La posibilidad de una mirada

por Luis Felipe Alarcón I 10 Noviembre 2025

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Una casa: qué cosa más simple, qué cosa más rara. Creemos saber de qué se trata, cómo está conformada: cuatro muros, un piso, una cama, una mesa, un techo, una puerta, una ventana. Puede que también se necesiten sillas, lámparas, algo de vajilla. Es difícil hacer la lista, cada casa es distinta, refleja gustos, historias personales y colectivas, modos de vida. “¿Cuánto es el mínimo que necesita una casa para llamarse casa?”, pregunta Macarena García Moggia. “Se trata, pongamos, de algunas superficies verticales y otras horizontales, estructuras mínimas encargadas de cobijarnos y soportar el ruido afectivo de nuestros ajetreos cotidianos”, es la respuesta que aventura enseguida. No son solo superficies entonces (verticales como los muros o las ventanas, horizontales como la mesa y la cama), sino estructuras que cobijan y protegen.

Pero es difícil determinar el mínimo de elementos que constituyen una casa, porque nunca se termina de armarla. Se están siempre probando nuevas disposiciones, añadiendo o eliminando componentes, variando los usos de las superficies cuando el aburrimiento o la necesidad lo dictan. El título que García Moggia eligió para su libro apunta en esa dirección: Ensayos de una casa y no “sobre una casa”, como una lectura rápida podría suponer. Y es que, a pesar de lo que sugiere su índice, lo que encontramos al recorrer sus páginas no son solo siete ensayos sobre siete partes de una casa (muro, cama, mesa, ventana, puerta, cielo raso y suelo). Hay también, hilándose entre uno y otro texto, una historia de los intentos por construir esas estructuras de protección y cobijo que, como sabemos, no son nunca estables. Como una puerta, una moneda o una ventana, todo lo que se relata aquí tiene dos caras.

Los elementos de una casa, entonces, se vuelven metáforas. Un libro puede ser como un muro, algo que protege y separa: “Supongo que fue entonces, en la temprana adolescencia, cuando descubrí que un libro en las manos hacía las veces de muro frente a los demás”. Puede también, en ocasiones, ser una “ventana dibujada con tiza sobre una pared”. La práctica de la escritura provee otras tantas figuras: las relaciones de pareja se parecen, dice el quinto capítulo, al trabajo de edición. Para hacer una historia “lo más linda que se pueda”, hay que corregir con esmero y paciencia, intentando no cometer los mismos errores, inventando nuevos signos, agregando matices y desvíos. Lo que no evita que, como sabe todo editor, siempre se cuele una errata.

Es tal vez normal que la metáfora de los libros y la escritura vuelvan a lo largo de estas páginas. Su autora, además de historiadora del arte y escritora, es editora. A su impulso le debemos libros como Lo que la mano da de Marcela Rivera, Velar la imagen de Paz López o En obra de Cynthia Rimsky. Mencionarlo no es una impertinencia. Ensayos de una casa es inseparable de la vida misma que lo anima. Leyéndolo nos enteramos de su afinidad con las camas, de sus viajes de juventud, de sus hijos, su matrimonio, su separación, de las casas de su niñez y de la relación con sus hermanos. No se trata de simples anécdotas; tampoco de un uso pedagógico del ejemplo. Es la idea misma que la autora se hace del ensayo lo que vuelve necesarias esas referencias. Más cerca de la poesía que de la ficción, el ensayo está formado para ella de “divagaciones libres de un pensamiento que encuentra en la forma de las palabras, cuando se hilan unas con otras, un modo de dar curso a una experiencia no del todo razonada, aunque deseablemente clara”.

Adentro la protección, lo constante, el abrigo. Afuera, su interrupción. Lo extraño de estas ventanas, y tal vez de toda la casa que Macarena García recorre a punta de evocaciones, es que el afuera está pensando desde el interior. Lo que parece transparencia es en realidad refracción. Lo que se abre cuando se cierran las ventanas es la posibilidad de imaginarnos, no tanto un afuera, sino desde afuera. De mirarnos, en suma.

Lo que se relata, así, no sigue las reglas narrativas. No hay una historia, sino una cantidad potencialmente infinita de evocaciones que forman una corriente, a ratos incluso un torrente. Tal palabra hace pensar en un poema de Lihn, tal otra en un relato de Solnit. Otras llevan a una vivencia infantil, a una pequeña escena conyugal o un temprano viaje al norte, una aventura solitaria. Las personas mencionadas, a su vez, no conforman un personaje. Ni los hijos ni las amistades ni el marido que luego se transforma en ex están al servicio de una narración. Aparecen como aparecen las nubes en el cielo o un pasaje de las Meditaciones metafísicas, de Descartes. Es todo un arte de la delicadeza el que se despliega. Es también, me parece, el fruto de una teoría o una convicción. En La transparencia de las ventanas, su ensayo anterior, leemos: “Ninguna vida, quiero decir, podría contarse a sí misma en primer plano, porque tampoco es así, en primer plano, como la vivimos”. Como si de pronto una casa, y todo lo que pasa en ella, pudiera solo mirarse desde afuera. Ni de tan lejos ni de tan cerca, a la distancia justa que permita ver el detalle sin ser exactamente parte de la escena.

Vale la pena detenerse en esa figura, pues si en rigor solo se les dedica un capítulo, las ventanas son centrales en Ensayos de una casa. No dejan de aparecer, de detonar recuerdos o servir de metáfora. Tal vez no sea exagerado ver en este libro una continuación del anterior, La transparencia de las ventanas. Ensayos sobre la mirada. Una misma inquietud los pone en marcha, a pesar de las diferencias en sus objetivos y su construcción. Si en el primero, como apunta Natacha Oyarzún en la contratapa, se explora la polisemia de los elementos de una casa, en el segundo lo explorado es “la intuición de que las ventanas han escenificado, en la historia del arte europeo en particular, algo así como una disposición específica del cuerpo y la mirada”. Esta descripción bastaría para clasificarlo del lado de los ensayos académicos. Y sin embargo, la cuestión es allí también, a su manera, la de Ensayos de una casa: “La ventana es ella misma una metáfora de la mirada, un motivo artístico y literario, pero sobre todo, ya lo decía, una experiencia”.

¿Qué experiencia es la de las ventanas? La de una interrupción, nos dice en La transparencia…, de “el curso del tiempo” que abre “a una experiencia de la memoria”. Tal vez por eso su presencia es fundamental en Ensayos de una casa. Son ellas las que, trastornando aunque sea por un momento la estructura de protección y cobijo que ofrece una casa, dejan entrar un afuera. A veces un ruido, una imagen, la sospecha de que alguien nos mira y la fantasía entonces de que podemos mirarnos desde afuera. “Estar en la ventana, pienso ahora, es pararse justamente en ese compromiso entre dos exigencias igualmente absolutas y no del todo incompatibles: la del adentro, que junto con resguardar el ojo y la mano que escribe, nos invita a mirar hacia el exterior; y la del afuera, que renunciando a toda forma de protección, nos pone frente al cuadro de nosotros mismos”. Es esa tensión o inquietud, esa doble exigencia, la que constituye la cuestión central, la que une ambos libros.

Adentro la protección, lo constante, el abrigo. Afuera, su interrupción. Lo extraño de estas ventanas, y tal vez de toda la casa que Macarena García recorre a punta de evocaciones, es que el afuera está pensando desde el interior. Lo que parece transparencia es en realidad refracción. Lo que se abre cuando se cierran las ventanas es la posibilidad de imaginarnos, no tanto un afuera, sino desde afuera. De mirarnos, en suma. En La transparencia de las ventanas, leemos: “De modo que detrás de mi ventana estoy, a fin de cuentas, también yo. (…) ¿No me convierto acaso yo misma en una imagen para quien desde el edificio del frente me ve, de un tiempo a esta parte, aquí sentada?”. Y en Ensayos de una casa: “¿Cerramos las ventanas al caer la noche para evitar las miradas que provienen de afuera o más bien para evitar el encuentro con la fragilidad de nuestro propio reflejo? Puede que sean dos formas de lo mismo”.

Las ventanas invitan a revisitar nuestra propia fragilidad, a vernos en la banalidad de nuestro cotidiano ahora interrumpido, interrogado quizás, por la mirada. Dislocan el punto de vista, sacándonos de ese tiempo continuo que asegura el cobijo. Y esa interrupción, esa posibilidad de una mirada, permite distanciarse de un mismo, pensar en lo que ya no somos. “Uno tarda mucho en convertir la vida cotidiana en recuerdo”, leemos en Ensayos de una casa. Es necesario, tan necesario, detenerse en ello.

 

Imagen: Mujer junto a una ventana (1895), de Eduard Putra.

 


Ensayos de una casa, Macarena García Moggia, Alquimia, 2024, 104 páginas, $11.000.


La transparencia de las ventanas. Ensayos sobre la mirada, Macarena García Moggia, Editorial UV, 2022, 140 páginas, $10.000.

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