Solos juntos

por Milagros Abalo I 8 Septiembre 2025

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El cine del director finlandés Aki Kaurismäki se me reveló como un amor a primera vista, de esos amores tardíos, ávidos, sencillos, que tocan y convocan. La forma en que mira y retrata el mundo, sus personajes, los lugares en los que viven, trabajan y aman, se renueva en el tiempo y se abre a ojos de nuevas generaciones. Aun cuando casi todo tiende al fracaso y su propio director ha señalado que el ser humano es un error terrible, la mirada en sus películas es amable; hay actos, gestos sin alarde de los seres que las habitan, que restituyen y devuelven una emoción primera que podemos llamar esperanza.

Su cine se siente como una especie de afecto profundo, un lugar al que se quiere volver, sobre todo aquellos días en que la percepción de lo humano está a la baja, ya sea por su codicia, hostilidad o hipocresía. Tanto Kaurismäki como sus personajes comparten esa mirada. Los actores se repiten en sus películas como si fueran parte de una comunidad en la que se puede hablar sin palabras, decir sin decir.

Variaciones de un mundo de almas solitarias que se encuentran y desencuentran, Kaurismäki tiene la facultad de juntarlas en visión de paraderos, de paisajes, de puertos lejanos o containers de Helsinki. La parte pobre de una Finlandia entre eslava y occidental, con un idioma que un extranjero demora años en aprender, un idioma imposible, que no se parece a nada. Quizás por lo mismo sus películas están llenas de silencio, se habla poco, casi nada, y en su inexpresividad los personajes son completamente expresivos. Algunas parecen películas de cine mudo, en línea bressoniana: maestro siempre presente, así como Buñuel y Ozu, entre otros.

En el camino de juntar soledades está la suerte o la mala suerte que trunca y separa las cosas: siempre es posible que un tren llamado destino se cruce por delante, aunque finalmente haya un giro benévolo y se sobreviva a esa interrupción gracias a los vínculos que hallan su forma silenciosa de encontrarse y quedarse, de salvarse. Sus películas son ese lugar y ese tiempo, el de una ida en auto, por ejemplo, que permite el tránsito a la vigilia, la huida o el cambio; el tiempo que dura volver a juntar las piezas de un orden afectivo y solidario.

La música opera como conector en un mundo donde la expresión de lo emocional tal como la conocemos por estos lados, no es evidente. Las relaciones son más bien secas, aunque no menos entrañables. Suenan los karaokes, los wurlitzer, las orquestas, radios, y en ellos, las adaptaciones de tangos, baladas y boleros que ponen al corazón rojo y sentimental.

Nunca es tarde para comenzar a ver las películas de Kaurismäki, para entrar en la frecuencia de su cálida melancolía. Sus ojos están puestos en las nubes pasajeras, en la amistad, como en La vida bohemia, donde entre amigos equilibran con humor y nobleza la precariedad de la existencia. El humor es una punta de lanza fina y filuda, de ceja levantada. Frente al hartazgo, están sus finales felices, y eso es un maravilloso consuelo, como en la película Le Havre: sobre la migración y el amor en una pareja de viejos.

El sonido de los vasos y hielos también acompaña de musicalidad las escenas, porque en el mundo Kaurismäkis el alcohol y los cigarros van y vienen, el primero aligera la sangre, y con el segundo se respira mejor, algo así como pacificadores de lo solitario e injusto en hombres y mujeres sometidos a un trato laboral denigrante, donde la mano de obra no se detiene hasta que suena la alarma. Frente a eso, el cigarro y el alcohol son una detención-distención que amortigua el cansancio de las arduas jornadas; tanto se consume que dan ganas de tomar y fumar viendo sus películas. La oralidad de sus personajes pasa por ahí.

El amor se vuelve cómplice vital, aventurero en ocasiones, como en Sombras en el paraíso. En sus películas, los perros reemplazan a los niños y van con nombre propio en el reparto final. El director dice que Hollywood está muerto, y que el capitalismo causa un daño enorme. Quizás por lo mismo la disposición de lo estético en sus películas habla de otro tiempo, anterior, o uno particular, únicamente suyo, como si por medio de aquellos escenarios creara una ilusión para mostrar lo real. Se mantiene al margen de la industria cinematográfica. Es comunista o socialista en el sentido de querer igualdad para todos y todas. No deja de mirar la justicia.

Nunca es tarde para comenzar a ver las películas de Kaurismäki, para entrar en la frecuencia de su cálida melancolía. Sus ojos están puestos en las nubes pasajeras, en la amistad, como en La vida bohemia, donde entre amigos equilibran con humor y nobleza la precariedad de la existencia. El humor es una punta de lanza fina y filuda, de ceja levantada. Frente al hartazgo, están sus finales felices, y eso es un maravilloso consuelo, como en la película Le Havre: sobre la migración y el amor en una pareja de viejos. Un cine que te acoge de forma sencilla y duradera, sin reservas, parecido a esos bares o cafés donde transcurren gran parte de sus películas, y donde nunca faltan flores; como escribiera Federico Galende en un libro sobre el cine de Aki Kaurismäki, titulado Comunismo del hombre solo: “Esas flores introducen en el decorado pobre o minimalista la ternura del hombre parco que ha sucumbido al detalle, uno por medio del cual toma distancia de sí mismo sembrando una tenue nota de dignidad en el corazón de la soledad y el despojo”.

Termino con una imagen que la otra vez vi en la calle y en la que. de haber estado ahí, los ojos del cineasta probablemente se habrían detenido: en la parte de atrás del camión de la basura, dos trabajadores agarrados del pasamanos se pusieron a jugar pin pon con un cartón como paleta y un envase como pelota, un breve partido mientras el camión avanzaba. Y en su tránsito se desprendía una gozosa luminosidad de overoles.

 

Algunas películas recomendadas (disponibles en Mubi):
La chica de la fábrica de fósforos (1990)
La vida bohemia (1992)
Un hombre sin pasado (2002)
Le Havre (2011)
Hojas de otoño
(2023)

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