Pierre Lemaitre y la función trágica de la novela negra

por Juan Andrés Piña

por Juan Andrés Piña I 1 Septiembre 2017

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El novelista francés ha revolucionado el policial por medio de homenajes a los grandes exponentes del género, considerando que ahí está la forma en que literariamente se pueden asumir los grandes dolores de la humanidad: rencor, envidia, celos, venganza.

por juan andrés piña

Aunque el francés Pierre Lemaitre (París, 1951) se hizo popular en 2013 al ganar el Premio Goncourt con su novela Nos vemos allá arriba, en realidad ya era conocido por sus incursiones en el género policial, al cual le había dado una novedosa dimensión. Su saga de cuatro libros protagonizados por el comandante Camille Verhoeben —todos publicados en Alfaguara en castellano— había comenzado en 2006, con Irène, a la que siguieron Alex (2011), Rosy & John y Camille, ambos de 2012. Posteriormente, en 2014, Lemaitre publicó Vestido de novia, también perteneciente al género policial, aun cuando aquí el comandante Verhoeben no tiene participación.

Primer caso: Irène

En los últimos 15 o 20 años, la novela policial nórdica ha impuesto una masiva presencia entre los lectores de todo el mundo, una especie de dictadura a la que pertenecen Mankell, Indridason, Larsson, Nesbo, Fossum, Marklund y Ola Dahl, entre otros. Su sello de identidad está marcado por ir más allá de los umbrales del crimen, del asesinato en serie y de las investigaciones asociadas a su resolución. Estos autores reformularon el género y, a partir de estas instancias estrictamente policiales, han proyectado cierto diagnóstico de la sociedad contemporánea y de sus miserias, así como de las profundas transformaciones culturales operadas en sus respectivos países desde hace varias décadas: tráfico de drogas, mafias de emigración, complots políticos, desquiciamiento de una juventud desengañada, arrasamiento que conllevan las modificaciones climáticas y hasta batallas religiosas entre Europa y el Islam.

A diferencia de todo ese universo narrativo, amplio y ambicioso, la propuesta de Lemaitre ocurre puertas adentro, en la intimidad de las vidas de sus protagonistas, en el imaginario de unos individuos atormentados, desequilibrados y hasta sicópatas, aunque siempre brillantes en su razonamiento y perfectamente nítidos en sus propósitos. Las voces de los personajes que refieren estas historias se van alternando, sobreponiéndose unas a otras, aportando así una mirada múltiple de la realidad, y donde las perspectivas de víctimas y victimarios convierten al argumento en una carrera vertiginosa que el lector sigue a veces conteniendo la respiración.

La propuesta de Lemaitre ocurre puertas adentro, en la intimidad de las vidas de sus protagonistas, en el imaginario de unos individuos atormentados, desequilibrados y hasta sicópatas, aunque siempre brillantes en su razonamiento y perfectamente nítidos en sus propósitos.

No es fácil olvidar a este nuevo investigador creado por Lemaitre, el comandante Camille Verhoeben, que mide apenas 1,45. Según reveló el autor, “este personaje es una mezcla entre mi padre y yo. Mi padre era una persona muy pequeña. Cuando creé mi primer protagonista de novela negra pensé en mi padre, que por aquel entonces ya había muerto. Y luego está mi parte, y es que tengo una visión muy dolorosa de la existencia”.

A pesar de su pequeñez física, Verhoeben es un profesional enérgico, intimidante, eficaz, a ratos colérico, algo martirizado, siempre en pugna con la autoridad, de una inteligencia superior y pintor aficionado, talento que heredó de su madre. En la primera entrega del comisario, él está felizmente casado con Irène e investiga una serie de crímenes —verdaderas puestas en escena de horror— que son puntillosas reconstrucciones de asesinatos que aparecen en las novelas clásicas de la literatura policial: aquello que era solo fantasía literaria, su ejecutor la materializa en la vida real. Teniendo esta pista esencial, Verhoeben comenzará frenéticamente a indagar cuáles son los relatos del género que eventualmente se puedan replicar. Entran a participar, entonces, especialistas de la llamada novela negra, libreros y profesores de literatura, los que en esta espiral demencial de crímenes en serie tampoco son descartables como sospechosos.

La trama se lanza entonces sin freno, las complicaciones en la vida personal y laboral de Verhoeben se multiplican, su obsesión por dar caza al asesino se convierte en una carrera intelectual y su relación con la prensa y con otros compañeros progresivamente se deteriora.

Es un libro de referencias literarias —aunque no pedantes ni intelectualmente refinadas— que intenta reivindicar al género como uno de los más vigorosos de la escritura del siglo XX, cumpliendo en estas páginas con aquella sentencia de Roland Barthes que Lemaitre inserta en el inicio de esta historia: “El escritor es una persona que encadena citas quitando las comillas”.

La barbarie femenina

Una característica que define la peculiaridad de las novelas de Lemaitre es la extrema violencia de sus escenas, la brutalidad que pueden alcanzar las acciones de sus protagonistas, hasta niveles inimaginables. Ya las páginas iniciales de Irène se abren con la escena del asesinato de dos prostitutas. Esto es parte de lo que la policía encuentra en el lugar del crimen: “En el suelo, a la derecha, yacían los restos de un cuerpo destripado y decapitado, cuyas costillas rotas atravesaban una bolsa roja y blanca, sin duda un estómago y un seno, el que no había sido arrancado, aunque era bastante difícil distinguirlo, ya que ese cuerpo de mujer estaba cubierto de excrementos que ocultaban, en parte, innumerables marcas de mordeduras. Justo enfrente, sobre la cómoda, se encontraba una cabeza con los ojos quemados y el cuello extrañamente corto, como si la cabeza se hubiese incrustado en los hombros. La boca abierta desbordaba de tubos blancos y rosas de la tráquea y venas que una mano tenía que haber ido a buscar al fondo de la garganta para extirpar”.

Hay una intención deliberada de Lemaitre, una posición personal respecto de la violencia ejercida en contra de las mujeres, aunque sus páginas carecen de un mensaje ideológico explícito o de discursos reivindicativos del llamado asunto “de género”.

Y así es un fragmento del secuestro de Alex, en la primera parte de la novela homónima: “La despierta el frío. Y las contusiones, porque el trayecto ha sido largo. Atada, no ha podido hacer nada para evitar que su cuerpo rodara y golpeara contra las paredes del vehículo. Posteriormente, cuando la furgoneta por fin se ha detenido, el hombre ha abierto la puerta y la ha metido en lo que parecía un saco de plástico, lo ha atado y luego se lo ha cargado al hombro”.

La ferocidad desplegada aquí es siempre contra las mujeres: son ellas prácticamente las únicas víctimas de estos asesinos en serie, los objetos de su crueldad, y por esto no es casual que casi todos los títulos de estas novelas tengan nombres femeninos. Aquí hay una intención deliberada de Lemaitre, una posición personal respecto de la violencia ejercida en contra de ellas, aunque sus páginas carecen de un mensaje ideológico explícito o de discursos reivindicativos del llamado asunto “de género”. En sus novelas es suficiente la descripción de estos horrores para hacerse una idea de lo que el autor quiso revelar.

“A mí me gustan las mujeres resilientes”, declaró en una entrevista Lemaitre, “y pienso que todos mis personajes femeninos lo son. Todas las mujeres son víctimas: del mundo social, de la familia, de la empresa; todas nacieron bajo la dominación masculina. Y yo soy muy sensible ante esas dificultades de la mujer. Creo que superan cosas que harían morir a cualquier hombre. El modelo principal son mujeres que caen y están al borde del abismo o de la muerte y que, sin embargo, encuentran la energía de salir a la superficie y sobrevivir a la muerte que se le había prometido y que además era una muerte que venía precisamente de los hombres. Me fascina su capacidad de sobrevivir al infierno que los hombres les imponen”.

La función trágica de la literatura

Desde el punto de vista de la estructura narrativa, otra característica sobresaliente de esta narrativa es plantear desde el origen un problema aparentemente insoluble, una extravagancia de hechos que no tienen ni pies ni cabeza, un enigma que no ofrece solución. Es el caso de la citada Irène, donde no es fácil imaginar quién podría escenificar tan complejos asesinatos ni a qué lógica obedecen. Igual cosa ocurre con Rosy & John, donde un hijo maduro y deprimido amenaza con dinamitar con obuses vastas zonas escolares de París, si su madre no es liberada de la pena carcelaria que le ha sido impuesta.

Verhoeben y su equipo desdeñan un ataque de esta naturaleza, ya que es difícil tener el poder de fuego para llevarlo adelante, y la mujer sigue, lógicamente encerrada. Pero la amenaza se cumple y las muertes de estos estudiantes ocurren. Después de esto, las indagaciones conducen a establecer que la madre y el hijo tenían una muy mala relación. Entonces, ¿por qué John realiza un esfuerzo sobrehumano y criminal para liberarla?

Sobre la base de ese misterio —una incógnita esencial desde el punto de vista de la construcción narrativa— se organiza una historia que conducirá a un final sorprendente, al igual como ocurre con Camille —se refiere al comandante, no es un nombre femenino—, donde la pregunta clave de este inspector es por qué una mujer con la cual se ha relacionado sentimentalmente se ve involucrada en una violenta acción delictual que su unidad policial debe resolver. No es muy distinto el caso de Vestido de novia —no de la serie de Verhoeben—, la historia de una joven a cargo de un niño de seis años que una mañana desgraciada lo encuentra estrangulado, sin que nadie haya entrado a la casa. A pesar de que Sophie no recuerda responsabilidad en este hecho criminal, huye, y a partir de ahí se inicia una odisea de muertes y venganzas, una espiral que ella no alcanza a comprender.

Las novelas de Lemaitre —no solo aquellas dedicadas al género policial, basta leer la recién editada Tres días y una vida y, antes, la conmovedora Nos vemos allá arriba— asumen de manera consciente la literatura como una expresión del dolor y de responsabilidad frente al drama humano. “La novela negra”, dijo el autor en una entrevista, “es una forma literaria que trabaja con las grandes pasiones y las grandes tragedias humanas. En la novela las grandes pasiones están en carne viva: los celos, la envidia, el rencor, el deseo de tener influjo sobre el otro, la venganza; todo eso son cosas que se encuentran en la tragedia clásica. La novela negra cumple una función trágica. Mi trabajo es un ejercicio permanente de admiración hacia esa literatura”.

 

Rosy & John, Pierre Lemaitre, Alfaguara, 2016, 160 páginas, $12.000.

 

Alex, Pierre Lemaitre, Alfaguara, 2016, 392 páginas, $14.000.

 

Camille, Pierre Lemaitre, Alfaguara, 2016, 315 páginas, $13.500.

 

Irène, Pierre Lemaitre, Alfaguara, 2015, 400 páginas, $16.000.

 

Vestido de novia, Pierre Lemaitre, Alfaguara, 2014, 296 páginas, $15.000.

 

 

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