Cuando los límites de la ficción se expanden

La potencia narrativa que transmite cada cuento de Cuando seamos menos que un sueño, lleva a pensar que Mauricio Electorat sufrió y gozó cada uno de los hechos presentes en estas páginas, postuló el escritor Simón Soto en el lanzamiento durante la Furia del Libro. Reproducimos dicho texto, donde Soto agrega: “Hay vida fervorosa allí, hay temperatura, no solo climática, me refiero a una temperatura inmaterial, que los escritores audaces y experimentados son capaces de impregnar al tono de un texto”.

por Simón Soto I 30 Diciembre 2025

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¿De qué manera condiciona la experiencia a un escritor? ¿Cuánta de esta memoria viva entra a jugar en la obra? Nunca podremos saberlo con certeza. Solo tenemos la capacidad de aproximarnos a distancia, otear con discreto éxito cuánta realidad existe en lo que un autor nos cuenta. Intuir, nada más. Ahora, no tendríamos por qué hacernos estas preguntas, en todo caso. La diatriba fue zanjada a mediados del XIX, con ocasión del juicio contra Flaubert debido a la publicación de Madame Bovary. El Segundo Imperio Francés acusaba al autor de ofensas a la moral pública y a la religión. El escritor (y sus editores e incluso el imprentero) salieron libres de polvo y paja. ¿Qué fue lo que los salvó de la cárcel y de un pago cuantioso? Sencillamente, la figura del narrador. La defensa de Flaubert consistió en argumentar que el autor no se corresponde con la figura del narrador. El narrador es quien cuenta estratégicamente la historia a los lectores. El autor inventa una o varias voces para construir el relato. Podemos decir que aquí aparece la conciencia de la distancia irremediable frente a lo narrado, porque el narrador es un ente artificial, una creación del autor para dotar de verosimilitud al relato, para amplificar todo lo imaginable la materia dramática.

Y sin embargo, seguimos persistiendo con insoportable majadería en la idea que planteaba al comienzo de esta presentación. Esto que se nos cuenta, ¿fue experimentado por el escritor? ¿Por dónde atisbo, yo lector, el pasado del autor? Pienso que nos vuelve a ocurrir esta interrogante cuando la literatura que nos la provoca tiene tanta fuerza, su poder de persuasión y seducción es tan consistente, que deseamos saber más. Pareciera que no nos basta solo con el texto. Nos ataca una fiebre morbosa. Los límites de la ficción se expanden.

Este deseo de escudriñar tras el material literario, de abrirlo, de ahondarlo, sucede, a mí parecer, con el volumen de cuentos que hoy nos convoca: Cuando seamos menos que un sueño, de Mauricio Electorat. Las historias que componen este libro, a mí me empujaron a plantearme esta clase de preguntas sobre el autor. Algunos datos que manejamos sobre él: su generación pertenece a la que experimentó la plena juventud durante la dictadura. Un período vital que se tornó ingrato bajo la aflicción del totalitarismo pinochetista. Sabemos también que Mauricio vivió en Europa, en Francia y España. Con aquella información biográfica, nos lanzamos a elucubrar. Se ha trascendido el sencillo plano de la ficción. El placer estético desborda y mueve al lector a buscar más. La palabra escrita produce deseo. En cada relato creemos vislumbrar una parte de Mauricio Electorat. Nadie que no haya estado en contacto estrecho con los universos y entornos erigidos en estos cuentos podría dibujarlos de esta manera, se dice a sí mismo el lector. Creo lo que estoy leyendo porque hay alguien que sufrió y gozó estos hechos. Con esa innegable materialidad se me han transmitido a través del lenguaje. Veo los espacios, las playas de Barcelona, la piel tostada de las muchachas en flor, la absenta y las pintas de cerveza bebidas durante la tarde de carrete y excesos del cuento “La última carta de Artaud”. Hay vida fervorosa allí, hay temperatura, no solo climática, me refiero a una temperatura inmaterial, que los escritores audaces y experimentados son capaces de impregnar al tono de un texto. Por supuesto, esto último es lo único que importa: la potencia narrativa que cada relato nos transmite.

Pero mejor seamos ordenados. Permítanme utilizar una táctica más amable para navegar en las aguas múltiples que posee esta obra. Debería mencionar algunos ejemplos para que ustedes entiendan con mayor claridad a qué me refiero. Para hacerlo con cierta economía argumental (estoy convencido de que, en una instancia como esta, una presentación de libros una tarde de tórrido verano, es imprescindible y generoso ser conciso y claro), voy a hablar de algunas ideas generales que yo he identificado en estos cuentos. Tal vez estas ideas o tópicos que creo advertir en el libro me van a permitir explayarme sin traicionar la materia específica de cada relato. Porque quiero que cada lector experimente el mismo placer, la misma admiración que sentí yo al ir avanzando cuento a cuento.

En mi opinión, uno de los ejes esenciales de este libro es la ideología, la militancia política, y de manera más específica, el ejercicio de la clandestinidad en tiempos opresivos. En el mundo de Electorat, la ideología se acerca más a un gag que a una acción de compromiso y heroísmo. Digámoslo fuerte y claro: la militancia aquí es todo menos heroica. Los jóvenes cándidos que atraviesan estas historias nunca podrán convertirse en esos viejos terroristas cansados, que hoy una parte de la izquierda chilena intenta convertir en paladines impolutos, empecinada en torcer la memoria a través de diversos productos masivos: series de televisión, filmes, novelas. El imaginario de Mauricio Electorat se encarga de barrer prontamente con esa edulcorada versión de nuestros tristes y pobres revolucionarios. Toda militancia extremista, toda encarnación ideológica es automáticamente una derrota. Por supuesto, la historia mayúscula nos ha demostrado una y otra vez esta cruda verdad, pero Electorat la construye desde la intimidad, desde lo nimio, desde la angustia de pequeñas vidas anónimas, perdidas en el gran primer mundo. Estos militantes no intentaron enriquecerse, una vez llegada la democracia, a través del crimen, del secuestro, del robo y del asesinato por encargo. Las criaturas electorianas —permítanme la creación de este adjetivo— quedaron a la deriva, perdidas entre la ecualización de los escenarios del mundo, cuando las máximas de la izquierda ultra demostraron su inutilidad, su vacío, su sórdida pobreza espiritual y material.

Uno de los ejes esenciales de este libro es la ideología, la militancia política, y de manera más específica, el ejercicio de la clandestinidad en tiempos opresivos. En el mundo de Electorat, la ideología se acerca más a un gag que a una acción de compromiso y heroísmo. Digámoslo fuerte y claro: la militancia aquí es todo menos heroica. Los jóvenes cándidos que atraviesan estas historias nunca podrán convertirse en esos viejos terroristas cansados, que hoy una parte de la izquierda chilena intenta convertir en paladines impolutos.

¿Cómo realiza estas variaciones dramáticas Electorat? A través de una mirada melancólica, pero a la vez gracias a una mordacidad inclemente. Todos los cuentos están atravesados por un sentido del humor oscuro. Nuestro autor no tiene problema con empujar a sus personajes hacia estadios donde priman el ridículo y el sin sentido más absoluto. Un sin sentido que arrasa con todo, que no deja nada en pie. La ambigüedad que le otorga hondura a estos poderosos ejercicios literarios radica en la distancia abismal que existe entre el deseo de los personajes y su entorno. Quieren, anhelan, o quizás suponen el deseo, pero el devenir y la realidad están constituidos de otra tesitura. Una cita del sicoanalista Adam Phillips, pienso, expone con precisión este punto, y resulta muy elocuente con respecto a los relatos de Electorat: “Todas nuestras historias tratan de lo que les ocurre a nuestros deseos. Del mundo como nos gustaría que fuese, y del mundo como en realidad es, al margen de nuestros deseos y a pesar de nuestras esperanzas. Tratan de nuestras necesidades frustradas por las necesidades ajenas; de nuestros idilios, siempre amenazados por la tragedia; de nuestros chistes, fallidos por la gente que no los capta. Del antagonismo habitual entre la fantasía y la realidad”. La literatura trabaja en esa brecha insalvable. Los personajes de este libro buscan esos deseos infectados por la maldición incluso cuando tienen otra parte del mundo a sus pies. Es lo que ocurre en uno de mis cuentos predilectos, “Riquiescat in pace, Milanese”, que narra el periplo de unos jóvenes una noche durante la dictadura chilena, mientras acompañan a un empresario argentino en busca de fiesta y excesos, como si el verdadero deseo subyacente de este último fuera escapar de sí mismo, de algo que corroe su condición humana.

Dije antes que la política en todas sus aristas múltiples era uno de los ejes de este libro. El otro que yo identifico es la batería de recursos técnicos del autor. Podrá suponerse que toda obra que aparece en el mercado debería cumplir con esta relevante variable. Basta echar una mirada aquí arriba, o en los mesones de las grandes cadenas de librerías, para darnos de bruces contra la realidad cruel: no es así. Libros publicados no es sinónimo de libros que ponen en juego habilidades técnicas. Por supuesto, no todos nuestros escritores adolecen de esta preocupante ausencia de fortalezas narrativas. Pienso en la novela Oráculo, de Álvaro Bisama, o en el Diario de hospital de Roberto Merino, por mencionar solo dos obras de excelencia, de publicación más o menos reciente. Pero estos, como el volumen de Electorat, la verdad es que son excepciones en una narrativa dominada por novelas históricas de cartón, por autoficciones pobrísimas, por ensayos vacíos y sobreideologizados.

Por el contrario, en Cuando seamos menos que un sueño el lector va a encontrar un amplio abanico de registros. Las crisis persistentes que enfrentan los personajes también se extrapolan a la forma. Voces múltiples, juegos de estructura, uso de otros modos del lenguaje, como ocurre con notable virtuosismo en el cuento que abre los fuegos de este libro, “El señor M”, donde el autor se vale de la sicoterapia analítica para sostener el andamiaje de la historia. Así, cada relato propone distintas aproximaciones estilísticas, y en todos pesa una escritura vital, sobria, precisa y afilada.

Para terminar, tendría que volver a la pregunta que me hice al principio sobre la relación entre la experiencia del autor y la composición de los diversos narradores que encontramos en el libro. Pero llegados a este punto, esa pregunta, comprendo, ha quedado desarticulada, vaciada de sentido gracias a la fuerza narrativa y al espesor retórico que poseen los cuentos de Cuando seamos menos que un sueño. Como en toda gran literatura, da lo mismo de dónde viene la materia; lo que importa es su calidad autónoma, el músculo de su prosa, la multiplicidad de recursos de los que se vale el autor. Intuyo que van a concordar conmigo durante la noche, cuando estén cómodamente tendidos en sus camas, con un ejemplar del libro de Mauricio en las manos.

 


Cuando seamos menos que un sueño, Mauricio Electorat, Tajamar, 2025, 204 páginas, $20.000.

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