por Aïcha Liviana Messina I 6 Septiembre 2023
La palabra oso es redonda, comienza con la misma letra con la que termina, como si el oso nunca pudiera salir de sí mismo. Así sería su forma de existir: su caminar, su comer, su estar en el mundo; incluso su ver. Este sería un ver sin mirar, sin enfoque particular, sin detención. El oso sería un existir sin existencia, sin alteraciones. Su estar sería nada más que ser. Esto es imposible. El oso sería lo imposible.
El libro de Nastassja Martin, Creer en las fieras, se abre con la historia de un renacimiento tras una pelea con un oso. Nastassja Martin es hospitalizada. Operan su mandíbula. Recomponen su rostro. A la sala donde está entran periodistas que viajan hasta Rusia para fotografiarla. Nastassja no se ha visto en el espejo aún. No conoce la imagen que ellos ven. El oso le ha arrancado la mitad de la cara. Ella no añora su vida anterior. Hace del dolor, de los remedios, de las manos del personal médico que han cocido su cara y hasta de las infecciones, una suerte de útero abierto que la propulsa de nuevo a la vida. A diferencia del oso que vería sin mirar, ella tiene que volver a nacer y a existir a la luz de las otras personas. Ella sería todo lo contrario de un oso. Sería pura existencia abierta.
Pensado en estos términos, el oso no existe, es. El ser humano en cambio existe, no puede solamente “ser” en la indiferencia del mundo, de las otras personas. Frente a una experiencia tan devastadora, la existencia de un ser humano es sostenible a condición de nacer de nuevo, de hacer de un rostro desfigurado un nuevo comienzo, un nuevo adentrarse en el mundo.
Creer en las fieras pone en jaque este esquema tan cerrado acerca de la diferencia entre lo humano y lo animal, un esquema que confina al oso a su propia naturaleza y que otorga a lo humano la posibilidad de hacer una experiencia de su libertad, como si lo humano fuera lo abierto y lo animal, mero ensimismamiento.
Esta oposición es lo que el recorrido de Nastassja pasa por alto. Nasstassja tampoco está confinada en lo humano, su supuesta apertura. En efecto, cuando sus heridas comienzan a mejorar, ella vuelve atrás. Su renacer es un volver atrás, tal vez incluso más atrás del útero (la cirugía) que abre el libro, que le da nacimiento y la acoge y la nutre. Es un volver de nuevo hacia el oso, en la foresta peligrosa donde no hay sueños tranquilos. Después de reencontrar, a través de la cirugía, un rostro, un poco de paz en la circulación de su sangre infectada, el cariño de sus familiares que temieron perderla, Nastassja se reencuentra con su deseo original, su deseo de fieras, de acercarse a lo salvaje, a esto que tal vez no es ni cerrado ni abierto. Oso, por cierto, es la palabra de un ser ensimismado, de un ver sin mirar. En francés “oso” puede ser usado como adjetivo. Se dice ours de alguien que no sale, que se queda en casa. Pero hay algo de los osos que Nastassja no puede ver ni mirar y que constituye el hilo de lo que la anuda a la vida. Anterior a los discursos que buscan explicar su existencia, sus decisiones, sus pasiones, hay algo que la propulsa hacia los osos. En Nastassja, oso hace de la libertad una existencia circular, y de la circularidad una experiencia de la apertura, de la libertad.
El otro día escuché a un estudiante interesado en las corrientes poshumanistas decir que los seres humanos somos arrogantes. Cuando leo Creer en las fieras, se me ocurre que el ser humano puede ser también deseante. No hay porque confinar los seres a una sola definición. Este libro extraordinario habla de un campo magnético creado por los osos y de un deseo humano que capta aquel magnetismo. No hay ahí encuentro entre una mujer y un oso sino encuentro de partículas. El oso las emana, no sé si decir “a pesar suyo”. El oso existe, produce un campo magnético. Su ensimismamiento es también un afuera. Su ser existe. En la medida en que existe, atrae. Y por esto es toda la existencia de Nastassja que no puede quedarse quieta en ningún lugar. Oso entonces es un campo magnético. Es, para algunas personas, la vida fuera de sí. Es una emanación de partículas que desvía, atrae.
Entendido así, como campo magnético, el oso permite entender que la vida no busca su conservación sino un punto de anclaje que es una pulsión sin explicación. Tras renacer, Nastassja no permanece en su hogar, sigue su deseo. Este no se explica y no es irracional. Tiene que ver con lo que confunde ser y estar, existir y existencia y que perfora entonces de forma invisible, suave pero salvaje (como el deseo de Nastassja) la lógica del universo, la que asigna roles, lugares, matrices explicativas a cada ser.