“Preguntas más, preguntas menos, la gran interrogante durante toda la novela es si Martín Rivas logrará quedarse con Leonor Encina, la niña más rica, bonita e inteligente de ese mundo, que es lo mismo que preguntarse si Blest Gana cree que la compatibilidad socioeconómica es una condición necesaria para el amor”.
por Constanza Gutiérrez I 3 Agosto 2022
Lo primero que te dicen en el colegio es que estás ante la novela fundacional del realismo chileno, pero yo ya estoy grande y Martín Rivas es irreal: su fuego es paciente, su respeto verdadero y su piedad filial, inquebrantable. Tan agradecido está de sus mayores que, si una leyera solo las primeras páginas, se podría hacer la errónea idea de que el afán del autor era exaltar los valores confucianos, porque Rivas llega a Santiago obedeciendo la voluntad de su padre muerto, que quiso que estudiara Derecho para mantener a la madre, y luego es tan servil con Dámaso Encina, el hombre rico que lo acoge en la capital, que acepta trabajar para él, mas no recibir un sueldo. Si se continúa leyendo, sin embargo, no se tarda en descubrir que se trata de una novela de amor.
Preguntas más, preguntas menos, la gran interrogante durante toda la novela es si Martín Rivas logrará quedarse con Leonor Encina, la niña más rica, bonita e inteligente de ese mundo, que es lo mismo que preguntarse si Blest Gana cree que la compatibilidad socioeconómica es una condición necesaria para el amor.
Al parecer, en el Chile de esa época a nadie le avergonzaba decir que la plata puede interferir en sus decisiones románticas. Y el hecho de que algunas personas tengan mayor capacidad que otras para definir los términos en que serán amadas, o sea, por quién y en medio de qué utilería, es el problema principal de casi todos los personajes. Martín Rivas no se atreve a demostrar su amor por Leonor porque sabe —se sabe— que una joven como ella tiene que casarse con uno de su clase social; su amigo Rafael San Luis, aunque cuico, no puede estar con Matilde Elías, la prima de Leonor, porque está arruinado; y las mujeres de la clase baja, Edelmira y Adelaida, sufren porque una se enamora de Martín y la otra de San Luis, que no la reconoce públicamente.
Se entiende que para dejar de sufrir bastaría con conocer la propia posición social y no aspirar a ascender ni aceptar descender, y parece increíble que a pesar de que se habla de este orden como algo natural, casi todos intentan doblarle la mano al destino.
A ninguno le resulta; van envileciéndose en el camino. San Luis embaraza a Adelaida, y por su clasismo y por no querer perder nuevamente a Matilde, ignora sus responsabilidades, lo que termina por alejarlo del matrimonio que ansía. Y Adelaida, embarazada y enamorada, no sabe cómo restituir su honor y se deja llevar por las ideas del hermano, que quiere casarla extorsionando a Agustín, el hermano de Leonor.
Pareciera que, en general, triunfa el dinero y no el amor. Eso dice Blest Gana. Pero también indica una salida, un modo distinto: el modo Martín Rivas de estar en el mundo. Martín es moderno, conoce sus sentimientos y actúa en función de ellos. Tiene que ocurrirle un episodio cercano a la muerte para ver su situación en perspectiva y decidirse a declarar su amor a Leonor.
Supongo que Blest Gana creyó que la compatibilidad socioeconómica no era una condición necesaria para el amor, pero sí para el matrimonio, porque para lo primero no importa la opinión de nadie y para lo segundo sí. Puede ocurrir que una chica rica de la ciudad (pero cuyo apellido no se encuentra en ningún libro o papel importante de nuestra pequeña república) se case con un provinciano sin fortuna, pero eso no pasa ni pasará todos los días. Es un premio que le dio el Dios-autor, Blest Gana, al joven Martín, con el que parece querer decirnos que si eres lo suficientemente obediente y respetuoso del orden oficial (sí había confucianismo después de todo), podrás doblarle la mano al destino. Que esta vez yo no crea que eso sea realista no significa que no haya disfrutado de leer la aventura y triunfo del chico bueno.
Martín Rivas, Alberto Blest Gana, Penguin Clásicos, 2019, 512 páginas, $13.500.