El estilo de lo inacabado

En Retrato del artista como samurái, Federico Galende ensaya o novela a partir de la figura de Carlos Bogni, la historia de alguien que se mueve perdiendo el equilibrio, porque en la escena del arte, como en la vida, no hay posición ganada: todo está supeditado a los imprevistos, las incertezas, los tropiezos y las derrotas. De ahí que la obra del protagonista sea abierta, dispersa y sobre todo libre, como la del artista Bogni real, quien registraba el vuelo de los pájaros con paciencia de ornitólogo.

por Milagros Abalo I 6 Mayo 2021

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La primera escena que ofrece Federico Galende del artista chileno Carlos Bogni es arriba de una escalera retocando su gran obra, Vía Cripta, hasta que un repentino desequilibrio lo hace caer al suelo. No en vano la acción de caer en su amplio abanico será el primer movimiento y al que tienden en lo sucesivo la mayoría de los episodios narrados en este libro, muchas escenas que resultan entrañables y llenas de humor.

Si el éxito del mundo artístico chileno se ubicara en un determinado lugar, Bogni está más bien al margen, se mueve perdiendo el equilibrio. No hay posición ganada y la escena de su inauguración recién llegado a Chile después de una larga estadía en Nueva York, es reflejo de un mundo que por ausencia aquí aparece, el de las galerías y sus canapés, sus tenidas ad hoc, sus viajes y homenajes, sus redes y favores. Todo lo que se entiende por mediación en el arte contemporáneo. Bogni sigue su paso, como un samurái, su propia intuición.

En el retrato del recorrido que brinda Galende nada resulta exactamente como Bogni se lo había propuesto, ni los amores, ni los viajes, ni las amistades, ni los trabajos, todos los caminos se desandan porque siempre surgen imprevistos que desvían lo planificado, pero él de una manera anterior e íntima pareciera estar preparado; haber nacido en una familia disfuncional siempre forja el carácter (la visita a sus tías es un registro memorable), y también porque busca y encuentra blindaje y desapego en la meditación que practica a diario.

El arte para Bogni es una bitácora de las circunstancias o un sudario de ellas, una brújula en movimiento, de ahí el carácter inconcluso de su obra o, como dijo Roberto Merino a propósito de la muestra Tráfico de influencias, un artista “que ejecuta a través de los años la misma obra en numerosas variaciones”. El estilo de lo inacabado será entonces su marca, por eso el resultado se puede encontrar más bien en la ejecución de los procesos, abiertos y dispersos, pero sobre todo libres como el vuelo de los pájaros que registraba con su cámara y paciencia de ornitólogo.

Galende ofrece en Retrato del artista como samurái el relato de un modo de vivir con el que, me atrevería a pensar, sintoniza. Una forma de estar en el mundo y la manera en que eso determina una labor, o quizás al revés, lo que configura la forma de ser es justamente el desarrollo de ese quehacer.

Lo definitivo para Bogni, dice Galende, es una alerta de desesperación, y no solo en el plano vital. Siempre estará urdiendo nuevas variaciones, y, en una lógica secreta, vida y obra se funden y transitan por el pasillo de una acción inacabada, como la fosa que hizo en el centro de la cocina de su casa-taller-galería, quizás sin saberlo cavaba una madriguera.

Galende ofrece en Retrato del artista como samurái el relato de un modo de vivir con el que, me atrevería a pensar, sintoniza. Una forma de estar en el mundo y la manera en que eso determina una labor, o quizás al revés, lo que configura la forma de ser es justamente el desarrollo de ese quehacer. Como sea, en la figura del artista Carlos Bogni se encarna esta idea, aunque cada lector podría vislumbrar al samurái que considere propio.

El autor abre la madriguera del artista, su pasado y su presente, y logra ponerse tras bambalinas, hacerse humo e intervenir lo menos posible en pos de hacer aparecer no juicios ni opiniones sino los nítidos sucesos que van conformando y apuntalando el temple de un coleccionista de imágenes siempre en precario equilibrio. No se trata de mostrar la relación profesional sino la relación vital con la tarea desempeñada, siempre presente y en tiempo presente, igual a ese cerdo hormiguero que describe al final del libro, que todos los días recolectaba cítricos que le robaban en su ausencia y, sin embargo, volvía a recolectarlos y nada le hacía perder su entusiasmo, la fe en su propia labor, aunque no fuera útil, aunque nada obtuviera de ella (la utilidad del arte, otra pregunta que cae). Se trata, afirma Galende, de una comunicación personal, más allá del resultado o su evidencia, el arte es una cuestión que se fragua como una amistad solitaria y perdurable. Y haber podido elegir a lo que dedicarse el resto de los días, como fue el caso de Bogni, no es poco.

 

Retrato del artista como samurái, Federico Galende, Mundana Ediciones, 2021, 98 páginas, $11.000.

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