En este ensayo-ficción, Constanza Michelson propone una mirada sobre Chile, sobre el patriarcado, sobre el crimen esencial, un intento de homicidio que hiere la médula de la identidad de todos, transgredidas las fronteras de géneros, orientaciones, autopercepciones, en un mundo poscultural, globalizado, tecnológico, en el que la pasión parece muerta y el aburrimiento se instala como emoción motora (al igual que en otros tiempos, la historia no acaba y es viciosamente cíclica), desencadenando odios ciegos y violencias estúpidas.
por Javier Edwards Renard I 23 Septiembre 2024
Nostalgia del desastre, de la escritora y psicoanalista Constanza Michelson, es de aquellos textos que generan desafíos al lector en varios niveles. Con una trayectoria breve e intensa, con un número limitado de libros, ninguno de los cuales ha pasado ni puede pasar desapercibido, la ensayista deja en evidencia que maneja una red de referencias culturales enriquecedora (la de su propia reflexión y la del lector que se decide aventurar en su escritura), que tiene una flexibilidad intelectual y libertad mental que le permiten proponer ideas y miradas que, afortunadamente, resultan difíciles de clasificar ideológicamente. Michelson, entonces, piensa como un tábano socrático que incomoda a unos y a otros, pero que, en definitiva, obliga a cualquier inteligencia honesta a cuestionar dogmas y sesgos.
Lo anterior no es menor, en un país donde las inteligencias en el ámbito de las humanidades se han alineado con la izquierda, mientras que en la derecha, principalmente, con la aproximación economicista y tecnocrática. Claramente, ninguna realidad puede pensarse de manera adoquinada, rígida y bajo un maniqueo “blanco o negro”, pero incluso así ocurre y es quizás la causa de esta falta de imaginación y libertad que tiene a Chile en una zozobra simplificadora del conocimiento, en una confusión sobre el alcance de sus propios significados. Esto ha venido limitando el diálogo, convirtiéndolo en un monólogo tribal, empobrecedor a nivel intelectual y, consecuentemente, con graves efectos en los espacios sociales que se nutren del pensamiento. Es parte de un fenómeno de alcance global, sí; pero en países de estructura más precaria, el efecto de este deterioro es una tragedia. El marasmo cultural.
Nostalgia del desastre es un libro que —como declara el subtítulo— aborda “variaciones sobre el odio, el aburrimiento y la ternura”, con una evidente formación de psicoanalista, bajo la forma de una escritura precisa y maleable que es tanto ensayo como narración (Freud, Jung y seguidores siempre fueron apasionados de la literatura), análisis y metáfora, alegoría representadora y pensamiento puro.
¿El propósito?
Difícil pregunta.
Constanza Michelson escribe como Penélope en la Odisea, tejiendo una trama de alcances infinitos: densa y sutil, dura y no exenta de optimismo, inclinada a la izquierda, pero no esclavizada a directriz alguna. Es cierto, ve con más nitidez la estética militarizada del fascismo y llega a decir que fascismo viene de fascinación (no de fascio en latín “hacer” o “empaquetar”, y que alude a un signo), piensa más en Hitler y sus criminales cómplices, pero se olvida de esa otra que corresponde a la Rusia Soviética, a Stalin, Castro, unos y otros enamorados del poder y de estéticas similares cuyos enemigos comunes eran el liberalismo, la socialdemocracia, los judíos o cualquier debilidad que despreciaran: esos otros que pensaban fuera del dogma respectivo. La asusta Trump (¿cómo no?), pero omite a Maduro y Putin o al coreano del norte. Y quizás falte esa rigurosidad de una Hannah Arendt al hablar de estos temas, pero ella todavía pensaba bajo los rigores de la modernidad (menos seducida que su maestro-amante Heidegger por las libertades filosóficas de la poesía). No es el caso: Nostalgia del desastre es, a su manera, un post ensayo que se abre a la libertad con el Talón de Aquiles del rechazo al modernismo del pensamiento cartesiano.
“En 1985 el padre quiso matar a su mamá. Ella tenía siete años. Vio la escena desde la cama con un ojo descubierto y el otro tapado con la sábana”, escribe Michelson, proponiendo al modo de la ficción de Diamela Eltit una mirada sobre Chile, sobre el patriarcado, sobre el crimen esencial, un intento de homicidio que hiere la médula de la identidad de todos, transgredidas las fronteras de géneros, orientaciones, autopercepciones, en un mundo globalizado, tecnológico, en el que la pasión parece muerta y el aburrimiento se instala como emoción motora (al igual que en otros tiempos, la historia no acaba y es viciosamente cíclica), desencadenando odios ciegos y violencias estúpidas.
Al mismo tiempo, como parte de ese tejido, instala sus ensayos y nos obliga a pensar en una serie de cosas, signos, hechos, emociones que están diseñando la existencia de hoy: el referido aburrimiento, las revoluciones (“y otras puntuaciones soberbias”), diablos, ángeles y hombres solos, cosas que olvidan morir, los amores voraces, el proceso que va desde la satanización de algo al desengaño que deja la falsa promesa, saber oír o dejar de hacerlo (entre otros temas). ¡Y cómo lo logra! Su mirada sobre el estallido de octubre de 2019 y su saturación de signos, actos y discursos es ineludible: “Creo que algo quedó, la resaca de que fuimos autocomplacientes, cada uno con su imagen. Quizá el recordatorio de que hacerle trucos a la democracia, cuya imagen podría ser ese pedestal vacío [el de Baquedano], es una autodestrucción”.
Michelson escribe de muchas cosas en este libro y el riesgo de una empresa así de ambiciosa es que, en medio de una y otra cosa, se pierda el hilo, se enrede la madeja y quede una sensación confusa. Sin embargo, la autora logra amarrar sus reflexiones (sin asfixiarlas en la necesidad de una estructura geométrica) en torno a la visualización de odio, aburrimiento y ternura en nuestro contexto individual y social. También, a través de una clara definición de la identidad intelectual de quien escribe, más allá de las ideologías, con las preguntas y los temas que pone sobre la mesa para abrir el diálogo.
Frente a un libro inteligente, el lector no necesita adherir a cada palabra y tampoco es lo que espera su autor o autora, a menos que predique eslóganes para mentes precarias. Pero no. Michelson analiza desde su esquina propia y abre un diálogo con el lector, dice lo que propone con un tono amable, nunca definitivo y casi siempre esclarecedor. Es Chile en el mundo de hoy, somos nosotros avanzando en este tiempo “post moderno, post estallido, post pandemia”, en el que nos hemos quedado con la violencia y sin lo prometido, con las mentiras y el desencanto, con la aceptación y esa esperanza resiliente —quizás ahora más abierta y no monopolizada por predicadores vociferantes—, intentando repensarnos con una nueva lucidez, que nos instale más sanamente en nuestra identidad, que permita avanzar sin caer al precipicio, salvando la capacidad de reconocer lo que —y parafraseo al Italo Calvino de Las ciudades invisibles— en medio del infierno no es infierno, algo que debemos buscar para que una vez encontrado intentemos quedarnos un tiempo ahí y hacer que dure.
Este libro juega con el lenguaje. Recurriendo a ensayo y ficción, nos habla de una emoción que apunta al pasado respecto de un hecho que está presente atrás, ahora y, salvo una rápida reacción, de una manera peligrosa hacia adelante: nostalgia / desastre. Salir de este statu quo es, creo, la invitación de Constanza Michelson. Y para saber su claro alcance recomiendo leer en conjunto y casi como un tercer relato, los estimulantes epígrafes con los que va guiando el camino de la lectura, como este, el primero, en la página 11, de Clarice Lispector: “Tendré que crear sobre la vida. Y sin mentir. Crear sí, mentir no”.
Nostalgia del desastre. Variaciones sobre el odio, el aburrimiento y la ternura, Constanza Michelson, Seix Barral, 2024, 220 páginas, $18.500.