Altazor: el viaje como descenso

En Altazor se da una transformación del imaginario vinculado al vuelo. La elevación espiritual pasa a adquirir con Huidobro el rumbo de la caída, y un temple nervioso en que el propio vuelo está permanentemente amenazado. Se trata de un vuelo figurado referido a la aventura del poeta y del lenguaje. Un poema donde la aventura del poeta moderno está figurada como caída.

por Bernardo Subercaseaux I 24 Febrero 2021

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Vicente Huidobro (1893–1948) es la figura ejemplar de la vanguardia en Chile. A partir de 1914, con su manifiesto “Non serviam” –crear algo nuevo sin transigir con la copia o imitación naturalista de la realidad–, se puede hablar de una vanguardia orgánica, de una estética nueva, consciente de sí misma y a la vez enraizada en los nichos biográfico, social y políticos del autor y del país. Con respecto a la trayectoria poética de Huidobro, la crítica ha denominado el período que va desde 1913 hasta la década del 20 como vanguardia heroica, como una etapa en que el poeta propone y lleva a la práctica su teoría creacionista. Es el momento de Pasando y pasando (1913), de Adán y del poemario El espejo de agua, ambos de 1916, en el que poetiza un noticiero cinematográfico de la época. Es la etapa de Horizon carre (1917), de Poemas árticos (1918) y del sorprendente Ecuatorial (1918), un verdadero hito en la poesía hispánica, con notoria sintonía cubista.

A partir de 1916, Huidobro vive la mayor parte del tiempo en Europa, participa en varias revistas de vanguardia, francesas y españolas, y establece rela­ciones personales con algunos de los más destacados exponentes de la vanguardia internacional. En Chile el poeta aparece de vez en cuando o llegan rumores “creativos” de su vida (que él mismo probablemente se encargaba de echar a rodar), también varias de sus publicaciones y en ocasiones, alguna entrevista realizada en París en la que explica su teoría crea­cionista. En esta etapa Huidobro inaugura, a pesar de no estar siempre presente (en carne y hueso), un nuevo estilo intelectual, un estilo iconoclasta, osado e irreverente, que termina con el provincianismo literario y que se trata de igual a igual –e incluso con cierto desparpajo– con los autores europeos, un estilo bifronte en que la vanguardia estética coexiste con la vanguardia política. Un ejemplo es su texto de 1925, “Balance patriótico”.

El creacionismo de Huidobro, a diferencia del surrealismo o del dadaísmo europeo, nunca pretendió eliminar o anular de su credo poético la racionalidad, precisamente ello se explica por el carácter dual de la pulsión vanguardista que encarna: una vanguardia que pretende ser al mismo tiempo estética (punta de lanza de una nueva corriente artística) y política (punta de lanza para la creación de un nuevo país). Es en este contexto que hay que entender algunas de sus declaraciones provocativas de ese período, como aquello de que “Chile es mi segunda patria” o su refe­rencia a García Lorca como un gitano profesional. A su vez, en Chile lo califican como “un poeta francés nacido en Santiago” o como un diletante.

En la obra de Huidobro hay una exploración del lenguaje hasta sus últimos confines: se trata de destruir la lengua para que emerja la música de los (nuevos) significantes. Ascenso y caída apuntan a un campo de tensiones y reflujos: un Ícaro que se eleva y un Ícaro que cae, una caída que opera como la fuerza de gravedad del ascenso, la vida y la muerte, Eros y Tanatos.

El estudio más completo de las corrientes poé­ticas de las dos primeras décadas, Selva lírica (1917), subtitulado “Estudios sobre los poetas chilenos”, dice de Huidobro que es autor de “bizarrías líricas” que no merecen ser consideradas. Son años en que una encuesta de la Revista Zig-zag sobre las preferencias en la poesía chilena ubica a Huidobro muy abajo, en una lista cuyos primeros lugares los ocupan Daniel de la Vega y Víctor Domingo Silva.

En este contexto Huidobro empieza a escribir Altazor (1919-1931), que se inscribe en la tradición del poema largo y en el que se da una transformación del imaginario vinculado al vuelo. Su filiación neo­platónica y romántica vinculaba el vuelo al ascenso y a la elevación espiritual, en Huidobro en cambio pasa a adquirir el rumbo de la caída, y un temple nervioso en que el propio vuelo está permanente­mente amenazado. Más que el ascenso, es el vértigo de la caída la instancia que convierte a Altazor, el hablante, en un visionario del espacio, un espacio interplanetario poblado de objetos modernos, como aeroplanos y paracaídas.

En el poema el hablante es el azor de las alturas (ave de rapiña diurna), que encarna el vuelo del poeta. Se trata de un vuelo figurado referido a la aventura del poeta y del lenguaje. El tema del poema es la aventura del poeta moderno figurada como caída. Altazor, como ha señalado Federico Schopf (uno de sus comentaristas más lúcidos), cae en su conciencia, atraviesa edades históricas, cae en su razón, en su fantasía, en su inconsciente, cae en sus abismos. Cae en el fondo de sí mismo y en el tiempo. Su metáfora distintiva es el paracaídas, que es también un “parasubidas”, lo que plantea la posibilidad de que la caída no sea un fracaso sino una aventura de lucidez (Altazor no se quema en la caída sino que cae para volver, como el ave fénix, a subir).

En la obra de Huidobro hay una exploración del lenguaje hasta sus últimos confines: se trata de destruir la lengua para que emerja la música de los (nuevos) significantes. Ascenso y caída apuntan a un campo de tensiones y reflujos: un Ícaro que se eleva y un Ícaro que cae, una caída que opera como la fuerza de gravedad del ascenso, la vida y la muerte, Eros y Tanatos. Esta polaridad se expresa en un temple de ánimo tensionado, en la figura y en la embriaguez síquica de la sensibilidad moderna, el vértigo de un Ícaro contemporáneo en el que late un sentimiento de un ser arrojado en el mundo, un ser a la intemperie, sin Dios, ni dioses, una soledad metafísica de corte nihilista, una suerte de encierro de la trascendencia en la inmanencia, y viceversa. Se trata de un poema largo, vibrante, que vale la pena releer, en que se da una lúcida interacción con una estética cosmopolita plasmada en una obra de signi­ficados múltiples, inagotables. Aunque en un registro distinto y hasta opuesto, de alguna secreta manera los dos grandes poemas largos de la primera mitad del siglo pasado, Altazor (1931) de Huidobro y Canto General (1950) de Pablo Neruda, el viaje del espíritu y de la materia, la vanguardia estética y la vanguardia política, se complementan. No es casualidad que los dos, en distintos momentos, hayan sido candidatos a presidente de la República.

 

Altazor y otros poemas, Vicente Huidobro, Zig-Zag, 248 páginas, $13.000.

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