El dictador que se fue de vacaciones a Inglaterra y terminó en prisión

por Philip Johnston I 3 Julio 2025

Compartir:

Cuando el octogenario exdictador de Chile, el general Augusto Pinochet, llegó a Londres en octubre de 1998 para lo que creía sería un viaje a un país amigo a efectos de recibir un tratamiento médico menor y hacer algunas compras, desencadenó una de las grandes causes célèbres en la litigación de derechos humanos. También le planteó al entonces relativamente nuevo gobierno laborista de Tony Blair un tremendo dolor de cabeza diplomático.

En el transcurso de pocos días, él fue arrestado por Scotland Yard en virtud de una orden de arresto emitida por un juez español, que lo acusaba de crímenes contra la humanidad, asesinato y tortura. Pero el general Pinochet, como exjefe de Estado y senador en activo en el parlamento chileno, era, sin duda, inmune al procesamiento, o al menos eso creía.

A esto siguió una disputa legal sin precedentes sobre el ámbito del Derecho Internacional en tales casos, que relata con gran precisión Phillipe Sands, el abogado que intervino en el caso contra Pinochet y que representa a Human Rights Watch. El libro Calle Londres 38 —el título hace referencia a la dirección del viejo Partido Socialista chileno convertido en lugar de detención y tortura por el régimen de Pinochet— es esencialmente un relato de cuán difícil resulta llevar ante la justicia a los culpables de los crímenes más atroces.

Esto se entrelaza con una historia separada, aunque relacionada, sobre un nazi llamado Walter Rauff, quien buscó refugio en Chile después de la guerra a pesar de ser uno de los hombres más buscados del planeta. Él había sido responsable del diseño de los carros de la muerte móviles que recorrieron Europa del Este gaseando a miles de judíos.

La ironía está en que Rauff había estado en manos de los Aliados en 1945 y estaba previsto que fuera juzgado en Núremberg, pero por alguna razón fue ignorado y entonces se las arregló para escapar. Utilizó las así llamadas “líneas de ratas” o rutas de escape de exnazis para llegar a Ecuador, donde él conoció a Pinochet, entonces un oficial subalterno del ejército, y finalmente a Chile. Allí, sus particulares habilidades se pusieron en uso organizando los requisitos necesarios para la represión estatal.

Pinochet ocupa un nicho propio en el panteón de las figuras odiadas por las personas de izquierda, ya que él derrocó a un líder socialista al encabezar el golpe de Estado respaldado por Estados Unidos contra Salvador Allende en 1973. Los grupos de derechos humanos rara vez prodigan el mismo oprobio contra, por ejemplo, Fidel Castro. En la perspectiva de ellos, el hecho de que Pinochet fuera defendido por Margaret Thatcher reforzó los argumentos en su contra, pero el apoyo de ella se debía en gran medida a la crucial ayuda que él brindó al Reino Unido durante el conflicto sobre las Malvinas. Ella sentía que le debía algo.

Se dijo que el caso Pinochet cambió para siempre las percepciones del Derecho Internacional y de la inmunidad. Era la primera vez que un exjefe de Estado era arrestado basándose en el principio de jurisdicción universal. Pero ¿realmente cambió algo? Después de todo, Pinochet se salió con la suya, y al parecer, también lo hará Vladimir Putin.

Esto no pretende sugerir que Pinochet fuera otra cosa que un gobernante brutal, sino observar que este mundo es más turbio de lo que nos gustaría. La gente mala debería recibir su merecido, pero rara vez lo hace. Rauff, curiosamente, fue reclutado por la inteligencia de Alemania Occidental e incluso regresó a casa para reclamar su pensión por su tiempo en la marina alemana antes de unirse a las SS. Durante un tiempo trabajó para el Mossad, aunque los israelíes desconocían su identidad en ese momento. Cuando lo descubrieron, enviaron un escuadrón de la muerte para matarlo, pero tuvieron que abandonar el intento. Rauff murió en una senilidad que no merecía, en una ceremonia funeraria a la que asistieron otros exnazis que habían llegado a Sudamérica.

A Pinochet finalmente se le permitió salir del Reino Unido por razones médicas en el año 2000. Sands sugiere que el gobierno de Blair hizo todo lo posible para eliminar el dolor de cabeza que suponía su continuo encarcelamiento. El caso había sido enormemente controvertido después de que los Lores de la Corte dictaminaran que podía ser extraditado a España, pero la decisión fue revertida cuando se descubrió que uno de los jueces, Lennie Hoffman, tenía vínculos con Amnistía Internacional, que era una de las partes.

Pinochet fue declarado no apto para ser juzgado, pero se burló de ese diagnóstico al llegar al aeropuerto de Santiago y abandonar la silla de ruedas que usaba. En Chile, finalmente fue acusado, pero murió antes del juicio, a los 91 años.

Sands, quien actualmente representa a la República de Mauricio en el caso de soberanía de las Islas Chagos, introduce una interesante salvedad al llamado principio de la “fila de taxis”, según el cual se espera que los abogados acepten el primer caso que se presente, por desagradable que sea. Esto se ha utilizado para defender algunos de los litigios que involucran a Sir Keir Starmer y Lord Hermer, ambos abogados de derechos humanos. A Sands se le propuso representar primero a Pinochet, pero su esposa amenazó con abandonarlo si lo hacía. Se acogió a una exención alegando “vergüenza profesional”. Como autor, quien ha escrito bastante sobre estos temas antes, incluyendo el aclamado Calle Este-Oeste, este libro sin duda habría sido aún más fascinante si hubiera abordado el caso desde otra perspectiva. A fin de cuentas, se dijo que el caso Pinochet cambió para siempre las percepciones del Derecho Internacional y de la inmunidad. Era la primera vez que un exjefe de Estado era arrestado basándose en el principio de jurisdicción universal. Pero ¿realmente cambió algo? Después de todo, Pinochet se salió con la suya, y al parecer, también lo hará Vladimir Putin.

 

————
Artículo aparecido originalmente en The Telegraph, en marzo de 2025. Se traduce con autorización de su autor. Traducción de Patricio Tapia.

 


Calle Londres 38, Philippe Sands, traducción de Francisco Ramos Mena y Juan Manuel Salmerón, Anagrama, 2025, 584 páginas, $29.000.

Relacionados