En el breve ensayo El erizo y la zorra Isaiah Berlin descuelga sus especulaciones a partir de unos versos del remoto poeta griego Arquíloco: “La zorra sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una sola e importante”, enigmático contraste poético que le permite atisbar las profundas diferencias entre los seres humanos.
por Matías Rivas I 10 Mayo 2018
La lectura de las obras de Isaiah Berlin se ha convertido en un requisito obligado para quienes están interesados en el liberalismo. Este hombre de letras, de origen judío ruso, nacido en Letonia en 1909 y que vivió en Inglaterra como célebre profesor de teoría política y social en Oxford hasta su muerte en 1997, es considerado uno de los más influyentes pensadores del siglo XX. Sus biógrafos destacan su capacidad retórica en las aulas y su inmensa erudición rociada de ironía.
La primera razón para leerlo es su prosa clara y fluida, que le permite al lector discurrir naturalmente entre comentarios, digresiones y citas. La segunda, y quizá más poderosa, es su método indirecto para investigar y exponer ideas. Este se basa en un genial juego de apariencias, que consiste en que el autor nos entrega sus apreciaciones camufladas, como si fueran glosas de las vidas y principios de los pensadores y artistas eminentes de los que se ocupó, entre los que se encuentran Maquiavelo, Marx, Herzen, Vico, De Maistre, Turguénev y Bakunin.
El breve ensayo El erizo y la zorra es una prueba fehaciente de su calidad de clásico. En este texto, dedicado a Tolstói y su perspectiva de la historia, Berlin descuelga sus especulaciones a partir de unos versos del remoto poeta griego Arquíloco: “La zorra sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una sola e importante”. Este enigmático contraste poético le permite atisbar las profundas diferencias entre los seres humanos. Por una parte estarían las zorras, que son aquellos que viven existencias en las que se superponen diversos intereses y situaciones, inconexos y a veces paradójicos, sin que exista un principio unificador y moral que dé cuenta del supuesto transcurrir histórico. Y, por otra, los erizos, que serían quienes relacionan hasta los mínimos acontecimientos con una visión central, un sistema integrado que ayuda a comprender, sentir y pensar la vida. La primera categoría podría denominarse una visión centrífuga de la existencia, vinculada al escepticismo; en cambio la segunda presenta una visión centrípeta del devenir; en el peor de los casos, fanática. Según el autor, serían zorras Shakespeare, Montaigne, Aristóteles, Balzac y Joyce, y erizos Dante, Platón, Hegel, Nietzsche y Proust.
Esta distinción no solo le sirve a Berlin para entender las disímiles maneras de asumir la realidad. El ensayo explica que esta dualidad puede residir en un mismo actor, como es el caso de Tolstói, quien fue, cual zorra, el novelista de lo particular y el enemigo de las abstracciones metafísicas; y, al mismo tiempo, un erizo obsesionado con llegar a escrutar las causas finales que explican el desenvolvimiento de los seres humanos en el tiempo.
Estas formas opuestas de asumir los acontecimientos, Berlin las percibe fusionadas literariamente en la famosa novela Guerra y paz, en la cual las descripciones se alternan con largos pasajes reflexivos, que permiten al ensayista observar, entre otras particularidades, que las zorras son propensas al pluralismo y que los erizos sostienen los ideales y empujan las hazañas, por ejemplo, revolucionarias.
Es decir, la tipificación de erizos y zorras ayuda también a comprender dos modos de asumir la libertad y los valores. Para Berlin es más leve vivir como erizo, con una verdad inamovible como respaldo ante el dolor. Sin embargo, el instinto persiste en sumergirnos en el desorden fascinante y en la oscuridad de los detalles nimios que se suceden.