Las caras de la verdad

La escalera, la serie del cineasta neoyorquino Antonio Campos, se basa en la historia del novelista Michael Peterson, acusado de la muerte de su esposa Kathleen Peterson en 2001. El caso también dio pie al documental The Staircase de Jean-Xavier de Lestrade en 2004, pero la serie aprovecha las capacidades de la ficción para darles vida a los personajes, complejizarlos y recrear las tres versiones posibles de lo que ocurrió.

por Pablo Riquelme I 16 Noviembre 2022

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La escalera, la nueva serie de HBO, es el resultado de la obsesión del cineasta neoyorquino Antonio Campos (1983) con el “caso de la escalera” y su protagonista, el novelista Michael Peterson.

La noche del 9 de diciembre de 2001, Kathleen Peterson, una ejecutiva de 48 años, murió a los pies de una escalera de su casa en un exclusivo barrio de Durham, Carolina del Norte. Según Michael Peterson, su marido, fue producto de una caída accidental. Pero la fiscalía encontró indicios suficientes (las laceraciones del cuero cabelludo no coincidían con las heridas propias de un accidente) para acusar al escritor de haberla matado a golpes. El mediático juicio se caracterizó por la ausencia de pruebas (ni siquiera se encontró el arma homicida) y la revelación trascendental fue que el novelista, considerado un ciudadano ejemplar, en realidad era un farsante: no había sido herido en Vietnam, como afirmaba en sus libros, ni tenía un matrimonio idílico, como sostuvo ante la opinión pública, pues mantenía relaciones clandestinas con hombres que contactaba a través de internet.

El caso dio pie a The Staircase (2004), documental de ocho capítulos, dirigido por el francés ganador del Oscar, Jean-Xavier de Lestrade, que narró los esfuerzos del novelista por demostrar su inocencia. El documental acompañó a Peterson desde el comienzo, hurgó en su intimidad y lo siguió hasta que entró a prisión a cumplir la condena de cadena perpetua dictada por el tribunal, luego de que el jurado le comprara la tesis a la fiscalía y lo declarara culpable. En la fugaz época dorada del DVD, aquella radiografía de la feble e influenciable justicia estadounidense se transformó en una serie de culto, gracias al hecho de que el espectador nunca sabe si Peterson mató o no a su mujer. Años después, en la medida en que la justicia ofreció la posibilidad de reabrir el caso, y mientras el true-crime seriado comenzaba su fiebre del oro en las plataformas de streaming y The Staircase era aclamada como la obra seminal del género, el documental añadió nuevos episodios (hasta un total de 13) y terminó, en 2018, en la parrilla de Netflix, donde encontró su audiencia global. Los elogios de la crítica fueron unánimes; esta revista no fue la excepción.

Con estos antecedentes, uno se pregunta hasta qué punto era una buena idea rodar una serie de ficción homónima sobre un caso que no podía ofrecer datos nuevos. Antonio Campos, un director que, con su fijación por la violencia, viajó desde el cine alternativo a la primera línea comercial, manejaba los detalles al dedillo y pensaba que quedaba mucho por contar; la clave era indagar en lo que había quedado fuera del documental. El resultado es una serie arriesgada, con los estándares de calidad que a estas alturas solo se encuentran en HBO, y que ofrece una aguda reflexión sobre el significado de contar historias.

La serie comienza recreando el instante exacto en que Peterson (un inquietante Colin Firth) encuentra muerta a su esposa. Es un momento crudo y las reacciones de los presentes ante el cadáver (el shock del novelista, la incredulidad del hijo, la sospecha de los paramédicos y la policía) se instalan como pilares de una tragedia que golpea de repente y arrasa con todo. Es un acontecimiento al cual el documental solo accede a través de testimonios de terceros, videos del sitio del suceso y las frenéticas llamadas que el novelista hizo al 911 para pedir ayuda. La serie complementó esta información con el libro Written in Blood, de la escritora Diane Fanning, y con la investigación que realizó el equipo de investigadores de HBO. Este contraste es una primera muestra de lo que La escalera quiere hacer: deconstruir el relato oficial sobre lo que sucedió y contar lo que, con toda probabilidad, ocurrió en realidad.

El guion elige el camino difícil. A partir de la muerte de Kathleen, renuncia a la narración cronológica y presenta una estructura con varias líneas temporales, que avanza hacia el futuro, para mostrarnos qué pasará con Peterson durante el infierno judicial y carcelario, pero también hacia el pasado, para revelarnos la normalidad del hogar antes de la tragedia. A ratos la complejidad del relato resulta confusa para quien no maneja los detalles, pero obliga al espectador a participar activamente en la pesquisa.

Esta es una de las lecciones más potentes que deja La escalera: la buena ficción, con su capacidad para calar las vidas privadas y secretas de los personajes, puede llegar a rincones donde el género de la realidad queda corto. El Michael Peterson ficticio de la serie es un personaje más complejo que el Michael Peterson del documental.

La serie también les da importancia a personajes que en el documental sobre Peterson participan solo en función de él: los hijos y las hijas del matrimonio. Con sus historias de alcoholismo, drogadicción, inmadurez y de exploración sexual, el retrato de ellos muestra a un padre ausente y narcisista. A su vez, los saltos hacia el pasado permiten incorporar al único personaje que, por razones obvias, no apareció en el documental: Kathleen, interpretada por una sensacional Toni Collette. La actriz australiana da vida a una mujer que era el corazón de la familia, que sostenía emocional y económicamente el hogar mientras el marido se dedicaba a escribir novelas y que, sin certezas, sospechaba de la bisexualidad de su esposo. Es cierto que a ratos parece ir demasiado lejos en sus recreaciones, pero vale aclarar que todo lo que sostiene la serie tiene asidero en la realidad y que el trabajo de los investigadores de HBO fue exhaustivo. Hay invención de detalles, no de datos estructurales. Lo interesante es que la dramatización de los hechos permite entender la historia mejor que el documental, precisamente debido a que este último solo trabaja con la “verdad” (la serie, en cambio, trabaja con lo que ocurrió y también con “lo que podría haber ocurrido”). Sin embargo, el documental es en sí mismo una puesta en escena y todos los participantes son conscientes de que tienen una cámara al frente. En la serie, no. Comparativamente, esta es una de las lecciones más potentes que deja La escalera: la buena ficción, con su capacidad para calar las vidas privadas y secretas de los personajes, puede llegar a rincones donde el género de la realidad queda corto. El Michael Peterson ficticio de la serie es un personaje más complejo que el Michael Peterson del documental.

Esta inspección sobre los alcances narrativos que tiene el género audiovisual se profundiza a partir del segundo episodio, cuando la serie incorpora a la trama al documentalista Jean-Xavier de Lestrade. El cineasta francés, convertido en personaje, llega con su equipo para que Michael Peterson pueda contar “su verdad”, una que compita con la narrativa impuesta por la fiscalía y los medios, donde él es el villano de turno. Varias secuencias de la serie reproducen diálogos y planos del documental de manera exacta, y dramatizan el rodaje del documental como si la serie fuera una especie de making-of del trabajo de los franceses. Este juego de ficción dentro de la ficción, o de intertextualidad de la imagen, alude a un viejo y manido debate en la industria del espectáculo: el documental, por más que trabaje con hechos reales, es selectivo a la hora de narrar la realidad y, al menos en ese plano, se emparenta demasiado con la ficción. La escalera contrasta permanentemente la búsqueda de la verdad y el esclarecimiento de los hechos de aquella fatídica noche de diciembre, con la necesidad atávica de generar un relato coherente. Peterson narra su propia versión a su familia, a la prensa, al jurado que lo condena, al documental que lo redime, y todos buscan acomodarse o desacoplarse de ese relato. Pero Campos piensa que, cuando es la imagen quien gobierna, la verdad no se encuentra en los hechos, siempre tan viscosos, sino en la sala de montaje. Esta tesis alcanza cotas insospechadas cuando la serie revela que, cuando Peterson entró a prisión y el documental estrenó su primera parte, en 2004, la montajista, Sophie Brunet (interpretada por Juliette Binoche), inició una relación sentimental con Peterson que duró varios años. Nada de esto aparece en la obra de los franceses. Con esto, la serie sugiere que el documental se involucró demasiado con su personaje y perdió la objetividad. De hecho, Campos pone a prueba su tesis recreando las tres versiones posibles de lo que le ocurrió a Kathleen: la caída accidental, la muerte a manos del marido y el ataque de un búho en celo que habría deambulado en el bosque frente a la casa aquella noche. Ninguna se puede demostrar del todo y las tres son excluyentes entre sí. Es decir: la elección de una de ellas invalida inmediatamente a las otras dos. Sin embargo, una vez que ocurren frente a nuestros ojos y las vemos y asistimos a su coreografía, las tres se vuelven verosímiles y peligrosamente reales.

 


La escalera (2022), creada y dirigida por Antonio Campos, seis capítulos, disponible en HBO.

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