
En este texto, leído en la presentación de la novela de Elisa Clark, la crítica chilena se detiene con especial atención en el trabajo de archivo que la protagonista, en su intento de escribir una ponencia sobre Gabriela Mistral, lleva a cabo entre las 18.032 piezas de su legado donadas por Doris Atkinson, la sobrina de Doris Dana, a la Biblioteca Nacional, en un relato que expone con ironía las actitudes y riñas internas de la academia.
por Soledad Bianchi I 13 Diciembre 2025
Oye Gabriela es una novela, es decir, una ficción, pero con mucho de realidad. Si quisiéramos etiquetarla, admitiría el nombre de “novela en clave” y, en realidad, da mucha alegría —y risa— reconocer a ciertas personas-personajes, a pesar que la mediocridad que muestran no es más —ni menos— que un reflejo (algo deformado novelescamente) de la ramplonería de sus verdaderas vidas individuales.
En ciertos momentos podría decirse que la narración resulta grotesca por exagerada y por unir lo fantástico con lo natural, y casi esperpéntica; y hay otros en que nos hace reír a viva voz por la ironía y el absurdo, y hay ocasiones en que, por lo menos a mí, me enrabiaba por las conductas y actitudes de personajes que reconocemos demasiado a nuestro rededor. Y creo que ustedes, lectoras y lectores, tendrán reacciones parecidas, y pienso que quien conoce más el ambiente universitario, en especial de profesores y alumnos de posgrado, más podrá observar los múltiples saltos, volteretas y balanceos que realizan muchos docentes y estudiantes que creen indispensable fingir o esconderse o esconder su personalidad o modo de ser para escalar en la carrera académica que, muchas veces, parece más una competencia atlética por las contorsiones que algunos creen que hay que hacer, sin pasar nunca el “relevo” al otro competidor. Y resulta que el relevo se llama, también, “testigo”, y eso somos, nosotros, lectores, observadores, casi mirones o voyeurs de riñas y pugnas y relaciones hipócritas que se dan con frecuencia, pero como a la disimulada y que, casi siempre, costaría mucho que se reconocieran públicamente, a pesar de su evidencia.
Pero comencemos desde el principio: Oye Gabriela podría ser un apelativo o apóstrofe, un llamado a una persona. El título no da mayores pistas porque solo aparece un nombre femenino, pero, pronto, el epígrafe que es parte de una canción, sin mencionar explícitamente el apellido de la mujer, da los datos necesarios para que nos enteremos de quién se trata: “Oye Gabriela, es muy raro que te hayan convertido en un billete de a cinco lucas / y a tu apellido en una marca de pisco”: entonces, sin temor a equivocarnos, sabemos que la referencia es a Gabriela Mistral.
Como puede notarse no hay ninguna distancia respetuosa hacia ella: se le trata de tú como a una amiga a la que se le da a conocer lo que otros han hecho de ella o de su legado, ningunéandola, de acuerdo al punto de vista de José Luis Valdés, “alias Poeta Reptiliano”, el autor de la letra. Este modo informal de relacionarse del joven con la escritora me hace recordar uno de las tantas anécdotas que cuentan sobre ella: dicen que, entre las razones que Gabriela argumentaba para no querer regresar a Chile, estaba su temor a que a pocos meses de llegar se olvidaría su patronímico y sin respetar, tampoco, su figura ceremoniosa, todos le dirían “Gaby”.
De ninguna manera es esta la imagen que se construye de la poeta en este texto lleno de antecedentes verdaderos sobre la Mistral como artista, pero muy especialmente, como persona. Ellos demuestran el trabajo de investigación realizado por la autora: Elisa Clark. Repito: me refiero a la autora y no a la narradora, la boricua Regina Coelli, ni a la personaje Clark. Por las numerosas menciones de la vida de la Mistral, por el conocimiento de dimes y diretes, por la capacidad de entretejer emociones y sentimientos de la escritora, de sus amigas y amigos o/y de sus interesados estudiosos, además de otros elementos ajenos que colaboran a formar el universo novelesco, se vuelve nítida la atención y dedicación que puso Elisa Clark para escribir este libro de gran valentía porque atisba y revela trivialidades y absurdos que se dan en algunos ámbitos relacionados con la literatura, cuya distorsión hace perder de vista las producciones de los autores, empequeñeciendo y deformando el campo literario y su riqueza.
Especial interés, para mí, tienen las reflexiones sobre la escritura: “Porque escribir también es eso. Tapar, borrar, tachar”, recuerda una de las mujeres más cercanas a la Mistral: Dalia Moreno, en Oye Gabriela, que pareciera ser la mexicana Palma Guillén (de Nicolau), una de sus compañeras que, en la novela, no cesa de recordar la vida en común que llevaron, y sus añoranzas y el desgarro por la pérdida amorosa la vuelven una de las personajes más interesantes y profundas de la narración, que se hace notoria y única, además, porque sus intervenciones están escritas en cursiva. Más adelante registra: “La escultora le reparaba los papeles rotos (…). Lo mío era transcribir, comparar, juzgar. Pasar a máquina su dictado y en limpio las correcciones. Nos entendíamos a la perfección. Pero no fue a mi lado que escribió los mejores poemas”.
Por otra parte, la protagonista que se propone redactar una ponencia sobre la poeta, estando sola y embarazada, en una Biblioteca Central vacía, con posterioridad a un terremoto, seguramente el del año 2010, apunta: “Escribo, borro, tarjo, pienso, muerdo [el lápiz], anoto, dejo ir mi mano derecha”. Más adelante, señala: “Avanzo, dicto, retrocedo, borro, tarjo, recapacito, estrujo en mi mano el papel”. Su único contacto es Pedro Pé, uno de los pocos funcionarios que tiene acceso al edificio y que es, posiblemente, el más fustigado de todos los personajes por su insaciable ambición y falsedad y, posiblemente, además, su nombre sea uno de los menos camuflados.
Hagamos memoria: A inicios del 2008 llegó a la Biblioteca Nacional de Chile el inmenso legado que Doris Atkinson —la sobrina de Doris Dana, albacea de la Mistral— donó a la Biblioteca Nacional de Chile. Lo constituían 18.032 piezas, cartas y otros originales, manuscritos y textos mecanografiados. No deja de ser curioso que habiendo tanto material literario en este patrimonio, la primera selección realizada de los escritos desconocidos de la poeta, que fue la primera Premio Nobel de Literatura de América Latina, haya llevado a la impresión de Niña errante, que —en 2009, con edición y prólogo de Pedro Pablo Zegers, funcionario de la Biblioteca Nacional— recoge cartas de amor que Gabriela Mistral escribió a Doris Dana, su compañera, su amiga, su amante, a quien con la fuerza y el ímpetu que sabía vivir y expresar en su cotidianeidad y en su escribir, quiso apasionadamente y quiso hasta su muerte. “Yo quiero morirme en tus brazos”, le dice, temerosa de las huidas de la joven, 30 años menor. También se culpa y se justifica: “Tal vez fue locura muy grande entrar en esta pasión. (…) Loco [sic] fui, insensato [sic]: como un niño [sic], Doris, como un niño [sic]”.
“Mi vida”, “Vida mía”, “Doris Dorada”, la llama con ternura y, tiernamente; la llama “Niña errante”, el hermoso apelativo que titula este volumen, que recoge muy pocas respuestas de la Dana, que tiene un prólogo débil, y cuyo contenido aporta poco para volver a mirar y revisar la obra de la Mistral. No obstante, nos permite conocer más de la persona y percibirla como un ser completo, una mujer que amó a hombres y a mujeres y que, entre 1948 y 1956, quiso a Doris Dana y que lo reconoce, y que se entrega enamorada, engrandeciéndose. Y aunque este lenguaje de bienquerer e intimidad no iba dirigido a nosotros, (nos) muestra una Mistral íntegra, sin rigideces ni intentos de simular ni disimular.
Esas 18.032 piezas, cartas y otros originales, manuscritos y textos mecanografiados que fueron el preciado legado de la Mistral son el impulso y el germen y el centro de interés de Oye Gabriela que, como una radiografía, atraviesa serias apariencias y se burla de oportunismos, chismes y beaterías sobre la poeta. Finalmente, estas 18.032 piezas, cartas y otros originales, manuscritos y textos mecanografiados, van más allá que la concreta herencia y donación y le sirven a Elisa Clark como punto de partida para hacer una feroz crítica a cierta intelectualidad chilena y, aún más, para patentizar muchos de los vicios de la sociedad chilena toda en este país de terremotos, con cimientos sociales, políticos y culturales débiles.

Oye Gabriela, Elisa Clark, Cuarto Propio, 2025, 204 páginas, $16.000.