
Los días de los Turbín, la única obra cuyo éxito pudo presenciar el autor de El maestro y Margarita, cumple 100 años. La acción transcurre entre fines de 1918 e inicios de 1919, en una Kiev asediada por la guerra y sumida en la incertidumbre política, y se centra en el hogar de una familia de militares leales a una monarquía que se desmorona irreversiblemente. Hoy, en medio de la guerra entre ucranianos y rusos, esta pieza aún reabre heridas.
por Astier Basílio I 27 Noviembre 2025
Moscú, 2 de abril de 1925. Calle Obukhov, número 9. Fue en esta dirección donde el escritor Mijaíl Bulgákov recibió una carta que transformaría su carrera: “Me gustaría muchísimo poder conocerlo y hablar de un asunto que en estos momentos no puedo revelar, pero que puede serle de gran interés”. Quien firmaba era Boris Vershilov, uno de los directores del Teatro de Arte de Moscú, institución cultural liderada ni más ni menos que por Konstantín Stanislávski, que había ayudado a consagrar a autores como Máximo Gorki y Antón Chéjov. De su encuentro, organizado el día siguiente, surgió el encargo de adaptar su novela La guardia blanca, que dio origen al montaje de Los días de los Turbín. Esta obra no solo se consagró como un clásico de la dramaturgia rusa, sino que también se convirtió en la única cuyo éxito pudo presenciar Bulgákov, autor de la legendaria novela El maestro y Margarita.
Los Turbín, apellido de la abuela materna de Bulgákov, eran parte de una familia con fuertes lazos con el Ejército Blanco, leales al imperio ruso. Por un azar del destino, Bulgákov ya había estado trabajando por su cuenta en una versión teatral del texto. Incluso antes de escribir la novela, en 1920, todavía al calor de los acontecimientos, Bulgákov concibió la obra de teatro Los hermanos Turbín, en la que desarrollaba los mismos temas y personajes centrales. Aunque la obra se perdió, llegó a ser puesta en escena en Vladikavkaz, ciudad cercana a la frontera con Georgia, donde el escritor se había refugiado en plena guerra civil.
Con la caída de la monarquía en 1917, el territorio que luego sería Ucrania se convirtió en un escenario convulso, de disputa entre las facciones más diversas, pertenecientes a distintos espectros ideológicos: desde nacionalistas y anarquistas, hasta tropas leales al zar y bolcheviques. En este contexto se creó la Rada Central Ucraniana, una especie de órgano gubernamental que, en 1918, proclamó su independencia de la Rusia soviética y firmó el tratado de Brest-Litovsk, con el cual obtuvo el reconocimiento inmediato de los imperios austrohúngaro y alemán. Sin embargo, la Rada fue disuelta a fines de abril de ese año, mediante un golpe de Estado conservador. Pavló Skoropádski concentró todo el poder, proclamándose hetman, un título militar y político de tradición cosaca. Su gobierno fue respaldado por tropas alemanas que llegaron a ocupar Kiev. Fue junto a este contingente que el Ejército Blanco luchó contra los bolcheviques.
No obstante, la llegada al poder de Pavló Skoropádski provocó quiebres profundos al interior del bloque nacionalista ucraniano. Simón Petliura, quien había sido nombrado jefe militar por la Rada, encabezó una revuelta contra las fuerzas del hetman —que eran apoyadas por el Ejército Blanco— al mismo tiempo que combatía a los bolcheviques. Es precisamente sobre esa colisión de tres fuerzas que trata Los días de los Turbín. El protagonista de la obra, el coronel de artillería Alexéi Turbín, bien podría ser un alter ego de Bulgákov, que también participó en la guerra. La acción transcurre entre fines de 1918 e inicios de 1919, en una Kiev asediada por la guerra y sumida en la incertidumbre política, y se centra en el hogar de una familia de militares leales a una monarquía que se desmorona irreversiblemente.
La casa de Kiev donde vivió Bulgákov, ubicada en Andriivskyi número 13, ha sido rebautizada como “Casa de los Turbín”, en honor a los personajes centrales de su obra. Desde 1991 allí funciona el Museo Bulgákov. Pero si dependiera de la Unión de Escritores Ucranianos (UEU), esto no seguiría siendo así por mucho tiempo. En 2023, un año después de la invasión rusa al país, la organización publicó un documento contundente en el que declaraba que “el Estado mantiene y resguarda una institución que preserva la memoria de uno de los enemigos más traicioneros de Ucrania: Mijaíl Bulgákov”. A continuación, planteaba la siguiente pregunta: “¿Cómo puede seguir funcionando, en el corazón de Kiev, un museo dedicado a un escritor que odiaba de forma feroz a Ucrania y su independencia, difamándola en sus obras, tal como en la novela La guardia blanca?”. La propuesta de la UEU fue inequívoca: cerrar el museo y establecer en su lugar un espacio en homenaje al compositor ucraniano Oleksándr Koshetz, quien vivió en el inmueble hasta 1906 y “cuyos méritos como figura cultural ucraniana son de gran importancia no solo para Ucrania, sino para el mundo entero”.
A pesar del rechazo inicial del Ministerio de Cultura a la propuesta, la controversia en torno al cierre de la casa museo resurgió en enero de este año. La dirección de la institución desató una ola de indignación al colocar un afiche con el anuncio del lanzamiento del libro La Kiev de Mijaíl Bulgákov. Ksenia Semiónova, diputada de la Cámara Municipal de Kiev, declaró que la presentación no se llevaría a cabo, como finalmente sucedió: “Estoy segura de que no permitirán esa desubicación”. Por su parte, Vadím Pozdniakóv, presidente de la ONG Svitanok y cofundador del proyecto “Descolonización. Ucrania”, expresó su indignación en Facebook: “Presentar un libro sobre Bulgákov en Kiev, en 2025, es una cachetada en la cara. ¡Parece que ahora, más que nunca, es el momento de retirar el monumento y las placas dedicadas a Bulgákov en Kiev!”.
Hasta ahora, nueve placas conmemorativas dedicadas al escritor han sido retiradas en el país. Al referirse al asunto, Antón Drobóvich, el director del Instituto Ucraniano de la Memoria Nacional, aclaró que nadie ha prohibido la lectura o el estudio de la obra de Bulgákov. Sin embargo, calificó como ridículo que Ucrania aún tuviera calles y espacios que llevaran el nombre del imperialista ruso. “Además, según la ley de descolonización, el Museo Bulgákov deberá cambiar su nombre”.
Promulgada el 21 de marzo de 2023, la ley N.o 3005-IX, en la segunda parte del artículo 6, aborda “la condena y prohibición de la propaganda política imperial rusa en Ucrania y descolonización de la toponimia”. Pocos meses después de su entrada en vigencia, el Instituto Ucraniano de la Memoria Nacional emitió un informe técnico que designaba a Mijaíl Bulgákov como “símbolo de la política imperial rusa”. Entre sus argumentos, se sostuvo que “el escritor, a pesar de los años vividos en Kiev, despreciaba a los ucranianos y su cultura, odiaba el deseo e independencia de Ucrania, criticaba la formación del Estado ucraniano y a sus líderes. Entre todos los escritores rusos de la época, era quien más se aproximaba a las ideologías actuales del putinismo y a la justificación del etnocidio en Ucrania”.
Mientras que algunos monumentos y placas son derribados, otros nuevos han sido erigidos. Una de las personalidades que ha recibido un número significativo de homenajes de este tipo es el líder nacionalista Simón Petliura, sobre quien Mijaíl Bulgákov “creó estereotipos negativos”, según señaló el mencionado informe técnico del Instituto Ucraniano de la Memoria Nacional. A diferencia del hetman Pavló Skoropádski, que es uno de los personajes de Los días de los Turbín, Petliura es presentado como una fuerza aterradora, evocada en varios pasajes. Uno de ellos se encuentra en la primera línea de la obra, cuando el joven oficial Nikolka, hermano de Alexéi Turbín, toca la guitarra y canta: “El rumor desanima / ¡Petliura se aproxima! / Nuestras armas cargamos / Y a Petliura ametrallamos (…)”.
La historia de la reivindicación de Simón Petliura comenzó en 2005, cuando Víktor Yúshchenko, entonces presidente de Ucrania, dejó flores en su tumba, ubicada en la división N.o 13 del cementerio de Montparnasse, en París. Un año antes, tras su derrota en la segunda vuelta electoral, Yúshchenko llamó a sus seguidores a las calles, lo que desató una ola de protestas a nivel nacional, conocida como la Revolución Naranja. Estas movilizaciones forzaron la realización de una tercera vuelta, esta vez con victoria para Yúshchenko, cuya presidencia desencadenó un giro irreversible en la relación histórica con Rusia. Al tomar posesión de su cargo, el presidente electo declaró: “Mi objetivo es Ucrania en la Unión Europea. Nuestro camino hacia el futuro es el camino por el cual Europa avanza unida”. Hacia el final de su mandato reafirmó aquella postura: “Ucrania aumentará su presupuesto militar y se unirá a la OTAN para defenderse de Rusia”.
Simón Petliura tenía 47 años cuando fue asesinado. Era 1926. El crimen sucedió a plena luz del día, en la calle Racine, cerca del Boulevard Saint-Michel, en el Barrio Latino. Fueron cinco disparos de una pistola automática calibre 7.35. El autor del crimen, Sholom (Sholem) Schwartzbard, un joven poeta y anarquista judío de 20 años, no intentó huir del lugar. Al ver a un policía acercarse, vació su arma y se la entregó. Cuando la multitud se abalanzó sobre él, gritó: “¡He matado a un asesino! ¡El responsable de una masacre!”.
Entre 1917 y 1921 fueron ejecutados 15 miembros de la familia Schwartzbard. Durante ese sangriento período, en Ucrania se perpetró uno de los mayores exterminios de judíos previos al Holocausto. Se ha estimado que fueron asesinadas entre 50 mil y 200 mil personas. Una parte significativa de esas muertes se atribuye a las tropas de Petliura que, según la declaración de Haia Greenberg, testigo de los hechos, gritaban el nombre de su líder durante las masacres. El juicio contra Schwartzbard duró ocho días y concluyó con su absolución.
En el epílogo de su Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal, Hannah Arendt identifica, en el juicio de Shalom Schwartzbard, que “disparó y mató a Simón Petliura, ex hetman de los ejércitos ucranianos y responsable de los pogromos durante la guerra civil rusa”, un precedente para el juicio del teniente coronel de la Alemania nazista. La filósofa observa que el asesino de Petliura usó su juicio “para demostrar al mundo, a través del procedimiento judicial, los crímenes que se habían cometido contra su pueblo, y que habían quedado impunes. Especialmente en el juicio de Schwartzbard se emplearon métodos muy parecidos a los usados en el juicio de Eichmann. Se hizo idéntico esfuerzo para presentar abundante documentación demostrativa de los asesinatos”.
Sin embargo, es necesario hacer algunas precisiones. Hannah Arendt se refiere a Petliura como “hetman”, un título que jamás ostentó. Curiosamente, en la edición brasileña de su libro, publicada por Companhia das Letras, el nombre de Simón Petliura se omite por completo. El traductor José Rubens Siqueira escribe que Schwartzbard “disparó y mató al excomandante de los cosacos del Ejército ucraniano”, suprimiendo la mención directa del nombre de Petliura como el responsable de las tropas, que sí figura en el texto original de Arendt.
De todas formas, numerosos especialistas han cuestionado la responsabilidad directa de Petliura en las acciones cometidas por sus subalternos. También se ha especulado con que Shalom Schwartzbard era un agente soviético que ejecutó una misión encomendada desde Moscú. La guerra entre Rusia y Ucrania se libra también en el campo de las narrativas: el pasado es un territorio en disputa permanente.
A pesar de que los fragmentos de Los días de los Turbín citados en este texto son de mi propia traducción, la obra fue publicada en 2023 por la editorial brasileña Carambaia, con una traducción a cargo de Irineu Franco Perpétuo. Un año antes, por iniciativa del diario Folha de São Paulo, se llevó a cabo una lectura dramatizada de la obra, realizada por el actor Alexandre Borges y dirigida por Nelson de Sá.
En el primer acto de la obra, Elena, hermana de Alexéi Turbín, espera ansiosamente a su esposo, el coronel del Estado Mayor Vladímir Thalberg. Al llegar a su casa, él anuncia sigilosamente que partirá en el próximo tren, que saldrá dentro de media hora, pues las fuerzas alemanas abandonaban Ucrania a su suerte. “¿Cuánto tiempo estaremos separados?”, pregunta ella. “Creo que unos dos meses. Esperaré que termine todo este alboroto, pero cuando vuelva el hetman…”. Elena lo interrumpe: “¿Y si no vuelve?”. Thalberg parece estar seguro de lo que dice: “Eso no puede pasar. (…) Europa necesita a la Ucrania del hetman como un cordón de seguridad contra los bolcheviques de Moscú”.
Desde 1991, tras el colapso de la Unión Soviética, el gobierno estadounidense ha invertido más de cinco mil millones de dólares en la promoción de la democracia en Ucrania. Esta cifra fue revelada por Victoria Nuland, exsecretaria adjunta para Asuntos Europeos y Euroasiáticos del Departamento de Estado, en 2013, justo cuando estaba produciéndose otra revolución: el Euromaidán, una crisis que culminó con la destitución del presidente electo Víktor Yanukóvich y la ruptura definitiva de las relaciones entre Ucrania y Rusia. A partir de ese año, Estados Unidos ha destinado aproximadamente 418 millones de dólares anuales para entrenamiento militar, armas y acciones de inteligencia, entre otras partidas.
Al momento de redactar estas líneas, las declaraciones de Donald Trump, presidente de Estados Unidos, sugieren que los ucranianos están, una vez más, a punto de ser abandonados a su suerte. En el escenario de la geopolítica, los actores pueden ser contemporáneos, pero parecen interpretar a los personajes de una obra escrita hace un siglo.
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Este texto fue publicado originalmente en revista Pernambuco (Brasil), el 1 de abril de 2025. Traducción de Rodrigo Millán Valdés.