La fotografía después del instante

por Emilia Edwards I 2 Octubre 2025

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Hay algo radicalmente íntimo en el modo en que Annie Ernaux y Marc Marie se aproximaron a la fotografía. En su libro conjunto El uso de la fotografía, las imágenes no se presentan como pruebas ni como recuerdos. Son, más bien, dispositivos rituales: imágenes que forman parte de una práctica cuidadosa —repetida, demorada, compartida— que transforma lo íntimo en materia de escritura y contemplación. No hay cuerpos, no hay poses. Lo que vemos son camas revueltas, ropa interior abandonada, mesas con restos de comida. Escenas que podrían parecer banales, pero que en su persistencia conservan huellas mínimas de lo que pasó, de lo que ya no está, de una manera que permite, al verlas y leer los textos que las acompañan, acceder a una intimidad que lejos de cerrarse sobre sí misma estaba pensada para existir a través de otros.

El uso de la fotografía está compuesto por 14 imágenes tomadas inmediatamente después de encuentros íntimos entre los autores. La regla era simple: no intervenir la escena. No se podía mover nada, ni ordenar. Las fotos, siempre analógicas, se revelaban semanas después y solo se miraban juntos, en silencio, siguiendo un ritual preciso. Luego, cada imagen iba acompañada por dos textos, uno escrito por Ernaux y otro por Marie, sin consultar ni comentar entre ellos. Tampoco se especifica quién tomó cada fotografía: la autoría queda suspendida, como si lo importante no fuera el gesto de captura, sino el tiempo que se acumula entre el acto, la imagen y la escritura. La fotografía no busca fijar el instante, sino demorarlo. Y la escritura, en lugar de explicar, prolonga el enigma de lo que se ve.

Publicado por primera vez en francés el año 2005, El uso de la fotografía es uno de los libros más inusuales de Annie Ernaux: el único que escribió a cuatro manos —junto al periodista y fotógrafo Marc Marie, fallecido en 2022— y también el único que incluye fotografías. El proyecto nació durante el tratamiento de cáncer de mama que atravesaba la autora, y se convirtió en una meditación radical sobre el deseo, la memoria y la muerte. Reeditado y traducido tras la obtención del Premio Nobel de Literatura de Ernaux en 2022, el libro ha sido redescubierto como una de las piezas clave de su obra. La edición en español, publicada por Cabaret Voltaire, conserva las 14 imágenes originales a color que acompañan los textos.

Un gesto similar aparece en Fotografías fijas: memoria en imágenes, el libro póstumo de Janet Malcolm, publicado por Farrar, Straus and Giroux en 2023 y traducido el año pasado al español por Debate. A partir de fotografías familiares, Malcolm reconstruye su historia como inmigrante judía en Estados Unidos, pero lo hace con una desconfianza metódica hacia la memoria. Cada imagen le sirve como pretexto para escribir, pero también como límite: una frontera entre lo que puede saberse y lo que se escapa. El libro ofrece una meditación aguda y fragmentaria sobre los modos en que la fotografía estructura —y desorganiza— la autobiografía.

No se trata de imágenes espectaculares, técnicamente notables o compuestas para ser admiradas. Algunas, en el caso de Ernaux y Marie, podrían considerarse incluso torpes o demasiado simples; otras, en el libro de Malcolm, son fotos familiares gastadas por el tiempo. Pero es precisamente esa condición corriente —y a veces indiferente— la que permite que las imágenes activen otra cosa: una reflexión, una narración, una deriva de sentido que ocurre fuera del marco.

Si Ernaux y Marie construyen un ritual amoroso a través de la imagen, Malcolm expone su distancia, su opacidad. Aun así, el efecto es parecido: la foto no se cierra sobre un sentido, sino que abre preguntas.

En ambos casos, el valor de las fotografías no está en su impacto visual; tampoco en su calidad estética. No se trata de imágenes espectaculares, técnicamente notables o compuestas para ser admiradas. Algunas, en el caso de Ernaux y Marie, podrían considerarse incluso torpes o demasiado simples; otras, en el libro de Malcolm, son fotos familiares gastadas por el tiempo. Pero es precisamente esa condición corriente —y a veces indiferente— la que permite que las imágenes activen otra cosa: una reflexión, una narración, una deriva de sentido que ocurre fuera del marco.

Esa distancia respecto de la imagen, esa desconfianza productiva, atraviesa ambos libros. Sus autores no parecen confiar en la fotografía como documento. La usan para otra cosa. No buscan capturar la verdad de un instante, sino permitir que ese instante se desplace, se revise, se vuelva a leer. En La cámara lúcida, Roland Barthes escribe que toda fotografía lleva consigo un mensaje fundamental: “Eso ha sido”. Es decir, la foto siempre señala algo que existió, que estuvo ahí. Pero en estos libros, la imagen no confirma el pasado: lo vuelve inestable, abierto a nuevas lecturas. No fija un recuerdo; lo reactiva.

En tiempos en que las imágenes circulan de manera desbordada, donde cada fotografía parece existir solo en el instante en que se sube a una red social, volver a pensar la imagen como un ritual puede ser una forma de rescate. No solo para la fotografía —que conserva duración y espesor—, sino también para quien mira: una oportunidad de detenerse y observar con atención. Frente al ritmo acelerado de producción, publicación y olvido que marca nuestra relación con las imágenes, estos gestos de lentitud —esperar, mirar de a una, escribir a partir de una imagen— funcionan como una forma modesta, pero concreta, de resistencia al vértigo de lo inmediato.

Al convertir la imagen en un espacio de pensamiento y escritura, Ernaux, Marie y Malcolm nos enseñan que no se trata de mirar mejor, sino de mirar más lento. Y que, quizás, uno de los múltiples usos de la fotografía no está en registrar lo visible, sino en todo lo que permite imaginar.

 

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Imagenes del libro El uso de la fotografía, de Annie Ernaux y Marc Marie:

De Fotografías fijas: memoria en imágenes, libro póstumo de Janet Malcolm:

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