El terremoto futuro

A partir de datos científicos y de la reconstrucción de otros terremotos, como el de Japón de 2011 o Haití el 2010, Kathryn Schulz ha dado vida a una investigación subyugante que, en palabras del jurado del Premio Pulitzer, es “una obra maestra del periodismo y la literatura medioambiental”. El gran terremoto advierte sobre las consecuencias que podría ocasionar una fractura en la falla de Cascadia, en Norteamérica, que se ha venido moviendo en los últimos años de manera persistente, y de paso demuestra que por muy aficionados que seamos a las series y películas de tema apocalíptico, no somos capaces de proyectarnos en futuros infaustos ni de efectuar un plan de acción para paliarlos.

por Michelle Roche Rodríguez I 3 Diciembre 2025

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Aunque detestemos pensar en nuestra vulnerabilidad frente a los embates de la naturaleza, es fundamental abordar el tema periódicamente. En el caso de los terremotos, vivir en ciudades puede ser inconveniente, pues causan más daños en los lugares densamente poblados y, si falta planificación antisísmica, llegan a ser muy letales. Para alertar a la población y a los gobiernos hay que retomar el tema cada tanto. Eso es lo que hizo Kathryn Schulz con un trabajo de investigación periodística publicado en The New Yorker hace 10 años, con el que sembró la desazón entre los habitantes de la costa oeste de Estados Unidos.

El reportaje se titula The Really Big One, y se refiere a la zona de subducción de Cascadia, al noroeste del Pacífico, tan peligrosa como ignorada hasta la fecha. La multiplataforma Buzzfeed tachó el texto de “escalofriante” y el periódico Post-Intelligencer, de Seattle, acusó a la revista de querer dar “un susto de muerte al noroeste del Pacífico”. Los sinónimos de terrorífico se reprodujeron en los medios radioacústicos igual que en las redes sociales y Schulz pasó de ser una oscura crítica literaria a una celebridad en el periodismo. Bueno, no era tan oscura, porque escribía sobre libros para la revista New York y daba TedTalks. Las razones de tanto alboroto son obvias después de leer el texto que se hizo merecedor de un Premio Pullitzer en 2016. Después ella publicó otro texto relacionado, “Cómo ponerse a salvo cuando llegue el gran terremoto”, y ahora ambos trabajos componen el breve tomo que acaba de editar Libros del Asteroide.

El libro más impactante sobre el tema que leí hasta que me encontré con El gran terremoto es 8.8: El miedo en el espejo, que escribió Juan Villoro después sufrir el terremoto de Santiago de Chile en 2010, donde lo compara con el de 1985 en Ciudad de México, que él también padeció. Se trata de una narración coral sobre las distintas reacciones ante el terror de lo incontrolable que salpica con su experiencia, sus lecturas y datos sobre el terremoto de México, el cual, aunque fue de menor magnitud que el de Chile, fue más devastador en cuanto al número de personas afectadas y la destrucción del área urbana, debido a la falta de construcciones antisísmicas. Me pregunto qué hubiera escrito Schulz sobre el terremoto de Santiago si lo hubiera vivido en el tiempo que fue reportera de temas medioambientales y de derechos humanos en The Santiago Times.

De alto impacto

El estilo periodístico de la autora es distinto al de Villoro, y tiene que serlo, porque ella se ocupa de algo que todavía no ocurre. El detalle no disminuye el impacto de la obra: lo aumenta. El gran terremoto logra despertar fuertes emociones por medio de una detallada investigación enfocada en la cuestión de cómo afectaría a las personas comunes un terremoto al noreste del Pacífico. En la parte donde analiza la amenaza sísmica de la falla de subducción de Cascadia —ubicada en la zona del Pacífico, al oeste de Norteamérica, entre Estados Unidos y Canadá—, Schulz deja en evidencia la vulnerabilidad de las ciudades frente a estos desastres.

A través de ejemplos narrados con prosa precisa y bien documentada plantea reflexiones sobre la necesidad de que las ciudades modernas se preparen para los terremotos. “La distancia entre lo que sabemos y lo que deberíamos hacer en consecuencia es cada vez mayor y nuestras acciones deberían encaminarse a dar una respuesta a lo que sabemos”, señala uno de los especialistas consultados, Chris Goldfinger. El paleosismólogo de la Universidad Estatal de Oregón vivió en carne propia el terremoto y el tsunami que golpearon a la ciudad nipona Tohoku en marzo del año 2011. El sismo llegó a la magnitud de nueve puntos en la escala de Richter, fenómeno que dio al traste con la providencial preparación de Japón ante los terremotos, pues los cálculos para las acciones de contingencia, incluida la altura de los muros de contención marítimos, se sustentaban en cálculos que habían hecho suponer a los científicos que el país jamás sufriría un sismo de una magnitud tan grande.

Uno de los momentos más atemorizantes del texto es que después de relatar las devastadoras consecuencias del terremoto de Tohoku, Goldfinger se refiere a las (muy altas) posibilidades de que ocurra uno igual o peor en Portland y, moviendo la cabeza de un lado a otro, se limita a decir: “Digamos que preferiría no estar aquí”.

El dato de mayor impacto en El gran terremoto es el descubrimiento de la potencia letal de una falla muy poco conocida hasta ahora. En el mundo, la más estudiada es la falla de San Andrés, que se extiende aproximadamente unos 1.300 kilómetros a lo largo del estado de California, desde el golfo hasta el cabo Mendocino, en las inmediaciones de las ciudades estadounidenses de Los Ángeles, San José y San Francisco. La falla se mueve unos 50 milímetros por año y está compuesta por dos placas tectónicas que se deslizan horizontalmente. La ubicada al oeste es la del Pacífico y se mueve hacia el noroeste; la placa ubicada al este es la Norteamericana y se mueve hacia el sureste. Sin embargo, justo al norte de San Andrés se encuentra la zona de subducción de Cascadia, que se extiende sobre unos 1.100 kilómetros de costa entre el cabo Mendocino y la isla de Vancouver en Canadá. Si solo cediera la parte sur de Cascadia, podría causar un sismo de ocho puntos en la escala de Richter; pero si se fracturan por competo, el terremoto pasaría de los nueve puntos.

El resultado podría ser mucho más peligroso que el sismo de Tohoku, en donde hubo 19.750 muertos y desaparecieron otras 2.553 personas, según datos de la policía de Japón. Medio millón de personas resultaron afectadas por los efectos del sismo y del maremoto que le sucedió, pues Tohoku está en una zona costera. Esto mismo pasaría en la zona este del Pacífico. En el caso de Cascadia, los afectados podrían llegar a los siete millones de personas, en un área de más de 36 millones de hectáreas, según datos de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias en Estados Unidos. La combinación entre la furia de la tierra y del mar causaría el peor desastre natural en la mitad septentrional del continente americano, después del terremoto de Haití de 2010, donde murieron más de 100 mil personas. Los científicos calculan que unas 13 mil personas morirían durante los movimientos de la tierra y el mar, y otras 27 mil resultarían heridas. De los supervivientes, alrededor de un millón de personas perderían sus hogares y de las viviendas que queden habitables, al menos dos millones y medio necesitarán abastecimiento de víveres y agua.

El estilo periodístico de la autora es distinto al de Villoro, y tiene que serlo, porque ella se ocupa de algo que todavía no ocurre. El detalle no disminuye el impacto de la obra: lo aumenta. El gran terremoto logra despertar fuertes emociones por medio de una detallada investigación enfocada en la cuestión de cómo afectaría a las personas comunes un terremoto al noreste del Pacífico.

Juego de manos

“La zona de subducción de Cascadia ha estado oculta para nosotros durante tanto tiempo que no éramos capaces de remontarnos lo suficientemente atrás en el pasado”, escribe Schulz. “Y ahora supone un peligro para nosotros porque no somos capaces de pensar en el futuro con la profundidad necesaria”. El temor que trasluce esta cita y el resto del reportaje es que por muy aficionados que seamos a las series y películas de tema apocalíptico —en la costa oeste de Estados Unidos tanto como en el resto del mundo—, no somos capaces de proyectarnos en futuros infaustos de manera que podamos efectuar un plan de acción para evitarlos, ni siquiera para paliarlos.

Sin embargo, la crítica literaria y especialista en temas de medioambiente sucumbe a la tentación apocalíptica cuando construye un escenario efectivo de lo que pasaría en el caso de un terremoto: “La primera señal de que el terremoto de Cascadia ha comenzado será una onda compresional…”. Esa entrada en materia casi parece escrita por Juan de Patmos. El solo estilo cataclísmico no logrará el impacto que tiene en los lectores si no lo acompañara un lenguaje sencillo. Schulz no se corta cuando se trata de dejar las cosas claras a los lectores, hasta les invita a usar las manos, cuando es necesario explicarse mejor.

La palabra “subducción” significa que las placas tectónicas en la zona de Cascadia se mueven verticalmente, es decir, una se hunde bajo la otra, debido a sus diferentes densidades y fuerzas tectónicas. El deslizamiento de las placas en la falla de San Andrés es lateral; en Cascadia, no: por eso la llaman “zona de subducción” y no falla. El nombre de la placa que está bajo el océano Pacífico es Juan de Fuca; la del lado continental es Norteamérica —es una de las placas tectónicas de la falla de San Andrés—; una se hunde por debajo de la otra y desciende hacia el manto terrestre. “Bajo la presión que ejerce la [placa] Juan de Fuca, el borde atascado de la placa de Norteamérica se está elevando entre tres y cuatro milímetros y compriminéndose hacia el este a un ritmo de entre 30 y 40 milímetros anuales”, explica El gran terremoto. Como es una placa joven se supone que todavía podrá seguir así por varios años más; el problema es que no podrá hacerlo de forma indefinida. Entonces vendrá el terremoto. Y el tsunami. Y los destrozos.

Para explicar el movimiento tectónico antes descrito y para involucar al lector de manera efectiva, Schulz propone un juego de manos. “Pon las manos con palmas hacia abajo de forma que las puntas de los dedos corazones se toquen”, escribe al principio de un párrafo. La mano izquierda es la placa oceánica, Juan de Fuca, y la derecha, Norteamérica. El lugar donde se tocan los dedos corazones es la zona de subducción de Cascadia. La mano izquierda se desliza bajo la derecha, my lento pero sin cesar. Llegará el momento cuando la placa izquierda se quede atascada bajo Norteamérica. “Sin mover las manos, eleva los nudillos de la mano derecha de manera que apunten hacia el techo”, escribe. Y, más adelante: “Extiende rápidamente los dedos de la mano derecha hacia afuera, con fuerza, de manera que la mano vuelva a quedar plana”. He allí el terremoto. Pero la autora no se detiene en esa imagen, fiel al impacto que viene construyendo, y en la oración siguiente vuelve al lenguaje apocalíptico: “Cuando se produzca el próximo gran terremoto, el borde noroeste del continente (…) se hundirá casi dos metros y recuperará hasta 30 metros en la dirección oeste…”.

Por si acaso, la revelación de un peligro casi desconocido y la pormenorizada narración en lenguaje cataclísmico de los peligros de un sismo cercano a los nueve grados de la escala de Richter no son suficientes para mantener la atención de los lectores. El gran terremoto echa mano también a una herramienta literaria fundamental de la ficción para mantenerlos emocionalmente involucrados: el suspenso. Schulz calcula que en los próximos 50 años hay un 30 por ciento de probabilidad de que ocurra el sismo que describe de manera tan profusa, y 10 por ciento de que alcance o supere los nueve grados. Tales deducciones resultan de un trabajo casi detectivesco, por el cual valdría la pena leer la obra, si las razones hasta aquí expresadas no fueran suficientes.

Lo importante, sin embargo, es que esas estadísiticas nos dejan con la desagradable sensación de que estamos ante un conflicto inminente cuya solución no es inmediata ni está en manos de la mayoría de los lectores. Por esa razón, The New Yorker se apresuró a publicar una segunda parte más didáctica que sirviera para preparar a la gente en caso de un temblor, algo que les permitiera sentir que hay algo que se puede hacer, aún si las autoridades que rigen nuestras ciudades se muestran menos preocupadas por estos asuntos que nosotros.

 


El gran terremoto, Kathryn Schulz, traducción de Teresa Bailach Arrate, Libros del Asteroide, 2025, 80 páginas.

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