En The Rise and Fall of Adam and Eve, el historiador Stephen Greenblatt se pregunta hasta qué punto la historia incluida en el Génesis, tan simbólica como literal, ha moldeado nuestra cultura. Al igual que en su ensayo El giro, aquí establece un diálogo fascinante entre figuras religiosas como Agustín de Hipona y obras fundamentales del arte y la literatura, invitando a leer el mito con nuevos ojos. Porque, ¿quién dice que el héroe es Adán y no Eva? ¿Acaso estamos obligados a pensar en Dios como en un amo arbitrario? ¿Hasta qué punto nos hemos dejado convencer de que este texto habla de la desobediencia y no del valor y la valentía de la mujer?
por Cristóbal Carrasco I 20 Junio 2019
¿Nos contamos historias para poder vivir? Los pueblos de Oriente Próximo así lo hacían, al menos desde la primera parte del segundo milenio a. C. En las mayorías de sus narrativas abundan historias sobre luchas entre dioses que explican victorias militares o detallan el origen del mundo. Sin embargo, el relato de creación hebreo contenido en el Génesis –a diferencia de algunos mitos babilónicos y asirios, como el Enuma Elish o el Poema del Gilgamesh– no solo ha sobrevivido, sino que ha permanecido a lo largo de la historia como una fuente tanto de fascinación como de rechazo. El caso del mito de Adán y Eva es, en ese sentido, paradigmático. El Génesis posee, en dos capítulos seguidos, relatos lo suficientemente disímiles como para que parezcan contradictorios. En el primer relato, Dios crea al hombre y a la mujer en el día sexto. La historia ocupa solo seis versículos: los crea, les entrega los frutos de la tierra y les ordena ser fecundos. No hay señal de desobediencia ni de tragedia. El segundo relato, como sabemos, es algo diferente. Es mucho más extenso, pues se cuenta en 23 versículos en los que hay diálogos, serpientes que hablan, frutos prohibidos, desobediencia, desnudez y castigos.
Si lo ponemos así, parece extraño que puedan convivir en un mismo texto dos historias entre las que hay tanta distancia. Al mismo tiempo, también resulta inverosímil que muchas personas, hoy en día, aún crean que el relato es real. El historiador Stephen Greenblatt, que se ha interesado en investigar los procesos históricos de algunas obras de arte, tal como lo ha hecho, últimamente, con la obra de Shakespeare en El espejo de un hombre, o con el poema “De la naturaleza de las cosas” de Lucrecio en El giro, fue consciente de esa tensión desde joven. Una de las cuestiones que atraía a Greenblatt era la forma en que esta historia, a veces absurda, a veces inquietante, por un lado simbólica y por otro literal, se mantenía tan vívida en nuestra cultura. Ese es el impulso que llevó a Greenblatt a escribir The Rise and Fall of Adam and Eve, donde se interroga hasta qué punto esa historia ha moldeado nuestra cultura y hasta qué punto el arte se ha nutrido de ella.
En el inicio de su libro, Greenblatt sospecha que la fascinación por la historia de Adán y Eva se basa en que ella nos habla sobre quiénes somos, de dónde venimos y por qué sufrimos. No obstante, es complejo inferir de qué manera podemos ser interpelados, hoy en día, por esa narrativa. En primer lugar, porque el mito adánico ha sido tan central en nuestra historia que quizás sea imposible desatender nuestros prejuicios o concepciones previas sobre él. Sabemos, por ejemplo, que en la narración Dios castiga a la mujer haciendo que su marido la “domine” de ahí en adelante. De ser así, ¿esto significa que nuestras concepciones sobre la mujer están basadas en ese castigo? En segundo lugar, pese a que gran parte de la tradición judía atribuye a Moisés la escritura del Pentateuco –los primeros cinco libros del Antiguo Testamento–, existe consenso en la academia de que la Biblia es una compleja interconexión de fuentes, referencias y reescrituras. En 1883, Julius Wellhausen publicó una obra que inició la “teoría de fuentes”. En ella, Wellhausen pudo identificar al menos cuatro fuentes de escritura de la Biblia, que luego se identificaron por letras Y, E, D y P. Las dos primeras hacen referencia a la forma en que el narrador, o los narradores, hablan de Dios: Yahveh o Elohim. Sin esa información, la lectura de la Biblia como una obra literaria –al menos en los términos en que hoy la pensamos– resulta contraintuitiva. Por último, porque la traducción de la Biblia ha supuesto, desde siempre, problemas para sus lectores. Hay un ejemplo relevante que expresa esa dificultad: en el inicio del segundo relato de la creación, se habla de la serpiente como la más astuta de las bestias. La palabra astuta viene del hebreo arúm, que no tiene un sentido peyorativo y que, por el contrario, se usa en otras partes del Génesis para hablar positivamente de un personaje. ¿Es posible que hayamos malinterpretado el relato al considerar a la serpiente en términos negativos?
Aunque el relato de la creación fue relevante desde el inicio de la religión judía, Greenblatt muestra que debió pasar mucho tiempo para que este mito tomara el lugar central que ha ostentado en nuestra cultura. Fue, de hecho, con el advenimiento del cristianismo que la figura de Adán tomó preponderancia. Pablo de Tarso en su carta a los Corintios hizo la conexión crucial entre el mito del Génesis y la figura de Jesucristo: “Si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección. Pues lo mismo que en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados”.
Para Greenblatt, sin embargo, la historia de Adán y Eva siguió siendo problemática en el cristianismo temprano, aunque fuera considerada la “piedra angular” de la teología cristiana. Marción, nacido en el 85 d. C., tuvo el infortunio de afirmar que el cristianismo debía abandonar los textos del Antiguo Testamento, por lo que fue acusado de hereje. Juliano el Apóstata, años después, trató a los mitos del Génesis de “monstruosos e increíbles”, tal como los mitos griegos. Pero fueron los aportes de Filón de Alejandría y Orígenes en el siglo III d. C. los que, en una vuelta de tuerca radical, tomaron el mito como alegoría: Adán no tenía por qué ser considerado como una persona en particular, sino como una referencia a toda la humanidad. Lo mismo el Paraíso, la serpiente y el castigo. Con ello, muchos problemas de interpretación que habían acechado a intérpretes judíos y cristianos podían desvanecerse.
Con todo, ese esfuerzo aún no ha calado tan hondo. Greenblatt cuenta que todavía existen millones de personas que no creen en la historia de Adán y Eva en términos alegóricos sino literales. La razón de eso, explica Greenblatt, se debe en gran parte a Agustín de Hipona. Por lo mismo, en The Rise and Fall of Adam and Eve la historia de Agustín de Hipona ocupa un lugar preponderante, pero no solo por las consecuencias de su obra. En gran medida, Greenblatt concentra en él su propia obsesión: ¿hasta dónde las decisiones personales, los traumas sexuales y las culpas familiares de una persona pueden modificar el curso de una obra de arte, o en este caso, de una religión?
En el caso de Agustín, la interpretación que hizo del mito bíblico moldeó nuestras ideas sobre la sexualidad y el pecado. Como dice la académica Elaine Pagels en su libro Adán, Eva y la serpiente, Agustín estableció muchas de estas actitudes a partir de esa historia: que el deseo sexual es pecaminoso, que los niños están mancillados desde el momento de la concepción por el pecado original, y que el pecado de Adán corrompió a toda la naturaleza. Así, “el pecado de Adán no solo fue la causa de nuestra mortalidad sino que nos costó la libertad moral, corrompida irreversiblemente nuestra experiencia de sexualidad (que san Agustín tiende a identificar con el pecado original), y nos hizo incapaces de la verdadera libertad política”.
Fue difícil, sostiene Greenblatt, que una idea tan extraña como la planteada por Agustín prevaleciera, pero así sucedió, y por cientos de años esta piedra angular del cristianismo modificó de forma completa nuestra visión del ser humano. El contrapunto solo pudo iniciarse en el Renacimiento, cuando el desarrollo de nuevas técnicas pictóricas permitió representaciones que parecían mucho más “reales”, como el Adán y Eva de Durero, o Paraíso perdido, la obra magna del poeta John Milton.
Tal como en el caso de Agustín, Greenblatt intenta desentrañar la obra de Milton a través de un relato de su vida plagada de traumas maritales, físicos y políticos. El resultado de esa experiencia produjo una obra que, a juicio de Greenblatt, permitió que Adán y Eva se convirtieran en humanos, quizás del mismo modo en que Harold Bloom interpreta la obra de Shakespeare: “Milton quería proponer un punto teológico. Adán y Eva no eran emblemas alegóricos, eran personas de carne y hueso; mejores que nosotros, de seguro, pero no diferentes en forma ni abstracciones filosóficas. Incluso los ángeles, propuso, debían ser comprendidos en términos humanos”. No obstante, comenta Greenblatt, el gran paso de Milton fue el de recrear con una autenticidad impresionante, la vida interior de Dios, de Satanás, de los ángeles e incluso el matrimonio de Adán y Eva. Podemos sentir la soledad de Dios y Adán en un pasaje en que Dios le pregunta:
“¿Qué piensas, pues, de mí y de
este estado mío?
¿Te parezco en suficiente posesión
de dicha, o no? Yo, solo como estoy
por toda eternidad, pues no conozco a nadie
que sea mi segundo o semejante,
menos aún mi igual.
¿Con quién habré de conversar pues yo,
sino con criaturas que yo he hecho, a mí
inferiores infinitos escalones por debajo
de lo que otras criaturas son respecto a ti?”.
En gran medida, los anhelos de Durero y Milton produjeron, a juicio de Greenblatt, que el foco se apartara de la idea inicial de Agustín: “Adán y Eva habían perdido –como fervientemente lo esperaba Agustín–, el brillante aire de las figuras alegóricas. Poseían una insistente, innegable y literal presencia humana. Este era el tipo de presencia que Shakespeare había otorgado a Falstaff, Hamlet y Cleopatra, una presencia que destacaba el triunfo de la literatura. Pero el triunfo de la literatura trajo consigo un costo teológico”. Ese costo, unido a las ideas de un mundo “preadamítico” de Isaac La Peyrère en el siglo XVII, el quiebre profundo que supuso la exégesis bíblica de Spinoza en su Tratado teológico-político y, finalmente, la publicación de El origen de las especies de Darwin en el siglo XIX, terminaron por derribar, en apariencia, un mito que ha definido buena parte de la humanidad.
Tal como en los otros libros de Greenblatt, The Rise and Fall of Adam and Eve no es solo un libro sobre el mito bíblico. Es también un ejercicio de admiración a la creatividad y a la persistencia humana. Los intentos de Agustín y Milton pueden ser mirados como verdaderos tours de force, que pretendían satisfacer la suma de sus anhelos religiosos y literarios, y además reflejar el espíritu de sus tiempos. Ninguno de ellos fue indiferente a los relatos con los que debían convivir, ninguno de ellos dio por sentado que debían observar esos mitos de una forma específica. El fruto de su descontento produjo, obviamente, obras dispares en términos filosóficos o políticos, pero aun así demuestran la grandeza del genio humano.
Asimismo, el libro de Greenblatt intenta preguntarse si sigue siendo intrigante la narrativa bíblica en nuestra sociedad. La decadencia del cristianismo en la cultura occidental ha hecho que la lectura de la Biblia se vuelva obsoleta o innecesaria, más aún si muchas de las interpretaciones del texto bíblico han permitido o justificado la discriminación, la violencia o la inequidad. Es, hoy en día, un libro con muy mala fama. Sin embargo, es también un libro tan abierto como los lectores quieren que sea, y de ello dan cuenta las obras de Agustín de Hipona y Milton. Por ello, quizás el libro de Greenblatt puede ser una oportunidad para reinterpretar el mito en términos éticos y/o literarios. ¿Quién nos dice que el protagonista de la historia es Adán y no Eva? ¿Quién nos obliga a pensar que el Dios del relato bíblico no es más que un amo arbitrario y desleal? ¿Hasta qué punto nos hemos dejado convencer de que este texto habla de la desobediencia y no de la valentía de la mujer? ¿No son cobardes, después de todo, aquellos seres incapaces de estar a la altura de sus deseos? Todas estas preguntas han sido parcialmente tomadas por académicos de la Biblia, como Gabriel Josipovici o Robert Alter. Es hora de que los escuchemos y de que, de una vez por todas, volvamos a leer la Biblia con nuestros propios ojos, como si nunca la hubiéramos leído.