Invitado a la Cátedra Abierta UDP en homenaje a Roberto Bolaño, en esta entrevista el autor de ¿Hay alguien ahí? y Sigo sin saber de ti revela hasta qué punto la literatura y la vida pueden estar unidos y confundirse, por ejemplo, con un relato de Chéjov, por poner el caso del desprecio de un hijo hacia el dinero que un padre podría dejarle una vez que muera.
por Sebastián Duarte Rojas I 4 Junio 2025
¿Hay alguien ahí? y Sigo sin saber de ti, los dos volúmenes de ensayos del narrador estadounidense Peter Orner (Chicago, 1968) publicados por Chai, son la obra de un escritor que, antes que nada, es un lector. Por eso, ya desde sus títulos estos libros se dirigen a nosotros, sus lectores, con quienes Orner establece un diálogo uno a uno sobre lecturas y escritores, pero también sobre su propia vida. Porque para él la separación entre la literatura y la vida es borrosa.
—Necesito tener un espacio separado de donde vivo, lo que se puede sentir indulgente cuando no tengo los medios para costeármelo, pero si tengo ese lugar, lo uso para leer y escribir. Sin internet, nada de eso; soy como un monje, con libros por todas partes. En el pasado han sido casas de personas, a cambio de unos pocos dólares. Ahora lo hago en un hotel antiguo, en un pequeño pueblo de Vermont, un hotel extraño y lleno de fantasmas. ¿Conoces ese pasillo de El resplandor, por donde el niño anda en triciclo? Es así, como una película de terror, y me encanta. Mi trabajo en la universidad y mi familia me distraen, por eso necesito un lugar distinto donde escribir. A veces voy a una ciudad que no me es familiar, como ahora. Me gusta estar en un país donde no hablo el idioma, porque produce una extraña sensación de aislamiento y se puede pensar mucho.
Esta entrevista se realizó tras su conferencia en la Cátedra Abierta en homenaje a Roberto Bolaño en la UDP, una de las actividades que tuvo durante su primera visita a Chile, donde habló, entre otros temas, del modo en que llegó a escribir estos libros de no ficción, del tipo de lectores que le desagradan (los sabelotodos) y de su gusto por el cuento como género —uno en el que ha publicado ya tres colecciones—, por su capacidad de lograr el objetivo de la literatura con gran concisión.
—Tan solo quiero sentir algo. Quiero que un texto me haga sentir algo. Que respire, que tenga vida. Y si no, olvídalo, incluso si está bien escrito, si es innovador o experimental. Debe hacerme sentir algo, esa es la prueba. Y nunca sabes cuándo va a pasar. Para mí no hay ninguna otra prueba más que esa: ¿Te golpea en las entrañas? Como dijo Kafka: “Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo? (…) Un libro tiene que ser un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro”. Y creo que los cuentos hacen eso con más inmediatez que las narraciones más largas. Capturan ese momento de la vida del que no se puede escapar. Eso es lo que deseo y admiro a los escritores que me lo dan, y a los que desconozco, les pido lo mismo. Y los cuentos pueden alcanzar eso de un combo, con una especie de euforia, pero una euforia sosegada.
“La única razón por la que empecé a escribir ficción fue para olvidarme de mí. (…) Inventar personajes, personas que no existen, e introducirlas en un mundo de por sí abarrotado e indiferente es un acto de fe, uno de los pocos actos de fe sinceros que me quedan”, escribe Orner en ¿Hay alguien ahí?; pero en sus volúmenes de no ficción se ve lo que Piglia escribe en Formas breves: “La crítica es la forma moderna de la autobiografía. Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas”. Y de lo que hablaba mucho antes Oscar Wilde en el prefacio de El retrato de Dorian Gray: “Tanto la más elevada como la más baja forma de crítica es un modo de autobiografía”. Pero una agradable peculiaridad de los libros de Orner es la manera en que insiste en ver y narrar la lectura como un acto en la intersección entre literatura y vida.
—Están mezcladas. Lo que intentaba decir es que no puedo separar la lectura de caminar por la calle o cualquier otra actividad que hago. Me parece que no se habla lo suficiente del contexto en que se lee. Uno recuerda dónde estaba cuando terminó un libro. Yo estaba leyendo 2666, iba en la parte de los asesinatos, en el hospital, cuando nació mi hija. Eso es parte de mi experiencia de lectura de ese libro de Bolaño. Me gusta que la lectura sea parte de nuestra vida y no algo aislado. Es un acto sagrado; así que intento mostrar el hecho de que es una acción, otra de las cosas que hacemos, pero para mí es la más disfrutable.
Pese a sus similitudes, como sus temas y que ambos están formados en gran medida por textos publicados antes de manera dispersa, hay diferencias formales entre ¿Hay alguien ahí? y Sigo sin saber de ti, aparecidos en 2016 y 2022, respectivamente. “Algunos eran textos de crítica personal, otros ensayos no eran en absoluto sobre libros, pero ambos estaban unidos por la memoria —cuenta Orner—. No quería que estos libros se leyeran como recopilaciones, en especial el segundo. El primero fue menos deliberado, pero el segundo realmente quise armarlo de manera que cada pieza dialogara con las otras”. Esto que explica que, mientras en el primero estos ensayos suelen ser más extensos y cada uno lleva un título, el otro está compuesto por pequeños fragmentos numerados como capítulos de una novela, pese a provenir, en su mayoría, de una columna en The Believer llamada “Notas al margen”.
“Cuando le cuento a la gente que me desheredaron me miran como si hubiera muerto alguien —empieza uno de los primeros fragmentos de Sigo sin saber de ti—. Efectivamente, alguien murió: mi padre, aunque me gusta aclarar que ya lo superé, al menos la parte relacionada al dinero. Antes de que él muriera, yo solía decir que no aceptaría ni un centavo que quisiera darme, ni uno. Lo cierto es que esa era mi postura antes de leer la parte del testamento en la que especificó al detalle que mi hermano y yo no debíamos recibir nada”. El capítulo sigue con un comentario de un poema de Amy Clampitt, que a su vez hace alusión a la novela corta La estepa, de Chéjov, en que un hombre quema el dinero heredado de su padre. Esta es la clase de conexiones que suelen trazar estos libros. Pero en ellos el tema de la herencia va más allá del antecedente biográfico, sobre todo por la conexión personal que establece Orner con la obra de escritores muertos.
—Solemos pensar la herencia como relacionada al dinero (plata, tierras, casas, autos o lo que sea), pero por supuesto que es mucho más profunda que eso. Y creo que los grandes relatos son las historias que heredamos de gente que vino antes que nosotros. Es obvio que nuestro vínculo más directo son nuestras propias familias, pero por extensión también los son esos escritores a quienes amamos. Milan Kundera habla de esto en un ensayo, donde dice que, de no haber descubierto a ciertos escritores en otras lenguas, no habría sido capaz de contar sus propias historias. Así que nuestra herencia puede venir de una dirección inesperada. Es por eso que los traductores son tan importantes, porque pueden darnos eso. Me gusta la idea de la herencia como algo más amplio; porque si es por dinero, yo no heredé nada, pero sí heredé las historias de mi padre, su personaje: él no pudo quitarme eso. Incluso el hecho de que me haya borrado de su testamento es una herencia, porque tengo el documento y es algo que usé, aunque haya sido doloroso. Así que me gusta pensarlo así, como que somos mucho más ricos de lo que sabemos, incluso si estamos quebrados.
Mientras conversábamos sobre las herencias literarias, Orner se refirió Bolaño, de quien también habló en su conferencia: “La gran, extraña cosa que descubrió Bolaño fue el deleite de escuchar o leer sobre escritores con problemas, escritores que ni siquiera son buenos. Es algo maravilloso. Él se dio cuenta de que preferiríamos leer sobre un escritor fallido que de uno exitoso”. Allí también mostró la edición traducida de Lemebel que vino leyendo a Chile, y lo comentó como un autor que logra en sus crónicas el efecto que él admira en los cuentos.
—A veces leo lo que Bolaño escribió sobre alguien que desconozco y me siento encantado de leer sobre esa persona, y quizás algún día la descubra, como ahora descubrí a Lemebel, a quien acabo de llegar aunque vengo leyendo los ensayos de Bolaño desde hace más de una década. Y no he buscado a los autores porque simplemente disfruto leyendo lo que él dice de ellos, y si los encuentro eventualmente, genial, como ya me había ocurrido con Rodrigo Rey Rosa. Por eso creo que hay que escribir sobre autores sin hacer que la gente se sienta mal por no haberlos leído. Odio eso. Solo quiero leer lo que tienes que decir sobre ellos. Y creo que esa puede haber sido la mayor fortaleza de Bolaño: su apertura hacia otros escritores.
Fotografía: Peter Orner en la Universidad Diego Portales, el pasado jueves 29 de mayo.
¿Hay alguien ahí?, Peter Orner, traducción de Damián Tullio, Chai Editora, 2020, 280 páginas, $17.900.
Sigo sin saber de ti, Peter Orner, traducción de Damián Tullio, Chai Editora, 2023, 256 páginas, $15.900.