vista, a convertirse en su esclavo involuntario. Narradores como Droguett (o Brunet o Donoso o cierto Lafourcade o Marta Blanco o Eltit o Lemebel o tantos otros que, bajo sus propios registros, navegan en las márgenes del canon oficial o que lo intervienen por su fuerza de tromba marina) pueden devorar a quien los aborde, convirtiéndolos más en títeres que ventrílocuos.
No es el caso. En La rabia y el augurio, Álvaro Bisama escribe un relato propio que resucita a la vida narrativa a “su” Carlos Droguett, entregándonos un retrato tridimensional, polisémico, en que el autor dialoga con el sujeto, sus textos, sus contemporáneos, sus luchas, su indignación, las anticipaciones que emanan de sus relatos. Y habiéndose o no leído a Droguett, la lectura de Bisama vuelve imperioso para el lector, terminada la biografía, salir al encuentro (o reencuentro) del biografiado.
Sin recurrir a un relato interminable —potencialmente latoso— y en tan solo 225 páginas de un libro de formato pequeño, Álvaro Bisama construye su Carlos Droguett con el oficio de un sastre que no deja señas de su costura. Dejando en evidencia la fluidez de una prosa madura, la independencia intelectual que no desconoce la legítima admiración y el manejo de fuentes que permite seleccionar lo esencial, separando el trigo de la paja, La rabia y el augurio es esa biografía precisa sobre nuestro escritor que más habitó la insatisfacción, la incomodidad y la furia.
En La furia y el augurio queda claro que cruzarse con Carlos Droguett, en vivo —cuando era posible— o en texto, no puede sino ser una forma de enfrentamiento, un choque brutal, pero siempre fructífero. Un escritor en lucha consigo mismo, sus contemporáneos, con su medio social, su historia política, con el país; un prolífico narrador a su pinta, un escribidor incansable, un testigo denunciante con el dolor a cuestas; un augur casi nunca escuchado u oído a destiempo; el hijo indignado de Sísifo y Casandra; un sobreviviente, y ello se registra con sensibilidad sobria y convincente en la biografía de Bisama. Este Droguett no es una caricatura ni una estatua, es un hombre creíble en su tiempo y el nuestro, con su obra a cuestas. Es un hombre con sus conflictos y contradicciones, amigo de sus amigos hasta el final (el sacerdote Escudero, De Rokha, Rojas), enemigo enconado e indeseable (del crítico Alone, de Lafourcade) y capaz de separar aguas entre lo ideológico y el honesto reconocimiento del talento ajeno (Miguel Serrano).
El que Edgar Allan Poe lo cambie temprana y definitivamente —como lo confiesa en Materiales de construcción (1980)— no es algo menor. Hablamos del escritor norteamericano que en el siglo XIX marca un hito definitivo en la literatura romántica y la ficción gótica. Ahí está el abismo del horror, la metáfora afilada de historias que dan cuenta de la sufriente y precaria condición de la vida, el antecedente literario del existencialismo que en el siglo XX se reformularía de una manera más directa. Droguett no imita ni copia, pero adquiere, transforma y lleva su fuente de inspiración a un lugar propio. Tanto en sus textos de corte histórico, como en los más personales y desbocados, la mirada del escritor recoge una realidad que lo horroriza, lo indigna y denuncia porque está convencido de que ella no debería dejar incólume a nadie. Desprecia a los acomodados, a los cínicos, a los galardonados que creen que el premio es una suerte de sacramento. En su larga lista negra estará Nicanor Parra; no le cree, lo ve como un oportunista. Diamela Eltit es, a su modo y sin rabia, una especie de alma gemela contemporánea: rompedora de los silencios del poder, con la palabra.
Bisama recoge con habilidad este sentimiento, sin incurrir en excesos. Creo que lo demuestra con especial precisión cuando retrata la forma en que Droguett aborda la matanza del Seguro Obrero, ocurrida el 5 de septiembre de 1938, a pasos de La Moneda, en circunstancias que miembros del Movimiento Nacionalsocialista Chileno, el nazismo criollo, intentaba un golpe de Estado contra Arturo Alessandri Palma para favorecer a Carlos Ibáñez del Campo. Izquierdista, admirador de Fidel Castro, el Che Guevara, Salvador Allende, enemigo de lo que llamaba “el imperialismo norteamericano”, Droguett es capaz, sin embargo, de alzar su voz en contra de la matanza de esos adversarios políticos. No defiende, como es obvio, ni sus intenciones ni la ideología que los inspira, pero se rebela contra la violencia.
“Para mí, la literatura es un acto total que interesa al cuerpo y al espíritu del escritor: en términos teológicos, como un sacramento; en términos psiquiátricos, como un suicidio. Si el escritor no se satura de pasión por su tema y por su personaje, se queda en la superficie, transitoriamente y para siempre en la superficie. Yo soy un pasional y mi pasión es la literatura, pasión de vida y no de muerte (…). El escritor que no escribe por la justicia es un despojador de los pobres, un ladrón”, dice en una entrevista a El Mercurio de 1971, y es por eso que la muerte de los 58 o 59 jóvenes golpistas es denunciada por Droguett en Los asesinados del Seguro Obrero (publicado por primera vez en 1939) y en Sesenta muertos en la escalera (1953).
En el prólogo de Los asesinados, titulado “Explicación de esta sangre”, dirá: “Temo —y no quisiera desmentirlo— que estas páginas que ahora escribo vayan a resultar una explicación de mí mismo. No importará. Lo que publico, después de todo, lo escribí porque lo sentí bien mío, íntimo de mi existencia, hace un año, cuando fue hecho. Por esto mismo no he querido cambiar nada, exhumar cosa para averiguar más carne, más sangre. Esta, se ha entregado al libro de la imprenta tal como se entregó a la página del diario el pasado invierno. Yo no podía meter mis manos en ella otra vez. Esa no fue mi labor verdadera. Yo solo recogí, a la manera mía de coger las cosas, esa sangre que corriera hace dos años por nuestra historia; no fue otra mi tarea, agacharme para recoger. Traté de trabajar entonces con las dos manos para no perder detalle ni hilo, para recoger toda la sangre, para construirla otra vez, y que corriera más abundante por los cauces de nuestra historia. Así, pues, verdaderamente, esto no es un libro, no es un relato, un pedazo de la imaginación, es la sangre, toda la sangre vertida entonces que entrego ahora, sin cambiarle nada; sin agregarle ninguna agua, la echo a correr por un lecho más duradero y más sonoro”.
Con una ética perdida en 1973, quizás para siempre, Droguett se rebela contra la sangre derramada, una sangre que no tiene nombre ni ideología, que es sangre humana que se acumula, desperdiciada, en la historia de Chile y de la humanidad. Y el resultado es la transformación del horror gótico de Poe en la rabia visceral que lo convertirá en un Quijote destemplado y certero, implacable y alucinado, visionario pero también ciego. El retrato de ello queda establecido en la biografía de Bisama, quien escribe sin disimular sus simpatías políticas, pero con la honestidad necesaria para no ocultar o dejar de decir.
Esa rabia sin límite se convierte en virtud en los potentes textos que escribió. Sin embargo, también se convirtió en una trampa que le impedirá ver más allá de sus enojos, explorar otras pasiones, ver la sangre en las manos de sus amigos. Quizás sin la tramposa pasión de esa rabia portentosa, sus denuncias habrían sido más amplias, su misma indignación más libre, quizás habría entendido mejor a un autor como Mario Vargas Llosa. Pero como los puritanismos nunca son acertados, nada de ello lo habría hecho un mejor escritor: desde su compromiso absoluto y discriminante, resulta imposible decir que haya habido en él un ápice de arbitrariedad dolosa o que su rebeldía impía no haya dejado un legado de verdades que ennoblecen la literatura chilena.
De alguna manera indiscutible, la lectura de La rabia y el augurio, segunda notable biografía de Álvaro Bisama, nos muestra una doble arqueología del imaginario chileno. Por una parte, la llevada a cabo por el propio Droguett a lo largo y ancho de toda su frenética obra y la que ejecuta el propio autor en este texto indagatorio que revitaliza, rescata e interpreta el universo narrativo droguettiano.
Digo arqueología porque en todo trabajo de esta naturaleza el ensayista está más cerca del trabajo del arqueólogo que busca y reconstruye imaginando, que la del historiador que articula desde sus fuentes, con una pretensión más científica, establecer una verdad cerrando un círculo. Si bien ambas aproximaciones son válidas y necesarias, en el descubrimiento de significados el cuidado y cautela arqueológica resultan más en sintonía con la inestable naturaleza de lo literario. Sabiendo que en este campo, letra, palabra, obra, autor y contexto interactúan de maneras muchas veces misteriosas e insondables, mediante la escritura abierta, la insinuación por sobre la conclusión categórica, se fortalece lo relatado, dando al lector un abanico de posibilidades, generando la invitación a, finalmente, leer al autor explorado en la biografía.
No se ha escrito poco sobre Droguett, pero tampoco lo suficiente. En este espacio, el ejercicio de Bisama aporta tanto desde la ductilidad con que articula el material que ha tenido a la vista, como desde el ejercicio de un estilo ensayístico que agrega valor. En La rabia y el augurio el ensayista usa la palabra para expresar sus ideas y, también, para dialogar con el sujeto de su reflexión y otras voces indispensables. El resultado es fluido y entretenido, riguroso y novelesco.
Droguett y la Generación del 38, sus nexos con —o la desconexión con— el Boom, la historia de Chile con su rudeza de país cornisa e isleño, sus respuestas iracundas, la política y el compromiso como deber literario, el país querido y despreciado, la contienda con enemigos sobre y subestimados, el sentido de lo religioso y lo profano… Suma y sigue… Todo en este ensayo biográfico, cazuela proteica, en que Bisama continúa un trabajo de construcción de ese imaginario chileno que no es “el imaginario absoluto”, pero sí el de esos autores que recogen una fracción no menor del ADN cultural de este país complejo, al mismo tiempo viejo y adolescente, en sus esperanzas y dolores.
Que Bisama siga escribiendo y descubriendo los posibles significados de nuestras escrituras es un imperativo, porque es solo en este trabajo infinito que los pueblos van logrando algún tipo de armonía consigo mismos. En este pensar sobre lo escrito queda abierta la puerta para que nuestros escritores se abran a la búsqueda —no necesariamente rabiosa— de autores visionarios, de lo que somos, hemos sido y tenemos por delante, de una manera en la que el compromiso sea una ética del decir, hacer y denunciar en libertad. Todo en Droguett conmueve: Eloy, Patas de perro, 110 gotas de sangre y 200 de sudor, todos esos cuentos, ensayos, crónicas, pero Los asesinados del Seguro Obrero y Sesenta muertos en la escalera hacen que su naturaleza narrativa lo convierta en un animal único. ¡Chapeau, M. Bisama!
Fotografía: gentileza de la familia Droguett.
La rabia y el augurio, Álvaro Bisama, Ediciones UDP, 2023, 225 páginas, $16.000.