En la presentación de Madariaga y otros, el nuevo libro de cuentos de Marcelo Mellado, Carolina Melys plantea que el escritor no solo narra con una agilidad y humor magistrales las aventuras de un colectivero marxista de San Antonio, sino que también instala una crítica feroz ante el momento que vive el país actualmente. “Desfilan en estas páginas –concluye– sarcasmo, denuncia y observación cruda de una sociedad que ha perdido todo escrúpulo ante los intereses particulares, la política del sálvese quien pueda, y la ruina de los espacios: llámese patrimonio o comunidad”.
por Carolina Melys I 20 Junio 2018
En un país de pusilánimes y de genuflexos, no es raro que uno tenga fama de escritor agresivo. Esto lo dijo Droguett en una entrevista el año 71. Y qué actual resuena esa frase para un Chile construido en la lógica de los acuerdos. En el país del murmullo constante, el de tirar la piedra y esconder la mano, de no quedar mal ni con Dios ni con el diablo, en que lo cortés no quita lo valiente pero, donde la hipocresía se viste de cortesía, y de valiente no queda nada, el libro Madariaga y otros de Marcelo Mellado emerge como un gesto necesario de subversión.
Los libros de Mellado han sabido encontrar su espacio a lo largo de los años en las más diversas editoriales –hoy en Literatura Random House–sin perder el sarcasmo y la crítica que los caracterizan, construyendo un discurso coherente en el tiempo. Una literatura que se enfrenta a la realidad, siguiendo esa línea que trazaran Manuel Rojas, Baldomero Lillo, Nicomedes Guzmán, también Gonzalo Drago, con personajes como Míster Jara, ridículo y nefasto, en donde la agudeza y precisión lingüística hacen de la derrota social, literatura. Incómoda, pero ineludible.
En un país en el que el disenso incomoda y el diálogo no tiene mayor cabida, libros como este irrumpen, y remecen la pretendida comodidad del statu quo. Pero no por eso ostenta gravedad, muy por el contrario. Por este libro desfilan funcionarios públicos huyendo despavoridos a poto pelado ante un inminente incendio en plena orgía; o el trencito de un bailongo desenfrenado, en cuya fila se mueven animadamente jefes sindicales y lobbystas portuarios; incluso, una ridícula persecución en botes, que termina con uno encallado en las rocas, cual Combate Naval de Iquique. Todas escenas delirantes, que corresponden a la primera parte del libro dedicada al personaje Madariaga.
Madariaga es un colectivero de San Antonio, con un pasado político militante, de esos de la vieja guardia, de convicciones claras y transparentes –“no como las nuevas generaciones que se venden por muy poco y no conocen lo que es la palabra empeñada”, como le dirá uno de sus ex compañeros de partido– al confiarle una misión. Porque en estas historias todos recurren a Madariaga, porque es un hombre de fiar, hábil y sagaz en terreno, como buen marxista que es. Y ahí va él, incapaz de decir que no ante propuestas que conllevan desentrañar los hilos corruptos del poder, o simplemente ayudar a un amigo en sus cuitas familiares.
El protagonista se interna en su colectivo por las calles del puerto o los cerros, espiando a algún concejal corrupto, o inmiscuyéndose en clases de yoga, haciendo las posturas más inverosímiles para entrar en contacto con una mujer. Todo esto acompañado de buenas dosis de alcohol y preparaciones culinarias no aptas para veganos.
Mellado recoge en estos relatos el mejor estilo de la novela negra, dejando entrever “De este modo, el personaje adopta las características del detective, un sujeto que “lucha por la equidad y la justicia distributiva”, como él mismo le explica a una mujer que logra proteger de la impunidad del poder; que está en permanente búsqueda de la verdad y en esta pretensión, esencialmente utópica, funda su postura filosófica frente al mundo. Así, nos encontramos con frases como: “Madariaga tiene una teoría en la que anida una tesis utópica: la del país cardumen, ese que transita ordenadamente conducido por una razón común, que no es lo mismo que el país rebaño, conducido por un pastorcito abusador”.
O esta otra: “Madariaga sentía retroceder la ética popular con la irrupción del individualismo sistémico”.
Mellado, en estos cuentos, no solo narra con una agilidad y humor magistrales las aventuras de Madariaga, sino también instala una crítica lúcida y aguda ante la realidad que se presenta. Desfilan en estas páginas sarcasmo, denuncia y observación cruda de una sociedad que ha perdido todo escrúpulo ante los intereses particulares, la política del sálvese quien pueda, y la ruina de los espacios: llámese patrimonio o comunidad.
Grandes temas sociales van desfilando en la narrativa de Mellado: recuperación del borde costero, políticas patrimoniales, tenencia de animales, lucha por las identidades locales… Y siempre una crítica a aquellos que alguna vez fueron compañeros de partido y que posan inamovibles en aparatos estatales, replicando las malas prácticas, como el Cara de Viático, concejal socialista, que ponía a su nombre en cuanto viaje llegara al municipio.
También critica a las nuevas caras, “compañeros del partido más jóvenes, desagradables, faltos de educación y con escasa formación intelectual, lo cual era un problema que el partido arrastraba hacía mucho tiempo”.
Hasta aquí llega Madariaga.
Una segunda y tercera partes la constituyen cuentos, muchos de los cuales fueron publicados por primera vez en la editorial La Calabaza del Diablo (2012), en el libro República maderera, pero que hoy muestran versiones ampliadas. Los cuentos conservan el escenario, pero los personajes varían, las situaciones también. Curiosas, siempre impredecibles, pero sin duda se mantiene la acidez y la mirada suspicaz.
En su cuento “Brecht”, un hombre divaga sobre la idea de montar una obra del alemán, recobrar la fuerza de su crítica social, para contrarrestar la proliferación de cierta literatura que en sus peores versiones terminó siendo “esa cosa chascarrienta, construida a base de malos entendidos y de paradojas, que tanto gusta a los connacionales”, y que es “la base de los gags de la televisión abierta, tan en boga”. Mientras el personaje camina por las veredas de su ciudad, es inevitable pensar en Lihn y su texto “Todos los caminos conducen a Brecht”, donde rescata al autor alemán y su idea de la literatura como una ineludible guía para la acción. La ironía se ve completada cuando el sujeto caminante de Mellado llega a casa y asume el fracaso de su idea, incluso antes de empezar. Porque su derrota es la derrota del movimiento popular en todos sus ámbitos.
Destaca también el cuento “Hamelin”, en donde se añora un flautista “que se haga cargo no solo de las ratas portuarias sino también de todas las ratas antropomorfas que pueblan el territorio”. Esos vendedores de pomadas, dice Mellado, pero de los que usan la imaginación de modo productivo.
O el relato “Bar Silvestre”, en donde la naturaleza, especialmente la desembocadura del río Maipo y un hermoso humedal cerca de San Antonio, aparecen como paisaje epifánico (siempre acompañados de un buen whisky o vino), y en donde siguiendo a Thoreau nos invita a “mirar lo que ha de ser visto”. Además de abogar por las posibilidades que ofrece al turismo la naturaleza. Posibilidad nunca concretada, porque “la población es muy idiota o muy determinada por las pautas ordinarias de consumo”.
Si algo tiene de interesante la literatura, siguiendo a Tabarovsky en su ensayo Literatura de izquierda, es que permite derribar las jerarquías. Y en la literatura de Mellado no hay miedo a incomodar ni necesidad de sobar lomos. La realidad se impone como un deber ineludible, y el fracaso como la consecuencia más probable.
Pero aún así persiste en la necesidad de esta voz. Hace décadas, Droguett denunciaba que la literatura vivía de espaldas a la realidad chilena. Este libro se para de frente y con una prosa impecable realiza su descargo, teniendo como arma infalible el humor, único salvavidas para no zozobrar en el absurdo de esta mala ficción de los tiempos mejores.
por Celinda Tapia Solar