Con motivo de la traducción de su libro Los hombres me explican cosas, la destacada ensayista subraya que el movimiento feminista actual es la culminación de décadas de luchas contra las múltiples, sutiles y sistemáticas formas que adquiere la violencia de género. Y enfatiza: “No creo que un problema cultural pueda solucionarse a través del sistema penal, es decir, que la salida sea enjuiciar y castigar. El núcleo no es solo la violencia, sino también los hombres que creen que tienen derecho a cometer tales actos contra extraños, sus esposas o sus hijos; que hacerlo sea deseable y, que de, alguna manera, mejora su masculinidad”.
por Cristóbal Carrasco I 16 Julio 2020
Pocos libros pueden darse el lujo de ser la punta de lanza de un movimiento político y, al mismo tiempo, acuñar el centro de su ideario en una sola palabra. Hace 11 años, la ensayista y activista norteamericana Rebecca Solnit contaba una historia que reflejaba el lado más cándido de lo que hoy consideramos uno de los temas sociales más importantes de la actualidad: Solnit llegaba a una fiesta de escritores y un hombre se empeñaba en hablarle con propiedad sobre un libro que ella misma había escrito. Cuenta la misma Solnit que tuvieron que decirle que el libro era de ella “tres o cuatro veces, hasta que él finalmente le hizo caso. Y entonces, como si estuviésemos en una novela del siglo XIX, se puso lívido”. Había nacido, así, el mansplaining.
Ese ejemplo sutil, en realidad, era para Solnit la manifestación de una cuestión más grande y relevante: las constantes, repetidas e inalterables formas de desprecio y arrogancia que ejercían los hombres y que hacían luchar a las mujeres “en dos frentes: uno que depende de cuál sea el motivo en discusión y otro por el simple derecho a hablar, a tener ideas, a que se reconozca que están en posesión de hechos y verdades, a tener valor, a ser un ser humano”.
Los hombres me explican cosas, el libro que publicó Solnit hace cinco años, y que Editorial Fiordo tradujo al español, es un mosaico de la violencia que ejercen los hombres y las formas de sumisión y defensa que han vivido las mujeres. Es también, gracias a la diversidad de tópicos que explora –el caso de Strauss-Kahn, las desigualdades legales del matrimonio, los abusos en los campus universitarios o el feminismo de Virginia Woolf–, la demostración de que no se trataba de una cuestión de casos puntuales, sino de una forma de desigualdad –aceptada y amparada en muchas ocasiones– por las instituciones.
Y si todo eso era cierto, igual de claro resultaba que las instituciones estaban lejos de cambiar. Parecían dominadas por fantasmas antiguos, por principios que desembocaban en más injusticia. Después de leer casos y casos de abusos y violaciones que se acumulaban, ¿el error estaba en las instituciones o en esa forma de opresión que ellas mismas permitían? Ante esa grieta, la expresión de los casos, el derecho a hablar y a contar la propia versión del asunto, tomó fuerza. Con ello, también, se abrieron otros debates, como el alcance del consentimiento y las formas sutiles de subyugación sexual. Esos tópicos abrió, en gran medida, Los hombres me explican cosas, y luego de varios años de haber publicado ese primer ensayo, conversamos con Rebecca Solnit sobre su libro.
¿Qué recuerda de las reacciones de los lectores y los medios cuando apareció Los hombres me explican cosas?
Las primeras reacciones al ensayo, cuando lo publiqué a fines de marzo de 2008, me sorprendieron considerablemente. Muchas mujeres sintieron que había descrito su experiencia de ser tratada como ignorante e incompetente en su propio campo de especialización, o que había señalado cuestiones que habían sentido, o los delitos que se habían cometido contra ellas. No sé si hubo una reacción mediática, aparte de un blogger anónimo que acuñó de inmediato la palabra mansplaining, que terminó convirtiéndose en una palabra muy usada en inglés. El libro, por otra parte, llegó en un momento muy diferente en 2014, justo antes de la masacre de Isla Vista por un incel. Esa masacre se convirtió en una oportunidad para el surgimiento del hashtag #yesallwomen, y para que pudiera conversarse sobre la violencia contra las mujeres, un momento que había estado esperando toda mi vida.
¿Ha cambiado el movimiento feminista en los últimos años?
Creo que a partir de finales de 2012, o principios de 2013, la conversación que mencioné comenzó en serio. Resultaba extraño, puesto que la violencia contra las mujeres es la más extendida e impactante en el mundo. Ella no solo tiene como consecuencia miles de muertes al año –solo en Estados Unidos, varios actos de violencia física por minuto–, sino la existencia de una atmósfera donde las mujeres no están seguras, y no son libres e iguales, sean o no víctimas directas. La corriente mayoritaria rara vez reconoció esto. Cada crimen era tratado como una excepción, una anomalía. Se decía que la culpa era de la víctima, o que se debía a los problemas mentales del autor. Fue así hasta que el asesinato de Jyoti Singh por tortura y violación en Nueva Delhi, y algunas violaciones en los Estados Unidos, convirtieron esos hechos en una noticia diferente. Ese reconocimiento se produjo junto con una aceptación más amplia, clara y cabal de las diversas formas en que las mujeres son oprimidas y excluidas, de cómo las pequeñas y sutiles hostilidades son inseparables de las más violentas, y de qué forma ellas moldean nuestro mundo. Creo que este cambio se produjo debido al largo y lento trabajo del feminismo anterior que permitió poner, por un lado, a las mujeres en posiciones de poder: como juezas, jefas, directoras de noticias; y, por otro, cambiar el pensamiento de todos nosotros, sea cual sea nuestro género. Por eso, lo que a menudo se ve como un comienzo, en realidad es la culminación de décadas de feminismo.
Uno de los puntos que abordó en su libro es la insuficiencia (o el fracaso) de la legislación y las políticas públicas en Estados Unidos en asuntos como la violación o el abuso sexual. ¿Cuál debería ser la respuesta adecuada a esta insuficiencia?
No creo que un problema cultural pueda solucionarse a través del sistema penal, es decir, que la salida al problema sea enjuiciar y castigar. El núcleo del problema no es solo la violencia, que se castiga penalmente, sino también los hombres que creen que tienen derecho a cometer tales actos contra extraños, sus esposas o sus hijos; que hacerlo sea deseable y, que de, alguna manera, mejora su masculinidad. Por ello, para empezar, necesitamos una comprensión de los derechos humanos universales que vuelva tales actos aborrecibles, tal vez inimaginables. Necesitamos un paraíso nuevo y una Tierra nueva.
¿Cuáles son las razones de la nueva embestida del partido conservador para restringir los derechos obtenidos por las mujeres en su país en relación al aborto?
La audiencia del partido son hombres blancos que creen que controlar a las mujeres es su derecho y que es necesario para reafirmar su autoridad e identidad. También las mujeres blancas que se han sometido a ese programa del patriarcado. Es parte, por cierto, de una campaña más amplia que sugiere que las mujeres no son personas y no merecen una competencia exclusiva sobre sus cuerpos, que no son confiables para tomar decisiones sobre sus vidas reproductivas, y que no son tan importantes como un feto del tamaño de un grano de arroz. Por supuesto, los derechos reproductivos son necesarios para que las mujeres sean iguales en el mundo, por lo que es parte de una campaña más grande para tratar de hacer que las mujeres no sean tan desiguales como lo eran hace medio siglo o más. Al mismo tiempo, generalmente sugieren que el embarazo es una cuestión malvada que hacen las mujeres malas, en vez de fijarse en que en cada embarazo no deseado hay siempre un hombre involucrado, a menudo un hombre que no cooperó con la prevención del embarazo y no se responsabilizará del niño.
Según muchos lectores, su trabajo y sus libros han sido considerados como ejemplos de activismo. ¿Cree relevante que los escritores se involucren en causas y movimientos?
Creo que la idea de ser “apolítico” es, frecuentemente, una ficción. Tratamos a las personas que comen comida vegana como políticas, pero no a las personas que comen una hamburguesa de cadena de comida rápida. Todo lo que se hace y se dice tiene un impacto en el mundo, y claramente se puede llamar a esos impactos como políticos: cómo enseña a sus hijos, cómo elige su impacto sobre el clima, cómo participa (o no) en las grandes luchas de nuestro tiempo. Escribir sobre política e ideas siempre supone una toma de posición, y quienes piensan que son neutrales, o incluso que existe neutralidad, están simplemente confundidos.
Al comienzo de su libro, señala que usted, y las mujeres, generalmente están designadas “dentro del papel de ingenuas”. Por otro lado, analiza en su libro cierta desconfianza hacia el género femenino que denomina como “síndrome de Casandra”. En su opinión, ¿cuáles son las consecuencias para el género al verse presionadas por ambos mitos: por una mujer que debe parecer ingenua y, por el otro, por el prejuicio de que no son confiables?
Esas dos cuestiones, en realidad, pueden ser la misma: se supone que la ingenua escucha, admira, pero no sabe. Casandra habla desde su conocimiento y ese conocimiento es tratado como poco confiable, incluso deshonesto. De cualquiera de estas dos maneras, una mujer no puede hablar y, si lo hace, no puede tener poder e impacto.
Una de las cuestiones que han marcado la evolución del movimiento feminista actual tiene que ver con el desarrollo de la sexualidad, particularmente en términos de límites y consentimientos. ¿Hacia dónde irá este desarrollo?
El consentimiento es, simplemente, la idea de que dos partes deben querer hacer algo para que suceda. Es lo más obvio del mundo si se trata de ir bailar o cenar, pero hemos permitido que el sexo se convierta en una arena en la que el deseo masculino importa y el deseo femenino no. Aquello se ha materializado en maridos que obligan a sus esposas a tener relaciones sexuales, en que haya relaciones sin consentimiento (porque la mujer estaba asustada o inconsciente) o que existan definiciones de “buen” sexo que solo se refieren al placer masculino y a la subyugación femenina. Por eso, creo que lo que parecía en su momento como una idea artificial (la simple idea de consentimiento) si tenemos suerte, parecerá completamente natural.
Recientemente ha escrito varios artículos sobre el cambio climático. En uno de ellos dijo que el cambio climático es un “tipo de violencia” contra la “hermosa interconexión de la vida”. Eso me recuerda que la mayoría de los temas de que habla en Los hombres me explican cosas son sobre la violencia contra las mujeres. ¿Cree que su intención es, precisamente, luchar contra la violencia?
Mi intención es, definitivamente, escribir contra la violencia, que es siempre una especie de autoritarismo, de forzar a otro a ser o destruir a ese ser contra su voluntad. Con el cambio climático, nosotros, en el mundo sobre-desarrollado, estamos destruyendo la Tierra de una manera que afecta a los pueblos indígenas más pobres y menos desarrollados, a otros seres vivos, a todos los que nacerán en el futuro y a los sistemas que en su hermosa complejidad interrelacionada hizo de esta una Tierra tan magnífica y generosa con nosotros.
Los hombres me explican cosas, Rebecca Solnit, Fiordo, 2019, 144 páginas, $14.000.
por Carlos Peña / Claudio Robles / Ivette Lozoya / Martín Arboleda