Elvira Hernández: “Nuestras reacciones no tienen que ver con la palabra, tienen que ver con la fuerza”

La autora de La bandera de Chile, Pájaros desde mi ventana y Santiago Waria, recuerda su desamparo cuando la sacaron de un colegio de monjas para estudiar en un establecimiento laico, se refiere a la detención que sufrió en dictadura y observa, con la mirada incisiva que distingue su obra, lo que pasa en Chile: “Es difícil saber cómo se va a producir la liberación de este sistema que es muy opresivo y al mismo tiempo muy encantador, que te promete muchas cosas, te hace fantasear con cosas que pueden llevar al descalabro. El proponerte que tú tienes que ser exitoso es escalofriante a veces”.

por Milagros Abalo I 10 Diciembre 2019

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En su reciente libro de prosas, Sobre la incomodidad, dice que el silencio es el hábitat original de la poesía. ¿Cómo se escribe en estos tiempos de tanta comunicación, redes sociales, ruido?

Busco hacerme esos lugares, busco ese silencio que es el lugar que permite esa conexión. Ese es el imperativo hoy, aun en los lugares más ruidosos hay que hacer oídos sordos, hacer esa inmersión interna.

 

También habla de “allegarse a la poesía en el descampado afectivo que es este país”… ese allegarse, palabra que aparece muchas veces en sus poemas, ¿podría salvarnos de ese descampado afectivo, o es precisamente ese descampado el que propicia la escritura de poesía?

Yo creo que están las dos cosas. En la época de la dictadura apareció la palabra “solidaridad”, pero esa palabra que tuvo una vigencia no ha sido completamente llenada, afectivamente. Porque en los 17 años de dictadura el sistema introdujo modos de vida que después operaron de manera automática. Un día la escritora Ivonne Coñuecar me dice: “A nosotros no nos pueden pedir tanto, nosotros somos cuerpos neoliberales, tenemos que liberarnos de eso”. Ella tiene esa autoconciencia que no todos tienen. Decir: yo formo parte de algo que se construyó acá y quizás mi lucha sea desprenderme de eso. Escribo para desprenderme de eso. Pero es difícil saber cómo se va a producir la liberación de este sistema que es muy opresivo y al mismo tiempo muy encantador, que te promete muchas cosas, te hace fantasear con cosas que pueden llevar al descalabro. El proponerte que tú tienes que ser exitoso es escalofriante a veces.

 

Además es una sola forma la que proponen para llegar a ser exitoso.

Sí, porque eso está ligado a la competitividad, o sea, llegar a un lugar sabiendo que han quedado muchos en el camino, eso es éxito.

 

¿Resulta más difícil escribir ahora que antes?

Yo pensé que el período nuestro era el más difícil por la censura, porque no se podían decir ciertas palabras, todo se reducía, pero pienso que quizás sea más difícil ahora. Aunque al mismo tiempo el desafío es mayor, cada época tiene su desafío, sus dificultades, esta es otra dificultad, no es la dificultad de la carencia, como en nuestra época, sino del exceso. Hay mucha palabra, muchas cosas a disposición; por lo tanto toda unidad está prácticamente en crisis. La desolación es otra, la soledad es otra.

 

En el texto que da título al libro dice que la poesía puede entenderse como una imagen de mundo que no habla desde una actualidad… ¿a qué se refiere con actualidad?

Eso se refiere al espíritu de la época, y en ese aspecto soy refractaria. Tiene que ver con que haya dicho que no hay que ser absolutamente moderna. Me interesa bajar a esos lugares que el progreso de la historia borra. En todos estos procesos lo dominante suele liquidar y anular ciertas manifestaciones que fueron críticas, que dieron un perfil diferente. Me interesa llegar a esos lugares.

 

No estoy en contra de las máquinas, pero estoy en contra de que las máquinas sean nuestro modelo de vida. Eso me resulta intolerable.

 

Estudió filosofía, y cuando recibió el Premio Jorge Teillier dijo que él hizo de la poesía un lugar de conocimiento. ¿Cree que poesía y filosofía guardan alguna relación?

El escritor tiene que ser alguien pensante, tiene esa tarea, traer a la escritura y producir una unidad de la fragmentación circundante. Un espacio en el que uno se interroga, ese es el lugar de la meditación también. Interrogarte sobre ciertas cosas que parecieran estar férreamente construidas. Sobre todo aquí en América Latina que somos deudores de un pensamiento que es eurocéntrico. Acá la literatura no tiene que pagar royalty.

 

En un texto de 1991, dice que si bien la mujer ha ganado espacio en el mundo cultural, no ha ganado credibilidad. ¿Eso ha cambiado?

Hoy día la sociedad ha crecido y se ha desarrollado de tal forma que necesita que una mujer esté presente en todos los lugares de esa sociedad (en el momento cuando yo escribí ese texto eso no se daba), pero de igual manera se le sigue restando autoridad, no se le reconoce como tal. Seguimos sin mirar ni dar respuestas.

 

Poesía y política

 

En muchos de sus poemas, la palabra está anclada a imágenes de mucha violencia…

He buscado hacer una traducción lo más delicada posible de esas situaciones de violencia. Violencia con violencia no ves nada. Es necesario entrar finamente hacia esos lugares para poder llegar a un lugar en que se pueda observar otra cosa.

 

Fue detenida por error en 1979 en el cuartel Borgoño, de cuya experiencia nació La bandera de Chile. ¿Cuál es la imagen que le queda de esa detención?

La desposesión completa, tú no eres nada ahí. Uno busca atrincherarse en sí mismo para poder resistir. Ser prisionero de guerra es una situación muy límite.

 

Ya vivió una dictadura en nuestro país, ¿cree que podría volver a ocurrir?

Me sorprendió leer unas cosas de Gabriela Mistral en las que decía que somos un pueblo violento. Eso es así, lo ha dicho mucha gente y pareciera que lo naturalizamos, que nuestras reacciones frente a brutalidades, injusticias, son estallidos. Nuestras reacciones no tienen que ver con la palabra, tienen que ver con la fuerza.

 

No alcanza a llegar la palabra…

Esa es la situación, y por qué no alcanza. Nos estamos alejando cada vez más de la palabra, cuando debería ser al revés. Venía en el colectivo conversando con el chofer a propósito de que no conocemos nuestras leyes, si queremos hacer algo en la sociedad civil tenemos que recurrir a un abogado porque él sabe lo que tendríamos que hacer y tenemos que hacer confianza. En educación, en salud, igual. Hoy día la sociedad está fragmentada y llena de especialistas, y claro, nosotros podemos ser especialistas en literatura y nos van a creer, pero en otros ámbitos solo nos queda reconocer nuestra ignorancia. El ciudadano no puede estar tan ajeno a ese todo que habita.

 

Alguien que se niega a responder un llamado de la empresa en determinado momento pone en riesgo su trabajo. Hay que estar siempre disponibles y una máquina no se cansa; por lo tanto es más eficiente.

 

¿Piensa que el sistema universitario y su insistencia en la capacitación va a hacer agua?

Eso está siendo reforzado ahora porque se ha planteado el hecho de que muchas funciones sociales las van a cumplir las máquinas y se nos ha pedido que nos comportemos como ellas. No estoy en contra de las máquinas, pero estoy en contra de que las máquinas sean nuestro modelo de vida. Eso me resulta intolerable. Hace mucho tiempo que se perdió esa relación con la naturaleza, y la cultura que hemos desarrollado (por lo menos en Occidente) es algo que se impone a la naturaleza. Todo el ciclo natural ha quedado al margen y la máquina nos pone en una suerte de continuidad donde no hay días ni noches, ni fines de semana. Los profesores, por ejemplo, tendrían que atender a sus alumnos el día domingo si eso se requiere. Alguien que se niega a responder un llamado de la empresa en determinado momento pone en riesgo su trabajo. Hay que estar siempre disponibles y una máquina no se cansa; por lo tanto es más eficiente.

 

Cocinería

 

¿En qué momentos escribe?

Desconozco la rutina de esos momentos. Cuando estoy haciendo algo que es para terceros, es como si la escritura me quisiera robar ese tiempo y muchas veces tengo que decidir si sigo con aquello que tengo programado o con lo que es absolutamente desprogramado y que aparece como un deseo que no se puede tirar a la basura. Entonces suelo correr a buscar papeles, lo que tenga a mano, porque ya sé que aunque piense que pueda retenerlo, eso no ocurre. He tenido pérdidas irremediables.

 

¿Corrige lo escrito?

Ya no escribo como escribía antes, eso ha tenido una evolución. Antes sacaba rápidamente todo, era una aparición completa; pero con el tiempo eso ha ido variando, quizás tenga que ver con el hecho de sentirse dividida entre muchas cosas, entonces suelo escribir y notar que hay espacios en blanco que voy rellenando con el tiempo. También como ya sé que tengo cosas escritas busco rápidamente volver a eso para mantener el contacto.

 

¿Organiza sus libros?

A diferencia de los más jóvenes, que funcionan con una suerte de programa o de proyecto, yo no sé mucho lo que tengo que hacer salvo, darle curso a esa aparición. Cuando escribí Santiago Waria, por ejemplo, lo hice como en un delirio y sorpresivamente me di cuenta que me había pasado de la raya. Luego al ordenar pude ver que había dos poemas que no tenían nada que ver con el resto, esos pasaron a Álbum de Valparaíso, que publiqué mucho después.

 

¿Existe un tema en su poesía?

No me corresponde a mí determinar eso. Lo grato cuando leo lo que se ha escrito sobre mi trabajo es que me pone en un plano consciente que no tengo cuando escribo. Yo escribo metida en un proceso de combustión. Sé que cruzo muchas cosas, en La Bandera de Chile, por ejemplo, hay cosas de mi infancia que llegaron ahí sin ser pensadas racionalmente. Los momentos de edición en cambio son otra cosa, tienes que estar con mucha frialdad, como si fueras una persona ajena a todo eso, para así no cometer el error de enamorarte profundamente de la escritura y sentir que es una parte del cuerpo que no se puede abandonar.

 

¿Escribir poesía tiene que ver con reformular el lenguaje?

Yo creo que entre todas las cosas que se cruzan cuando escribo, también está presente el pensamiento sobre el lenguaje. Lo siento como una lengua que está en el inconsciente y que tiene un grado de impulsividad mayor de lo que pueden tener determinadas concepciones ahora. Al operar de manera espontánea evito estar pensando que hay ciertas cosas que deben ser dichas poéticamente, poéticamente entre comillas, pues aunque eso no está del todo ausente, diría que no es lo dominante. Se pueden decir cosas muy difíciles o muy complicadas, pero hay que dar señales claras.

 

Si bien es cierto que uno ha cerrado un libro porque ese libro ya no admite nada más, por otro lado queda la sensación íntima de que se hizo lo que se pudo. Una sensación en la cual el júbilo no está presente.

 

Algunos/as poetas piensan que el poema es la constatación de un absoluto fracaso…

Yo creo que si uno sigue escribiendo es por eso. Pese a que la palabra es algo que nos define, hay una incapacidad para decir que uno tiene una relación de transparencia tal que sabe perfectamente todo lo que está ahí escrito. No es así, hay un grado de opacidad, una precariedad. Son intentos, la poesía es tentativa.

 

Y teniendo esa certidumbre, ¿por qué se insiste?

Si bien es cierto que uno ha cerrado un libro porque ese libro ya no admite nada más, por otro lado queda la sensación íntima de que se hizo lo que se pudo. Una sensación en la cual el júbilo no está presente.

 

¿Cuál es su relación con la voz alta, con la lectura de sus poemas?

Es una pregunta bien interesante, porque los poemas tienen una voz y esa voz hay que saberla interpretar. Yo en un comienzo no leía, no me sentía capaz. Mis primeros momentos de lectura fueron a partir del año 87, en el Encuentro Nacional de Mujeres; pero yo no leí, lo que hice fue mostrar la Bandera de Chile en diapositivas. Tiempo después me invitaron al Taller Urbano, en Quinta Normal, y también proyecté las diapositivas, pero dentro del público saltó una voz y dijo “qué está pasando”, era un ciego que reclamó de manera airada. Ahí me di cuenta de que yo era parte de una generación muy ligada a la palabra escrita y que había eliminado el oído, y eso era una exigencia. Hay muchos poemas míos que no son para la voz, en los que se entra en una sintaxis puramente visual; pero otros poemas sí son audibles y tienen relación con cierta música. No he abandonado esa tradición de la poesía que es muy oral.

 

¿Ha habido momentos en que se siente desorientada respecto a su propia escritura?

Sí. Nunca la he observado, soy del momento presente. Si me haces una pregunta de cómo observo el conjunto de mi trabajo, no tengo una percepción articulada. Estoy mirando hacia otro lado, estoy escribiendo y siento que la poesía hace que ciertas cosas te hablen, te interpelen y eso todavía me ocurre, entonces no tengo ese espacio para mirar y hacer un arqueo.

 

Habito una zona pagana donde identifico espacios que creo son sagrados y que hay que preservarlos. Quisiera que este mundo que habitamos con todos sus seres tuviera ese grado de respeto.

 

Cuál es su relación con la traducción, lo pregunto pensando en un poema como “Pirateo” o en tu libro Seudoaraucana

Yo creo que estamos traduciendo siempre, si tú dices una palabra yo voy a querer saber si lo que dijiste lo estoy recibiendo en la dirección que tú lo pusiste. Luego, yo tengo una relación muy enredada con los idiomas. Me eduqué en un colegio alemán, pero no sé nada de alemán. Estaba muy conectada con una suerte de lenguaje interno, tenía las cosas muy claras en mi cabeza pero cuando me pedían que las formulara perdía ese idioma. La cosa hablada me costaba mucho. Pero lo escrito nada, tú tienes otro tiempo ahí y al parecer puedes entrar a responder un mayor número de preguntas. Pero en general la zona en que me muevo y a la que estoy conectada es el castellano.

 

¿Qué está leyendo?

Los viajes me han puesto en conexión con el continente. La poesía peruana siempre me pareció tremendamente atractiva. Ahora que fui a Bolivia, vi una realidad andina que me lleva a acercarme a generaciones que eran próximas y que en época de dictadura no logramos tomar contacto.

 

¿Siente afinidad con la escritura de algún poeta chileno/a o latinoamericano/a?

La poesía es muy diversa, nosotros no tenemos escuela, yo creo que la afinidad no es otra cosa que la honestidad en lo que cada uno de nosotros hace. Eso crea la afinidad, aun cuando estilísticamente se pueda ser muy distinto. Conocía a Blanca Wiethüchter, a Pedro Shimose, ahora mi propósito es conocer algo más. Soy omnívora en términos de lectura. Ahora leo a Paulo Virno, un hombre de la filosofía italiana.

 

Si tuviera que identificar su poesía con un elemento, ¿cuál sería?

Con la subterra, esa cosa que está en la tierra pero para abajo.

 

¿Si hubiera nacido en la Colonia, se hubiera hecho monja para enclaustrarse y poder escribir?

Sí, me eduqué en un colegio católico en Chillán, en el primer período muy a disgusto, pero cuando llegamos a Santiago me pusieron en un colegio laico y no lo pude soportar. La mundanidad era demasiado para mí. Le pedí a mi papá que me devolviera a esas mismas monjas solamente por espacios como este (Museo San Francisco), yo me escapaba de clases y me paseaba por ese lugar querido.

 

¿Cuál es su relación con la religión?

Yo no soy agnóstica. No he podido ser agnóstica y tampoco he podido ser creyente de ningún dios. Habito una zona pagana donde identifico espacios que creo son sagrados y que hay que preservarlos. Quisiera que este mundo que habitamos con todos sus seres tuviera ese grado de respeto.

 

¿Crees en la posteridad?

Cada uno de nosotros se relacionó con una posteridad. Yo sigo habitando ese poder de irradiación que tiene Gabriela Mistral, para mí ha sido necesario y qué bueno que haya estado. Yo creo que ella, sobre todo en estos momentos para nosotras las mujeres, es un lugar que tendremos que estar visitando, un alimento que nos va a nutrir.

 

¿Qué pasa cuando morimos?

Esa es la gran aventura, es un enigma. Siempre he sentido que caminamos por acá como por un diseño que ya traemos, y que si alguien se muere es porque ya hizo todo su camino, tenga ocho o 100 años.

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