Estética y violencia: el primer mensaje de Pinochet hacia el extranjero

Fueron las imágenes transmitidas desde la mañana misma del 11 de septiembre, junto con las fotografías de los líderes de la Junta Militar y de los campos de prisioneros, las que marcaron la primera impresión que tuvo el mundo de lo sucedido en Chile. Los uniformes prusianos, los lentes oscuros, la quema de libros: todo remitía para Occidente a una manifestación renovada del fascismo de los años 30 y 40 del siglo XX. Así lo registraron fotógrafos y caricaturistas de medios como The New York Review of Books o el irreverente Charlie Hebdo.

por Manuel Gárate Chateau I 10 Septiembre 2023

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Las catástrofes, tal como las define el historiador francés Henry Rousso, nunca se agotan por completo. Son el punto de referencia del análisis del pasado y del futuro de toda sociedad. Entonces, mientras el Golpe sea nuestra “última catástrofe”, aquella de la cual hay memoria y testigos vivos, no podremos eludirla, pues sigue porfiadamente afectando nuestros debates y conmemoraciones, además de condicionar nuestro horizonte, el porvenir.

La imagen internacional de la Junta Militar se deterioró prácticamente de inmediato. De hecho, la primera de varias resoluciones condenatorias de la Asamblea General de la ONU a la dictadura chilena por la violación de derechos humanos se manifestó en noviembre de 1974 (resolución N° 3.219) y fue votada por una abrumadora mayoría: 90 votos contra 8. De ahí en adelante, prácticamente cada año, hasta 1989, hubo 16 resoluciones condenatorias de este organismo al gobierno de Pinochet.

Las imágenes del bombardeo y posterior incendio del palacio presidencial dieron la vuelta al mundo pocas horas después de los acontecimientos. Es importante recordar que el Golpe del 11 de septiembre de 1973 fue uno de los primeros acontecimientos catastróficos filmados tanto en cine como en televisión. Esto no es menor, pues fueron las imágenes en movimiento, junto con las fotografías, las que marcaron la primera impresión que tuvo el mundo de lo sucedido en Chile. A fines de los años 60 —desde la llegada del Apolo XI a la Luna— se generalizaron las transmisiones vía satélite y ya en 1973 se podían enviar fotografías en pocas horas a muchas partes del mundo.

Fotografía: Chas Gerretsen (18 de septiembre de 1973).

La fotografía de los lentes oscuros

Las fotografías de La Moneda en llamas o de los guardias personales de Salvador Allende tendidos en el piso y con un tanque que amenaza aplastarlos, impactaron al mundo de una manera que los militares difícilmente pudieron imaginar. Además, desde el “tanquetazo” del 29 de junio de 1973, corrían rumores constantes de un posible golpe de Estado, por lo que numerosos reporteros y enviados especiales se encontraban en Chile, a la espera de un posible desenlace del gobierno popular. Uno de esos tantos reporteros gráficos que estaban en el país, en septiembre de 1973, era el neerlandés Chas Gerretsen (1943), quien tenía experiencia cubriendo conflictos armados (Vietnam, Camboya, República Dominicana) y el ambiente de las celebridades de Hollywood. Sus fotografías de los acontecimientos del 11 de septiembre forman parte del corpus más conocido de lo ocurrido aquel día en el centro de Santiago. Pero probablemente la fotografía más recordada de su carrera la tomó el 18 de septiembre de 1973, en la homilía realizada en la iglesia de la Gratitud Nacional, pues se había decidido no hacer el tradicional Te Deum ecuménico en la Catedral de Santiago. Los invitados más esperados por la prensa internacional eran los integrantes de la Junta Militar y en especial el general Augusto Pinochet. En aquellos días, la violencia represiva del Estado se había desatado contra oponentes vencidos, desarmados y, en la mayoría de los casos, detenidos o que se habían entregado voluntariamente a las nuevas autoridades. El régimen hablaba de una guerra que nunca ocurrió o que apenas duró unas pocas horas. A partir del mismo 11 de septiembre, lo que desató fue una suerte de “cruzada” de exterminio —o “policidio”, en palabras del historiador Steve Stern— en contra de todos aquellos que militaban en partidos de orientación marxista o que habían sido incluso simpatizantes de la Unidad Popular. Como diría uno de los miembros de la Junta, el general Gustavo Leigh, “había que extirpar el cáncer marxista”, lo que implicaba paralizar de miedo al resto del país. El miedo, incluso más que la represión misma, era lo más contagioso, especialmente cuando el fantasma de la delación recorría todo el país.

La foto de Gerretsen del 18 de septiembre del 73 se transformó probablemente en la imagen más conocida de la dictadura chilena, y cuyo protagonista es un general Pinochet sentado, con el ceno fruncido, los brazos cruzados, los lentes oscuros y su edecán detrás y de pie, rodeado además de otros militares. Ambas figuras (Pinochet y el edecán) representan la firmeza del régimen, y si a eso se le suma el impacto que produjo en el mundo el ver unos uniformes prusianos tan similares a los del nazismo, una imagen del mal absoluto estaba configurada para la posteridad. La fotografía original en papel y los negativos de la película forman parte de la colección del Museo de la Fotografía de los Países Bajos, y constituyen una huella reconocible de toda una época de la Guerra Fría en América Latina. El propio Gerretsen regresó a Chile años después, y donó una copia numerada y firmada de esta foto al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos al cumplirse los 40 años del Golpe.

Caricatura de Riss publicada en Charlie Hebdo (junio de 1999).

Cuando pensamos en Europa occidental y también en la socialista, esta foto no podía sino ser leída como una manifestación renovada del fascismo de los años 30 y 40 del siglo XX. Se trata de una imagen que transmite un mensaje universal y una condena moral casi por defecto. Como me lo confirmó un conocido caricaturista de Le Monde, esta fotografía es la imagen del villano perfecto; de una suerte de encarnación del mal. Si a eso le sumamos que Pinochet había sido recomendado por el general Carlos Prats al propio Allende pocas semanas antes del Golpe, y que posteriormente el mismo Pinochet dio luz verde al asesinato de Prats y su esposa en Buenos Aires, no resulta muy difícil imaginar el grado de desprestigio que alcanzó el régimen chileno en el mundo al cumplirse el primer año del Golpe.

Rápido, la caricatura de prensa internacional se hizo eco de la figura de Pinochet y de las noticias atroces que llegaban desde Chile. En mis investigaciones pude encontrar decenas de caricaturas sobre el personaje, casi siempre representado a partir de la fotografía de Gerretsen, es decir, con el uniforme prusiano y los lentes oscuros. No había que decir nada más, ni tampoco incluir texto. El mejor ejemplo de lo anterior es una caricatura publicada a página completa en The New York Review of Books, el 1 de noviembre de 1973, y cuya autoría pertenece al famoso dibujante David Levine. Ahí podemos ver a un Pinochet representado como un carnicero con traje militar y portando en su cuello las insignias de la SS alemanas. Y el periódico satírico francés Charlie Hebdo publicó, a inicios de 1974, una portada dando la “bienvenida” al nuevo embajador chileno en Francia nombrado por la dictadura.

Como si la memoria y las imágenes no importaran, las fotografías de militares quemando libros en el sector de la remodelación San Borja, en el centro de Santiago, no ayudaron al régimen a evitar las comparaciones con las recordadas quemas de libros del nazismo y otros lamentables ataques a la cultura. Esta acción fue ampliamente difundida en los medios afines a la dictadura, como una suerte de depuración y limpieza ideológica de la sociedad chilena. Pero destruir libros, fotografías, afiches o clásicos de la sociología, la literatura y la economía, fue leído como una muestra de barbarie y salvajismo. Si alguna política comunicacional tuvo la dictadura en aquellos primeros meses, resulta evidente su fracaso. Los mensajes de propaganda del régimen podían funcionar internamente, dado el clima de revanchismo incubado durante meses, pero fuera del país solo las dictaduras afines de la región hicieron la vista gorda a las noticias e imágenes que llegaban desde Chile. Ni siquiera un aliado estratégico como el gobierno de Estados Unidos pudo frenar las condenas que emanaban de sus propios ciudadanos con conciencia democrática. La arbitrariedad y la violencia infligida contra adversarios inermes y derrotados era demasiado evidente y arbitraria. Ni siquiera los simulacros de justicia penal lograron contener la condena internacional.

Caricaturas de Pancho (izquierda) y Montezuma (derecha) publicadas en Indagación del Chile actual (Venezuela, 1981), libro de denuncia de varios dibujantes.

El coliseo deportivo

Cuando pensamos en cómo se fue configurando esta percepción inicial de la dictadura, es imposible olvidar las imágenes del Estadio Nacional como campo de prisioneros, tema que fue retomado en la premiada película Missing (1982), de Costa Gavras. Además, el régimen quiso mostrar al mundo el “trato humanitario” que se les daba a los prisioneros y convocó a una visita de prensa internacional al recinto deportivo, el 22 de septiembre de 1973. El documental de Carmen Luz Parot, Estadio Nacional (2001), recupera muchas filmaciones y testimonios de aquella visita, la cual resultaba particularmente inexplicable, dado que se sabía lo que ocurría en el estadio: torturas, hacinamiento y privaciones de todo tipo. Un nutrido grupo de periodistas de distintos países pudo ver con sus propios ojos la situación del lugar, a pesar de los esfuerzos de las autoridades por mostrar el carácter “humanitario” del recinto. Es difícil no recordar al comandante del centro de detención, coronel Jorge Espinoza, explicando a los periodistas la dieta equilibrada de los detenidos y su aporte nutricional (minuto 33), cuando los rostros famélicos de los prisioneros decían otra cosa. Otro momento muy fuerte ocurre cuando el periodista Claudio Sánchez presenta a un coro de prisioneros, queriendo dar cuenta de las actividades recreativas de los detenidos, y estos aparecen cantando “El patito chiquito”, de los Huasos Quincheros, y “Libre”, de Nino Bravo, ambos temas muy identificados con los seguidores del régimen.

La extraña y dramática historia del Estadio Nacional no terminó ahí. En noviembre de 1973 se llevó a cabo lo que fue mundialmente conocido como “el partido de la vergüenza”: el duelo entre las selecciones de fútbol de Chile y la Unión Soviética por las clasificatorias del Mundial de Alemania Federal de 1974. El partido de ida, en Moscú, había terminado con empate a cero, en condiciones de viaje y juego muy difíciles para el equipo chileno en la URSS, pues el Golpe se había producido apenas unos días antes y el ambiente era bastante hostil para los jugadores. La federación soviética de fútbol se negó a jugar el partido de vuelta en Chile, aduciendo que el Estadio Nacional era un campo de prisioneros y de tortura. La Conmebol visitó las instalaciones chilenas mientras aún había detenidos y la FIFA ordenó jugar el partido de todas maneras. Al final, el encuentro se llevó a cabo con poco público y, lo más ridículo, sin contrincante. Los 11 jugadores chilenos avanzaron desde la mitad de la cancha y empujaron la pelota al arco en un estadio que 15 días antes fue vaciado de prisioneros. El match duró apenas 30 segundos y después se jugó un amistoso con el Santos de Brasil (el equipo chileno perdió 5 a 0). Fue así como la selección nacional clasificó al Mundial de 1974, con un marcador de uno a cero y las imágenes de este extraño “partido” dieron la vuelta al mundo. Los jugadores locales quedaron marcados por este episodio, además de ser recibidos fríamente en el Mundial de Alemania.

Dibujo de Reiser para la portada de Charlie Hebdo (25 de febrero de 1974).

Misión imposible

La historiografía respecto de la historia reciente de Chile nos entrega, cada cierto tiempo, trabajos de gran calidad; nuevas perspectivas y fuentes que desconocíamos por completo hasta ahora. Este es el caso de la original investigación de archivos del historiador Pablo Pryluka sobre los intentos de la Junta, en 1974, por contar con los servicios de la agencia de publicidad más famosa del mundo. Este trabajo pone de manifiesto el conocimiento que tenían ciertos funcionarios del régimen sobre la mala imagen de la dictadura chilena en el exterior y la necesidad de revertir esto lo antes posible, por razones económicas y geopolíticas. Fue así como, a principios de 1974, un grupo de civiles tomó contacto con altos ejecutivos de la J. Walter Thompson (JWT), y se firmó un contrato en julio del mismo año, el cual se distribuyó a todas las oficinas regionales de la empresa. El objetivo era poner en marcha una campana internacional de propaganda en favor del régimen chileno, y así neutralizar las acciones de solidaridad del exilio y las continuas denuncias que se hacían contra el gobierno chileno en Naciones Unidas. El proyecto de posicionamiento internacional se concentraba en destacar las cualidades del país como un socio comercial fiable y una plaza segura para la inversión extranjera, la llegada de capitales y la exportación de materias primas, sobre todo cobre y celulosa. En segundo lugar, situar al país dentro de la lógica de la Guerra Fría como un aliado de Estados Unidos y de las democracias occidentales en su lucha contra el comunismo.

El plan de comunicación estratégica de JWT tenía lógica, además de potenciales socios y futuros beneficios. Sin embargo, la empresa no contaba con la protesta y boicot de sus propios empleados y ejecutivos, especialmente aquellos de las oficinas de Europa occidental, que advirtieron sobre las posibles repercusiones negativas de tener un cliente tan “tóxico” en términos de imagen corporativa. Defender y publicitar al régimen autoritario chileno podía tener graves repercusiones en los negocios de JWT a nivel mundial y afectar su propia imagen. En septiembre de 1974 ya era evidente que el contrato generaba problemas para la empresa y fue unilateralmente cancelado, en octubre, por los ejecutivos de JWT en Estados Unidos.

Esto que podría ser leído como una simple anécdota del periodo, refleja que incluso para los mejores profesionales de la comunicación y el marketing internacional, un cliente como el régimen dictatorial chileno era algo insalvable e incluso un peligro para su propio negocio. La tesis de Pryluka es que aun cuando la dictadura chilena estaba instalando, a sangre y fuego, un modelo de economía de mercado (neoliberal) en consonancia directa con los intereses del mundo capitalista, había un límite a lo que se podía defender, incluso para una empresa que operaba desde el centro del capitalismo mundial. La mala reputación de la Junta y la terrible situación humanitaria en Chile constituían una misión imposible, incluso para los mejores expertos en publicidad.

La dictadura militar chilena generó una imagen negativa de la cual nunca pudo deshacerse, y que se reactivó con el arresto de Pinochet en Londres, entre 1998 y 2000, e incluso hasta su muerte, en 2006. Es importante recordar que el personaje, hasta el día de hoy, no tiene una sepultura pública y salvo un grupo de irreductibles seguidores, su popularidad no ha dejado de disminuir con el paso del tiempo. Quienes aún defienden lo que se realizó en aquellos años, prefieren hablar de “la obra del régimen” más que del personaje, al cual solo condenaron una vez que se conoció el escándalo de las cuentas secretas del Banco Riggs, en 2003. Pero la historia enseña —si es que nos enseña algo— que las representaciones del pasado siempre se pueden reinterpretar a la luz de las disputas del presente. El debate constitucional ha sido la mejor prueba de aquello.

 

Imagen de portada: Caricatura anónima publicada en el diario francés L’Unité (1975).

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