Rebecca Solnit: “Vivimos de relatos, tal como vivimos del aire”

En enero de este año, la escritora estadounidense visitó la UDP en el marco de la Cátedra Abierta en Homenaje a Roberto Bolaño. Publicamos algunos fragmentos de una entrevista realizada para el Centro para las Humanidades, de la misma casa de estudios, en que la autora se refirió al papel de los relatos en el activismo, a la importancia de perderse y a las lecturas que la marcaron. Ofrecemos este texto como anticipo del número 21 de revista Santiago, que trae un especial dedicado al centenario de José Donoso y pronto llegará a librerías.

por Manuel Vicuña I 13 Junio 2024

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Usted coeditó el libro Aún no es demasiado tarde: Cómo cambiar el relato de la crisis climática de la desesperación a la posibilidad, donde se enfatiza la importancia de los relatos, porque estos pueden abrir o cerrar posibilidades. ¿Cuáles son los que debiéramos contarnos para abordar el cambio climático?
Uno es que tenemos las soluciones, sabemos qué hacer, y que los obstáculos son solo políticos. Otro es que ahora la gran mayoría de los seres humanos en la Tierra se preocupan por el cambio climático, quieren apoyar la acción climática y que los gobiernos gasten dinero en eso. El obstáculo no es la naturaleza humana ni la gente en general, es la minoría de personas con intereses financieros y políticos en los combustibles fósiles y el statu quo. Otro es que, aunque a menudo nos dicen que vivimos en una era de abundancia, si hacemos lo que el clima requiere tendremos que renunciar a cosas y vivir en escasez. Es posible darle la vuelta a ese relato y decir: ahora vivimos en escasez, escasez de aire limpio, agua limpia, confianza en la sociedad, esperanza en el futuro, tiempo para tener relaciones sólidas entre nosotros y con la naturaleza. Hay muchísimos relatos que la gente cuenta que los derrotan antes de comenzar, les impiden participar, y creo que mi colaboradora, Thelma Young Lutunatabua, y yo vemos que necesitamos construir un movimiento climático más fuerte que esa pequeña minoría de corporaciones, gobiernos e intereses poderosos. No estamos luchando contra nuestros enemigos, estamos tratando de motivar a nuestros amigos para que vean lo que ya hemos hecho (hay toda una lista de victorias climáticas en el libro), entiendan que hay un movimiento y miren los diferentes aspectos: la ciencia, la política, la tecnología, pero también las partes sociales y emocionales. Tenemos a la maestra budista Joan Halifax, tenemos pueblos indígenas de todo el mundo, en particular del Pacífico Sur, a los científicos del clima, etc., todos aportando perspectivas positivas y constructivas.

Pensando en su trabajo como activista, ¿qué poder transformador les atribuye a las palabras?
Vivimos de relatos tal como vivimos del aire. Hay relatos que funcionan como jaulas y prisiones, nos impiden ver nuestras propias posibilidades, movernos libremente por el mundo. Hay otros relatos que nos liberan y nos invitan a nuestro propio poder, a conectarnos con la esperanza y la posibilidad. Hubo un período en Estados Unidos en el que se decía: “Los relatos son maravillosos, nos encantan los relatos”; pero hay relatos sobre la inferioridad de las mujeres respecto de los hombres, relatos de derrota, relatos cínicos, relatos que justifican la desigualdad racial o la crueldad, relatos que niegan la historia. Acabo de visitar su Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, y me hizo pensar en la gente de mi propio país que niega la historia. Así es que hay relatos terribles y maravillosos, relatos aprisionadores y otros liberadores. A menudo, para cambiar el mundo se empieza por cambiar el relato: qué es posible, cómo podría ser el mundo, qué necesita la justicia, cómo sería la justicia. Eso está en cualquier movimiento de derechos humanos. Y todo movimiento activista se trata, en parte, de contar otro relato: quizás nunca hayas visto la selva tropical, pero es muy importante protegerla; no se puede ver la atmósfera superior, pero la cambiamos al quemar combustibles fósiles y liberar gas metano, y esto es lo que podemos hacer para salvarla. Entonces, sí, siempre hay relatos, pero no se trata solo de ellos. Comenzamos por los relatos, pero deben terminar siendo granjas solares, restricciones invernales, el cese de la extracción de combustibles fósiles, automóviles eléctricos y transporte público en lugar de automóviles a gasolina, una agricultura más saludable para el medioambiente. Al final, necesitamos cosas muy prácticas para el clima, pero se comienza por el relato.

Durante décadas, en su país el pensamiento crítico de izquierda se ha centrado en la política identitaria. Pero varios intelectuales, incluso de izquierda, opinan que esta fragmentación debilita los movimientos sociales al disminuir su capacidad de proponer horizontes comunes a la ciudadanía. ¿Considera válida esta crítica? Y más importante que eso, ¿cree que el feminismo puede desempeñar un papel como articulador de todas estas causas progresistas?
Sí. De algún modo, la política identitaria en la década de 1980 puso a la gente en pequeños espacios luchando por una cosa. Lo que necesitamos es interseccionalidad: comprender cómo todas estas cosas (la raza, el género, el medio ambiente, el clima, la democracia, etc.) están conectadas. Una mujer golpeada por su marido no puede ser una ciudadana de pleno derecho, está demasiado ocupada sobreviviendo; lo mismo una persona que está oprimida por el racismo o por la historia del genocidio contra los pueblos indígenas desde Tierra del Fuego hasta Alaska. Lo importante es ver la conexión, que estas cosas no están aisladas, que todo es una lucha por los derechos humanos y no se puede tener una izquierda sin un compromiso con los derechos humanos. A menudo veo estas críticas a las políticas identitarias provenientes de hombres blancos, que básicamente quieren que la política identitaria de los hombres blancos sea mejor, más importante, con más derechos, con derecho a oprimir a otras personas, a persistir. No es que estén en contra de las políticas identitarias, simplemente quieren su política identitaria.

A menudo escribir es un proceso de descubrimiento, descubrir algo en el mundo, encontrar una nueva forma de pensar sobre ello. Me interesa la incertidumbre; la gente está muy apegada a la certeza, en muchas culturas la incertidumbre es aterradora o alarmante o simplemente fingen que no existe. Pero siento que ‘posibilidad’ es casi otra palabra para incertidumbre.

En sus memorias, Recuerdos de mi inexistencia, define la mejor literatura de no ficción como el arte de distinguir constelaciones en el cielo nocturno. Este arte, afirma, es a la vez creativo y destructor. En cierto sentido, creo que en estas memorias está proponiendo su poética. ¿Podría contar más al respecto?
Una vez dije que las estrellas son dadas y las constelaciones las hacemos; las estrellas son las estrellas, existen desde mucho antes que los seres humanos evolucionaran, pero cuando dibujamos un oso, una reina en su silla, un escorpión en el cielo, creamos relatos, creamos cultura humana. Para mí, la no ficción consiste en elegir una constelación: hay una relación entre este hecho histórico y esta idea y esta posibilidad, o entre esto que sucedió en el siglo XIX y dónde nos encontramos ahora. Se trata de construir relaciones, como dibujar líneas entre las estrellas, y en este libro quería hablar sobre las contradicciones de mi vida, todas las fuerzas que silencian a las mujeres jóvenes y mi propia y extraña vida como mujer joven, en la que experimenté una cantidad muy normal de silenciamiento, pero también intentaba convertirme en una escritora, es decir, una persona con voz pública. Ahora tengo 25 libros, tengo una voz, pero debido a tantas fuerzas que conspiraron para tratar de callarme, siento el compromiso de tratar de hablar, encontrar las historias que no se cuentan, escuchar a quienes se supone no tienen voz. Por eso tengo un libro que se llama ¿De quién es esta historia?, ya que analiza en quién centramos la historia. ¿Centramos la historia en el refugiado o en las personas que ya se encuentran en el país? ¿En la víctima o en el perpetrador, los ricos o los pobres, los conservadores o los radicales?

Ha escrito con lucidez sobre la relación entre pensar y caminar, o las ventajas de la incertidumbre y el hecho de perderse en lo desconocido para encontrar algo valioso. ¿Esto también es relevante para usted como escritora?
Sí, a menudo escribir es un proceso de descubrimiento, descubrir algo en el mundo, encontrar una nueva forma de pensar sobre ello. Me interesa la incertidumbre; la gente está muy apegada a la certeza, en muchas culturas la incertidumbre es aterradora o alarmante o simplemente fingen que no existe. Pero siento que “posibilidad” es casi otra palabra para incertidumbre. Hace poco decía que el futuro lo creamos en el presente, el futuro aún no está escrito. Y siento que en esa incertidumbre de no saber exactamente qué escribirás, a quién conocerás, cómo resultarán las cosas, también hay una sensación de libertad y posibilidad. Por supuesto, la posibilidad conlleva responsabilidad: si no sabemos qué va a pasar, pero reconocemos que el futuro se crea en el presente, también tenemos la obligación de ser buenos ciudadanos de la Tierra y participar en esas decisiones. Así es que la incertidumbre me ha interesado de diferentes maneras. Y el libro Wanderlust, que trata sobre caminar, me dejó con la sensación de que no había dicho lo suficiente sobre perderse, y eso produjo otro libro, Una guía sobre el arte de perderse, y luego otro libro casi al mismo tiempo, Esperanza en la oscuridad, que también trata sobre cómo aceptar la incertidumbre, reconociendo nuevamente que el futuro no está decidido. En cierto sentido, Esperanza en la oscuridad trataba sobre la incertidumbre en el tiempo, sobre las políticas del presente y cómo construyen el futuro; Una guía sobre el arte de perderse trataba en parte de perderse en lugares, de ir más allá de lo que sabes (imaginativa, geográfica, emocionalmente), sobre la necesidad de tomar riesgos, sobre la inevitabilidad de sufrir pérdidas.

Usted quería ser escritora desde pequeña, casi desde el momento en que aprendió a leer. ¿Qué papel ha jugado la lectura en su vida como escritora? ¿Qué autores han sido significativos para usted y por qué?
En realidad, antes quería ser bailarina, luego aprendí a leer. Por un tiempo quise ser bibliotecaria, porque viven con libros todo el día y nada puede ser más maravilloso, y luego me di cuenta de que alguien escribía esos libros. (…) Un gran hito para mí fue encontrar el libro Laberintos, de Jorge Luis Borges. Todavía tengo la edición de bolsillo de Penguin. Creo que estaba en Inglaterra, me costó 95 peniques, era muy barato y está deshecho, y Borges realmente me mostró por primera vez cómo en algo muy breve, algo que no era ficción en el sentido más convencional, eran posibles una creatividad y una exploración poética extraordinarias, y al mismo tiempo, una especie de contemplación filosófica de cómo son las cosas, cómo podrían ser y las figuras del pasado, etc. Así es que eso fue un gran hito para mí. Y luego hay muchos escritores: George Orwell, Virginia Woolf, James Baldwin, pero ya que estoy aquí diré que los escritores sudamericanos han sido muy importantes para mí. Antes de Borges, leí Cien años de soledad. Y creo que hay dos escritores que encarnan perfectamente el ser profundamente político y, al mismo tiempo, profundamente poético: el subcomandante Marcos de los Zapatistas y Eduardo Galeano. Llegaron más tarde en mi vida, pero también han influido mucho en cómo escribir sobre temas profundamente políticos sin utilizar el lenguaje seco del periodismo, el lenguaje rancio del marxismo, y cómo no separar lo poético, lo imaginativo, y lo profundamente político, que no es necesario tratarlos, como lo hacen muchos escritores en inglés, como dos ámbitos separados que ni siquiera se cruzan.

 

Imagen de portada: Rebecca Solnit en la Universidad Diego Portales, en enero de 2024. Fotografía: Archivo UDP.

 

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El video con la entrevista completa se encuentra en el sitio web del Centro para las Humanidades de la Universidad Diego Portales: https://www.centroparalashumanidadesudp.cl/

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