La arquitectura efímera

En contra de la megalomanía tradicional de la arquitectura, el inglés Cedric Price creía que los edificios no deberían idearse estética ni funcionalmente para el futuro. En su trabajo, la arquitectura es solo una forma de conexión, un puñado de gestos no muy distintos de los de un ingeniero, que son capaces de generar ciertas formas de interacción, conocimiento o entretención. Los edificios debían ser baratos, fáciles de levantar y de botar, sin el peso de la tradición ni el potencial de la gloria eterna. De lo contrario, siendo tan lenta y sólida, la arquitectura llega tarde a todo. Este ensayo indaga en su influencia y permanencia, es decir, en aquellas estructuras que se arman y desarman en busca del placer y que, justo por su poca permanencia, se las considera “inestudiables”.

por Lucía Vodanovic I 2 Diciembre 2022

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Como John Berger observa en About Looking (1980), una visita al zoológico siempre es un poco decepcionante: el zoológico, dice Berger, es parecido a un museo, pero de otro tipo; los visitantes caminan desde una reja a otra, como en una galería, e invariablemente terminan con un sentimiento de frustración. Se preguntan donde están los animales, si están durmiendo, escondidos o —la pregunta favorita de los niños—muertos. “El propósito público del zoológico es ofrecer a sus visitantes la oportunidad de mirar a los animales. Pero en ninguna parte del zoológico el extraño es capaz de encontrar la mirada de un animal. En el mejor de los casos, la mirada del animal destella y luego sigue su paso”, escribe.

Pero los zoológicos retienen el carácter de pertenencia a un mundo viejo, como residuos de un tiempo que pensamos era mucho peor y menos atento al planeta que el nuestro… En el zoológico de Londres, esos residuos están inscritos en la arquitectura, un microcosmos de la evolución de distintos estilos históricos y un registro de las cambiantes actitudes con respecto a la naturaleza y el bienestar de los animales. La mirada del animal en Berger que destella y pasa de largo está siempre tapada por las barras de una reja, las colinas de una montaña artificial, unas cuerdas colgando de la rama de un árbol muerto. Diez edificios del zoológico están listed, el término que se usa en el Reino Unido para indicar las construcciones que están, tal cual, en una lista de conservación y por ello no se pueden demoler o alterar.

Aunque el zoológico de Copenhague ha empezado a comisionar edificios a arquitectos de renombre, el de Londres todavía se supone el más valioso del mundo arquitectónicamente, con animales exóticos al interior de un palacio, como en Versalles. Su construcción más famosa, el Penguin Pool, invariablemente confunde a los visitantes: no ha acomodado a ningún pingüino desde hace décadas —el concreto no es bueno para sus articulaciones y, como es una piscina abierta, tampoco para su apareamiento porque no tienen dónde esconderse—, pero como está listed en Grado 1 (el que más protege) ni siquiera se le pueden remover las letras al costado que dicen Penguin Pool. En una honesta lección de las barbaridades de la historia, la piscina desierta tiene un letrero reconociendo lo inadecuada que es para los animales, a pesar de sus credenciales arquitectónicas.

El recorrido regular del zoológico termina en el Snowdon Aviary, pero pocas personas llegan a esa parte donde no hay restoranes ni tiendas, tampoco se venden helados. Sin duda, la construcción más linda del zoológico personifica las ideas del arquitecto que lo diseñó, Cedric Price, y también un poco el ánimo de la ciudad: elegante e imponente, pero a la vez modesto e ingenioso. Construido en los años 60, se pensó como un edificio que se movería según el vuelo de sus pájaros, lo que permite un efecto liviano y mínimo.

En contra de la megalomanía tradicional de la arquitectura, Price creía que los edificios no deberían idearse estética ni funcionalmente para el futuro. En su trabajo, la arquitectura es solo una forma de conexión, un puñado de gestos no muy distintos de los de un ingeniero, que son capaces de generar ciertas formas de interacción, conocimiento o entretención. Por lo mismo, se abstuvo de construir muchas veces en su vida, al aproximarse a proyectos y luego concluir que la mejor solución para un determinado espacio era no hacer nada (esta pajarera es uno de sus muy pocos diseños que sí construyó). Los edificios debían ser baratos, fáciles de levantar y de botar, sin el peso de la tradición ni el potencial de la gloria eterna. De lo contrario, siendo tan lenta y sólida, la arquitectura llega tarde a todo.

Irónicamente, la pajarera también está listed. Ni siquiera lleva el nombre de Price sino de Lord Snowdon, el fotógrafo que estuvo casado con la Princesa Margarita, quien fue contactado originalmente para este proyecto y fue el primero en tomarle una foto.

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Price también es responsable de otro de los edificios de culto en la ciudad, el Fun Palace, un proyecto en el que trabajó por más de 20 años junto a la productora teatral Joan Littlewood, pero que nunca levantó. El diseño original reunía una síntesis de discursos, teorías y principios: cibernética, informática, situacionismo y teatro, entre otros, que se confabulaban en la creación de un edificio improvisado, que solo sería un marco para la interacción entre personas. Usando grúas para mover y acomodar una serie de módulos prefabricados, la idea era que los usuarios ocuparan este espacio para crear su propia “Universidad de la calle” o “Laboratorio del placer”, en la cual no habría nada permanente ni ningún legado. El único elemento fijo sería un enrejado con columnas y vigas de acero, mientras que todo el resto —teatros colgantes, espacios para todo tipo de actividades, escenarios y pantallas— estaría formado por unidades modulares, que se armarían y desarmarían según las necesidades de los usuarios, y que en los dibujos de Price aparecen proyectados como espacios amplios y con nombres tan generales como “niños”, “bodegas”, “noticias”, “movimiento”. Esta era la interpretación de Price de las teorías de la cibernética y la informática, junto a una filosofía igualitaria del placer y el espíritu libre.

Como en casi toda la obra de Price, el Fun Palace proponía el reverso de la arquitectura tradicional: lo ordinario como lo opuesto al monumento, la liviandad en vez de lo sólido, lo efímero y permeable como una mejor alternativa a lo fijo e inmutable. (…) Price se oponía a cualquier legado forzado de arquitectura supuestamente noble; por lo tanto, su idea era que el Fun Palace se desmantelara máximo en una década.

El Fun Palace estaba mucho más cerca de ser un modelo de participación social que un espacio para lo teatral: la misma Littlewood decía que no había ido a ver una obra de teatro desde los 15 años. Price, por su parte, creía que el teatro tradicional no era más que un montón de personas mirando para el mismo lado, solo para ver una conclusión determinada de antes.

Como en casi toda la obra de Price, el Fun Palace proponía el reverso de la arquitectura tradicional: lo ordinario como lo opuesto al monumento, la liviandad en vez de lo sólido, lo efímero y permeable como una mejor alternativa a lo fijo e inmutable. Algunos de sus proyectos tenían incluso ejemplos físicos de antisolidez, como barreras ópticas, humo o cortinas de aire caliente. Price se oponía a cualquier legado forzado de arquitectura supuestamente noble; por lo tanto, su idea era que el Fun Palace se desmantelara máximo en una década.

Pocos saben que Price sí construyó una versión pequeña o un piloto del proyecto original no lejos del zoológico, al lado de la estación de trenes de Kentish Town West, otra serie de módulos prefabricados para albergar a la institución de arte comunitario InterAction, que además de su trabajo con las artes tenía una serie de funciones extra, como una editorial, una productora de películas y otras. En la estructura modular de Price, formada por unos cubículos rectangulares, un grupo de danza podía estar ensayando, mientras algunos niños aprendían a leer y un abogado les daba asesoría legal a inmigrantes sin documentos; al día siguiente ese espacio se podía desmantelar para instalar un escenario para una obra de teatro. En 2003, cuando InterAction ya no funcionaba ahí y el municipio decidió demoler la estructura, se generó una campaña local para salvar la construcción y darle el estatus de listed. Price también hizo campaña, pero para lo contrario: quería que su edificio se demoliera, fiel a su principio de que la arquitectura es un objeto para ser consumido, como la comida, y después evacuado lo antes posible.

Uno de los proyectos de InterAction fue la obra de teatro The Last Straw, sobre un grupo de granjeros que están tan enojados con las carreteras que deciden ir a excavar un hoyo en la ciudad para plantar una granja en el medio. Cuando llegó el momento de hacer el escenario, se dieron cuenta de que no había ninguna diferencia entre traer animales, establos y rejas al teatro, o hacer una granja de verdad, por lo que optaron por lo segundo. Usando un terreno sin uso que corre al lado de la línea del tren en el mismo barrio, en 1972 fundaron la Kentish Town City Farm, pionera del movimiento de granjas urbanas en el Reino Unido, a su vez inspirado por un movimiento similar en Holanda.

El espíritu de la granja urbana opuesto al de la lógica contemplativa del museo o el zoológico: en muchas de ellas, los niños pueden ir a trabajar de voluntarios en vacaciones o participar en fiestas como el Apple day en otoño, donde se hace jugo y se compite por quién corta la cáscara de manzana más larga, sin interrupción. Leí un informe sobre la preservación de la arquitectura de la granja en Kentish Town, formada por establos victorianos, una estación de trenes de los años 50, algunos cobertizos, otras construcciones en ruinas y una serie de técnicas DIY (abreviatura de Do it Yourself). Los expertos concluyeron que cualquier intento de remodelación debía preservar lo informal y lo azaroso, su arquitectura de lo precario.

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El Fun Palace de Price y Littlewood estaba inspirado en la filosofía igualitaria de los siglos XVIII y XIX, con sus lugares de paseos o pleasure gardens, como Vauxhall y Ranelagh, para caminar y pasar el rato. En su forma más contemporánea, el parque de entretención como tipo se originó en Coney Island, que venía atrayendo a visitantes de Nueva York desde el 1800 y después construyó parques temáticos definidos, con edificios de fantasía, juegos mecánicos y diversión de masas basado en el asombro y la electricidad (el arquitecto Rem Koolhas, en su clásico libro de 1978, Delirious New York, discute como Coney Island sirvió de laboratorio para la construcción de Manhattan como una ciudad frenética y congestionada).

En Inglaterra, los primeros parques de entretenciones se construyeron precisamente en los lugares donde alguna vez hubo pleasure gardens, añadiendo la modernidad del espectáculo, la tecnología y el consumo que ya se había instalado con las construcciones tempranas de tiendas de departamentos y las primeras versiones de ferias universales.

Esta arquitectura del placer o del asombro, y las ideas de Price sobre la saludable obsolescencia de las construcciones dan otra mirada a las ideas estáticas de conservación y patrimonio: podemos hablar de preservar formas de hacer y de habitar, en vez del contenedor que guarda esas prácticas.

La académica británica Josephine Kane pasó años investigando los parques de Dreamland en Margate, Kursaal en Southend y Pleasure Beach en Blackpool, junto a sus encarnaciones en Londres, para escribir un libro llamado The Architecture of Wonder, que finalmente se publicó como The Architecture of Pleasure, porque al editor le pareció que con ese título vendería más copias. La premisa de Kane es que la historia de la arquitectura de la entretención se ha olvidado de poner atención a estas construcciones, porque su carácter transitorio las vuelve inestudiables. El circo, la discoteca de playa, el parque de diversiones, a veces aparecen en primavera y vuelven al año siguiente, con pocos elementos fijos, otros semipermanentes y algunos que cambian cada vez. Además, su construcción no corresponde a ningún estilo ni tradición arquitectónica, sino más bien al gusto por lo exótico, la estética de la playa, la maravilla de la tecnología nueva, el encandilamiento de las luces. Para Kane, su carácter moderno no es solo la aspiración a una cierta trascendencia tecnológica basada en la fantasía y el hedonismo, sino el hecho de usar la tecnología disponible con el único propósito de generar entretención, por ejemplo, los avances en el transporte y la industria aplicados al sistema que hace funcionar la montaña rusa. En vez de aproximar estas formas de juego con el argumento de lo carnavalesco (el carnaval entendido como un recreo o transgresión de las reglas y la total mezcolanza de las clases sociales), Kane las ve como un espacio inclusivo y diverso, comprometido con explorar las posibilidades infinitas del presente.

Esta arquitectura del placer o del asombro, y las ideas de Price sobre la saludable obsolescencia de las construcciones dan otra mirada a las ideas estáticas de conservación y patrimonio: podemos hablar de preservar formas de hacer y de habitar, en vez del contenedor que guarda esas prácticas.

El más reciente intento de revivir el Fun Palace fue para las Olimpiadas de Londres de 2012. Aunque fracasó, cada octubre se celebra la Fun Palace Initiative, basada en el mismo principio de democracia cultural en todo el país: cualquier persona puede construir su propio Fun Palace a escala local, colgándose del espíritu y de la gráfica del proyecto original. Se hacen Fun Palaces en bibliotecas locales, piscinas públicas, universidades, centros comunitarios. En la versión 2020 hubo 364 Fun Palaces en 11 países, algunos solo online y otros organizados con distancia social.

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El pabellón es otra forma arquitectónica efímera que ha hecho su marca en varios países de Europa. Proviene de construcciones utilitarias y al mismo tiempo heráldicas y ornamentales, que aparecieron en Roma en un contexto militar y eran descritos entonces como papilios o mariposas, porque aparecían repentinamente en el paisaje (Asia, en cambio, tiene una historia más larga y diferente de sus propios pabellones, muchos de ellos permanentes). En Inglaterra se multiplicaron en la época victoriana, pero con formas tampoco del todo definidas, que incluyen la pérgola, el bandstand o quiosco de música, algunas de las construcciones más sencillas del zoológico y otras formas asociadas a la cultura de la exhibición y el espectáculo: mostrar colecciones, tesoros coloniales, objetos raros. Hasta el Fun Palace de Price se ha caracterizado, a veces, como una forma de pabellón, probablemente por lo efímero y fluido.

También está la versión kitsch de los pabellones que se mandan a las exposiciones universales, como la celosía mexicana en el caso de Frida Escobedo el 2018. Es una forma un tanto conceptual de expresar la identidad y el patrimonio, pero tan rara como andar vestido con el traje típico; extraña, sobre todo, cuando el proceso entero de comisión, financiamiento y producción está determinado por el flujo mundial del capital financiero.

A pesar de la invitación a “interactuar” con el objeto que cada año hace la galería Serpentine, en Hyde Park, no es difícil ver un problema en la ilusión de democracia con la que se viste: la agenda vacía del “impacto” K y el manejo de “audiencias”, la escenografía de una supuesta participación social que oculta las bambalinas de la privatización de los espacios públicos y el marketing global de las artes.

El pabellón, en esta forma, me hace recordar una de mis frases favoritas de Price —quien tenía un brutal y divertido manejo del lenguaje, y hablaba frecuentemente a capella en premiaciones, clases, conferencias—, tan cierta como todas las otras, pero mucho más económica: cuando un arquitecto que trabajaba en su estudio le dejó un dibujo en el escritorio para el proyecto Magnet —un boceto de una estructura redonda parada encima de algo que parece un sistema hidráulico—, Price se lo devolvió con una simple frase escrita a mano sobre el costado de la hoja: “Bonito boceto, pero demasiada arquitectura”.

 

Fotografía: Aviario del zoológico de Londres.

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