
El tercer libro de poemas de Bruno Cuneo conjuga sutilmente la recolección de las pasiones, una vez decantadas en un rescoldo tibio, con el suspiro resignado y el abrupto cierre de un listado de cosas mundanas, como los que abundan en sus páginas. “Todos saben que río / pero no saben ni adivinan / que me quebré el otro día / mirando un cenicero // los días como colillas / todos los sueños quemados”, se lee en este poemario que muestra aquello de lo que escribe César Aira en El llanto: “El matrimonio es una de esas cosas que cuando se terminan, dejan ver el abismo”.
por Sebastián Duarte Rojas I 22 Octubre 2025
“Aliento circular, noche plana // belleza, sentido y estructura / no deben quedar fuera // pero en el blanco de la mente / solo dos formas destacan: // un iceberg enorme / un barco varado”, dice el poema que abre En fin, del poeta, traductor y teórico del arte Bruno Cuneo (Valparaíso, 1973), editor de la obra póstuma del cineasta Raúl Ruiz y autor de los poemarios Verano (2005) y Jahuel (2017). Este nuevo volumen está compuesto por poemas de versos cortos, el primero de los cuales se destaca en cursiva y hace las veces de título; los textos se agrupan, además, en secciones sin nombre ni número, separadas por una serie de dibujos de Eugenio Dittborn, como el de la portada: todos rostros rectangulares, trazados en líneas negras y temblorosas sobre el fondo blanco, con pequeñas variaciones en la expresión facial.
En los poemas de la primera sección, la voz que habla se mantiene en un plano bastante abstracto, ya que desea llenar ese “blanco de la mente” con “algo infinito a escala manejable / como un océano, navegado e inmóvil / en una tina de baño”, mientras se siente “clavado a un presente eterno / la mano desasida de todo / la dura tregua del deseo”. Después el hablante masculino cuenta qué lo tiene en ese estado: el fin de su matrimonio, el “divorcio de verano” y la vida posterior, todo marcado por el inevitable paso del tiempo, el eje que atraviesa este poemario: “Temes, cómo no, a lo sucesivo / al curso inexpresivo de los días / a la súbita transformación de un rostro / que lentamente te irá odiando”. Se trata de una voz que intenta exponer lo que está debajo de su propia fachada, detrás del rostro que, como las ilustraciones de Dittborn entre sus páginas, solo muestran la superficie de una figura incompleta, una sola mueca detenida en el tiempo: “Todos saben que río / pero no saben ni adivinan / que me quebré el otro día / mirando un cenicero // los días como colillas / todos los sueños quemados”.
En la segunda mitad del libro, luego del divorcio, se adentra en la reconexión con lo erótico en una serie de poemas de efecto desigual, pero que en suma transmiten la idea central de que “el amor se hace / es un trabajo del cuerpo / contra la culpa, la vergüenza / el placer contrariado”; lo que muestra el carácter ambivalente de la experiencia sexual: “Es necesario gemir / para darse ánimo”.
El tiempo también domina el último poema, por lejos el más largo de En fin: “De pronto / todo el tiempo se ha vuelto exacto / como si se acordara al pulso / de un corazón que bombea / y vuelve a latir con ganas / ajeno a los sobresaltos / de una mente estresada”. Se encuentra en un momento “cuando la alegría es mal vista / y tú mismo no has salido del todo / de esa habitación oscura”, y se pregunta “cómo se reacomodan las partes / cuando has acusado el golpe / y tu antigua casa va quedando atrás / envuelta en llamas, quemándote”. Ese tiempo y esa distancia son los que marcan el poemario, que concluye con un tono melancólico pero agradecido:
De esos dos brotes de luz
que te nacieron
de un vientre que amaste
de esas manos que fueron
tus compañeras de años
de esa belleza imaginada
que se ha vuelto real
y te visita
de todo eso surge el perdón
una rara indulgencia
una nueva ternura
que se derrama sobre las cosas
y las bendice.
El título es quizá el gran acierto del libro: conjuga sutilmente el final rotundo y la pausa; la recolección de las pasiones, una vez cantadas, decantadas en un rescoldo tibio; un suspiro resignado y el abrupto cierre de un listado de cosas mundanas, como los que abundan en sus páginas. De este modo, el poemario muestra aquello de lo que escribe César Aira en El llanto: “El matrimonio es una de esas cosas que cuando se terminan, dejan ver el abismo. Quedan los detalles prácticos, que a su vez son una óptica del abismo”.

En fin, Bruno Cuneo, Lecturas Ediciones, 2024, 64 páginas, $12.000.