Locura del aburrimiento

El administrador de almas, de Iván Quezada, juega todo el tiempo con ir más allá del verosímil, recordando en sus mejores partes la fantasía desopilante de César Aira. El protagonista, para más señas, es una especie de extraterrestre y dios, si es que no el único Dios, llegado en una nave espacial y encargado de proteger las 500 Almas cuyas combinaciones (casi infinitas) han dado pie a la humanidad (al menos a los ocho mil millones que pueblan la Tierra hoy).

por Sebastián Duarte Rojas I 14 Agosto 2024

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¿Novela negra? ¿Fantástica? ¿Filosófica? ¿De ciencia ficción? Es difícil enmarcar este relato en un género (o subgénero), esta primera novela que es a la vez el noveno libro del escritor y editor chileno Iván Quezada.

El administrador de almas cuenta la historia de Reinaldo Novoa, un autor de 50 años que, pese a recordar su pasado común y corriente, está convencido de ser una especie de extraterrestre y dios, si es que no el único Dios, llegado en una nave espacial y encargado de proteger las 500 Almas, que “son como la tabla periódica: cada cual es un elemento, las combinaciones son infinitas, permitiendo que hoy existan ocho mil millones de personas”. Pero como tiene que sobrevivir pese a su estatus sobrehumano, y dado que no gana suficiente dinero como escritor, un amigo le propone la idea de hacerse detective privado (la literatura ya ha sugerido en demasiadas ocasiones la similitud entre ambos oficios como para que requiera mayor justificación a esta altura).

La primera persona que contrata sus servicios es la femme fatale de rigor en esta historia, una joven rubia llamada Isabel, hija de un político millonario chileno, Ismael Iturralde. Su madre, su hermano y ella son golpeados casi a diario por Iturralde, pero la hija no le pide que detenga al padre abusador, sino que averigüe la razón de aquella violencia. Para eso, el escritor debe infiltrarse en su entorno fingiendo hacerle un taller literario particular a Isabel, pero al conocer al papá, este le dice que sabe de la existencia de las Almas y pretende robárselas, a la vez que ofrece contratarlo como doble agente.

Iturralde, que es el dueño secreto del Banco Central de Chile ―y también del de Argentina―, quiere que investigue a Johnson, su enemigo, el dueño de la Reserva Federal de Estados Unidos, una posesión que, según afirma Iturralde, sería menos importante que las suyas. Este es un villano cuya única motivación parece ser el tedio, la abulia (“Arrebatarle las 500 Almas es un desafío que me apasiona. Es la única pieza que falta en mi colección”), algo similar a lo que ocurre con Johnson: “Le tengo envidia a Iturralde (como buen chileno que soy) y quiero saber qué lo hace especial, y entonces reemplazarlo. El aburrimiento es la piedra de tope de nuestro sistema, como usted ya debe saberlo. Y más para un resentido como yo. En Chile todos somos resentidos: ricos, pobres, inteligentes, tontos, morenos y amarillos. Lo tenemos en la sangre, somos bichos flotando en la nada”.

En algunos puntos [de El administrador de almas] es imposible no recordar filmes clásicos como 2001: Odisea del espacio y Hombre mirando al sudeste, aunque con un color local que parece sacado de las novelas detectivescas de Ramón Díaz Eterovic. Es más, se podría decir que hay una lógica cinematográfica en la construcción de este relato lleno de cameos.

Eso es solo parte de lo que ocurre en esta novela de trama casi absurdamente enrevesada, pero de estilo y personajes muy simples, si no de plano estereotípicos, aunque esto parece intencional, ya que es probable que el juego y la ironía que plantea no funcionarían con personajes de construcción más compleja. Quizá por eso el aburrimiento es en realidad el móvil de todos los personajes, como de Isabel, la niña rica que cuando se siente deprimida baja al mall Plaza Vespucio para “confundirse con los pobres” y se incorpora en la primera línea del estallido social por razones igual de anodinas que las que esgrime su padre para intentar apropiarse de todo: “Algo le dijo que en la batalla podría averiguar si estaba vacía por dentro o no”.

El estallido es uno de los fenómenos que la novela explica por medio de la historia de las 500 Almas, al igual que la pandemia del covid o la guerra en Ucrania. Y no solo eso: cuando el protagonista-extraterrestre-Dios va un día al gimnasio, en paralelo se encuentra en el África prehistórica, donde se integra a un grupo de simios y, al encariñarse con una de las hembras, se atribuye la creación del ser humano: “Me arriesgo a sacar las 500 Almas desde el invernadero de la nave espacial y las esparzo por los genes de los primates. Siento un crujido dentro de mi propia alma, como cristal quebrándose. Mi ser se divide en millones de millones de partes. (…) Acúsenme de egoísta por mi deseo de amar y ser amado. Verla a ella convertida en una mujer justifica hasta las Guerras Mundiales del siglo XX”.

En el prólogo, el crítico Javier Edwards Renard compara este libro con la película Todo en todas partes al mismo tiempo, pero las afinidades cinematográficas no acaban ahí: en algunos puntos es imposible no recordar filmes clásicos como 2001: Odisea del espacio y Hombre mirando al sudeste, aunque con un color local que parece sacado de las novelas detectivescas de Ramón Díaz Eterovic. Es más, se podría decir que hay una lógica cinematográfica en la construcción de este relato lleno de cameos, como las breves apariciones de personajes como Joaquín Edwards Bello, Oscar Wilde, Antón Chéjov y Milton Friedman, o las algo más cruciales de Freud (“En el otro mundo lo conversamos con Karl Marx y concluimos que el ser humano necesita otros mil años de barbarie antes de convertirse en otra cosa”) y Sócrates, que se manifiesta como un desaliñado obrero de la construcción chileno.

Poco importa aquí si Reinaldo está loco o no, si esos saltos tan alocados en el argumento ―que en sus mejores momentos recuerdan a la narrativa del gran César Aira― ocurren o no, si las 500 Almas son o no son el ingrediente necesario para obtener la vida eterna y provocar la destrucción del mundo, si cada acción que lleva a cabo el protagonista altera el universo o él no hace más que justificar lo que ve con su imaginación. Es posible que Reinaldo solo esté harto de la misma abulia que consume al resto de los personajes, que su locura no sea más que la única cura que tiene a mano contra el aburrimiento. Después de todo, el libro subraya que es habitué de un bar de viejos llamado El Quijote.

 


El administrador de almas, Iván Quezada, Mago Editores, 2023, 182 páginas, $17.000.

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