De explosiones estelares a gotas en la Tierra

La próxima vez que una gota de lluvia descienda sobre tu piel, vale la pena contemplar su increíble historia: esa gota ha viajado a través del tiempo y el espacio, en una travesía de miles de millones de años que comenzó en el corazón de una estrella. El agua es mucho más que una simple molécula: es una reliquia de los procesos cósmicos del Universo y constituye, además, la base de la vida en la Tierra, hoy en día amenazada por el cambio climático. Este artículo propone un viaje que une dos mundos aparentemente distintos: el agua como recurso vital en nuestro planeta y su historia como elemento cosmológico.

por Gonzalo Argandoña Lazo I 16 Mayo 2025

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En Chile y muchas otras partes del mundo la crisis hídrica ha dejado de ser una preocupación futura: es una realidad que enfrentamos con urgencia. El cambio climático ha alterado los patrones de agua, afectando de manera devastadora ecosistemas y comunidades que antes contaban con abundantes fuentes de agua.

Con el aumento de las temperaturas, los ciclos de agua están cambiando a ritmos sin precedentes. Las sequías se vuelven más frecuentes, mientras que los patrones de precipitación se tornan inestables —e incluso mortales—, y regiones que solían gozar de lluvias regulares ahora sufren escasez.

Un ejemplo alarmante en nuestra región es el lago Poopó, en Bolivia, que prácticamente llegó a desaparecer debido al cambio climático y la sobreexplotación del agua, con efectos catastróficos en la biodiversidad y las comunidades que han vivido en la zona desde tiempos ancestrales. Este cuerpo de agua solía ser el segundo lago más grande de ese país, pero tras diversas sequías desapareció por completo en 2015. Recién se vino a recuperar un par de años después, pero volvió a desaparecer en 2021. Esta vez la recuperación fue más rápida, pero la tendencia a largo plazo es que se terminará por secar, sumándose así al triste historial de otros lagos en el mundo que hoy solo existen en fotografías y recuerdos, como el mar de Aral, en Asia Central, que en pocas décadas pasó de ser uno de los lagos más importantes del planeta a convertirse en un desierto.

Es un futuro probable —pero no obligatorio— para los cuerpos de agua en la zona norte y centro de nuestro país: “Lamentablemente, en el altiplano chileno hay lagos que están condenados a desaparecer, porque con el aumento de temperatura difícilmente podremos hacer algo, tendencia que se incrementa a mayor altura. Pero si se disminuye la extracción de agua o el impacto de la ganadería en la zona centro sur, se puede contribuir, realizando este trabajo junto a las comunidades locales”, comentó Claudio Latorre, investigador de la Pontificia Universidad Católica y del Instituto de Ecología y Biodiversidad, cuando este año se presentó el resultado de un proyecto pionero que consideró el estudio y monitoreo de 40 ecosistemas lacustres de alta montaña.

Además de los cuerpos de agua, otro símbolo de la crisis del agua son los glaciares. Esos “gigantes de hielo” que alguna vez parecían eternos, se están derritiendo a un ritmo acelerado. Los glaciares de la cordillera de los Andes, por ejemplo, han perdido más del 50% de su masa en los últimos 50 años. La situación es tan alarmante que, en algunos casos, las comunidades están tomando decisiones sin precedentes: en Suiza, el glaciar Pizol fue despedido tiempo atrás de manera simbólica con una “ceremonia fúnebre” organizada por científicos y activistas, en un acto de concientización sobre la rapidez con la que el cambio climático está afectando estos recursos.

Otro ejemplo reciente de la alteración de los ciclos hídricos es la tragedia que ocurrió en Valencia, España, donde lluvias torrenciales provocaron cientos de muertes. No es la primera vez que un fenómeno meteorológico de este tipo ocurre en la zona y posiblemente los sistemas de alerta temprana pudieron funcionar mucho mejor; pero lo que distingue a ese episodio es la fuerza del evento, dentro del contexto global de una atmósfera que contiene cada vez más energía, producto del efecto invernadero.

‘Lamentablemente, en el altiplano chileno hay lagos que están condenados a desaparecer, porque con el aumento de temperatura difícilmente podremos hacer algo, tendencia que se incrementa a mayor altura. Pero si se disminuye la extracción de agua o el impacto de la ganadería en la zona centro sur, se puede contribuir, realizando este trabajo junto a las comunidades locales’, comentó Claudio Latorre, investigador de la Pontificia Universidad Católica y del Instituto de Ecología y Biodiversidad, cuando este año se presentó el resultado de un proyecto pionero que consideró el estudio y monitoreo de 40 ecosistemas lacustres de alta montaña.

Levantando la mirada: agua en todos lados

La crisis hídrica nos enfrenta a un futuro incierto, donde el cambio climático y la alteración de los ciclos son amenazas cada vez más palpables. Los desastres naturales, como las lluvias torrenciales que azotaron Valencia, muestran cómo la atmósfera, al acumular más energía, da lugar a fenómenos extremos, evidenciando la fragilidad de los ecosistemas, que dependen del agua para sostener la vida.

Pero mientras luchamos por comprender y mitigar estas crisis, es fundamental recordar que el agua, lejos de ser solo un recurso de nuestra era, tiene una historia mucho más profunda y cósmica. La presencia del agua en la Tierra no es un accidente ni un fenómeno aislado de nuestro tiempo. De hecho, su existencia está marcada por los mismos procesos cósmicos que han marcado la evolución del Universo.

Para entender mejor cómo llegamos hasta aquí, es necesario mirar hacia el cielo y adentrarnos en los orígenes del agua, que se remontan a las primeras estrellas y a las explosiones de supernovas que sembraron el cosmos con los elementos necesarios para la vida tal como la conocemos.

La historia del agua se remonta a los primeros tiempos del Universo, cuando el hidrógeno, el elemento más ligero, se formó después del Big Bang. Sin embargo, el agua como tal no pudo formarse hasta que las primeras estrellas estallaron en supernovas, liberando el oxígeno necesario para que este se combinara con el hidrógeno.

Las explosiones de supernovas dispersaron átomos de oxígeno que, al encontrarse con el hidrógeno en el espacio interestelar, dieron origen a las primeras moléculas de agua. Estas moléculas fueron transportadas en nubes de gas y polvo que cruzaron el espacio, y algunos de estos restos de polvo estelar fueron capturados por sistemas solares en formación. Así fue como, eventualmente, el agua llegó a los planetas jóvenes, incluida la Tierra. También pudo haber llegado a través de cometas o asteroides ricos en hielo, que impactaron la Tierra primitiva durante un período de alta actividad en el sistema solar.

Científicos han detectado una gran reserva de agua salada bajo el hielo en el polo sur marciano, lo que alimenta algunas esperanzas de encontrar formas de vida microbiana en el planeta rojo (hasta ahora jamás encontradas). Este descubrimiento es también crucial para las futuras misiones tripuladas a Marte, ya que la existencia de agua permitiría a los astronautas aprovecharla como recurso vital para una misión prolongada. Si logramos desarrollar tecnología que aproveche esta agua, Marte podría convertirse en el primer ‘hogar extraterrestre’ para los humanos.

Un punto azul pálido

Este sentido de la conexión cósmica en relación al agua fue capturado de forma icónica cuando el científico Carl Sagan propuso que la sonda Voyager 1, en su ruta de salida del sistema solar, volteara su cámara hacia la Tierra para capturar una última imagen de nuestro planeta. En esa foto, la Tierra aparece como un “punto azul pálido” suspendido en el vasto vacío del espacio.

Sagan reflexionó: “Mira ese punto. Eso es aquí. Ese es nuestro hogar, eso somos nosotros”. Esta imagen simbólica destaca nuestra fragilidad y, a la vez, nos recuerda que cada recurso que nos rodea, incluido el agua, es finito y precioso.

En un vasto universo, la Tierra es un oasis diminuto, y su agua, más que un simple elemento, es un regalo ancestral del cosmos.

Agua en nuestro vecindario estelar

En el sistema solar, el agua ha aparecido en los lugares más insospechados. En la luna Encélado, de Saturno, la sonda Cassini reveló la presencia de géiseres que arrojan columnas de vapor y partículas de hielo al espacio, sugiriendo la existencia de un océano subterráneo. Este hallazgo ha desatado especulaciones sobre la posibilidad de encontrar vida en estos cuerpos helados, lo que plantea una pregunta fascinante: ¿Podría existir vida en un ambiente completamente distinto al de la Tierra?

La Luna, nuestro satélite más cercano, ha sido otro objetivo en la búsqueda de agua. Durante décadas se pensó que era un lugar árido, pero descubrimientos recientes han revelado depósitos de agua en forma de hielo en los polos lunares. Este hallazgo es significativo, porque, en futuras misiones tripuladas, el agua lunar podría convertirse en un recurso clave para la supervivencia de astronautas e incluso para el desarrollo de bases permanentes. También permitiría no solo la generación de agua potable, sino también la producción de oxígeno y combustible, lo cual reduciría la necesidad de enviar estos elementos desde la Tierra.

En Marte, los avances en la investigación han revelado algo aún más emocionante: la posible existencia de agua líquida bajo su superficie. Científicos han detectado una gran reserva de agua salada bajo el hielo en el polo sur marciano, lo que alimenta algunas esperanzas de encontrar formas de vida microbiana en el planeta rojo (hasta ahora jamás encontradas). Este descubrimiento es también crucial para las futuras misiones tripuladas a Marte, ya que la existencia de agua permitiría a los astronautas aprovecharla como recurso vital para una misión prolongada. Si logramos desarrollar tecnología que aproveche esta agua, Marte podría convertirse en el primer “hogar extraterrestre” para los humanos.

En nuestro continente, por ejemplo, los mayas veneraban los cenotes de la península de Yucatán como portales hacia el inframundo, puertas hacia el reino de los dioses, donde los espíritus residían en las profundidades. Los cenotes simbolizaban un enlace entre el mundo físico y el espiritual, recordándonos que el agua, más allá de su papel científico, también ha sido vista como un vínculo entre dimensiones y como un recurso sagrado, vital para la vida.

El agua y el surgimiento de la vida

El agua no es solo un recurso esencial en la Tierra; es el medio en el cual la vida misma surgió. Las primeras formas de vida, organismos microscópicos, prosperaron en los océanos primitivos.

La vida se originó en el planeta hace tres mil setecientos millones de años en fuentes hidrotermales, en la oscuridad del mar profundo. Ahí surgieron las moléculas claves para que se formaran las primeras células, cuyo legado está inserto literalmente en el ADN de todas las actuales especies, incluyendo al ser humano”, cuenta la científica antofagastina Cristina Dorador, en su libro Amor microbiano, publicado en 2024.

A lo largo de millones de años, la vida evolucionó en el agua antes de colonizar la tierra firme. El agua no solo es el vehículo de transporte para nutrientes y desechos en los seres vivos, sino que también actúa como regulador de temperatura, manteniendo condiciones favorables para el desarrollo de las células.

Una de las áreas de estudio más fascinantes en la ciencia moderna es la astrobiología, que se centra en la posibilidad de vida fuera de la Tierra.

Cuando los científicos buscan planetas potencialmente habitables, se fijan en aquellos que se encuentran en la “zona habitable” de su estrella, es decir, una región donde las temperaturas podrían permitir la existencia de agua líquida en la superficie, ni muy cerca (para que el lugar no sea un infierno donde el agua se evapore) ni muy lejos (para que no sea un mundo congelado).

La búsqueda de agua en el cosmos es, además de un esfuerzo científico, una exploración de nuestros propios orígenes y de nuestro lugar en el Universo. Cada descubrimiento, desde el hielo en los polos de la Luna hasta los océanos ocultos en las lunas de Júpiter y Saturno, recuerda que el agua es un lazo esencial que conecta la Tierra con el resto del cosmos. Así como la imagen de aquel “punto azul pálido” capturado por la Voyager 1 reveló la fragilidad y belleza de nuestro hogar, estos hallazgos reafirman que el agua, presente desde los tiempos primordiales del Universo, sigue siendo un puente entre la Tierra y el vasto misterio que nos rodea.

Esta conexión profunda y simbólica ha dado al agua un significado sagrado desde tiempos antiguos. En nuestro continente, por ejemplo, los mayas veneraban los cenotes de la península de Yucatán como portales hacia el inframundo, puertas hacia el reino de los dioses, donde los espíritus residían en las profundidades. Los cenotes simbolizaban un enlace entre el mundo físico y el espiritual, recordándonos que el agua, más allá de su papel científico, también ha sido vista como un vínculo entre dimensiones y como un recurso sagrado, vital para la vida.

Hoy, en un contexto en el que el cambio climático amenaza con transformar los patrones hídricos de nuestro planeta, recordar el viaje de cada molécula de agua desde las estrellas hasta nuestros ríos y océanos subraya la urgencia de proteger este recurso invaluable, no solo para nosotros, sino también para las generaciones futuras, quienes seguirán explorando las fronteras de lo desconocido.

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