Michel Foucault, más vivo que nunca

El volumen Subjetividad y verdad —el penúltimo aparecido en español— forma parte de la serie de 13 tomos de los cursos que Michel Foucault dictó en el Collège de France. Corresponde al seminario de 1981, que marca un punto de inflexión en su proyecto de una “historia de la sexualidad” iniciado en 1976. La destacada psicoanalista, biógrafa de Freud y conocedora de la obra de Foucault, comenta en este ensayo que se trata de un curso “atravesado por la alegría”, en buena medida porque no remite solo al siglo XIX, sino que se basa en textos de autores griegos y latinos del largo y convulso periodo del fin del Imperio Romano de los siglos II y III, como Artemidoro de Daldis, descifrador de los sueños sexuales.

por Élisabeth Roudinesco I 18 Octubre 2022

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Más de 30 años después de su muerte, Michel Foucault (1926-1984) es celebrado en el mundo entero. Autor de una riquísima enseñanza, que se centra tanto en la crítica de las normas y de las instituciones como en la historia de las prisiones, de la medicina, de la locura o de la sexualidad, este filósofo-historiador apela a los liberales, a los socialdemócratas, a los eruditos y a los rebeldes de todo tipo. Los unos y los otros ven en él, por turnos, a un ardiente defensor de la invención del yo, un reformista generoso, un magnífico comentarista de los textos de la antigüedad grecolatina y, finalmente, a un brillante activista de la causa de las minorías. En definitiva, la obra foucaultiana está más que nunca a la orden del día, como lo demuestra la publicación del curso impartido en el Collège de France entre enero y abril de 1981, sobre la subjetividad y la libertad.

En 1980, Foucault estaba muy complacido de enseñar en los Estados Unidos, y particularmente en la Universidad de Berkeley, en la costa oeste, donde cada vez más estudiantes venían a escucharlo. Luego descubre que la homosexualidad se puede experimentar como una creación o una “inquietud de sí”, y no como la revelación de un deseo vergonzoso. Nadie sabe aún que una nueva plaga pronto estallará: la epidemia del sida.

Y es en este contexto de gran felicidad que Foucault transforma su aproximación a la historia de la sexualidad. Todo comenzó en 1976, con la publicación de una obra sobre el siglo XIX, La voluntad de saber, a la que quiso dar una continuación para poner al día una “arqueología del psicoanálisis”, centrada en el estudio de los histéricos, de los pervertidos, de las poblaciones y de las razas.

Sin embargo, en 1979 renunció a pasar del siglo XIX al XX, para regresar a las “técnicas” cristianas de la penitencia, de la confesión y del sacrificio, cuyo origen se remonta a la conversión de Tertuliano, el introductor, a finales del siglo II, del dogma trinitario (Del gobierno de los vivos, 2012). Fue a partir de esta época que, según él, surgió la idea de obligar a los sujetos a decir la verdad sobre sus estados de ánimo, modelo que heredó el psicoanálisis. Siguiendo este cara a cara con la moral cristiana, Foucault decidió forjar un vínculo entre estas “técnicas” cristianas y aquellas de la época pagana tardía.

De ahí la elaboración del curso publicado ahora, Subjetividad y verdad, perfectamente editado, comentado y presentado por Alessandro Fontana (1939-2013) y Frédéric Gros. Foucault comenta los textos de autores griegos y latinos contemporáneos del largo y convulso periodo del fin del Imperio Romano (siglos II-III): Artemidoro de Daldis, descifrador de los sueños sexuales; Antípatro de Tarso y Musonio Rufo, filósofos estoicos; Hierocles de Alejandría, neoplatónico, y muchos otros.

En lugar de citarlos cronológicamente, compara sus escritos para mostrar cómo se desarrollaron, antes del paso al cristianismo, nuevas formas de relación consigo mismo y con los demás. Y de esto deduce que hay que escapar de un lugar común consistente en atribuir al paganismo una moral tolerante a la que el cristianismo habría puesto fin.

Lejos de oponerse al paganismo y al cristianismo, sostiene entonces que los estoicos de los dos primeros siglos de nuestra era inventaron una ética sexual basada en la necesidad de realizar actos de placer y de goce —los aphrodisia—, incluyendo la violencia y el exceso, emanando de una mecánica natural, los que tenían que ser dominados bajo la pena de arrastrar al sujeto hacia su destrucción.

Los textos escogidos por Foucault son increíblemente divertidos y él los comenta con un humor demoledor, como si descubriera en ellos, tres años antes de su muerte, la génesis de una ‘verbalización de lo íntimo’, propia de este cristianismo primitivo al que hará tema de su último libro, hasta hace poco pendiente de publicación, pero ya famoso: Las confesiones de la carne.

Pero todavía era necesario distinguir la “sexualidad buena” de la mala, con el fin de establecer una jerarquía de los placeres. Y Foucault demuestra que esto residía, para los estoicos, en la valorización del matrimonio monógamo, considerado como un arte de vivir superior a todos los demás. En este sentido, el acto sexual entre esposos ocupaba el lugar más alto en la jerarquía de valores: fortalecía la prosperidad del hogar y aseguraba la supervivencia de la ciudad. El hombre libre y adulto encarnaba un principio activo y, como tal, podía muy bien, incluso casado, tener relaciones con un esclavo varón, pero nunca con una mujer casada, propiedad de otro hombre.

Desde esta perspectiva, los actos sexuales fueron codificados hábilmente y Foucault los analiza de manera brillante, a partir del gran texto de Artemidoro, la Onirocrítica, el mismo que Freud apreciaba hasta el punto de releerlo de forma constante. Artemidoro consideró que cada especie animal tenía un solo modo de “conjunción”: las hembras del caballo, la cabra y el buey se cubren por detrás, decía él, mientras que las víboras, las palomas y las comadrejas se aman con la boca. Las hembras de los peces recogen los espermatozoides vertidos en el agua por los machos. En cuanto a los humanos, también sujetos al orden natural del mundo, obedecen a un principio intangible: el hombre encima de la mujer para que ella le dé más placer y demande menor esfuerzo. El incesto con la madre está proscrito como funesto, las relaciones orales son las peores porque impiden el besarse y compartir una comida.

Además, Artemidoro definió cinco categorías de actos contra natura: relaciones sexuales con los animales, los cadáveres, los dioses, con uno mismo y entre dos mujeres.

Así heredaron los padres de la Iglesia, según Foucault, este estoicismo romano que luego adaptaron a una nueva espiritualidad marcada por un perfecto dominio del deseo y de las emociones íntimas, una verdadera confiscación de la sexualidad en beneficio exclusivo de un modelo matrimonial erigido en norma.

Los textos escogidos por Foucault son increíblemente divertidos y él los comenta con un humor demoledor, como si descubriera en ellos, tres años antes de su muerte, la génesis de una “verbalización de lo íntimo”, propia de este cristianismo primitivo al que hará tema de su último libro, hasta hace poco pendiente de publicación, pero ya famoso: Las confesiones de la carne.

Este curso está atravesado por la alegría de descubrir “otra historia de la sexualidad”, mucho antes de la del siglo XIX; Foucault cuenta con deleite las distintas variantes de la fábula del apareamiento de los elefantes, repetida en bucle desde el siglo II al XVII, tanto por los estoicos como por los cristianos y los devotos que la convirtieron en “blasón de la buena conducta conyugal”, aplicable a la especie humana: “El elefante, dijo Francisco de Sales, no cambia jamás de hembra y ama con ternura a la que ha elegido, con la cual, sin embargo, solo se aparea cada tres años, y lo hace entonces apenas durante cinco días y tan secretamente que nunca se lo ve en ese acto. Yo lo he visto, empero, el sexto día, cuando, antes que nada, va derechamente al río y se lava todo el cuerpo, sin querer de ningún modo volver a la manada antes de quedar purificado”.

Así que aquí hay animales hermosos y honestos, que no conocen el adulterio ni los celos hacia un rival y que no tocan más a su cónyuge una vez que ha sido fecundada. Así es como los humanos podrían comportarse si aceptaran tomar como modelo de virtud y coraje la maravillosa vida sexual de los elefantes. Verdadero antídoto al discurso de la sexología que pretende medir el desempeño del sexo con el criterio de la longitud del pene y la amplitud de la vagina, este curso imparte su lección con alegría contagiosa y se lee como una fábula de La Fontaine. Foucault, decididamente, no cesa de sorprendernos.

 

Texto aparecido en el diario Le Monde. Se traduce con autorización de su autora. Traducción de Patricio Tapia.

 


Subjetividad y verdad, Michel Foucault. FCE, 2020, 354 páginas, $18.900.

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