La rubia, el detective y los tipos malos

Los seductores condensa las viejas obsesiones de James Ellroy: la historia como una red de conspiraciones y tramas secretas que se desarrollan en Los Ángeles, California. Con su mirada descarnada e insolente, ahora desmitifica dos de los grandes íconos de Hollywood y de la política americana, Marilyn Monroe y los Kennedy, y ofrece indudablemente una de sus grandes obras.

por Andrés Gómez Bravo I 19 Noviembre 2025

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El auto se detuvo frente a un edificio de departamentos baratos. Era casi mediodía. Tres tipos con máscaras de Fidel Castro bajaron de él e interceptaron a una chica rubia en la vereda. Se la llevaron a la fuerza: un secuestro a plena luz del día. Gwen Perloff era una actriz de series B, con “contrato de esclava” en la 20th Century Fox. Al anochecer, el detective Fred Otash y un grupo de policías tenían a dos de los sospechosos del secuestro acorralados, al borde de un precipicio. Otash golpeaba a uno de ellos sin compasión.

—Nos estás agotando la paciencia —le dijo—. Dinos dónde está la chica, y así podremos marcharnos.

—Yo me lo estoy pasando bien —respondió el tipo.

El detective Otash miró hacia abajo: al final del despeñadero, los autos iban y venían como bólidos por la carretera. Y sin ganas de dilatar más, empujó al sospechoso al vacío, que aleteó en el aire un segundo y gritó: “¡Es un montaje!”, antes de rebotar entre los autos. Su cuerpo fue arrastrado por un Cadillac y murió con los pies amputados.

Era el 4 de agosto de 1962, un verano húmedo y caluroso en Los Ángeles. Esa misma noche, cuando Fred Otash estaba ocupado en el secuestro de Gwen Perloff, otra actriz, una de las más populares del mundo, moría en su cama: Marilyn Monroe fue hallada con su cuerpo atiborrado de pastillas; tenía 36 años.

Ese es el punto de arranque de Los seductores, la nueva novela de James Ellroy. A los 77 años, el autor más feroz de la novela de crímenes, el dog demon de la narrativa americana, como él mismo se hace llamar, está de vuelta en el escenario de sus obsesiones: Los Ángeles en la década del 60.

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Provocativo, violento, sombrío, a veces brutal, Ellroy es autor de dos ciclos de novelas que exploran la historia sucia de Estados Unidos, donde los crímenes, el poder y la corrupción se cruzan: el Cuarteto de Los Ángeles, que viaja de los 40 a los 50 a través de La dalia negra, El gran desierto, L. A. Confidencial y Jazz blanco, y la Trilogía Americana, donde cubre desde los asesinatos de John Kennedy y Martin Luther King hasta la guerra de Vietnam en América, Seis de los grandes y Sangre vagabunda.

El punto de inflexión fue Mis rincones oscuros, la estremecedora memoria sobre el asesinato de su madre. Ellroy nació en Los Ángeles en 1948 y su madre fue asesinada en la misma ciudad cuando él tenía 10 años. Nunca hallaron al culpable. “La muerte de mi madre corrompió mi imaginación y reforzó la sensación de que en realidad había dos L. A.”, escribió en un ensayo autobiográfico. Una L. A. externa y una L. A. secreta, a un paso del infierno, habitada por ladrones, pederastas, violadores, prostitutas, drogadictos y policías corruptos.

“El país nunca fue inocente. Los norteamericanos perdimos la virginidad en el barco que nos traía y desde entonces hemos mirado atrás sin lamentaciones”, anotó en su novela América. A partir de allí su narrativa ganó en ambición, profundidad, y comenzó a deconstruir los grandes mitos americanos.

Si en sus primeras novelas escribe sobre “hombres malvados que hacían cosas perversas en nombre de la autoridad”, historias en las que el centro de gravedad era el departamento de policía, el periodismo canalla y el poder político de Los Ángeles, en sus novelas posteriores el crimen y la corrupción alcanzan otra dimensión: es una guerra clandestina entre la policía, el FBI, la mafia y la Casa Blanca. “Es hora de desmitificar una época y de construir un nuevo mito desde el arroyo hasta las estrellas”, escribió.

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Vertiginosa, tensa y ambiciosa, la novela tiene una infinidad de capas y personajes. Ellroy agrega una lista de nombres al final del libro para orientar al lector. Tal vez esto complique el comienzo de la lectura, pero una vez superada esa dificultad la historia atrapa con indudable magnetismo. Son 527 páginas, escritas con una prosa afilada, de frases breves y punzantes. Eventualmente, ello podría disgustar a algunos lectores, pero Ellroy es un estilista y en sus mejores momentos le otorga agilidad, ritmo y gran intensidad emocional a la narración.

Los seductores respira el ánimo moral de sus grandes novelas, si bien forma parte de un nuevo ciclo. En ella conviven personajes reales y ficticios, entre ellos Marilyn, John y Robert Kennedy. Su protagonista es Fred Otash, a quien los lectores de Ellroy conocieron en Pánico (2022). Apodado “el cancerbero que tuvo cautivo a Hollywood”, es un expolicía corrupto, detective privado experto en chantajes, alcohólico, drogadicto y violento. Fred es un pervertido y un voyeur, como se define a sí mismo: hurga, espía, fisgonea en los secretos menos decorosos del mundo del espectáculo y del poder.

A mediados del 62, Jimmy Hoffa, el poderoso líder de los camioneros, vinculado con la mafia y enemigo de los Kennedy, le encarga un trabajo: “Jack el K está cepillando a Marilyn Monroe, y ahora se la ha pasado a su hermanito… Quiero que elabores un perfil peyorativo de la Monroe, Jack, Bobby y cualquier otra pájara que esos capullos se estén tirando, además de cualquier chisme de alcoba que puedas conseguirme sobre la propia señorita Monroe, que, como bien se sabe en los círculos de Hollywood, es la Ramera de Babilonia”, le dice.

Y agrega: “Quiero algo feo, Freddy. Quiero mucho comportamiento sórdido, con hincapié en el sexo”.

Fred espía a Marilyn. Se infiltra en su casa cuando ella no está: instala micrófonos, toma fotos, entra en su habitación, registra su ropa interior y encuentra un maletín con miles de dólares bajo su cama. También se infiltra en la casa de su amigo Peter Lawford, casado con Pat Kennedy y quien le provee chicas al presidente. En un remoto pasado, Fred tuvo una noche de sexo con Pat y solía suministrar drogas a su hermano mayor. “¿Quién es dicho hermano mayor?”, se pregunta. “El presidente de Estados Unidos. Acaban de contratarme para hundirlo en la mierda”.

La Marilyn que Fred Otash retrata está a horas luz de la rubia brillante y encantadora del cine. Obsesionada con los Kennedy, dependiente de su terapeuta y adicta a las pastillas, a menudo borracha y con el rostro desfigurado por el colágeno, Marilyn aparece como una actriz caprichosa, de capa caída, que suele hablar tonterías, dice conocer los trapos sucios del presidente y está en contacto con un ambiente turbio de traficantes, pornógrafos y prostitutas.

“Marilyn engatusaba a la gente —dice Otash—. Utilizaba a la gente. Poseía tres estilos en su trato con los demás. Era marimandona, era recatada, era efusiva. No me caía bien. No me convencía”.

Cuando la desconocida chica rubia es secuestrada, Fred es convocado por el jefe de la policía de Los Ángeles para ayudar a encontrar a los raptores. Y cuando se conoce la muerte de Marilyn, el jefe de policía ve una oportunidad para presionar a Bob Kennedy, el fiscal general de Estados Unidos. Su propósito es ser nombrado director del FBI, en reemplazo de Edgar Hoover. De modo que Fred abandona a Jimmy Hoffa y cambia de bando: sigue el juego, pero en otro cuadro.

La noche de la muerte de la estrella de Los hombres las prefieren rubias, Otash es el primero en entrar a su habitación. Toca su pierna desnuda, huele sus toallas húmedas y detecta un rastro de limpieza sobre el radio despertador, como si alguien hubiese borrado sus huellas.

Naturalmente, la muerte de Marilyn conmociona a Estados Unidos y los medios montan un espectáculo. “Mi Mundo de la Monroe es extorsión de alto riesgo. El Mundo de la Monroe del resto del mundo es alta sensiblería”, dice Fred.

Sin embargo, como es habitual en Ellroy, la trama se vuelve más intrincada: el fiscal general tiene sus propios planes y va en busca de Otash. Nadie tiene las manos limpias: todos conspiran y extorsionan.

Vertiginosa, tensa y ambiciosa, la novela tiene una infinidad de capas y personajes. Ellroy agrega una lista de nombres al final del libro para orientar al lector. Tal vez esto complique el comienzo de la lectura, pero una vez superada esa dificultad la historia atrapa con indudable magnetismo. Son 527 páginas, escritas con una prosa afilada, de frases breves y punzantes. Eventualmente, ello podría disgustar a algunos lectores, pero Ellroy es un estilista y en sus mejores momentos le otorga agilidad, ritmo y gran intensidad emocional a la narración. Desde luego, la voz acelerada y la visión dislocada y desmesurada de Otash es todo un acierto. En Pánico, la novela anterior, ya estaba delineado, pero acá alcanza la estatura de uno de los mejores antihéroes de Ellroy: moralmente detestable, pero de un enorme carisma.

La novela condensa las viejas obsesiones de Ellroy: la historia como una red de conspiraciones y tramas secretas. Con su mirada descarnada e insolente, desmitifica dos de los grandes íconos de Hollywood y de la política americana, Marilyn y los Kennedy, y ofrece indudablemente una de sus grandes obras.

 


Los seductores, James Ellroy, traducción de Carlos Milla, Random House, 527 páginas, $25.000.

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